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Capítulo 3: El desconocido

Estuve a punto de gritar, pero esperaba que el desconocido a mi lado hiciera algo, no lo sé, ahuyentarlos, que se quitara la capucha y resultara ser un boxeador profesional que nos salvara el culo.

Me pegué lo más que pude al espaldar de la banca, asustada y presa del miedo que me hacía sentir la simple presencia intimidante de aquellos tres. Uno de ellos, el que estaba en medio, parecía ser su líder porque fue el primero en hablar.

—Oye, enmascarado, ¿será que te puedes ir y dejarnos a solas con esta mujer? La conocemos, es la hija de un amigo y se escapó de casa, su padre está muy preocupado y le prometimos regresársela —informó, lamiendo su labio inferior.

Me dio asco en cuanto el olor de alcohol atravesó mis fosas nasales, era obvio que estaban ebrios y la historia que se inventaron no era para nada cierta, ni en un millón de años. Tal vez notaron lo joven que era, a pesar de mis veinticuatro vueltas al sol, parecía una chica de dieciocho o menos, me solía cuidar bien la piel.

El desconocido a mi lado se giró a verme, como si quisiera comprobar si era cierto lo que había comentado ese tipo. Lo miré estupefacto y negando con la cabeza como loca, ¿en serio se había creído tremenda estupidez?

Increíble.

—¿Es cierto lo que dice? —preguntó.

—Hay que ver que te falta cerebro —lo insulté, cruzada de brazos—. Pero vale, puedes irte y dejarme en sus manos, como ya te dije, no me importa morirme.

—¿Ya ves? Ella quiere venir con nosotros —dijo el del cuchillo, levantándolo en dirección al encapuchado—. Si no quieres terminar mal, mejor haz caso —ordenó, pasándole la punta justo en la mejilla.

Mi corazón empezó a latir con rapidez, el miedo que me invadía era inmenso, jamás tuve que pasar por una situación así, por mi culpa iban a matar a un extraño que solo quería ayudarme, o tal vez siempre tuvo malas intenciones, jamás lo sabría. Iba a cerrar los ojos para no presenciar la escena, no sonaba muy bonito eso de morir.

Pero qué más podía esperar si mi vida se había arruinado por completo, me quedé sin nada, ya no tenía sentido que siguiera luchando por conseguir de nuevo todo lo que perdí. De un movimiento rápido, el desconocido tomó la muñeca del tipo que lo amenazaba, alejando el cuchillo de él.

Tanta era la fuerza que el hombre empezó a quejarse del agarre, diciendo que le estaba fracturando el hueso. Hasta dejó caer el arma al suelo sin pensarlo dos veces. Mis ojos se abrieron como nunca antes, el extraño se levantó de la banca, dejándome ahí, espectando la escena que sucedía. Los lacayos del hombre solo miraban incrédulos y un poco nerviosos por lo que le hacían a su líder.

En su sangre recorría el alcohol, tal vez se tomaban todo en serio, o nada en serio. Dependía de la situación, pero era obvio que en sus caras estaba plasmada la palabra: miedo. Porque el desconocido soltó al tipo, este no dudó en sobarse la muñeca y de pronto fue agarrado por el cuello. Mi boca se abrió y ahogué mi respiración en un leve jadeo de sorpresa al ver tal hazaña.

—¿Qué te pasa? ¡Suéltalo, lo vas a matar! —exclamó un lacayo, intentando golpear al encapuchado, pero era en vano.

El desconocido que sostenía al villano del cuello, parecía haberse convertido en una jodida roca porque ni el más fuerte golpe logró hacerlo caer, por más que los amigos del borracho lloraran desamparados, queriendo rescatar a su líder de las garras de la bestia que me estaba salvando.

No podía creerlo. Noté que empezó a apretar mucho más su cuello al punto de que el rostro del hombre tomó un color morado, pidiendo ayuda con el poco aliento que le quedaba, la saliva se le salía de la boca y sus ojos casi abandonaban sus cuencas. El miedo que sentí fue descomunal, mucho más que el hecho de haber sido amenazada momentos atrás con un arma filosa.

El desconocido que me salvó por fin decidió dejar al hombre, lo soltó rápidamente logrando que cayera al suelo, sosteniendo su propio cuello y buscando el aire que le había sido arrebatado. Sus amigos corrieron en su ayuda para socorrerlo.

—Jamás en su vida se vuelvan a meter con esta mujer si no quieren que sus vidas acaben. ¿Comprenden? —ordenó el hombre, con una voz demandante.

Era como si fuese otra persona, una más despiadada y cruel, capaz de quitarle la vida a otros sin rechistar solo por mí. Mis brazos estaban temblando y ya no era por el frío, sino por lo impactante que fue haber presenciado la escena.

—¡S-sí! —titubearon los otros dos, casi entre lágrimas y cagados del miedo.

Se llevaron a su amigo casi inconsciente en los hombros, posiblemente lo llevarían a un hospital o algo parecido. Mi pecho subía y bajaba con intensidad, mi boca no se cerraba por más que lo intentara, era tanto el shock que sentí que no me di cuenta cuanto el hombre que quedó conmigo se sentó de nuevo a mi lado.

—¿Ahora sí me crees? Este lugar es peligroso, será mejor que vayas a tu casa —resopló, apoyándose en sus rodillas.

—¿P-por qué estás aquí entonces? —cuestioné, con la voz temblorosa.

Me daba un poco de miedo que pudiera hacerme daño, pero el hecho de que me salvó lo apaciguaba ligeramente. Aun así, no entendía por qué lo hizo, si ese tipo era un salvador de damiselas en peligro o qué.

—Vine a atender un asunto de negocios, en cuanto terminé te vi aquí sentada y no pude evitar escuchar la conversación de esos imbéciles de que te querían hacer daño —respondió, girándose en mi dirección.

Lo miré, por un segundo noté la angustia en sus ojos, el color no me fue visible debido a la oscuridad del interior de la capucha ayudada por la noche. Pero, su voz... Si lo pensaba bien, recordaba haberla escuchado antes. Una vez, ese mismo día.

—¿Se supone que salvas a cada mujer que vez por la calle? Porque no soy la única. Hay muchas que necesitan ayuda —refuté, con sarcasmo.

—No. No lo hago. Eres la primera que me ha interesado, a cualquier otra la hubiese dejado aquí sin intervenir en su cruel destino —comentó.

Mi ceño se frunció. ¿Cómo iba a decir esa barbaridad? Negué con la cabeza, di un largo suspiro ahogado porque no podía soportar la sinceridad y el descaro de ese hombre.

—Vaya manera de coquetear, no creo que funcione conmigo —resoplé, echándome hacia atrás.

—Puedo ir directo al grano si prefieres —Se acercó, pude sentir su aliento chocar con mi nariz.

Lo empujé sin dudar.

—Ni se te ocurra, no te he visto ni la cara. ¿En serio piensa que será así de fácil? ¡Eres un jodido desconocido! —exclamé, evitando mirarlo.

—Si te digo mi nombre me vas a ubicar de inmediato. Pero primero me gustaría hacerte una propuesta —proclamó, en un tono pícaro que me heló la sangre.

—Nada indecente, por favor. No soporto a tipos como tú, por desgracia mi estúpido jefe me despidió por lo mismo —confesé, pero luego me tapé la boca al percatarme de lo que dije.

M****a.

No podía quedarme callada y guardar mi odio interno para mí misma, tenía que venir y compartirlo con el primer extraño que apareciera en mi camino.

—¿Ya Richard te desalojó? —preguntó.

Mis ojos se abrieron porque él no debía ni conocer el nombre de mi antiguo jefe. ¿Cómo lo supo? ¿Quién era él? ¿Por qué tanto misterio en mantener su rostro a oscuras? Mi respiración empezó a salir entrecortada porque tal vez ese hombre frente a mí me conocía más de lo que yo esperaba...

—¿C-cómo sabes su nombre? —balbuceé.

—Es un CEO muy popular, a veces suelo hacer negocios con él. Te conozco más de lo que piensas, Oriana Jones —murmuró.

Me levanté de un sobresalto, alejándome lo más que pude de él y señalándolo con mi dedo índice. En ningún momento le dije mi nombre, sabía que era un acosador que seguro me había seguido, o quién sabe. Pero los nervios me invadieron, mis vellos se erizaron y no solo por el frío.

—¡¿Quién carajo eres?! —grité, sin importar que algunas personas cercanas se giraron a mirarme extrañados.

—Primero escucha lo que tengo que decirte —Me invitó a sentarme.

—¡Y una m****a! —exclamé.

Me acerqué a él, pero no porque iba a hacerle caso, lo que planeaba era quitarle la estúpida capucha que cubría su identidad. En un movimiento rápido la arrastré hacia detrás de su cabeza, dejando al aire libre cada parte de su rostro y cabello.

Me quedé sin habla, con la boca abierta y los ojos casi se me salieron por el asombro que sentí. Todavía no reconocía exactamente de quién se trataba, no sabía su nombre ni nada. Pero era el mismo hombre que me pagó el pan en la panadería, el mismo pelinegro de ojos verdes por el que quedé hipnotizada en cuanto lo detallé.

Ese tipo conocía más de mí que yo de él, era lo que más me frustraba. ¿Cómo es que sabía hasta el nombre de mi jefe? Era increíble. Su boca se curveó en una ligera sonrisa satisfactoria, apoyó ambos brazos en el espaldar de la banca con orgullo.

—Que impulsiva eres, Oriana, eso me gusta —dijo con picardía, lamiendo su labio—. ¿Ya sabes quién soy? Te dije que no lo sabrás hasta que te diga mi nombre.

—Cállate. ¿Eres un acosador? Porque es obvio que me has estado siguiendo —mascullé, entre dientes.

—Tranquila, no soy ningún acosador. Al contrario, quiero lo mejor para ti, conozco tu situación y tengo una propuesta que te sacará del apuro en el que estás —informó.

—¿Y según tú, en qué apuro estoy? —cuestioné, sonando sarcástica.

Él arqueó una ceja, sonrió con malicia y se inclinó hacia delante, apoyando el mentón en sus dos manos que estaban soportadas por sus rodillas.

—No tienes a dónde ir, Richard te quitó todo, ¿o me equivoco? —respondió, victorioso.

Mi cara debía de estar en shock por lo que dijo. Me asustaba el hecho de que me conociera más de lo que pensaba, ¿entonces por qué había hecho como si nada? ¿Por qué anteriormente me dijo que me fuera a casa si ya sabía que no tenía?

Tantas dudas rondaban por mi cabeza.

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