Visualicé el amplio terreno que estaba frente a nosotros en cuando el auto se detuvo. Mis ojos se abrieron por la enorme construcción que veía, era una jodida mansión, las paredes brillaban con la luz de la luna y la modernidad de cada zona me deslumbraba.
Pensé que Jax me llevaría directo a la empresa, o un departamento, pero al parecer esa era su casa, su hogar. En la puerta principal se encontraban dos hombre bien vestidos, con trajes formales y lentes de sol, me recordaban a los trabajadores de Richard que me echaron del departamento.
Caminé junto a él, separada por unos pocos centímetros, me daba miedo poder perderme entre tanto lujo.
—Ella es Oriana, se quedará en esta casa, puede salir y entrar como desee, no quiero que le prohíban el paso ¿De acuerdo? —ordenó Jax.
—Sí, jefe —dijeron los dos hombre al unísono, haciendo una reverencia.
Abrieron la gran puerta de madera, provocando que un sonido peculiar invadiera mis oídos. Seguí el paso de Jax, detallando cada zona del lugar como si fuera una niña curiosa, asombrada por la alfombra de mimbre en el centro. Habían cuadros antiguos de personas que desconocía, posiblemente eran familiares, antepasados. Las mesitas tenían encima floreros de vidrio, las lámparas eran de un cristal tan fino que el más mínimo toque lo rompería.
También llamó mi atención la enorme escalera central que tenía encima una larga alfombra roja desde el inicio hasta el final.
Una mujer de aproximadamente cuarenta años atravesó el umbral que no tenía puerta, a nuestro lado izquierdo. Su cabello negro estaba atado en una cebolla y traía puesto un uniforme típico de sirvientas con delantal.
—Señor Jax, bienvenido de nuevo —Hizo una reverencia.
—Teresa, ya te he dicho que no me digas señor, aún no estoy casado —bromeó el hombre—. ¿Pueden preparar la habitación de huéspedes? Tenemos una nueva inquilina —añadió.
La mujer se llevó ambas manos a la boca por la sorpresa, como si no creyera el hecho de que Jax tuviera una invitada.
—¿Es quien creo que es? —le murmuró la pelinegra con picardía, pero logré escucharla.
Jax se limitó a asentir y yo estaba más confundida que antes. ¿O sea que todo el mundo me conocía de la noche a la mañana? Le lancé una mirada de incredulidad al hombre que estaba parado a mi lado, me crucé de brazos porque básicamente no me había dado ninguna respuesta coherente sobre el por qué quería casarse conmigo.
—¿Hay algo que tengo que saber? —interrogué, más que todo hablándole a la mujer.
—Oh, no, querida... —No terminó de hablar cuando Jax la interrumpió.
—Acompáñame al comedor, debes tener muchísima hambre si lo único que has comido hoy ha sido el pan que te compré —indicó, con una sonrisa maliciosa.
Se estaba burlando de mí, eso era obvio. Lo peor es que mi estómago hizo el sonido que no quería que hiciera en cuanto escuchó la palabra: comer. Me quedé avergonzada y con las mejillas rojas, seguramente. Hasta mi propio cuerpo me traicionaba.
—Tendré la habitación lista para cuando terminen de cenar —Teresa nos guiñó el ojo.
Se marchó con una alegría en su andar mientras tarareaba una canción que no conocía. Jax hizo un ademán con su mano para que atravesara el umbral que nos llevaría al comedor. Detallé una gran mesa en donde cabían diez personas, encima tenía tres candelabros y un mantel estampado de frutas. Era un espacio mucho más pequeño en comparación con la entrada.
También habían cuadros, pero de paisajes pintados con acuarela.
Jax sacó una de las sillas, ofreciéndome el asiento como todo un caballero, justo como lo hizo anteriormente en el auto. Me senté, acomodando mi pantalón y apoyando ambas manos encima de la mesa.
—No sabía que eras un príncipe, te imaginaba más como el lobo feroz —dije con sarcasmo.
Él tomó asiento frente a mí para poder mirarme a los ojos sin problemas, cosa que alteraba los latidos de mi corazón.
—Puedo ser un lobo feroz cuando quieras, princesa —Me guiñó un ojo y una sonrisa pícara se formó en sus labios.
Mis mejillas ardieron porque había malpensado sus palabras, es que era obvio que lo decía con otras intenciones. Tragué saliva, sintiendo mi respiración ahogada por los nervios, pero mantuve la compostura para no parecer una fácil ni mucho menos cobarde.
—Deja de insinuar tonterías que no vienen al caso —bufé, apoyando mi cabeza sobre mi puño.
—Solo estaba bromeando, deberías tomarte las cosas con un poco de humor y no estar seria todo el rato —alegó, sin dejar de mirarme.
—Pues tú quieres casarte conmigo, ¿no? Tendrás que soportarme como soy —respondí, rodando los ojos.
—¿Habladora, terca y preguntona? No suena tan mal si lo piensas —murmuró, con la mano en el mentón.
—¿Eso es lo que crees de mí? —cuestioné, haciéndome la ofendida.
—No lo creo, estoy seguro. Pero de cierta manera te hace ver atractiva, sobre todo la cara de culo que no te la quita nadie —dijo en tono burlón.
Sentí que mis mejillas se inflaron por el insulto, pero me contuve las ganas de gritarle e irme de ahí porque sabía que no tenía ningún otro lugar a donde ir, a parte de que Jax no me había hecho nada malo, fácilmente podía utilizar su fuerza y obligarme a hacer muchas cosas sin mi consentimiento, pero no lo hizo.
Eso le dio puntos conmigo, aunque fuera un completo imbécil con un sentido del humor catastrófico.
—Como si tú fueras perfecto —mascullé, cruzada de brazos.
—¿Por qué piensas que no lo soy? —inquirió, alzando una ceja.
—Traerte a vivir contigo a una mujer de la calle y querer casarte con ella, me parece tonto porque no soy la única que andaba en una situación difícil, hay muchas mujeres que están ahorita sin comer mientras nosotros estamos sentados en una jodida mesa brillante y esperando la cena —solté, entre dientes.
¿Por qué me enojaba la oportunidad que me estaba dando? Ni yo misma me entendía a veces. Supongo que solo me sacaba de mis casillas el pelinegro ese.
—Pero te elegí a ti, ¿por qué no estás más agradecida?
Lo miré fulminante, iba a protestar, pero otra señora con el mismo uniforme que tenía Teresa apareció para interrumpir el momento. Se acercó a Jax, haciendo una reverencia, ni me di cuenta en qué momento él la había llamado.
—Lo mismo de siempre —ordenó el hombre.
La mujer asintió y se marchó, ni siquiera sabía qué era lo mismo de siempre, no me preguntó a qué cosas era alérgica ni nada por el estilo.
—¿Qué va a traer? Porque te informo que soy alérgica al maní —aclaré.
—Lo sé, no te preocupes. También investigué eso.
—¡No lo digas como si me conocieras de toda la vida! —exclamé, golpeando la mesa.
Me llenaba de coraje y frustración no saber si en el pasado me topé con ese tipo y nos llegamos a conocer, aunque haya sido de niños, no lo recordaba y eso era lo que más me molestaba, no entender por qué él sabía todo de mí, y yo no sabía nada de él...
—Oriana, cálmate, estás muy alterada, lo mejor será hablar después de comer ¿No crees? —pidió, con los ojos brillosos.
No sabía qué poder tenía la voz de ese hombre que me obligaba en hacerle caso, tal vez porque lo hacía con la mejor intención, en cambio yo andaba quejándome por todo.
Es que vamos, mi vida había cambiado de la noche a la mañana, tenía que procesarlo todavía.
La sirvienta llegó con una bandeja en sus manos, mi vista se fijó en ella porque si lo pensaba bien, lo único que comí en el día fue un trozo de pan con tal de guardar el resto... Me quedé boquiabierta y casi babeando al ver el pollo cocido ser servido en la mesa, un plato para mí y uno para él, venía acompañado de ensalada, al igual que unos cuencos con arroz.
Se me hacía agua la boca con tan solo oler el buen aroma que desprendía la comida caliente, el humo también era visible a simple vista. La mujer nos deseó un buen provecho y sin esperar nada a cambio se marchó.
—Puedes disfrutar de la comida, me imagino que estuviste muy preocupada por lo que ibas a comer esta semana. Ya no tienes que mortificarte, aquí comerás bien —acató el pelinegro, mirándome mientras sostenía sus manos sobre la mesa.
Caí en la tentación del delicioso olor impregnante que invadió mis fosas nasales. Tomé los cubiertos con la intención de hacer caso a sus palabras y empezar a comer. Llevé el primer bocado, sintiendo un extasis tremendo invadir mi paladar, solté hasta un leve gemido por accidente.
Carraspeé en cuanto vi que él no apartaba su vista de mí, con una sonrisa divertida y espectante, no tocó su plato, solo me contemplaba.
—¿No vas a comer? ¿O no puedes resistirte ante mí? —inquirí, juguetona.
—Pensé que me odiabas, no te creí capaz de intentar coquetearme —bromeó, tomando los cubiertos en sus manos.
—No te estoy coqueteando.
—Yo lo vi como coqueteo.
—Pero no lo fue.
—¿Y si yo te digo algo mejor? Que estás guapísima aun con el trozo de lechuga que reposa en tu mejilla, te hace ver sexy —proclamó, en un tono pícaro.
Mis mejillas ardieron de inmediato. Quise protestar, pero lo único que salió de mi boca fue un gruñido impotente por no saber con qué carajos contradecirle. Él me sonrió, victorioso de haber ganado la discusión.
Imbécil.
Teresa se encontraba conmigo en la que sería mi nueva habitación. Me estaba mostrando cada rincón del lugar, aunque no era tan grande como pensaba. Un espacio cuadrado, donde cabía la cama matrimonial, un armario enorme y una puerta extra que llevaba al baño.Caminé por el lugar, tocando con la palma de mis manos las plantas que estaban encima de la mesita de noche al lado de la cama, se veía llena de vida, por más que no le pegara el sol como tal. La señora se giró en mi dirección, me regaló una sincera sonrisa de ojos cerrados, mientras sus manos reposaban arriba de su delantal.—Si necesitas algo, no dudes en llamarme, querida —mencionó.—¿Puedes responderme algunas preguntas? Es que ese Jax no sabe hacerlo —bufé, con la mano en la cintura.—Por supuesto, estoy abierta a lo que desees saber, aunque no prometo saberlo todo —respondió, haciendo una reverencia.—No hace falta que seas formal conmigo... Es un poco extraño porque eres mayor que yo ¿No? —comenté.—¿Acaso me veo vieja? Qu
La alarma de mi celular no sonó a tiempo y estaba como loca preparando la bañera para tomar un baño antes de irme. Jax quedó en esperarme para que me fuera con él al edificio donde quedaba su oficina principal.Eran las siete y media de la mañana, yo no había ni desayunado. Me miré en el espejo del baño y mi cabello estaba hecho un desastre, también tenía un poco de baba en mi mejilla.Solté una larga bocanada de aire porque me hice la importante la noche anterior hablando con Jax, diciéndole que no se preocupara porque haría excelente mi trabajo.Iba a llegar tarde.Hasta él iba a llegar tarde por mi culpa.Tomé el baño más rápido de mi vida, de inmediato me coloqué el uniforme que el hombre me había preparado. Era lo único que había en el armario... Miré las prendas con algo de desconfianza.Me las coloqué sin dudar más, luego procedí a volver a verme en el espejo para comprobar que no estuviera mostrando mucho. Consistía en una falda de tubo, pero mucho más corta que las que usaba
Ya habíamos llegado a la que era su oficina. El ambiente era moderno, había un escritorio de vidrio con dos sillas negras de cuero, una que sería la de él, y otra para la persona que se reuniera. En una esquina también tenía un sofá largo, donde cabían como cuatro personas, al lado de este se ubicaba una estantería con muchos libros. Y por supuesto, no podían faltar las plantas que adornaban cada rincón del lugar. Por no olvidar la computadora que estaba encima del escritorio. —Tu primera tarea será prepararnos café —indicó, quitándose el saco que cargaba encima. Dejó a la vista la camisa mangas largas blanca que tenía debajo de ese traje negro. También aprovechó de quitarse el apretón a la corbata, yo lo miraba hipnotizada porque el musculo de sus brazos se resaltaba más. —Por supuesto... Pero él pareció darse cuenta de que lo estaba mirando. Me regaló una sonrisa de lado, llena de orgullo y diversión. —¿Te gusta lo que ves, Oriana? Porque puedo quitarme la camisa mientras traba
—Jax, ya puedes soltarme —pedí, casi en un susurro por el roce entre nuestras narices.Pero mi voz en vez de salir demandante, salió casi nula y deseosa de ir más allá. Él formó una curva en sus labios, de forma victoriosa porque sabía las emociones que me estaba haciendo sentir.Si mis manos empezaron a temblar de repente por los nervios de tener a un hombre como él a centímetros de mi rostro. Por más que intentaba negar aquel hecho y retomar la compostura de siempre, no lo lograba. Su atractivo era más fuerte que mi voluntad, estaba por dejarme llevar ante los impulsos y la tentación que me generaba el contacto de nuestros cuerpos pegados.—Veo que no te puedes resistir ante mí, pequeña, tu voz sale casi en un hilo —susurró, en un tono sexy que me heló la sangre.—Jax... Detente.Intenté empujarlo en vano porque mis manos perdieron fuerza al sentir el choque eléctrico que me causó su respiración cerca de mi boca.—¿Estás segura que quieres que me detenga? Porque tu cuerpo y ojos me
Rodé los ojos porque era típico que Jax sacara una frase para ligar en la mayoría de conversaciones que intercambiaba conmigo. Me sorprendió la velocidad con la que la mesera trajo nuestro pedido, no pasaron más de cinco minutos y ya estaba de nuevo frente a nosotros. Tenía su linda sonrisa y la bandeja en ambas manos. Con suma delicadeza colocó cada plato en el extremo correcto de la mesa, uno para Jax, uno para mí. Sin olvidar las tazas de café que pedimos. —Muchas gracias —habló el pelinegro, mirándola con una sonrisa que me hizo chocar los dientes. —A su orden, señor. Que disfruten la comida —Hizo una reverencia antes de marcharse. —¿No que yo era la mujer más hermosa de tu mundo? Porque veo que le sonreíste de la misma forma que lo haces conmigo —mascullé, arqueando una ceja de manera desafiante para provocarlo. Tenía que admitir que así como a Jax le gustaba joderme la paciencia, yo también adoraba molestarlo con mis quejas y mi habladera, porque estaba segura que se cansaba
—Pablo, ¿me puedes recordar cuáles fueron mis indicaciones para ti? —inquirió, fulminando al castaño con la mirada.Pablo llevó una mano a su pecho para apretujarlo, se notaba que le tenía un poco de miedo a Jax, o simplemente no quería ser despedido por un pequeño error. Ya que me comentó que no llevaba mucho tiempo en la empresa.Obvio yo no me planeaba quedar callada si era por ayudarlo, después de todo fui la culpable de que rompiera las reglas que le impuso Jax, y Pablo era un buen hombre que se preocupaba por su trabajo.Todavía no lo conocía del todo, pero su simple carisma me decía que necesitaba el empleo.—Eh, jefe... Verá... —El pobre estaba jugando con sus dedos, sin mirar al pelinegro a los ojos.—Yo me ofrecí en ayudarlo, Pablo se empezó a sentir mal y con mareos, no es bueno trabajar en mal estado porque lo único que conseguiría sería un trabajo cutre. ¿No cree, jefe? —intervine, mintiendo en gran parte, por supuesto.Pero mi intención era ayudar a Pablo, quien estaba t
El día tan ansioso en que vería a Richard había llegado. Me encontraba en la que era mi habitación, terminando de arreglarme con la camisa manga larga que me había conseguido Jax, de hecho, esa versión era más cubierta, no dejaba nada de mi torso ni de la piel de mis brazos a la vista, casi que me llegaba hasta el cuello, siendo sarcástica.Cualquiera pensaría que era un novio tóxico y posesivo al no dejar que su mujer se vistiera como le diera la gana. Pero, de todas formas no éramos nada más allá que colegas.Me encaminé al espejo del baño para colocarme un poco de maquillaje y regresar a mi antiguo aspecto de secretaria, en donde usaba labial rojo y un poco de base, me hacía ver profesional, atractiva. Yo no era una mujer fea, al contrario, me consideraba adecuada para hacer babear a cualquier hombre, sobre todo a los pervertidos por mis firmes y prominentes pechos redondos que a pesar de la tela que los cubría, resaltaban gracias a mi ajustado brasier.Mis caderas eran anchas, hac
Estábamos en el auto de camino al edificio principal de Jax. No pude evitar detallar al hombre de perfil, esa nariz respingada inhalaba y exhalaba el aire con una tensión tremenda, su entrecejo seguía contraído desde que salimos de la casa.Me preocupaba un poco verlo con tanto estrés acumulado, la mandíbula también la tenía tensa y conducía con una sola mano, la otra la tenía cubriendo su boca, no sabía la razón.Lo miré con los ojos hundidos.—Jax... ¿Estás bien?Vale, admito que esa fue la pregunta más estúpida que había hecho en mi vida. ¿Cómo fui capaz de semejante tontería? Después de hablar, quería que la tierra me tragara y como pude me volví diminuta en el asiento del copiloto.—Estaré mejor cuando decidas casarte conmigo y apoyarme en momentos difíciles como estos —murmuró, con la vista centrada en la vía.—No hace falta que estemos casados para apoyarte, lo haré siempre porque estoy en deuda contigo —respondí.—Pero quiero tenerte para mí, Oriana. ¿No te gustaría sentir el