Golpeo el tronco con los puños; siento la piel de los nudillos desprenderse, al igual que la sangre gotear hasta el césped. Este dolor físico calmará el hambriento dolor emocional. Me siento embaucada, traicionada y en tan pocos días. No tenía dudas de los otros secretos que papá me ocultaba, mas no esperaba que uno de ellos fuese tan grande; una información que debí obtener en el momento que me fui de casa, por el simple hecho de sentirme un poco más segura o al tanto de lo que puede sucederme. ¿Y ahora cómo me sentiré cuando retome mi posición? Estresada, nerviosa, eso es muy seguro. No solo eso, estaré aturdida, desconfiando hasta de las palomas.
Reviso mis manos, están hechas un asco. Necesitaré un buen analgésico, desinfectante, pomada y vendas. Suelto una carcajada. Ni siquiera tenemos la regeneración de esos apestosos.
¿Apestosos? ¿Cómo puedo pensar eso tan a la ligera? Mi madre pertenece o perteneció a ese linaje, y si desprecio a su raza, la desprecio también a ella. Ya ni mi cabeza desea estar donde es.
Arrugo el entrecejo, ya ni lágrimas tengo para soltar.
—¿Por qué te haces daño?
Anonadada, dirijo la mirada a la pequeña niña que es idéntica a mí. Examino el lugar, no es para un infante como ella.
—¿Qué haces aquí?
Su sonrisa infantil refleja carisma. Pero no debería estar por estos lares.
—Acompañándote.
Trago. ¿Me estoy viendo a mí misma en ella?
—Necesitaba hacerme daño para despejarme —resuello. ¿Para qué evadirla? Necesito expresarme con alguien más.
—Eso es tonto. —Se acerca, no hago algún intento de alejarme.
—¿Por qué es tonto?
Se aferra con su manita a mi pantalón. Un frío se instala tras mi nuca. En serio siento que ella es una réplica de mi yo niña.
—Porque hacerte daño no te ayudará a solucionar tus problemas.
Me quedo en blanco. De repente, ya no siento mis piernas y caigo de rodillas. Quedo a su altura, pero no la enfoco. Es como si mi vista se rehusara a captarla.
Se aferra a mi rostro. No vuelvo en sí, pero siento su frente apoyarse contra la mía. Y me siento renovada, tranquila… la paz deteriorada vuelve sin más. Contengo las lágrimas de nuevo, no dudo en envolver los brazos en su pequeño cuerpo para refugiarme en su pecho. Vuelvo a llorar. Soy un revoltijo completo, tantas sensaciones me embargan, que ya no siento ni el más mínimo dolor en mis pobres nudillos.
—Shh. Ya estás mejor. —Me tranquiliza. Pasea sus dedos por mi cabello en suaves caricias—. Cuando estés mal, yo siempre estaré para ti.
Me remuevo, inquieta. Siento un malestar tremendo en mi estómago. Poco a poco me despierto, y mis pestañas con lágrimas secas me impiden un poco parpadear. Cuando ya deslumbro mi entorno, me doy cuenta que ya es de noche y el bosque está desolado.
Me incorporo con lentitud, con una sensación de calma total que parezco drogada. Me acaricio la frente con la yema de los dedos, y en ese momento, siento la picazón en mis nudillos. Sí, recuerda, empezaste a golpear un tronco. No obstante, no recuerdo cómo me quedé dormida y por qué.
No tardo en levantarme. A unos cuantos pasos se halla mi espada envuelta en la tela negra. Crispo las cejas. Tal vez de la rabia y el dolor preferí echarme a dormir, sin importarme siquiera el peligro. A pesar de ser zona segura. Sin embargo, tengo el presentimiento que algo más me sucedió.
Suspiro, en otro momento pensaré en eso, sin lugar a dudas.
Agarro mi confiada arma filosa y echo andar en dirección a casa. La luna está más grande que en otros días. Me parece extraño, demasiado. Una luna llena da muchos malos pensares. Aguzo los ojos más delante de mí; hay un pequeño brillo de una fogata, debe ser algún adolescente con su pareja, impresionándola, o un cazador/leñador. Ya a unos cuantos pasos la impresión no me deja ni tragar. Sangre, muchísima sangre en la tierra llena de hojas secas y ramas. Pero no hay algún cuerpo a la vista.
Con pasos titubeantes, reviso mejor la escena. El fuego ha sido encendido hace unas horas, por los troncos ya hechos carbón… está a punto de extinguirse. Con un estremecimiento, desenvuelvo la espada. La sangre está fresca, fue hace unos minutos y su aroma ferroso está tan congestionado, que estimo que llegará a cada rincón en un rango de cinco metros. ¿Y los cuerpos? No creo que haya sido obra de un animal, pues no veo que haya sucedido algún forcejeo. Además, en esta parte del bosque no hay depredadores grandes, solo linces casi miniaturas, comadrejas, nutrias, pequeños reptiles… Eso pudo haber sido obra de otro humano, porque es casi improbable que un vampiro efectuó esto por la maldita barrera invisible, ¿o sí?
Un ruido a mis espaldas me pone los vellos como escarpias. Pongo de manera transversal mi cuchillo gigante, en guardia total. Medio inclinada, no aparto la atención de donde proviene el sonido. Respiro profundo. ¿Por qué suceden estas cosas justo cuando yo estoy presente? Casi exclamo de alegría al atisbar a un joven salir de entre la maleza. Sus ojos, oscuros, parecen perdidos, y su ropa es casi moderna; jeans y chaqueta de la misma tela. Pasea sus orbes por mi cuerpo, la confusión en su cara es evidente.
—No pensé que hubiese alguien por aquí.
—Yo tampoco —gruño, en advertencia.
Titubea.
—Vivo en el otro pueblo, estaba de paseo, bueno, no del todo, y me perdí… ahora ya es tarde. Me hallo muy desorientado.
—¿En qué pueblo? —Entrecierro los ojos, no por la duda, sino para analizar su postura y, por si las moscas, si tiene manchas de sangre.
—Al sureste, casi al final del bosque.
Inclino el mentón. Expiro y dejo de estar a la defensiva, mas no suelto la hoja.
—Si deseas, te acompaño en la mañana. Sé cómo llegar —informo con casi altanería.
Se muerde la boca. No pasa desapercibido su nerviosismo.
—Realmente estaba yendo al cuartel de la guardia y, como ya dije, me extravié.
—¿Por qué no lo comentaste con anterioridad?
Retrocede unos pasos, yo me acerco.
—Me siento amenazado —vacila—, es difícil confiar en estos días.
Enarco las cejas.
—¿Y tu equipaje?
Se encoge.
—Pensé que no era necesario.
—Problemas comunes de novato —río. Pero la risa se esfuma al olfatear de nuevo la sangre—. ¿Escuchaste algo extraño antes de asomarte?
Pasea sus pupilas detrás de mí. Asiente con lentitud.
—Una pelea de leñadores, parecía pequeña, iba a salir para pedirles ayuda, pero se convirtió tensa la reyerta; uno de ellos lastimó de gravedad a otro con su hacha. —Levanta su brazo para señalarme el pequeño camino que lleva al pueblo—. Se fueron por allí.
Examino el camino.
—No hay gotas de sangre.
—Le hicieron un torniquete con una chaqueta impermeable y más trapos.
Asiento. Vuelvo a suspirar.
—Bien, eso ya explica demasiado. —Sonrío con los labios apretados—. Bien, te doy la bienvenida a la guardia entonces. Me llamo Red.
Me inclino como saludo.
—Mi nombre es…
—No. Me dirás tu nuevo nombre cuando te lo den —aclaro. Sigo al pie de la letra las reglas. Pateo a su vez la fogata—. Sígueme, te daré un pequeño tour.
Antes de girarme, siento sus pupilas de nuevo en mí y esta vez, la desconfianza me engulle con más fiereza.
Permanece callado mientras argumento sobre todo lo que hallo en mi mente y le sea de utilidad. Le advierto casi todo lo que pasé en entrenamientos; los horarios: te despertabas a las tres de la mañana, si no dormías lo suficiente, valías, hasta adaptarte. El entrenamiento: diez horas de él, en donde te ganabas moretones a cada minuto. Ah, y la comida, no tan sabrosa, pues altas cantidades de avena es… aberrante.—¿No se emplean armas de fuego?Sacudo la cabeza.—No, sería mucho ruido. Solemos utilizar silenciosas. Como mi espada, por ejemplo.Sonríe, tímido.—Es una katana —aclara.—Espada es su nombre —mascullo—, en fin, también cuchillas, navajas, arcos, entre otros. Estamos chapados a la antigua.—Ya veo.—Para ser del sureste, estás muy sumido en la ignorancia —añado con burl
La niña me acaricia el cabello, consolándome.Estoy sentada con las rodillas a la altura de mi pecho y el rostro en el vértice de estas, echa un desastre. La blancura del entorno no me da pánico, si no tranquilidad extenuante.Se inclina para buscar mi rostro. Sus ojos, tan iguales a los míos, me sonríen.—Conecto momentos para hallar respuestas —moqueo—. Y esos recuerdos difuminados poco a poco toman fuerza. ¿Acaso me han sido arrebatados?—Sí, para hacerte sentir a salvo.Sonrío, el sabor de mis lágrimas me pone peor.—Ya me lo imaginaba.Se acurruca en mi campo de visión.—Pero volverán con lentitud —aclara, suave.—Y me convertiré en algo que no me gustará —concuerdo.Encoge un hombro.—Tal vez.—¿Por qué tengo que pasar
La cena se mantiene en silencio. Nadie me cotillea algo y a través de sus facciones sé el por qué, y no solo eso, también el espacio desocupado frente mío.Con la mirada puesta en mi plato y los hombros temblorosos, contemplo toda idea que me surge.Bird ha de estar muerta, secuestrada o…—Siendo ganado.Los demás alzan sus cabezas con la comprensión en sus pupilas.El que está a mi lado me palmea la espalda.—Ella es fuerte —comenta, despacio, su compañero, Bear—. Estoy seguro que se ha resistido. En alguna parte del bosque estará y pronto los que hacen guardia hoy, la encontrarán.La sopa sale de mi cuenca al apartarme de un tirón. El silencio vuelve.—Iré de voluntaria. No me quedaré quieta.Sus dedos se envuelven en mi muñeca. Aprieta con fuerza, tanto, que me trago el
PARTE IISangre en la puertaElla se posa sobre mis muslos. Pasa sus falanges y rasca con las uñas en mi cuero cabelludo.Sus ojos, de nuevo, se funden con los míos. Sus pequeñas manos parecen dudar mientras se enredan en las hebras de mi cabello.—Ya estamos cerca.—¿Cerca de qué? —musito, curiosa.Deja de darme mimos para reposar su frente con la mía.Iris del mismo color se fusionan.—De la cruel verdad que por fin nos unirá.Despego los párpados. Mi garganta está seca, tanto que ni siquiera puedo carraspear. Intento separar mi cuerpo del colchón, más no puedo. Con los ojos como rendijas, contemplo la habitación amarillenta. Y mientras lo hago, siento un agudo dolor en mi costado.
Ellos ya se han ido, pero yo no he podido hacerlo. Me hallo sentada al lado de la cruz, acariciándola como si en ella hubiese una parte de Ivonne. Dirijo la atención al cielo. El día no está nublado, pero sí un poco suave, no sabría explicarlo bien.Aspiro. No sé cuántas horas llevo aquí. Solo sé que ya no es de mañana. La pesadumbre de saber que su cuerpo está bajo dos metros —o más— me hace sentir peor. En el momento que vi ese hombre, sentí que lo había visto en otra parte. Quizá una coincidencia…Esos iris de una gama azul extraordinaria, como cuando llueve, me hicieron volver a mi pasado, a mi niñez… No tengo entendido por qué. La incipiente barba, el cabello negro, su piel que, aunque pálida, estaba medio bronceada. Todo en él grita lo espléndido para otros, pero para mí, ya no
Ojeo la herida mediante el reflejo que me otorga el espejo. Es increíble. Ya está por cerrarse y es grande, diagonal; inicia en mi cadera y finaliza rozando un pecho. Eso tuvo que necesitar puntadas, analgésicos fuertes e incluso operación. Pero no, tan rápido cesó gracias a las brujas. Hago mis ojos rendijas, tendré que buscarlas y pedirles explicaciones.En tan solo una semana sufrí un gran desmadre: disparo en la pantorrilla, rotación agresiva de mi muñeca, corte procedente de algún cuchillo en mi costado y varios hematomas en el rostro. La rareza del asunto es que en plena inconsciencia no se me cayó la máscara. Y no es rareza del todo, eso sí. La capucha tiene alambre metálico cocido en las esquinas, dándole peso para que no se eche para atrás en movimiento. Incluso puedes enredar tu cabello en la tela, así, de dicho modo, se adherir&aacu
El agua cristalina acaricia mis pies como si me trasmitiera tranquilidad. La corriente del río es suave, con un vaivén hipnótico.Me he sentado a orillas del caudal, sobre una roca mohosa, alta, que me deja ver el sendero que me lleva a casa, pero no tengo ganas ni fuerzas de levantarme de aquí. Mamá siempre fue dulce, le encantaba salir con nosotros para mostrarnos su jardín con centenares de flores; las dalias azules eran mis favoritas, siempre, con esmero, agarraba las tijeras de podar y cortaba el talo de una con mimo. Y esa flor adornaba mi habitación durante meses. En cambio, mi mellizo, siempre solía acariciar los tulipanes y siempre le oía comparar la belleza de estos con nuestra progenitora. Mientras tanto, papá mantenía con una sonrisa en la cocina, pensativo, pues el extenso menú en su cabeza lo ponía dudar sobre qué preparar. Y siempre, a lo último, se decantab
—No dejes que ningún vampiro hinque los dientes en ti —murmura la niña. Sigue embelesada con su labor en hacerme una trenza—. Si sucede eso, yo desapareceré y no podremos unirnos como se debe. Ruedo en el suelo, agitada y dolorida.Las ramas se incrustan en la carne de mis brazos, no tengo oportunidad de exclamar de dolor, pues ese monstruo vuelve a intentar conectar su pie con mi costado herido. He hecho lo posible para que no agrave la herida que está en proceso de cerrarse.Es muy rápido y ágil. Con suerte puedo ver sus movimientos.—Venga, no te resistas más —masculla irritado—. No quiero llevarte peor de lo que estás.Me levanto con dificultad. Las rodillas me escuecen al igual que las palmas de las manos. Con ese mismo ardor, alcanzo la espada. No quiero perderla y atacar con ella es una estupidez; sabe cómo esquivarl