Alina Fiore
El sonido chirriante del sartén ya me tiene harta, el molesto olor del humo que llena la cocina pica en mi nariz, y los murmullos de mis compañeros no hacen mas que aumentar el dolor de cabeza que sufro desde hace más de una hora. Recién comienzo mi doble turno en la cafetería donde trabajo, y ya no puedo esperar para que termine mi jornada e ir a casa a descansar.
«Y pensar que en casa me espera más trabajo» me lamento al recordar el desorden que dejé antes de venir aquí esta mañana.
Soy la cocinera encargada en esta pequeña cafetería desde hace poco más de dos años, cuando dejé la escuela de gastronomía, después de que mi madre muriera y mi padre se dejara llevar por su duelo, a tal grado de caer en los vicios.
Desde entonces, vivo con mi abuela y mi padre en un pequeño departamento en Lower East Side en Manhattan. Con mi sueldo apenas nos alcanza para pagar la renta y algunos servicios, así que, desde hace algunos meses, hago turnos dobles en la cafetería para poder solventar los gastos con mayor tranquilidad.
—¡Alina! —el grito de Lola, mi mejor amiga y compañera en el trabajo, me saca de mis pensamientos abruptamente—. ¿Ya está lista la orden para la mesa 4?
—Estoy en ello, dame un segundo —respondo cubriendo mi boca, sin poder evitar el bostezo que escapa de mí debido al cansancio.
—Amiga, ¿Hasta cuándo seguirás haciendo dobles turnos? Estás agotada, vas a enfermarte. —Señala con preocupación.
—Sabes que necesito el dinero —respondo de manera automática, como ya tantas veces se lo he recalcado—. Está por llegar el cobro de la renta, y ya tengo un mes atrasado, no creo que el dueño me espere por más tiempo.
—No entiendo por qué debes cargar tú con todos los gastos de la casa —dice con molestia el mismo reclamo de siempre—, mientras que el bueno para nada de tu padre se pasa la vida borracho como si nada más importara.
—¡Lola! —La reprendo, volteando a mi alrededor avergonzada, esperando que nadie haya escuchado la indiscreción de mi amiga, y veo con tranquilidad que nadie parece interesarse por nuestra conversación—. Sabes que mi padre solo está pasando por una etapa, es su manera de sobrevivir a su duelo.
—Odio que lo justifiques, amiga. Tú también perdiste a tu madre y ¡Mírate!, no te veo golpeando las banquetas, aferrada a una botella.
—¡Anda! Entrega la orden que el cliente está esperando —digo para cambiar de tema, pues, aunque sé bien que tiene razón, jamás abandonaría a mi padre ahora que más necesita de mí.
«Ya se dará cuenta de su error» pienso esperanzada, regresando a mi labor en la estufa, pues la noche apenas comenzaba y mi trabajo no terminará hasta dentro de cuatro horas más.
****
El frío de la noche golpea directo sobre mi rostro apenas pongo un pie fuera de la cafetería; en el calor de la cocina, siempre olvido que el invierno se encuentra en su apogeo en las transitadas calles de Nueva York.
Voy hacia la esquina donde habitualmente espero el autobús que, como todas las noches, me llevará hasta mi casa. Los pies me matan y el sueño amenaza con hacerme caer en cualquier momento sobre la acera. Quisiera vivir tan carca del trabajo como Lola, quien solo debe caminar tres calles para llegar a casa, en cambio yo, debo pasar otros veinticinco minutos en un autobús y caminar dos calles para poder llegar a descansar, solo para recorrer el mismo camino mañana cuando deba regresar de nuevo al trabajo.
Mi vida se ha convertido en un bucle del que no logro ver la salida, pero tengo el presentimiento de que algo va a cambiar pronto.
Bajo del autobús un poco más descansada y camino las calles que parecen interminables mientras más me acerco a mi domicilio, pero el grito de una mujer me alerta, obligándome a correr el resto del trayecto con temor de que se trate de mi abuela.
«Que no sea mi nonna, por favor, dios mío» suplico con temor, mientras más me acerco.
El vaho sale de mi boca con cada agitada respiración que exhalo, en lo que mis pies no dejan de moverse, hasta que llego a la propiedad. La puerta está abierta, casi ha sido arrancada de las bisagras; los muebles se encuentran rotos y atravesados por todo el suelo como si alguien hubiera estado hurgando en los cajones.
Pero, lo que más horror me causa, es ver a mi padre tendido en el suelo: su espalda yace sobre la mancha de sangre que cada vez se extiende más y más. Su rostro se encuentra irreconocible, debido a los golpes que lo desfiguraron, haciéndolo parecer un monstruo ante mis ojos.
—¡¿Qué pasó?! —pregunto a mi nonna, quien intenta, sin éxito, frenar la sangre que sigue saliendo a borbotones desde el costado de mi padre.
—Unos hombres, a quienes tu padre les debe mucho dinero, estuvieron aquí —me informa sollozando sin retirar sus manos del abdomen de su hijo—. Buscaron objetos de valor que pudieran llevarse, y como no encontraron casi nada, lo golpearon y amenazaron con volver si no les paga para el fin de mes.
«Esto no puede estar pasando, ¿de dónde sacaremos para pagar a unos mafiosos, si apenas y gano lo suficiente para que podamos comer?»
—Llamaré a emergencias —digo sacando mi móvil y marcando el número—. Ya resolveremos eso después, todo va a estar bien, ¿de acuerdo? —aseguro, sin saber si esas palabras las digo para tranquilizarla a ella, o para convencerme a mí misma.
La ambulancia llega en diez largos minutos y, en cinco más, ya estamos en el hospital. A mi padre se lo llevan al quirófano, donde tratarán de salvar su vida, pues ha perdido demasiada sangre y, al parecer, la bala que aún lleva dentro ha perforado uno de sus pulmones dejándolo terriblemente herido.
Mi nona y yo aguardamos en la sala de espera, rogando a Dios para que los médicos logren salvar a mi padre y, de paso, que nos ayude a salir de toda esta situación por la que estamos pasando.
—Siempre me dio desconfianza ver a mi padre gastar tanto dinero en la bebida, aún sin trabajar —confieso a mi abuela desde donde me encuentro recostada sobre su regazo—, pero… no lo sé, creí que robaba para poder solventar sus vicios, nunca me imaginé que fuera capaz de relacionarse con ese tipo de personas solo para seguir bebiendo.
—Beber no es su único vicio, hija —murmura mi nonna con vergüenza—. Desde hace un tiempo comenzó a hacer apuestas clandestinas.
—¡¿Qué?! —pregunto alarmada levantándome de sus piernas—. ¿Por qué yo no sabía todo esto, nona?
—Perdón, hija —se disculpa sollozando, por lo que me obligo a bajar mi tono, después de todo, ella no tiene la culpa de las malas decisiones que ha tomado mi padre—. Es que tú trabajas tanto para mantenernos, siempre estás tan cansada tratando de llevar más dinero a la casa, que no quise darte más preocupaciones de las que ya tienes. ¡Soy un maldito estorbo! —Llora fuertemente partiéndome el corazón en mil pedazos.
—Claro que no eres un estorbo, nonna. —La estrecho entre mis brazos intentando consolarla—. Tú y mi padre son mi vida, y no me pesa tener que trabajar para sacarnos adelante, cuando él salga de esta fase y me ayude con los gastos de la casa, juntas abriremos nuestro propio restaurante, como siempre lo hemos soñado, ¿recuerdas? Ese sueño sigue en pie, nona, solo estamos en un mal momento, pero todo se arreglará.
—Mi niña, eres tan buena —murmura acariciando mi rostro con ternura—, y tan ingenua, cariño, tanto, que no te has dado cuenta de que tu padre ya ha perdido el rumbo. Soy su madre, y me duele, pero debo reconocer que mi hijo no cambiará.
Alina Tres semanas más tarde, mi familia y yo salimos del hospital y subimos al taxi que nos llevará de regreso a casa. Por suerte, las heridas de mi padre no fueron tan graves como se pensaba, y después de la operación y la recuperación, hoy por fin lo llevaremos a casa. Estos últimos días he trabajado sin descanso, he duplicado turnos en la cafetería y hasta he hecho labores que no me corresponden con tal de ganar un poco más de dinero. Además, hablé con el arrendatario del departamento y conseguí una prórroga por dos meses más, todo para poder reunir el dinero que mi padre debe a esos hombres y poder deshacernos de ellos. Aún debo cuidar de su nieta durante las tardes, pero no me importa, con tal de salir de nuestros problemas de una vez por todas. —Mira papá —digo con alegría al hombre, una vez que hemos comido y descansado. Mi padre se encuentra en el sofá frente a la televisión, mientras que yo le muestro el dinero que, con tanto esfuerzo, he logrado reunir en estas últimas
Alina Fiore El hombre misterioso me observa de una manera que me cala los huesos y me hace sentir extraña, indefensa y desnuda ante su escrutinio. No puedo evitar fijarme en lo apuesto que es, sin embargo, un aura oscura lo envuelve como una sombra que parece eclipsar su personalidad; como si ocultara algo dentro de la apariencia de poder que demuestra. —¡Llévensela! —ordena a sus hombres y me sacan del lugar a trompicones. El dueño del burdel no dice más, lo que me hace darme cuenta de la autoridad que mi héroe misterioso tiene sobre él. —Muchas gracias, señor —murmuro al hombre que camina unos pasos más adelante. —No agradezcas aún —responde saliendo del edificio y subiendo a la lujosa limusina negra donde me obligan a entrar también. Me siento abrumada inmediatamente y me quedo muy quieta en mi lugar, por el temor de dañar algo. El sujeto se encuentra justo al frente de mí y aprovecho el tiempo que se mantiene entretenido en su teléfono móvil, para detallarlo sin que pueda so
Alina Fiore —Es mi última advertencia, preciosa. O aceptas el trato que amablemente te ofrezco, o regresas a vender tu lindo cuerpo al mejor postor como estuviste a punto de hacerlo. Recuerdo lo horrible y sucia que me sentí al entrar al burdel y encontrarme ante las miradas lascivas de todos los hombres ahí, y me estremezco ante la posibilidad de regresar a ese lugar. » Piénsalo —reitera—. Te doy esta noche para tomar una decisión. Intento tranquilizarme y pensar con claridad en una manera más inteligente de salir de aquí; estos hombres no se andan con juegos y seguramente no dudarán en clavarme un tiro en la cabeza si hago cualquier movimiento en falso. Finjo estar de acuerdo y cuando salimos de la oficina, trato de recordar el camino por donde llegamos. «Sala de estar, escaleras, pasillo, vuelta a la derecha, tercera puerta a la izquierda» —Chiara te llevará a una habitación de huéspedes por esta noche, si necesitas algo, pídeselo a ella. «¿Qué? ¿Se supone que pase la noche
Luka ProvenzanoRemuevo el whisky en mi vaso, reflexionando cómo es que me metí en este maldito embrollo. Mi cabeza parece querer reventarse del dolor, gracias al atrevimiento de la maldita pelirroja que fue capaz de golpearme. Si tan solo hubiese estado conmigo uno de mis guardias, la historia sería muy diferente, pues, de seguro me hubiera convertido en viudo, antes de siquiera haberme casado con la joven.«Pero qué tamaño de ovarios para atreverse a tocar al futuro líder de la mafia»Sonrío negando con mi cabeza dolorida, al pensar en la pequeña bruja de ojos castaños que tuvo el valor de desafiarme en mis propios terrenos. Hay que admitir que tiene coraje.Unos golpes en la puerta de mi oficina me sacan de mis pensamientos, y digo a Chiara que pase con el analgésico que antes le pedí. El dolor no ha disminuido en absoluto en el transcurso de las tres horas que han pasado desde que fui agredido por esa salvaje.—Señor, la chica se niega a cenar —me informa la mujer con angustia en
Alina Dos días han pasado entre los preparativos para mi supuesta boda. La prueba del vestido es en lo único en lo que se me ha involucrado, de todo lo demás se han encargado las organizadoras que Chiara contrató para agilizar el dichoso evento que se llevará a cabo hoy.Los nervios me invaden ante lo desconocido. Jamás me imaginé que el día de mi boda sería así; sin mi familia, sin Lola… sin amor.La nostalgia me hace derramar lágrimas amargas que debo ocultar rápidamente, antes de que la maquillista que trabaja en mi rostro deba volver a regañarme por arruinar su “obra de arte”, y debo fingir que mi estado se debe a la enorme felicidad que siento por el gran día en el que cambiará mi vida… para bien, o para mal… eso aún no lo sé.Miro mi aspecto frente al espejo, y debo reprimir el sollozo que amenaza con sacudirme el pecho ante mi propia imagen. Me veo hermosa, siendo sincera; qué lástima que nadie apreciará mi belleza como podrían hacerlo las personas que en verdad me quieren.«C
Alina—Espero que sigan disfrutando de la velada. Mi amada esposa y yo ya debemos retirarnos, nos urge llegar a casa, como podrán imaginarse —habla mi nuevo esposo delante de todos los invitados a nuestra boda, haciéndolos reír por su comentario de mal gusto. Su mano envuelve la mía y da un pequeño apretón, recordándome que debo actuar como una esposa enamorada; pues, de lo contrario, habrá consecuencias, así que me obligo a sonreírle y estiro mi rostro hacia él, invitándolo a besar mis labios.Luka entiende la indirecta y acepta, dejando un rápido beso sobre mi boca, para luego abrazarme con aparente ternura, provocando los suspiros de parte de la multitud que se creen por completo nuestro cuento de amor.«Es tan convincente, que incluso yo me lo creería»—Te amo, mi amor —pronuncia delante de todos.—No tanto como yo, mi cielo.—¡Vivan los novios! —Se escucha entre los presentes y la ovación se extiende por todo el salón, seguida por los aplausos, mientras Luka y yo salimos del saló
SALVADA POR LA MAFIACAPÍTULO 5. PIEZA DE AJEDREZAlinaLlego al hospital después de haber realizado hazaña tras hazaña para poder salir de la casa sin que nadie se diera cuenta y debo darme prisa si quiero que eso siga siendo así.—Buenas noches —digo a la recepcionista, rogando a dios por que no haya problema por la hora y me permita pasar a ver a mi abuela.—Buenas noches, señorita. Lo siento, pero ya no son horas de visita, puede regresar mañana temprano…—Lo entiendo, pero, estoy buscando la habitación de mi abuela, la señora María Rossi —le explico esperando que tenga un poco de compasión—. Hace unos días estuvo en cuidados intensivos debido a problemas en el corazón…—¿María Rossi? —pregunta con nerviosismo—. Por supuesto, no hay problema. —Cambia de parecer en cuanto a la hora de visita, lo que me hace pensar que mi querido esposo tiene influencias también en el hospital—. La señora Rossi se encuentra en la habitación 601, puede pasar. —concluye con una sonrisa tímida.—Muchas
LukaEl edificio de seis plantas operado por La Camorra se vislumbra entre las ruinas del territorio abandonado sobre el muelle 54 en el Hudson. Las camionetas donde viajan mis mejores hombres se acercan con sigilo al lugar, siguiendo el plan que he diseñado para llevar a cabo el rescate de Alina, esperando llegar antes de que se atrevan a dañarla, pues, de lo contrario, mi furia arderá como lo hizo troya y no habrá lugar en el mundo que pueda esconder a la arpía de Roxanne, quien me ha metido en esta situación sin medir las consecuencias.A estas alturas, ya deben de haber escuchado el sonido del helicóptero en el que aterrizo sobre la azotea de la construcción, y bajo cuando la lluvia de disparos comienza a sonar, dándome la señal que necesito para entrar en búsqueda de mi esposa.Disparo a la cerradura de la puerta externa que me da acceso al sexto piso del edificio y golpeo al hombre que se encuentra resguardando la zona, dejándolo noqueado en el piso. Lo último que deseo es matar