CAPÍTULO 2 EL INVASOR DESCORTÉS

Mis padres se fueron dos días después de la discusión, no hubo disculpas por ningunas partes, me encerré en mi habitación cuando se fueron, antes de irse dieron ordenes de llevarme a rastras a ese lugar.

Ayer Charly trajo mis uniformes, hastiada los vi, y me planté la idea de que quizá los cortara en trocitos antes de ir.

Era, tan soso, para los días importantes, como los lunes o cualquiera presentación importante, era un vestido gris de falda A, que me llegaba hasta las rodillas, camisa blanca de manga corta y un saco a juego con el vestido, gris con líneas en los puños, parecía ajustado, la camisa debía estar abotonada hasta el cuello, sentía que me asfixiaba con solo verlo, encima del saco una capa azul marino con hombreras blancas.

El uniforme diario consistía en algo no tan simple, una falda tableada en cuadros azules y grises, camisa blanca de manga larga, corbata igual que la falda, un saco gris con botones dorados en las solapas y en los puños, era… interesante.

Reparé entonces en el conjunto deportivo que, me sorprendió bastante, el uniforme anterior era bastante cubierto, mientras que el deportivo era un pequeño short azul y una remera gris claro con el nombre de la escuela en la espalda y en las mangas unas líneas blancas.

Con curiosidad tomé aquel conjunto, me quité mi ropa y me lo probé, era la talla ideal y el short me llegaba por arriba del muslo.

Salí descalza de mi habitación en busca de Blanche, me burlaría de esto, quedaba perfecto con el peinado de coletas que me había hecho hace unas horas.

Escuché un poco de ruido en la sala

— Blanche, puedes creer que…

Por supuesto, Blanche no estaba allí, me lleve una grata sorpresa ver a mi abuelo conversando animadamente con alguien.

— Ma petite princesse — (Mi pequeña princesa)

—¡Grand-père! —(Abuelo)

Me eché a correr hasta sus brazos, mi abuelo Claude era uno de los miembros de la familia que no se mantenía alejado de mí.

— Veo que te estas familiarizando con el uniforme

Di un resoplido.

— No quiero ir a esa estúpida escuela

Frunció los labios.

— Ya veo, pero, me entere que tienen un buen programa de gimnasia, podría gustarte

— ¿También tú? ¿Por qué debo ir a esa escuela de monjas?

—Pero mi niña, solo será un año, ya verás que lo disfrutarás.

—¿Lo disfrutaré? ¿Tendré también profesores religiosos? Esto es peor que los ineptos profesores que tenía.

—Ma petite, te puedo asegurar que disfrutaras tu estancia en Santa Catalina

— ¿Lo disfrutaré más que los profesores ineptos? ¡Esta vez habrá profesores ineptos pero religiosos!

—¿Así que le parece que somos ineptos, señorita? —alguien a mi espalda se aclaró la garganta.

Me giré sorprendida.

Tras de mí, en el otro sofá, estaba un hombre recargado, me miraba escrutándome tras sus lentes, a simple vista me dio la impresión que era un tipo de los que castigaba severamente.

—¿Co... cómo dice?

—Oh, querida —comenzó a decir mi abuelo con una gran sonrisa—, te presento a profesor Aidoneo Rossetti, es uno de nuestros mejores profesores.

El hombre no se levantó, solo hizo un asentimiento hacia mí, pero estaba irritada como para tolerar su descortesía.

—¿Me...mejores? Dijiste... ¿nuestros mejores? —miré a mi abuelo en busca de respuestas.

¿Qué demonios hacia aquí ese tipo?

—Bueno, al parecer no dejaste que tus padres te aclararan las cosas —sonrió, le dio una calada a su enorme puro—. Toma asiento — me indicó junto a él, enrede mis piernas a la altura de mi barbilla y las abracé —. La Institución Santa Catalina de Siena estaba teniendo dificultades financieras y al ser una escuela en nuestras regiones, la abuela y yo decidimos ser los nuevos acreedores.

Fruncí el ceño.

—¿Por... por eso tanta insistencia?

Mi abuelo asintió.

—Ya habíamos invertido antes en algunas otras escuelas, como en Berlín y en Suiza, pero nos pareció apropiado salvar Santa Catalina y bueno, pensamos en ti.

Me sorprendí.

—¿En mí?

—Así es, como sabes, te has desempeñado muy bien en actividades extra educativas, como los deportes, tenis, equitación, natación, gimnasia, abrimos un equipo de Rugby con los chicos y las chicas se han inscrito para ser porristas.

—¿Chicos? ¿Quieres decir que hay chicos?

El “Profesor” soltó una risa como bufido.

—Claude, dijiste que tu nieta era excepcional, no una chiquilla hormonal —acusó cruzando la pierna y pareciendo bastante desagradable.

¿Me llamó chiquilla hormonal? ¿Qué estaba mal? ¿Solo pregunte si había chicos?

Este cerdo insolente, ¿Qué se creía con llamarme a mi así?

—¿Disculpé? —solté y antes de continuar con la sarta de cosas a decirle, mi abuelo me palmeó la cabeza.

—Solo está bromeando, Ma petite—se apresuró a decir.

—No lo parece —dije por lo bajo —, a todo esto ¿Qué hace él aquí?

—El profesor Rossetti ha trabajado en la institución desde hace un año con nosotros y el departamento donde se quedaba ha tenido ciertas dificultades, por lo tanto, lo traje aquí para darle asilo.

¡Se va a quedar aquí!

—¿Qué... qué hay de la casa en Arles? No hay nadie allí y...

—Renté la casa en Arles, además, me pareció buena idea que... ya que asistirás a Santa Catalina, he prescindido de los servicios del profesor, para que revise tu nivel académico y se vuelva tu tutor.

Y una m****a, ¿Por qué todo mundo se empeñaba con estar en mi contra?

Le di una mirada a aquel ser insufrible, sentado con arrogancia, tenía una ligera sonrisa de burla hacia mí, insolente, me veía con ese aire de superioridad, como la mayoría de los profesores que había tenido, su mirada me revolvió el estómago y fruncí el ceño con demasiado desagrado hacia él, bien, se quería quedar, pues haría lo mismo que hice con los otros, correrlo.

Una chica de servicio se aproximó hasta nosotros.

—Señor Chevallier, tiene una llamada.

—Está bien, gracias, ahora vuelvo —se levantó y se fue esparciendo el humo de su puro.

La chica y mi abuelo desaparecieron, mientras miraba retadoramente a aquel hombre insufrible que no retiraba la vista de mí.

—¿Has terminado con tu berrinche, niña?

Su voz era aterciopelada, pero me irritaba, no contesté, me dediqué a mirarlo, soltó un bufido y abrió el libro que tenía en el regazo, así que quería calma... pues le duraría poco.

Saqué del elástico de mi short una goma de mascar que había reservado para Cecil (la chica de servicio con la que jugaba al tenis) lo metí a mi boca y comencé a masticarlo rápidamente hasta que la consistencia fue la correcta.

Me acomodé en el sillón con la cabeza a los pies y mis piernas estiradas en el respaldo, comencé a hacer las bombas y exploté la primera, silenció, comencé a inflar otra probando, ya para mí, lo grande que podía ser, entre más grande, más sonido hacía, me reí internamente cuando cruzó sus piernas al contrario y a mover su pie, comenzando a irritarle, muy bien invasor.

Comencé a hacer explosiones repetidas, mientras desde aquí, lo observaba, leía un viejo libro de pasta verde y hojas amarillentas, enfoqué la mirada hacia el título del libro y fruncí el ceño, exploté otra bomba.

—¿Quieres callarte? —soltó irritado.

—Es estúpido —dije guardando el chicle en mi boca y masticando.

—¿Dices que soy estúpido? —mantenía la vista en el libro.

—Tu lectura es estúpida.

Esta vez levantó los ojos y enarcó una ceja.

—Explica —exigió.

—No quiero —resoplé y me senté bien en el sillón, sentí la sangre regresar a su fluidez correcta.

Me recargué en el sillón, esta vez recostándome y estirando las piernas.

—¿Por qué es estúpido? —insistió.

Comencé a estirar mi goma con los dedos y regresándola a mi boca.

—¿Por qué quiere leer la historia de un pervertido? Al final ambos mueren ¿Qué clase de buena lectura es esa? PRO-FE-SOR.

—¿Acabas de decirme el final?

—¿Acaso no lo ha leído?

—Es la primera vez que lo leo.

Me regocijé.

—No me lo agradezca —me encogí de hombros.

—¿Cómo es que has leído Lolita?

Esta vez hice una bomba, la más grande que pude y explotó lentamente.

—Eso no le importa.

La puerta de la sala se abrió y mi abuelo entró con una gran sonrisa.

—Tengo buenas noticias para ti, Mon petit ange —(mi pequeño ángel) —comenzarás los cursos de verano la semana entrante.

—¡¿Qué?!

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NOTA DEL AUTOR: 

Uf, profesor empezamos fuerte. 

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