Funeral.

Ángela se sentía dolida y a la vez molesta, Dios le había arrebatado a su compañero de vida, aquel con el que había planeado envejecer.

—Quizás fue la única forma que encontró mi hermano para alejarse de ti—soltó Hanna.

Las palabras de Hanna eran ignorantes e irritantes, pero Ángela no estaba dispuesta a caer en sus provocaciones, para ella era de verdad increíble que ni siquiera en un momento tan doloroso ellos no cambiaran su actitud, así que la ignoro.

El funeral se llevó a cabo con normalidad, con solo ellos cuatro como asistente, al finalizar, Ángela se dirigió a su apartamento, con las cenizas de Mauro, había sido extraño que su madre haya aceptado que ella se quedara con ellas o quizás ya no valía la pena pelear.

Al abrir la puerta de su apartamento, un dolor en el pecho la embargaba.

— Cariño, ayudaba con este dolor—dijo ella sujetando con fuerza la urna de las cenizas de su fallecido esposo.

Camino con paso pesado, hasta una mesa en donde había una foto de su esposo cerca de la playa, él sonreía lleno de vida, se podía ver lo feliz que estaba, cerca de la foto dejó la urna.

—Cuida de nosotras— dijo ella.

Luego se dirigió hacia la habitación de su hija, quien era cuidada por una niñera, la pequeña dormía en su cuna, mientras que la niñera leía un libro cerca de la ventana de la habitación. La tarde había caído, así que se sentía un poco frío aquel apartamento que antes vivía lleno de calidez.

—Gracias por todo Mónica—le agradeció Ángela a la chica.

—Lo hago con todo gusto, señora—contestó la joven de solo veinte años.

La chica se marchó, dejando a Ángela en aquella soledad, en donde ya no deseaba estar, solo quería despertar de aquel horrible sueño.

—Solo dale un poco de tiempo a mamá—le susurraba Ángela a su pequeña—saldremos de esta, papá nos cuidará desde el cielo.

Pero por su mente nunca pasó que ese era el comienzo de una serie de eventos dolorosos, que la llevarían a un rincón sin salida.

A unos cuantos Kilómetros de ahí, la familia Fernández iniciaba con sus planes, planes que harían de Ángela una mujer desdichada.

— ¿No crees que deberíamos esperar un poco?—preguntó Mauricio a su esposa.

—¿Cómo por qué deberíamos esperar? —Gloria, estaba sentada enfrente del tocador—Esta es nuestra oportunidad de alejarla de nuestra familia.

—Lo sé, pero—Gloria no dejó continuar a su esposo.

—Pero nada, mañana mismo debemos poner en marcha todo—las palabras firmes de Gloria dejaron en silencio a Mauricio.

Mauricio observó a su esposa peinar su cabello, quizás su esposa tenía razón y lo mejor era terminar con todo de una vez por toda, con eso en mente se acostó y durmió en total tranquilidad.

Todo lo contrario para Ángela, que por más que trataba no lograba dormir, sus ojos estaban enrojecidos e hinchados.

Su hija dormía tranquilamente, ajena al dolor que su madre estaba sintiendo. Así llegó el amanecer, la luz del sol ingresó a aquella habitación.

—¿Ahora qué haré?—preguntó Ángela mirando al techo.

Ella se levantó de la cama sin ganas y se metió a la ducha, el agua mojó su cuerpo, llevando a su paso, las lágrimas que brotaban de sus ojos. Después de vestirse e ir a ver a su hija, bajó a la cocina, pero qué haría, si ni hambre tenía.

El sonido del timbre de la puerta, la sorprendió, pues aún no eran las siete de la mañana y no esperaba a nadie.

—¿Quién?—preguntó cerca de la puerta.

—Buenos días, señora Fernández —contestó una voz femenina del otro lado de la puerta—Soy la abogada Silvia Marqués, podría abrir por favor.

Ángela abrió la puerta un poco dudosa, encontrándose con una mujer de unos cuarenta años, Silvia, al verla le sonrió.

—Me disculpo por presentarme de esta manera en su casa, señora Fernández, pero el asunto que debo tratar con usted es muy delicado, me presento, Silvia Marqués, para servirle—dijo la mujer tendiéndole la mano, Ángela la estrechó.

—Mucho gusto, Ángela Martínez de Fernández—se presentó Ángela—Siga por favor.

La elegante mujer ingresó al apartamento, guiada por Ángela, hasta la sala en donde le ofreció un poco de café.

—Muchas gracias—dijo Silvia recibiendo la taza.

—Con gusto, ¿pero dígame abogada en que la puedo ayudar? —preguntó Ángela sentándose en uno de los sillones en frente de Silvia.

La mujer tomó un sorbo de la taza antes de dejarla sobre la mesa de centro, luego tomó su bolso de donde sacó un sobre con una serie de documentos, los cuales entregó a Ángela.

—¿Qué es esto?—preguntó Ángela, mientras sacaba los documentos.

—Señora Fernández, esos documentos, son una orden de embargo de todos los bienes del señor Mauro Fernández—soltó la mujer sin previo aviso.

Ángela se apresuró a verificar, si lo que la mujer había dicho, era cierto.

—Esto debe ser una equivocación—Ángela, miraba y miraba los documentos, tratando de encontrar algo que le dijera, que todo era una broma.

—Señora Fernández, lamento mucho la situación por la que está pasando, y sé que este no es el momento más indicado, pero podrá ver, la situación es bastante crítica—Silvia, sentía pena por Ángela.

—Sigo sin entender, ¿cómo que embargo?, en qué momento pasó todo esto, si la constructora estaba en su mejor momento—Ángela se levantó del sillón.

—Por lo que veo no estaba enterada de la situación económica del señor Fernández— habló Silvia—No sé con claridad la situación de la constructora Fernández, lo cierto es que la deuda con el banco debe ser liquidada de inmediato, de lo contrario tendremos que tomar posesión de todos los bienes.

—Mi esposo acaba de fallecer, aún no han pasado ni siquiera veinticuatro horas de su funeral, ustedes no pueden hacerme esto— el desespero en Ángela era más que evidente, ella se levantó del sillón y empezó a caminar de un lado a otro.

—Señora Fernández, eso no depende de mí, la deuda es demasiado alta, así que el banco no está dispuesto a perder un peso— Silvia se levantó del sofá, para acercarse a Ángela— Le sugiero que se acerque al banco, para que trate de llegar a un acuerdo.

Ángela no contestó nada, solo se despidió de Silvia, en su mente había muchas cosas, no solo había perdido a su amado esposo, ahora estaba en la calle, con una pequeña de solo un año.

Silvia salió del apartamento, dejando a Ángela con una incertidumbre. Las piernas de Ángela fallaron y esta cayó al piso.

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