Salvada por el Mafioso
Salvada por el Mafioso
Por: Ana Ley
Capítulo 1. Deuda

Alina Fiore

El sonido chirriante del sartén ya me tiene harta, el molesto olor del humo que llena la cocina pica en mi nariz, y los murmullos de mis compañeros no hacen mas que aumentar el dolor de cabeza que sufro desde hace más de una hora. Recién comienzo mi doble turno en la cafetería donde trabajo, y ya no puedo esperar para que termine mi jornada e ir a casa a descansar.

«Y pensar que en casa me espera más trabajo» me lamento al recordar el desorden que dejé antes de venir aquí esta mañana.

Soy la cocinera encargada en esta pequeña cafetería desde hace poco más de dos años, cuando dejé la escuela de gastronomía, después de que mi madre muriera y mi padre se dejara llevar por su duelo, a tal grado de caer en los vicios.

Desde entonces, vivo con mi abuela y mi padre en un pequeño departamento en Lower East Side en Manhattan. Con mi sueldo apenas nos alcanza para pagar la renta y algunos servicios, así que, desde hace algunos meses, hago turnos dobles en la cafetería para poder solventar los gastos con mayor tranquilidad.

—¡Alina! —el grito de Lola, mi mejor amiga y compañera en el trabajo, me saca de mis pensamientos abruptamente—. ¿Ya está lista la orden para la mesa 4?

—Estoy en ello, dame un segundo —respondo cubriendo mi boca, sin poder evitar el bostezo que escapa de mí debido al cansancio.

—Amiga, ¿Hasta cuándo seguirás haciendo dobles turnos? Estás agotada, vas a enfermarte. —Señala con preocupación.

—Sabes que necesito el dinero —respondo de manera automática, como ya tantas veces se lo he recalcado—. Está por llegar el cobro de la renta, y ya tengo un mes atrasado, no creo que el dueño me espere por más tiempo.

—No entiendo por qué debes cargar tú con todos los gastos de la casa —dice con molestia el mismo reclamo de siempre—, mientras que el bueno para nada de tu padre se pasa la vida borracho como si nada más importara.

—¡Lola! —La reprendo, volteando a mi alrededor avergonzada, esperando que nadie haya escuchado la indiscreción de mi amiga, y veo con tranquilidad que nadie parece interesarse por nuestra conversación—. Sabes que mi padre solo está pasando por una etapa, es su manera de sobrevivir a su duelo.

—Odio que lo justifiques, amiga. Tú también perdiste a tu madre y ¡Mírate!, no te veo golpeando las banquetas, aferrada a una botella.

—¡Anda! Entrega la orden que el cliente está esperando —digo para cambiar de tema, pues, aunque sé bien que tiene razón, jamás abandonaría a mi padre ahora que más necesita de mí.

«Ya se dará cuenta de su error» pienso esperanzada, regresando a mi labor en la estufa, pues la noche apenas comenzaba y mi trabajo no terminará hasta dentro de cuatro horas más.

****

El frío de la noche golpea directo sobre mi rostro apenas pongo un pie fuera de la cafetería; en el calor de la cocina, siempre olvido que el invierno se encuentra en su apogeo en las transitadas calles de Nueva York.

Voy hacia la esquina donde habitualmente espero el autobús que, como todas las noches, me llevará hasta mi casa. Los pies me matan y el sueño amenaza con hacerme caer en cualquier momento sobre la acera. Quisiera vivir tan carca del trabajo como Lola, quien solo debe caminar tres calles para llegar a casa, en cambio yo, debo pasar otros veinticinco minutos en un autobús y caminar dos calles para poder llegar a descansar, solo para recorrer el mismo camino mañana cuando deba regresar de nuevo al trabajo.

Mi vida se ha convertido en un bucle del que no logro ver la salida, pero tengo el presentimiento de que algo va a cambiar pronto.

Bajo del autobús un poco más descansada y camino las calles que parecen interminables mientras más me acerco a mi domicilio, pero el grito de una mujer me alerta, obligándome a correr el resto del trayecto con temor de que se trate de mi abuela.

«Que no sea mi nonna, por favor, dios mío» suplico con temor, mientras más me acerco.

El vaho sale de mi boca con cada agitada respiración que exhalo, en lo que mis pies no dejan de moverse, hasta que llego a la propiedad. La puerta está abierta, casi ha sido arrancada de las bisagras; los muebles se encuentran rotos y atravesados por todo el suelo como si alguien hubiera estado hurgando en los cajones.

Pero, lo que más horror me causa, es ver a mi padre tendido en el suelo: su espalda yace sobre la mancha de sangre que cada vez se extiende más y más. Su rostro se encuentra irreconocible, debido a los golpes que lo desfiguraron, haciéndolo parecer un monstruo ante mis ojos.

—¡¿Qué pasó?! —pregunto a mi nonna, quien intenta, sin éxito, frenar la sangre que sigue saliendo a borbotones desde el costado de mi padre.

—Unos hombres, a quienes tu padre les debe mucho dinero, estuvieron aquí —me informa sollozando sin retirar sus manos del abdomen de su hijo—. Buscaron objetos de valor que pudieran llevarse, y como no encontraron casi nada, lo golpearon y amenazaron con volver si no les paga para el fin de mes.

­­­­­­­«Esto no puede estar pasando, ¿de dónde sacaremos para pagar a unos mafiosos, si apenas y gano lo suficiente para que podamos comer?»

—Llamaré a emergencias —digo sacando mi móvil y marcando el número—. Ya resolveremos eso después, todo va a estar bien, ¿de acuerdo? —aseguro, sin saber si esas palabras las digo para tranquilizarla a ella, o para convencerme a mí misma.

La ambulancia llega en diez largos minutos y, en cinco más, ya estamos en el hospital. A mi padre se lo llevan al quirófano, donde tratarán de salvar su vida, pues ha perdido demasiada sangre y, al parecer, la bala que aún lleva dentro ha perforado uno de sus pulmones dejándolo terriblemente herido.

Mi nona y yo aguardamos en la sala de espera, rogando a Dios para que los médicos logren salvar a mi padre y, de paso, que nos ayude a salir de toda esta situación por la que estamos pasando.

—Siempre me dio desconfianza ver a mi padre gastar tanto dinero en la bebida, aún sin trabajar —confieso a mi abuela desde donde me encuentro recostada sobre su regazo—, pero… no lo sé, creí que robaba para poder solventar sus vicios, nunca me imaginé que fuera capaz de relacionarse con ese tipo de personas solo para seguir bebiendo.

—Beber no es su único vicio, hija —murmura mi nonna con vergüenza—. Desde hace un tiempo comenzó a hacer apuestas clandestinas.

—¡¿Qué?! —pregunto alarmada levantándome de sus piernas—. ¿Por qué yo no sabía todo esto, nona?

—Perdón, hija —se disculpa sollozando, por lo que me obligo a bajar mi tono, después de todo, ella no tiene la culpa de las malas decisiones que ha tomado mi padre—. Es que tú trabajas tanto para mantenernos, siempre estás tan cansada tratando de llevar más dinero a la casa, que no quise darte más preocupaciones de las que ya tienes. ¡Soy un maldito estorbo! —Llora fuertemente partiéndome el corazón en mil pedazos.

—Claro que no eres un estorbo, nonna. —La estrecho entre mis brazos intentando consolarla—. Tú y mi padre son mi vida, y no me pesa tener que trabajar para sacarnos adelante, cuando él salga de esta fase y me ayude con los gastos de la casa, juntas abriremos nuestro propio restaurante, como siempre lo hemos soñado, ¿recuerdas? Ese sueño sigue en pie, nona, solo estamos en un mal momento, pero todo se arreglará.

—Mi niña, eres tan buena —murmura acariciando mi rostro con ternura—, y tan ingenua, cariño, tanto, que no te has dado cuenta de que tu padre ya ha perdido el rumbo. Soy su madre, y me duele, pero debo reconocer que mi hijo no cambiará.

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