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Capítulo 4: La propuesta

—¿Me puedes decir quién eres? —pedí, casi sonó rogante.

Me encogí de hombros porque caí en cuenta de que no podía hacer más que escuchar lo que tenía planeado para mí, tal vez me salvaría en darme un trabajo o algo por el estilo. Debía de comportarme menos mamona y escucharlo sin insultar cada cosa que decía, sin gritarle como si él fuera el villano.

Lo hice por la molestia interna que sentí al no poder tener el control de mi propia vida. Lo vi como un blanco fácil con el cual descargarme. Fue mi error.

—Oriana, quiero ayudarte, por eso te propongo unirnos en matrimonio. ¿Quieres ser mi esposa? O bueno, sé que es muy pronto e inesperado que te pida esto, pero te daré tiempo para pensarlo, incluso si necesitas meses para conocernos —propuso.

Estaba loco, definitivamente. Lo miré incrédula por su comentario, hasta me pareció una broma.

—¿Disculpa? ¡Eres un extraño! ¿Cómo esperas que acepte? Tampoco pienso caer tan bajo solo por estar en las calles. Tengo dignidad —expresé, caminando de un lado a otro.

Me puse ansiosa de solo pensarlo. ¿Casarme, yo? Imposible. Nunca me vi viviendo con un hombre y haciendo los quehaceres del hogar como una esclava. Prefería trabajar y ganarme mis cosas.

—Sabía que dirías eso, pero, también te propongo un empleo en lo empresa como secretaria, ¿qué opinas? Sé que eres buena en eso —alegó, levantándose de la banca.

—Eso suena más aceptable... ¿Pero por qué lo harías? ¿Qué ganas con ayudarme?

—Porque quiero casarme contigo, pero obvio tú no vas a aceptar así de fácil y lo mejor será conocernos poco a poco. ¿Qué mejor manera de hacerlo si somos compañeros? —explicó, se acercó con cautela.

No dejaba de mirarme, me hacía sentir un poco incómoda. ¿Significaba que estaba enamorado de mí? No encontraba otra razón lógica.

—Y-yo... —balbuceé, ¿por qué dudé?—. No entiendo qué quieres lograr conmigo.

—Ya te dije, quiero que seas mi esposa —Tomó mis manos en un movimiento rápido que me dejó helada—. Te ofrezco un puesto como mi secretaria personal.

El contacto de sus gruesas manos entrelazadas con las mías me activó una chispa que desconocía, hacía mucho tiempo que no sentía una atracción tan fuerte por un hombre. Es que mirándolo bien, no era feo.

Su rostro estaba perfectamente equilibrado y bien formado, su barbilla era prominente, sus cejas estaban espesas de pelo lo cual lo hacía ver más atractivo. ¿Y me podía casar con semejante hombre si aceptaba?

Suspiré.

—Entonces, ¿eres CEO de varias empresas? —indagué, cabizbaja.

Ignorando el hecho del cosquilleo que me hacía sentir su simple tacto, ya parecía una estúpida jovencita sintiendo sus primera mariposas en el estómago por un desconocido, increíble.

—Sí, de varias empresas —contestó.

Lo miré sorprendida, los únicos que lograban liderar varias empresas al mismo tiempo eran los grandes, los que estaban en el ranking mundial y uno de ellos era Richard Collins.

—¿Quién eres? —pregunté, por última vez.

—Soy el mismísimo Jax Brown, me sorprende que no hayas visto mi rostro en revistas o internet, soy muy reconocido —espetó, con una postura firme e imponente.

Me dejó paralizada y sin habla. Mi boca se abrió en una ligera "o" porque jamás en mi vida hubiese imaginado el siquiera toparme con Jax Brown ¡Y mucho menos que me pidiera la mano! ¡¿Qué carajos le pasaba al mundo?! Tal vez suene muy interesada por mi parte, pero debía dejar el orgullo de lado y no rechazar la oportunidad que me estaba dando.

Jax Brown, el CEO número uno en el ranking mundial, el mejor de los mejores, el jefe de todos, literal, hasta estaba por encima de Richard y eso me serviría en el futuro... Mis ojos casi se salían de sus cuencas, no podía creerlo. Me quedé sin aliento, ahogada con mi propia saliva y tosiendo como tonta en cuanto me dijo su nombre.

—Eh... —No salían palabras.

—Oriana, te conozco más de lo que crees —refutó, si dejar de mirarme con ternura.

¿Cómo era posible?

Si todos estos años estuve trabajando para el mismo hombre, no salía a ningún otro lugar que no fuera del trabajo a mi casa, y al revés. ¿Cómo me conocía?

—No entiendo... E-es... No es posible —titubeé, viendo al suelo.

Estaba a punto de desplomarme por no entender la situación. Era una locura imaginar que el CEO más poderoso se quisiera casar conmigo, ¿cuánto tiempo llevaba interesado en mí? ¿Por qué esperó justo hasta ahora? Tenía tantas preguntas que hacerle, no las resolvería si no aceptaba irme con él.

—Te estoy dando la oportunidad de ser mi secretaria, recuperar tu trabajo, solo que en una mejor compañía que te pagará el triple de lo que hacía Richard. Con el tiempo decidirás si aceptas mi propuesta de matrimonio o no, en su momento responderé tus dudas —argumentó, tomándome del mentón y obligándome a mirarlo.

Me sentí sumisa ante ese gesto, pero él no tenía malas intenciones al hacerlo, más bien sentí empatía por su expresión, una sonrisa sincera se formó en su rostro, sus cejas se hundieron como si de verdad estuviera preocupado en mi bienestar.

Quería conocerlo y saber por qué me conocía, la verdad detrás de todo, sus verdaderas intenciones conmigo.

—De acuerdo, acepto el trabajo porque no tengo otra opción, es eso o vivir en la calle —repliqué, siendo hipnotizada por sus claros ojos verdes que se veían dilatados por la noche.

—Perfecto, me alegra que hayas tomado la decisión correcta —comentó, separándose de mí.

—¿Al menos puedo hacerte varias preguntas? —cuestioné.

—Claro, pero no prometo responder todas tus dudas, hay cosas que es mejor guardar para después —Me dio un leve golpecito en la nariz a forma de juego, me pareció infantil—. Ven, vamos al auto.

Lo seguí sin reprochar. Caminé detrás de sus amplios hombros que me obstruían la visión de lo que había al frente. Llegamos al estacionamiento que quedaba detrás del bar, en donde visualicé a una pareja besándose y mucho más, se manoseaban encima de un bote de basura como si fuera lo más romántico y excitante del mundo.

Jax me guió hasta llegar a un vehículo completamente negro y que tenía ligeros brillos gracias a lo pulcro que estaba. Fue todo un caballero al abrirme la puerta del copiloto, le agradecí sin mucha importancia, aunque debía admitir que ese gesto me aceleró el corazón, pensé que al ser un tipo que lo tenía todo a sus pies no tendría ni una pizca de amabilidad.

Esperé a que subiera y sin más preámbulo lo encendió. Emprendimos rumbo a quién sabe dónde. Me arriesgué a que me hiciera picadillos y me echara en un río cercano sin que nadie nunca me encontrara, pero a esas alturas ya lo creía imposible, mi imaginación no tenía límites.

—¿Nos hemos conocido antes? —pregunté.

—No.

—¿Entonces por qué sabes todo sobre mí? —seguí, cruzada de brazos.

—Investigué.

—¿Por qué?

—Porque sí.

—Tus respuestas básicas no me sirven de mucho, ¿sabes? —mascullé, en un gruñido.

No me ayudaba en nada.

—Lo sé, tampoco te dije que te iba a aclarar absolutamente todo en bandeja de plata —rió divertido.

—Eres un imbécil.

—Me lo dicen a menudo —alegó, con la vista fija en la carretera.

—¿Estás enamorado de mí? —solté, mirándolo.

Hasta de perfil se veía guapísimo, su rostro estaba bien contorneado como si de un modelo se tratase, al igual que su respingada nariz que tenía el tamaño adecuado. Sus labios no se quedaban atrás, lo carnosos que se veían me dejaban embelesada.

—Sí.

Quedé estupefacta, no me esperaba una respuesta positiva por su parte. Yo era una completa desconocida para él, o al menos eso creía...

—¿Estás demente? ¿Cómo puedes enamorarte de una mujer sin siquiera conocerla? —espeté, cada vez más asombrada.

—Se llama amor a primera vista, me sorprende que no creas en el siendo tú una mujer. A parte, tienes una belleza increíble, ya poco a poco te iré conociendo —respondió como si nada.

Su voz era cálida, estaba decidido en lo que decía, eso era lo que más me asustaba.

—¿O sea que te gusto por mi físico? —pregunté, ofendida.

—Oriana, deja de hacerme ver como el villano de tu historia porque no lo soy, te estoy salvado el culo y todavía dudas de mí —masculló, se le había acabado la paciencia conmigo.

—Vale, vale, disculpa... Es que no me cabe en la cabeza que el mismísimo Jax Brown quiera casarse conmigo —expliqué, apoyada de la ventana.

—Siéntete afortunada y aprovecha esta oportunidad, yo no ando por ahí buscando una mujer cualquiera para algo serio como el matrimonio —alegó, con la mano en el volante.

—¿Desde cuándo me conoces? —indagué.

—Haces muchas preguntas, Oriana, creo que te verías un poco más bonita estando calladita, al menos hasta que lleguemos y no tenga que estar concentrado en no chocar.

Gruñí cruzándome de brazos. Era un patán, yo tenía muchísimas dudas sobre el futuro que me esperaba, ¿estaba mal preocuparme por mí misma? Aun así, le hice caso y no hablé en el resto del trayecto para no molestarlo.

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