Gruño.
Lo que menos me gusta es que finjan ser como ellos. Y ahora, que su cerebro se iluminó para molestarme, el mío lo hizo de igual modo para pegarle un manotazo a quemarropa en su abdomen. Chilla, lo hace tan fuerte que me deleito lo suficiente.
—No volveré a molestarte en mi maldita vida —gime.
Me arranco la máscara al tiempo que se retuerce.
—No es para tanto, te pegué suave.
Agita su cabeza en desacuerdo. No tardo en apoyar la espalda contra el tronco y pasear los ojos por su figura.
—Me hubiese gustado que siguieras como mi compañero.
Deja caer los hombros, sin mirarme tan siquiera.
—Mi hermano es bueno, dale más oportunidades. —Alzo las cejas—. Vale, sé que le falta mucho para estar a tu altura, pero tiene ese don inigualable de percibir lo que tú o yo no podemos. Ya sabes a qué me refiero.
Bufo.
—Lo sé, Lion, demasiado. Sin embargo, no puedo hacer de maestra y compañera a la vez. Sé que se preocupa mucho de mí, gracias a que tú le metiste ideas estúpidas…
—Proteccionistas.
—Cómo sea. No necesito un guardián —alego con los párpados apretados.
—Es de tu edad, podrá comprenderte y más tarde que nunca, estará a tu altura. Créeme.
Abro un ojo, los suyos de color ámbar resplandecen y el por qué es muy obvio; se siente orgulloso de su hermano menor. Solo tienen similitudes en el cabello, nada más.
—Aunque sea Tiger no es tan inmaduro como tú —escupo con la risa atrapada en la mitad de la garganta.
—En eso sí tienes mucha razón.
Comprimo la mandíbula y desvío la atención a las ramas de nuevo.
—Aún sigo sin entender por qué te retiraste…
—Soy un simple humano, que eso no se te olvide. Mi hermano también lo es, pero encontró su deber como guardián, y yo quise darle la oportunidad.
—Dime la verdad. —Lo encaro.
Ingiere saliva.
—Porque no quiero perder mi vida tan rápido, Red… soy envidioso, demasiado orgulloso. No me veía contigo estando a punto de dar un paso a la muerte. Me veía con hijos como mi hermana, con una pareja que me soporte y siendo un estúpido leñador con tal de seguir respirando.
—Ah, con que es eso. Sí eres un completo cobarde.
—Lo soy, y no estoy orgulloso de serlo. Tengo muchas cosas por delante. Y tengo entendido que mi hermano siempre soñó con prestar su juventud a esta causa. No como yo, que ingresé para hacerme el valiente.
—Entiendo —susurro, porque es lo único que puedo decir.
—Solo… protégelo, da tu espalda por la suya como él lo hace por la tuya —ruega en voz baja.
—Tienes mi palabra. Si es necesario arriesgarme por él, lo haré. De eso no tengas dudas.
Asiente, pero aún su interés se halla en la nada. Golpeo su hombro y casi lo obligo a que apoye su frente en el mío.
—También tengo el conocimiento pleno que eres feliz, que ya tienes una mujer que babea por tus huesos y que auxilias a tu familia lo suficiente. No creo que el hecho que te hayas ido sea cobardía, como afirmé hace poco. Más bien valentía, porque tus padres ya no están jóvenes, y mientras tú no estabas, hacían magia por coexistir. Eres valiente por dejar tu sueño, porque sé que lo fue, por volver a tu casa y buscar el ideal que tanto te enseñaron.
Ríe.
—Me conoces bien.
—Sí. En fin, cuéntame de tu nueva pretendiente.
—Ah. Es una mujer muy mona, comprensible. Me tiene mal…
Lo oigo, pero mi mente está en otro lado. Ah, lo extrañaré demasiado.
Allí está él, de brazos cruzados con la vista en el suelo. Me acerco con suavidad hasta rozar su brazo con el mío. No digo nada, espero a que comience con su sermón.
—Llegas temprano.
Arrugo las cejas. ¿No dirá más?
—Intuí que me necesitabas —ironizo.
Me ve con el semblante exánime. Trago.
—No soy yo quién te necesita.
Maldigo en voz baja.
—Bien. Vamos —refunfuño.
El general está en su escritorio. Revisa papales y parece no notarnos, pero lo hace, porque su boca se frunce de tanto en tanto. Un hábito en él cuando está a punto de soltar un sermón.
—Red, Tiger —saluda con su habitual voz de mando.
—Señor. —Asentimos al mismo tiempo.
—Pensé que estarían en rondas.
—Es nuestro día de descanso —digo yo con serenidad.
No hay que demostrarle temor.
—Los vampiros no tienen descanso. —Aprieto los dientes. Ahí viene—. A cada hora, minuto y segundo, pululan por la zona de peligro, acechando, aprendiendo. Ellos también caminan bajo el sol y, al parecer, a ustedes se les olvidó ese detalle.
—Hemos hecho muchas rondas esta semana —recrimina Tiger. Agarro su mano dándole un apretón para que se calle, más me ignora—. Red no descansó lo suficiente, no pegó ojo en ningún momento y se merece una buena dormida.
El jefe enarca una ceja. M****a.
—No eres su abogado para hablar por ella. —Me echa un vistazo de superioridad.
Retrocedo las ganas de tratarlo mal.
—Se preocupa mucho por mí, señor. Creo que usted entendería mi posición y la suya, dado que usted también estuvo como nosotros día y noche dando el pellejo a esas alimañas —argumento, neutra. Sin un ápice de nerviosismo—; merecemos un descanso grande. No somos esclavos. Yo me canso, no soy inmune y Tiger aquí presente, ha podido darse cuenta que mantengo estresada con tal de mantener el orden. Bien sabe usted que mi humor varía y no le gusta verme de malgenio.
Asiente, rígido. Mientras, mi compañero mantiene con la mandíbula desencajada. No esperaba tanta impersonalidad en mí hablar con el general.
—Es entendible, Red. —Tiger retrocede al verle pararse de su cómodo sillón. No me inmuto ante ese acto. Sigo sus dedos abrochándose el impecable traje de militar—. Pero es bien sabido que tu fuerza en el campo le da refuerzos a la mente y compostura de tus compañeros…
—No soy un ejemplo a seguir.
—¿Acaso lo he afirmado? —Gruño, técnicamente lo hizo—. Ven en ti la fuerza que les falta y por ello se esfuerzan para que nosotros, los del alto mando, los tengamos en cuenta para el futuro.
—Qué contradicción, jefe.
—Red —musita mi camarada. Lo hago callar con un gesto solemne.
—Mire, mayor, hay nueve más como yo. No, diez más, gracias a la nueva. Y bien sabe que pueden ser un buen ejemplo a seguir para los que no son como nosotros. Como Tiger. —Arrastro la silla frente mía para sentarme. Esto de estar parada, enfrentándole, no es lo mío—. Yo me merezco un descanso, aunque sea, de un día.
—Y ya ese día pasó. —Vuelve a posarse en su sillón. Despego los labios—. Y te necesito esta noche haciendo guardia en la retaguardia, frente.
—¿En la zona de más peligro? —exclama Tiger, aturdido.
El viejo hombre se toquetea la barba a la vez que sonríe.
—Ella sabrá cómo defenderse allí. Tú harás guardia en el centro, en la zona media.
—Me opongo…
—¡Tiger! —Me contempla con los ojos grandes por la angustia—. Haz lo que se te ordena.
El jefe sonríe.
—Bien, alistaos.
El filo de la espada está excelente. Reviso si en mi cinturón tengo suficientes cuchillas y frascos de hierbas. Examino mi vestuario; gabardina de hombre, botas de paso ligero, guantes con los dedos al aire, blusa manga larga negra, cabello trenzado en corona, pantalones ligeros y máscara de porcelana.—Ya estoy preparada.Me giro para revisar su compostura.—Yo igual.Se prepara para salir. Sin embargo, lo detengo en el umbral.—Suerte. —Asiente sin decir más.Es una noche fría, parece como si fuese invierno en esta zona. Pensé que habría alguien más, qué equivocada estaba. Igual ya estoy acostumbrada a pasar la madrugada sola. Me detengo para acariciar la corteza de un pino caído; allá en el horizonte se atisban las luces de la ciudad; estoy a veinte kilómetros de ella, justo al frente de una carretera desalmada, ya des
—¡Estás suspendida por una semana por esa estupidez!Cabizbaja, recibo ese grito con toda la vergüenza del mundo.—Te vas a casa y con pena, le dirás a tu padre tu suspensión, ¡para que así te entrene hasta que tus huesos se pulvericen! —continúa.—Sí, señor —musito.—Y cuando vuelvas, espero que tengas la misma cordura que ayer. ¿Entendido? —Asiento—. ¡¿Entendido?!—¡Sí, señor!—Bien, largo de mi vista.El estrépito de su asiento siendo arrastrado no es lo suficiente como para que levante la mirada de nuevo.Me dirijo con pasos pesados a la sala donde se hallan los demás, a la espera de encontrarme. Ingreso en ella, y el silencio retoma fuerzas. Agarro mi mochila del colchón, al igual que la espada en su estuche, apretada en tela negra. Bird m
Golpeo el tronco con los puños; siento la piel de los nudillos desprenderse, al igual que la sangre gotear hasta el césped. Este dolor físico calmará el hambriento dolor emocional. Me siento embaucada, traicionada y en tan pocos días. No tenía dudas de los otros secretos que papá me ocultaba, mas no esperaba que uno de ellos fuese tan grande; una información que debí obtener en el momento que me fui de casa, por el simple hecho de sentirme un poco más segura o al tanto de lo que puede sucederme. ¿Y ahora cómo me sentiré cuando retome mi posición? Estresada, nerviosa, eso es muy seguro. No solo eso, estaré aturdida, desconfiando hasta de las palomas. Reviso mis manos, están hechas un asco. Necesitaré un buen analgésico, desinfectante, pomada y vendas. Suelto una carcajada. Ni siquiera tenemos la regeneración de esos apestosos. ¿Apestosos? ¿Cómo puedo pensar eso tan a la ligera? Mi madre pertenece o perteneció a ese linaje, y si desprecio a su raza, la desprec
Permanece callado mientras argumento sobre todo lo que hallo en mi mente y le sea de utilidad. Le advierto casi todo lo que pasé en entrenamientos; los horarios: te despertabas a las tres de la mañana, si no dormías lo suficiente, valías, hasta adaptarte. El entrenamiento: diez horas de él, en donde te ganabas moretones a cada minuto. Ah, y la comida, no tan sabrosa, pues altas cantidades de avena es… aberrante.—¿No se emplean armas de fuego?Sacudo la cabeza.—No, sería mucho ruido. Solemos utilizar silenciosas. Como mi espada, por ejemplo.Sonríe, tímido.—Es una katana —aclara.—Espada es su nombre —mascullo—, en fin, también cuchillas, navajas, arcos, entre otros. Estamos chapados a la antigua.—Ya veo.—Para ser del sureste, estás muy sumido en la ignorancia —añado con burl
La niña me acaricia el cabello, consolándome.Estoy sentada con las rodillas a la altura de mi pecho y el rostro en el vértice de estas, echa un desastre. La blancura del entorno no me da pánico, si no tranquilidad extenuante.Se inclina para buscar mi rostro. Sus ojos, tan iguales a los míos, me sonríen.—Conecto momentos para hallar respuestas —moqueo—. Y esos recuerdos difuminados poco a poco toman fuerza. ¿Acaso me han sido arrebatados?—Sí, para hacerte sentir a salvo.Sonrío, el sabor de mis lágrimas me pone peor.—Ya me lo imaginaba.Se acurruca en mi campo de visión.—Pero volverán con lentitud —aclara, suave.—Y me convertiré en algo que no me gustará —concuerdo.Encoge un hombro.—Tal vez.—¿Por qué tengo que pasar
La cena se mantiene en silencio. Nadie me cotillea algo y a través de sus facciones sé el por qué, y no solo eso, también el espacio desocupado frente mío.Con la mirada puesta en mi plato y los hombros temblorosos, contemplo toda idea que me surge.Bird ha de estar muerta, secuestrada o…—Siendo ganado.Los demás alzan sus cabezas con la comprensión en sus pupilas.El que está a mi lado me palmea la espalda.—Ella es fuerte —comenta, despacio, su compañero, Bear—. Estoy seguro que se ha resistido. En alguna parte del bosque estará y pronto los que hacen guardia hoy, la encontrarán.La sopa sale de mi cuenca al apartarme de un tirón. El silencio vuelve.—Iré de voluntaria. No me quedaré quieta.Sus dedos se envuelven en mi muñeca. Aprieta con fuerza, tanto, que me trago el
PARTE IISangre en la puertaElla se posa sobre mis muslos. Pasa sus falanges y rasca con las uñas en mi cuero cabelludo.Sus ojos, de nuevo, se funden con los míos. Sus pequeñas manos parecen dudar mientras se enredan en las hebras de mi cabello.—Ya estamos cerca.—¿Cerca de qué? —musito, curiosa.Deja de darme mimos para reposar su frente con la mía.Iris del mismo color se fusionan.—De la cruel verdad que por fin nos unirá.Despego los párpados. Mi garganta está seca, tanto que ni siquiera puedo carraspear. Intento separar mi cuerpo del colchón, más no puedo. Con los ojos como rendijas, contemplo la habitación amarillenta. Y mientras lo hago, siento un agudo dolor en mi costado.
Ellos ya se han ido, pero yo no he podido hacerlo. Me hallo sentada al lado de la cruz, acariciándola como si en ella hubiese una parte de Ivonne. Dirijo la atención al cielo. El día no está nublado, pero sí un poco suave, no sabría explicarlo bien.Aspiro. No sé cuántas horas llevo aquí. Solo sé que ya no es de mañana. La pesadumbre de saber que su cuerpo está bajo dos metros —o más— me hace sentir peor. En el momento que vi ese hombre, sentí que lo había visto en otra parte. Quizá una coincidencia…Esos iris de una gama azul extraordinaria, como cuando llueve, me hicieron volver a mi pasado, a mi niñez… No tengo entendido por qué. La incipiente barba, el cabello negro, su piel que, aunque pálida, estaba medio bronceada. Todo en él grita lo espléndido para otros, pero para mí, ya no