Capítulo VI

Golpeo el tronco con los puños; siento la piel de los nudillos desprenderse, al igual que la sangre gotear hasta el césped. Este dolor físico calmará el hambriento dolor emocional. Me siento embaucada, traicionada y en tan pocos días. No tenía dudas de los otros secretos que papá me ocultaba, mas no esperaba que uno de ellos fuese tan grande; una información que debí obtener en el momento que me fui de casa, por el simple hecho de sentirme un poco más segura o al tanto de lo que puede sucederme. ¿Y ahora cómo me sentiré cuando retome mi posición? Estresada, nerviosa, eso es muy seguro. No solo eso, estaré aturdida, desconfiando hasta de las palomas.

Reviso mis manos, están hechas un asco. Necesitaré un buen analgésico, desinfectante, pomada y vendas. Suelto una carcajada. Ni siquiera tenemos la regeneración de esos apestosos.

¿Apestosos? ¿Cómo puedo pensar eso tan a la ligera? Mi madre pertenece o perteneció a ese linaje, y si desprecio a su raza, la desprecio también a ella. Ya ni mi cabeza desea estar donde es.

Arrugo el entrecejo, ya ni lágrimas tengo para soltar.

—¿Por qué te haces daño?

Anonadada, dirijo la mirada a la pequeña niña que es idéntica a mí. Examino el lugar, no es para un infante como ella.

—¿Qué haces aquí?

Su sonrisa infantil refleja carisma. Pero no debería estar por estos lares.

—Acompañándote.

Trago. ¿Me estoy viendo a mí misma en ella?

—Necesitaba hacerme daño para despejarme —resuello. ¿Para qué evadirla? Necesito expresarme con alguien más.

—Eso es tonto. —Se acerca, no hago algún intento de alejarme.

—¿Por qué es tonto?

Se aferra con su manita a mi pantalón. Un frío se instala tras mi nuca. En serio siento que ella es una réplica de mi yo niña.

—Porque hacerte daño no te ayudará a solucionar tus problemas.

Me quedo en blanco. De repente, ya no siento mis piernas y caigo de rodillas. Quedo a su altura, pero no la enfoco. Es como si mi vista se rehusara a captarla.

Se aferra a mi rostro. No vuelvo en sí, pero siento su frente apoyarse contra la mía. Y me siento renovada, tranquila… la paz deteriorada vuelve sin más. Contengo las lágrimas de nuevo, no dudo en envolver los brazos en su pequeño cuerpo para refugiarme en su pecho. Vuelvo a llorar. Soy un revoltijo completo, tantas sensaciones me embargan, que ya no siento ni el más mínimo dolor en mis pobres nudillos.

—Shh. Ya estás mejor. —Me tranquiliza. Pasea sus dedos por mi cabello en suaves caricias—. Cuando estés mal, yo siempre estaré para ti.

Me remuevo, inquieta. Siento un malestar tremendo en mi estómago. Poco a poco me despierto, y mis pestañas con lágrimas secas me impiden un poco parpadear. Cuando ya deslumbro mi entorno, me doy cuenta que ya es de noche y el bosque está desolado.

Me incorporo con lentitud, con una sensación de calma total que parezco drogada. Me acaricio la frente con la yema de los dedos, y en ese momento, siento la picazón en mis nudillos. Sí, recuerda, empezaste a golpear un tronco. No obstante, no recuerdo cómo me quedé dormida y por qué.

No tardo en levantarme. A unos cuantos pasos se halla mi espada envuelta en la tela negra. Crispo las cejas. Tal vez de la rabia y el dolor preferí echarme a dormir, sin importarme siquiera el peligro. A pesar de ser zona segura. Sin embargo, tengo el presentimiento que algo más me sucedió.

Suspiro, en otro momento pensaré en eso, sin lugar a dudas.

Agarro mi confiada arma filosa y echo andar en dirección a casa. La luna está más grande que en otros días. Me parece extraño, demasiado. Una luna llena da muchos malos pensares. Aguzo los ojos más delante de mí; hay un pequeño brillo de una fogata, debe ser algún adolescente con su pareja, impresionándola, o un cazador/leñador. Ya a unos cuantos pasos la impresión no me deja ni tragar. Sangre, muchísima sangre en la tierra llena de hojas secas y ramas. Pero no hay algún cuerpo a la vista.

Con pasos titubeantes, reviso mejor la escena. El fuego ha sido encendido hace unas horas, por los troncos ya hechos carbón… está a punto de extinguirse. Con un estremecimiento, desenvuelvo la espada.  La sangre está fresca, fue hace unos minutos y su aroma ferroso está tan congestionado, que estimo que llegará a cada rincón en un rango de cinco metros. ¿Y los cuerpos? No creo que haya sido obra de un animal, pues no veo que haya sucedido algún forcejeo. Además, en esta parte del bosque no hay depredadores grandes, solo linces casi miniaturas, comadrejas, nutrias, pequeños reptiles… Eso pudo haber sido obra de otro humano, porque es casi improbable que un vampiro efectuó esto por la maldita barrera invisible, ¿o sí?

Un ruido a mis espaldas me pone los vellos como escarpias. Pongo de manera transversal mi cuchillo gigante, en guardia total. Medio inclinada, no aparto la atención de donde proviene el sonido. Respiro profundo. ¿Por qué suceden estas cosas justo cuando yo estoy presente? Casi exclamo de alegría al atisbar a un joven salir de entre la maleza. Sus ojos, oscuros, parecen perdidos, y su ropa es casi moderna; jeans y chaqueta de la misma tela. Pasea sus orbes por mi cuerpo, la confusión en su cara es evidente.

—No pensé que hubiese alguien por aquí.

—Yo tampoco —gruño, en advertencia.

Titubea.

—Vivo en el otro pueblo, estaba de paseo, bueno, no del todo, y me perdí… ahora ya es tarde. Me hallo muy desorientado.

—¿En qué pueblo? —Entrecierro los ojos, no por la duda, sino para analizar su postura y, por si las moscas, si tiene manchas de sangre.

—Al sureste, casi al final del bosque.

Inclino el mentón. Expiro y dejo de estar a la defensiva, mas no suelto la hoja.

—Si deseas, te acompaño en la mañana. Sé cómo llegar —informo con casi altanería.

Se muerde la boca. No pasa desapercibido su nerviosismo.

—Realmente estaba yendo al cuartel de la guardia y, como ya dije, me extravié.

—¿Por qué no lo comentaste con anterioridad?

Retrocede unos pasos, yo me acerco.

—Me siento amenazado —vacila—, es difícil confiar en estos días.

Enarco las cejas.

—¿Y tu equipaje?

Se encoge.

—Pensé que no era necesario.

—Problemas comunes de novato —río. Pero la risa se esfuma al olfatear de nuevo la sangre—. ¿Escuchaste algo extraño antes de asomarte?

Pasea sus pupilas detrás de mí. Asiente con lentitud.

—Una pelea de leñadores, parecía pequeña, iba a salir para pedirles ayuda, pero se convirtió tensa la reyerta; uno de ellos lastimó de gravedad a otro con su hacha. —Levanta su brazo para señalarme el pequeño camino que lleva al pueblo—. Se fueron por allí.

Examino el camino.

—No hay gotas de sangre.

—Le hicieron un torniquete con una chaqueta impermeable y más trapos.

Asiento. Vuelvo a suspirar.

—Bien, eso ya explica demasiado. —Sonrío con los labios apretados—. Bien, te doy la bienvenida a la guardia entonces. Me llamo Red.

Me inclino como saludo.

—Mi nombre es…

—No. Me dirás tu nuevo nombre cuando te lo den —aclaro. Sigo al pie de la letra las reglas. Pateo a su vez la fogata—. Sígueme, te daré un pequeño tour.

Antes de girarme, siento sus pupilas de nuevo en mí y esta vez, la desconfianza me engulle con más fiereza.

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