Colapso.

Mientras que Arturo tenía un encuentro íntimo con Tatiana en su oficina, Ángela se encontraba al borde del colapso.

—Ustedes no pueden hacerme esto—dijo llena de desespero.

—Puedo entender su situación, señora Fernández, pero también debe entendernos a nosotros—le dijo el gerente del Banco—El señor Fernández, no cumplió con ninguno de los acuerdos.

—Yo no estaba enterada de nada—dijo ella con sus manos temblorosas—por favor denme algo de tiempo, solo será un mes en lo que consigo para saldar una parte de la deuda.

—Eso ya no es posible, ya la mayor parte de los bienes de la familia están en manos de los bancos, darle tiempo solo atrasaría todo— agregó el hombre.

—¿Bancos?, eso quiere decir que la deuda no es solo con ustedes—preguntó Ángela.

—Así es, solo me queda decir, que tiene una semana para desocupar el apartamento—finalizó el hombre.

Ángela.

No sé qué pecado estaré pagando, están frustrante toda esta situación, me siento tan inútil, de que me sirvió haber estudiado tanto si en estos momentos no puedo solucionar nada.

Salgo del banco peor de lo que ya estaba, una semana, una m*****a semana era lo que tenía para buscar un lugar en donde vivir y obvio un trabajo de manera urgente.

Subo a mi coche, le doy un golpe al volante, de verdad el cielo me odiaba tanto, todo se había juntado, no solo había perdido a mi amado esposo, sino que ahora estaba en la calle.

Conduje sin destino, pues no quería llegar a casa y que mi hija me viera en tan mal estado, debía poner en orden mis ideas y así tomar las mejores decisiones.

Avance lo más que pude, hasta que me sentí ahogada y me detuve al borde de la vía, al parecer estaba empezando a tener un ataque de pánico.

Trato de controlar mi respiración, pero me es imposible, por lo que sentía que en cualquier momento me desvanecería.

—¿Se encuentra bien? —dijo alguien de quien solo pude ver sus finos zapatos.

Porque a la final me perdí la conciencia, no sé cuanto tiempo paso, pero cuando abrí los ojos, estaba en una lujosa habitación de un hospital.

— Señora Fernández, ¿cómo se siente? —me preguntó un hombre que se encontraba en la habitación, que por su vestimenta supongo es un doctor.

—Me duele un poco la cabeza—le respondí.

—Le aplicaré algo que le ayudará con el dolor—dijo mientras escribía en una libreta.

—Gracias, ¿Cómo llegué aquí? —pregunte.

—La verdad, no sabría decirle, según me comentaron un sujeto, la trajo y pagó por su atención—respondió aquel doctor.

Ángela quedó aún más intrigante, pues el hombre no solo la había llevado al hospital, sino que también había pagado una habitación VIP para ella.

—Gracias doctor—le agradeció Ángela al doctor.

—Lo hago con todo gusto, señora Fernández—le contestó el hombre de unos cuarenta años—según los exámenes todos está bien, así que podrá ir a casa, solo le recomiendo que tome todo con calma.

—lo tendré en cuenta—le contestó ella con una sonrisa.

El doctor salió y Ángela aprovechó para vestirse, ya la noche había caído, así que debía darse prisa, para ir con su hija.

A las afueras del hospital, Arturo se encontraba en su coche, acompañado de Marlon.

— ¿Qué dijo el doctor?—preguntó.

—Que solo fue un ataque de pánico, producido por el estrés y la ansiedad—contestó Marlon.

—Entiendo—expresó Arturo—¿Tienes la información que te pedí?

—Sí, señor, en su correo la encontrará toda—le respondió.

Arturo tomó su computadora, él deseaba saber todo de Ángela, algo en ella había llamado tanto su atención que no podía dejar de pensar en ella.

En el correo encontró un archivo de más de veinte hojas, en él se encontraba hasta el más mínimo detalle, incluso fotos de su niñez, acompañada por sus difuntos padres.

—Señor—Marlon llamó la atención de Arturo—La señora Fernández— Marlon señaló la entrada del hospital y Arturo se apresuró a mirar por la ventana.

Ángela salió del hospital, tenía las llaves de su coche, pero no tenía ni idea en donde se encontraba, por lo que tomó un taxi, ante la mirada atenta de Arturo.

—Envía su coche a su casa—ordenó Arturo. 

—Enseguida, señor—dijo Marlon al tiempo que sacaba su teléfono.

Arturo no dejó de mirar a Ángela, hasta que esta subió a un taxi, luego de eso se concentró en leer el archivo donde estaba toda la información de ella.

Después de unos veinte minutos Ángela llegó a su apartamento, ya eran cerca de más nueve de la noche, por lo que pensó que su hija ya estaría dormida, pero para su sorpresa, tenía una visita de esas que no son muy bienvenidas.

— Hasta que te dignas en aparecer—dijo Gloria, quien se encontraba sentada en uno de los sofás de la sala— Deberías esperar a que pase un tiempo prudente, no crees.

—Buenas noches, señora—saludo Ángela, sin darle importancia al comentario de su suegra.

— Al parecer, la muerte de mi hijo no te afectó en nada— continuó la mujer.

—No creo que le importe en realidad como me sienta—Ángela se quitó sus tacones y caminó hacia la cocina—Nunca lo ha hecho.

Ángela se sirvió un poco de agua, se sentía tan agotada, tanto física como mentalmente, que lo que menos quería era iniciar una discusión con su suegra.

—Esa no es la forma de hablarle a mi madre—agregó Hanna, quien apareció con la pequeña en brazos—Así que cuida de tus palabras.

—Tú también estás aquí—fue la respuesta de Ángela, mientras se acercaba para tomar a su hija—Es tarde, creo que es hora que se vayan a casa.

—Nos estás echando—gritó llena de enojo Hanna.

—Hanna—le hablo Gloria— Vamos.

Hanna asintió y se encaminó a la salida, no sin antes mirar de mala ganas a Ángela.

—Cuida bien de ella—dijo Gloria antes de salir del apartamento.

Ángela se acercó al sofá y se dejó caer en él con su hija en brazos.

—Siento mucho haber tardado—dijo Ángela y su hija le sonrió—Mamá, te ama.

Después de un rato se levantó con ella y se fue a llevarla acostar, porque ya era muy tarde, al dejar a su hija dormida, ella se fue a su habitación, tenía tanto que hacer y pensar.

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