—¡Estás suspendida por una semana por esa estupidez!
Cabizbaja, recibo ese grito con toda la vergüenza del mundo.
—Te vas a casa y con pena, le dirás a tu padre tu suspensión, ¡para que así te entrene hasta que tus huesos se pulvericen! —continúa.
—Sí, señor —musito.
—Y cuando vuelvas, espero que tengas la misma cordura que ayer. ¿Entendido? —Asiento—. ¡¿Entendido?!
—¡Sí, señor!
—Bien, largo de mi vista.
El estrépito de su asiento siendo arrastrado no es lo suficiente como para que levante la mirada de nuevo.
Me dirijo con pasos pesados a la sala donde se hallan los demás, a la espera de encontrarme. Ingreso en ella, y el silencio retoma fuerzas. Agarro mi mochila del colchón, al igual que la espada en su estuche, apretada en tela negra. Bird me ve con ojos tristes. Le doy una sonrisa para que se alegre un poquito.
—Es solo una semana, volveré.
Mueve su pequeña cabeza en afirmación. Le revuelvo el cabello y no dudo en reunirme de nuevo con el pasillo que tiene alguien más en él.
—Tiger… —Mi sonrisa muere. Me ignora.
No se mueve, mantiene con los ojos en el mármol. Su hombro tropieza con el mío al seguir de largo. Y con el orgullo en alto, me hago la ignorante al seguir con mi marcha, a pesar que mi pecho se estruja con el dolor.
La cabaña está en penumbra. Ni el gato quiso saludarme.
Con un suspiro, dejo caer mi equipaje. Los habitantes al verme regresar me ojearon con dureza, como cuando me fui. No soy bienvenida.
Los muebles siguen en el mismo lugar, todo sigue igual. Es una cabaña pequeña, de un solo piso con dos habitaciones minúsculas. La que es un poco más grande, es mía, pues mi padre siempre se conformó con la otra.
Mi padre.
Los ojos se me llenan de lágrimas. ¿Por qué lo buscan?, ¿qué me oculta?
Cojeo hasta el sofá. Me derribo en él. Mi pantorrilla vendada no le hace gracia al dolor y coraje emocional. Necesito respuestas.
Papá era un integrante de la Bundeswehr; era el integrante más capacitado entre los suyos. Y todo lo que aprendió allí, me lo reflejó. Es sorprendente que haya dado un salto monumental, de militar a comerciante. Ni siquiera se interesó en la Guardia, pero sí me enseñó estrategias militares que hoy en día hago funcionar.
El sonido de la puerta no me hace mella. Lo oigo poner su maleta en la mesa y luego una exaltación al verme. Estiro los labios en una sonrisa a medias.
—Papá…
Enarca las cejas.
—¿Por qué estás aquí?
—Descanso —miento descaradamente.
Vuelve a enarcar sus rojizas cejas.
—Fui suspendida, cometí un error.
Deja caer su pecho a la vez que extiende sus brazos. Salto. Me recibe con un fuerte abrazo mientras hunde su nariz en mi cabello.
—Cualquiera comete errores —aclara con suavidad.
—No como el que yo cometí, dejé ir a un chupasangre. —Mi voz sale distorsionada, pues estoy tan apretada en su pecho.
Inhalo su aroma, tan familiar. Me hace sentir pequeña de nuevo e incluso me hace recordar los momentos de mi niñez en donde él siempre me recibía con los brazos abiertos luego de salir del estudio. No obstante, me siento traicionada de aquellos secretos que aún no me ha revelado.
—Mi niña, tienes que esforzarte para ser mejor y no cometer más errores. —Se aleja con sus manos sobre mis hombros. Analiza mi rostro y busca imperfecciones.
—Lo intentaré, padre.
Me alejo y el corazón se me vuelve más pequeño con esa acción.
—¿Deseas algo de comer?
Niego.
—No tengo apetito, solo deseo dormir un poco. Hace mucho que no duermo como se debe.
—Menos mal tu habitación se encuentra limpia y en buenas condiciones —ríe.
Doy unos pasos a su dirección, pero me detengo, y la mirada que le doy hace que él deje de sonreír.
—Mañana hablaremos sobre algo muy importante —le informo y, por fin, busco el colchón que tanto me llama.
El amanecer me es un golpe certero en la frente. El dolor me incomoda, supongo que es por haberme sumido demasiado en el sueño. El cantar de las aves me reconforta, tanto así, que no dudo en estirarme con felicidad, evadiendo la charla que tendré dentro de unos minutos.
Me visto con lentitud, con la mente en blanco y el pecho desbocado.
La sala se encuentra en un silencio total y el gato —que no me recibió como era debido—, tampoco se inmuta de mí. Más no me detengo para pasar los dedos por su pelaje suave.
Vuelvo a sentarme en el sofá, tan cómodo. Esto no se compara con mi cama en la Guardia. Me recuerdo, exhalo un suspiro de tranquilidad y espero. Padre no tardará en salir de su habitación. Es muy temprano. No obstante, mi cuerpo se acostumbró a madrugar gracias a los exasperantes entrenamientos que tenía.
—¿Y bien? —inquiere al salir de su habitación. No soy capaz de mirarlo—, ¿qué sucede?
—Siéntate.
Lo hace, extrañado.
—¿Hay algo que me ocultes?
Su entrecejo se arruga.
—No, ¿por qué?
Aprieto los labios y las lágrimas vuelven a picar tras los párpados.
—No me mientas, por favor. —Respiro hondo—. Fui suspendida porque dejé a un enemigo escapar, ¿sabes por qué con exactitud? Porque me entró el vómito, tanta fue la impresión de saber que soy una bestia, porque asesiné uno de los suyos a sangre fría con fuerza sobrehumana.
—A veces el miedo nos otorga habilidades sorprendentes.
—No, padre. Me puse así por ti.
Su rigidez da mucho qué decir.
—¿Por mí?
—Ellos te buscaban, Mikael Löwe.
Se pone pálido. Mis sospechas son resueltas. Suelto un sollozo, oculto mi rostro en mis palmas y tiemblo mientras la amargura es disuelta en ese líquido salado.
Siento que me asfixio, no hallo nada más que esas ganas inconfundibles de lanzarme a un vacío. Me siento traicionada. Y a manos de mi propio padre… ¿qué peor traición puede ser esa?
—Dímelas —ordeno con la garganta apretada.
—No creo que te gusten.
—¡Dímelas!
Cierra sus preciosos ojos y deja caer la cara entre sus rodillas, más lastimado que yo no puede estar. Espero, espero y espero, más no recibo nada a cambio. Inhala una gran cantidad de aire, exasperado. Lo veo, siento que desea huir con la cola entre las patas.
Entonces sus pupilas se conectan con la mía, despega sus labios y empieza:
—Hace dieciocho años conocí a una bella mujer, tanto, que suspiraba por ella. Lo malo, es que ella no era normal, atravesaba ese término con facilidad. Era lo que tú matas hoy.
—¿Era…?
Ignora mi cuestionamiento.
—Una vampira, una reina, la reina verdadera. —Me contempla en búsqueda de alguna reacción extraña—. Y su destinado, su amor, un humano que los cazaba en ese entonces. Tuvo sus hijos, dos lindos retoños con el cabello del color de una manzana y con sus ojos, como un diamante recién hallado. Cuando sucedió la catástrofe, fueron a por ella y a por sus hijos, pero solo pudieron llevarse al niño, al mayor, porque la niña y el padre alcanzaron a escapar. Desde entonces me buscan, porque a través de mí te encontrarán. No sé por qué me buscan tanto ni por qué están tan interesados en ti. Aquí estás a salvo, más si eres una guardiana, créeme.
Me levanto, aturdida.
No sé qué decir ni qué pensar.
—Mi niña…
Grito. Mediante ese grito expulso todo el dolor. La mujer que tanto apreciaba acabó siendo una reina, importante para los suyos. Por su culpa se llevaron también a mi hermano. Proceso sus palabras, esa historia y algo no me cuadra. Sé que ese algo me lo oculta con plena facilidad. No tengo fuerzas para pedirle que desembuche ese secreto, no quiero saber algo que me dará un dolor irreversible.
Doy vueltas como para calmarme.
Mi hermano, mi madre, mis amigos… todos aquellos que estuvieron ese día presentes, quizás estén muertos y al parecer sí, porque habló en pasado o tal vez para engatusarme… no lo sé. Lo ojeo, sus ojos irritados no me demuestran, ahora, el cariño que siempre percibía en sus profundidades. No aguanto estar más aquí.
Agarro mi espada que se encontraba apoyada cerca del marco de la puerta y sin dudarlo, abro la madera. Él no me detiene y se lo agradezco.
Necesito pensar a solas.
Golpeo el tronco con los puños; siento la piel de los nudillos desprenderse, al igual que la sangre gotear hasta el césped. Este dolor físico calmará el hambriento dolor emocional. Me siento embaucada, traicionada y en tan pocos días. No tenía dudas de los otros secretos que papá me ocultaba, mas no esperaba que uno de ellos fuese tan grande; una información que debí obtener en el momento que me fui de casa, por el simple hecho de sentirme un poco más segura o al tanto de lo que puede sucederme. ¿Y ahora cómo me sentiré cuando retome mi posición? Estresada, nerviosa, eso es muy seguro. No solo eso, estaré aturdida, desconfiando hasta de las palomas. Reviso mis manos, están hechas un asco. Necesitaré un buen analgésico, desinfectante, pomada y vendas. Suelto una carcajada. Ni siquiera tenemos la regeneración de esos apestosos. ¿Apestosos? ¿Cómo puedo pensar eso tan a la ligera? Mi madre pertenece o perteneció a ese linaje, y si desprecio a su raza, la desprec
Permanece callado mientras argumento sobre todo lo que hallo en mi mente y le sea de utilidad. Le advierto casi todo lo que pasé en entrenamientos; los horarios: te despertabas a las tres de la mañana, si no dormías lo suficiente, valías, hasta adaptarte. El entrenamiento: diez horas de él, en donde te ganabas moretones a cada minuto. Ah, y la comida, no tan sabrosa, pues altas cantidades de avena es… aberrante.—¿No se emplean armas de fuego?Sacudo la cabeza.—No, sería mucho ruido. Solemos utilizar silenciosas. Como mi espada, por ejemplo.Sonríe, tímido.—Es una katana —aclara.—Espada es su nombre —mascullo—, en fin, también cuchillas, navajas, arcos, entre otros. Estamos chapados a la antigua.—Ya veo.—Para ser del sureste, estás muy sumido en la ignorancia —añado con burl
La niña me acaricia el cabello, consolándome.Estoy sentada con las rodillas a la altura de mi pecho y el rostro en el vértice de estas, echa un desastre. La blancura del entorno no me da pánico, si no tranquilidad extenuante.Se inclina para buscar mi rostro. Sus ojos, tan iguales a los míos, me sonríen.—Conecto momentos para hallar respuestas —moqueo—. Y esos recuerdos difuminados poco a poco toman fuerza. ¿Acaso me han sido arrebatados?—Sí, para hacerte sentir a salvo.Sonrío, el sabor de mis lágrimas me pone peor.—Ya me lo imaginaba.Se acurruca en mi campo de visión.—Pero volverán con lentitud —aclara, suave.—Y me convertiré en algo que no me gustará —concuerdo.Encoge un hombro.—Tal vez.—¿Por qué tengo que pasar
La cena se mantiene en silencio. Nadie me cotillea algo y a través de sus facciones sé el por qué, y no solo eso, también el espacio desocupado frente mío.Con la mirada puesta en mi plato y los hombros temblorosos, contemplo toda idea que me surge.Bird ha de estar muerta, secuestrada o…—Siendo ganado.Los demás alzan sus cabezas con la comprensión en sus pupilas.El que está a mi lado me palmea la espalda.—Ella es fuerte —comenta, despacio, su compañero, Bear—. Estoy seguro que se ha resistido. En alguna parte del bosque estará y pronto los que hacen guardia hoy, la encontrarán.La sopa sale de mi cuenca al apartarme de un tirón. El silencio vuelve.—Iré de voluntaria. No me quedaré quieta.Sus dedos se envuelven en mi muñeca. Aprieta con fuerza, tanto, que me trago el
PARTE IISangre en la puertaElla se posa sobre mis muslos. Pasa sus falanges y rasca con las uñas en mi cuero cabelludo.Sus ojos, de nuevo, se funden con los míos. Sus pequeñas manos parecen dudar mientras se enredan en las hebras de mi cabello.—Ya estamos cerca.—¿Cerca de qué? —musito, curiosa.Deja de darme mimos para reposar su frente con la mía.Iris del mismo color se fusionan.—De la cruel verdad que por fin nos unirá.Despego los párpados. Mi garganta está seca, tanto que ni siquiera puedo carraspear. Intento separar mi cuerpo del colchón, más no puedo. Con los ojos como rendijas, contemplo la habitación amarillenta. Y mientras lo hago, siento un agudo dolor en mi costado.
Ellos ya se han ido, pero yo no he podido hacerlo. Me hallo sentada al lado de la cruz, acariciándola como si en ella hubiese una parte de Ivonne. Dirijo la atención al cielo. El día no está nublado, pero sí un poco suave, no sabría explicarlo bien.Aspiro. No sé cuántas horas llevo aquí. Solo sé que ya no es de mañana. La pesadumbre de saber que su cuerpo está bajo dos metros —o más— me hace sentir peor. En el momento que vi ese hombre, sentí que lo había visto en otra parte. Quizá una coincidencia…Esos iris de una gama azul extraordinaria, como cuando llueve, me hicieron volver a mi pasado, a mi niñez… No tengo entendido por qué. La incipiente barba, el cabello negro, su piel que, aunque pálida, estaba medio bronceada. Todo en él grita lo espléndido para otros, pero para mí, ya no
Ojeo la herida mediante el reflejo que me otorga el espejo. Es increíble. Ya está por cerrarse y es grande, diagonal; inicia en mi cadera y finaliza rozando un pecho. Eso tuvo que necesitar puntadas, analgésicos fuertes e incluso operación. Pero no, tan rápido cesó gracias a las brujas. Hago mis ojos rendijas, tendré que buscarlas y pedirles explicaciones.En tan solo una semana sufrí un gran desmadre: disparo en la pantorrilla, rotación agresiva de mi muñeca, corte procedente de algún cuchillo en mi costado y varios hematomas en el rostro. La rareza del asunto es que en plena inconsciencia no se me cayó la máscara. Y no es rareza del todo, eso sí. La capucha tiene alambre metálico cocido en las esquinas, dándole peso para que no se eche para atrás en movimiento. Incluso puedes enredar tu cabello en la tela, así, de dicho modo, se adherir&aacu
El agua cristalina acaricia mis pies como si me trasmitiera tranquilidad. La corriente del río es suave, con un vaivén hipnótico.Me he sentado a orillas del caudal, sobre una roca mohosa, alta, que me deja ver el sendero que me lleva a casa, pero no tengo ganas ni fuerzas de levantarme de aquí. Mamá siempre fue dulce, le encantaba salir con nosotros para mostrarnos su jardín con centenares de flores; las dalias azules eran mis favoritas, siempre, con esmero, agarraba las tijeras de podar y cortaba el talo de una con mimo. Y esa flor adornaba mi habitación durante meses. En cambio, mi mellizo, siempre solía acariciar los tulipanes y siempre le oía comparar la belleza de estos con nuestra progenitora. Mientras tanto, papá mantenía con una sonrisa en la cocina, pensativo, pues el extenso menú en su cabeza lo ponía dudar sobre qué preparar. Y siempre, a lo último, se decantab