CAPÍTULO 3 CAMISETAS MOJADAS

—Iré a ver a Roy —avisé.

Salí corriendo de la sala y subí a mi habitación para quitarme el uniforme.

Me enfundé en un short de mezclilla y una camiseta negra, me embroqué las botas de montar y salí de casa antes de que Blanche me pillara.

A lo lejos percibí que la lluvia estaba cerca.

En mi camino al establo encontré a Oscar, uno de los tantos trabajadores que se encargaban de los establos.

—Señorita ¿saldrá?

—Solo quiero correr unos minutos antes de la lluvia.

—No olvide ajustar las riendas.

Oscar me ayudó a ensillar a Roy, para después, subirme a él y comenzar a cabalgar hacia las colinas cercanas al arroyo.

—Roy, vamos a correr hacia los cultivos.

Dirigí a Roy tirando de las riendas, me acerqué más a su cuerpo, para evitar caídas, su pelo negro chocaba en mis brazos y el viento húmedo me hacía sentir calma.

Me dediqué a apreciar aquella maravilla, unos rayos de sol naranjas se filtraron entre las nubes proyectando colores en la verde pradera. Roy relinchó gustoso mientras cabalgamos colina abajo, las nubes grises cada vez se avecinaban hacia nosotros y nosotros a su encuentro. En el cielo se escuchó el retumbar y después a la lejanía el caer del aguacero en la tierra que no tardó mucho en llegar a nosotros.

La lluvia comenzó a empaparnos, cabalgamos entre ella un poco más, Roy jugó chapoteando entre los charcos de lodo, bailoteamos un poco entre la lluvia y después cabalgamos de regreso a la casa, ya estaba oscureciendo.

Al acercarme a casa, en el porche vi a una Blanche molesta junto con el condenado invasor grosero.

—¡Por dios Phoebe, te vas a enfermar! ¡Baja de ese caballo ahora!

Tiré de Roy para que se alzara sobre sus patas traseras y le sonreí a mi nana.

—No me pasará nada, nana.

—¡Oh, por dios niña, mira como estas!

Me recargue en Roy mientras daba de vueltas alrededor del porche.

—¡Phoebe Belle! ¡Baja de ahí ahora! —ahora si chilló mi nana molesta.

Solté un bufido.

—Está bien, NA-NA.

Oscar apareció corriendo, bajé de Roy a regaña dientes, estaba toda empapada, pero aun así no tenía frio, me sentía bastante bien. Le tendí las riendas a Oscar y este se echó a correr para guardar al caballo.

Blanche me esperaba furiosa con una manta.

—¿En qué estabas pensando al salir así? —me reprendió cuando estuve lo suficiente cerca.

Estiré los brazos hacia arriba y le sonreí.

—Solo quería salir, nana.

El invasor estaba en el umbral de la puerta, me escrutaba con la mirada, en realidad no sabía que pensar de él, sus facciones eran bastante neutrales.

Blanche hecho encima la manta que traía y me envolvió.

—Toma una ducha enseguida y bajas a cenar.

—No tengo hambre.

—A mí no me discutas, niña —reprendió, me dejó en la entrada y se fue a la cocina enfurruñada.

Solté una risita por lo bajo.

—¿Te gusta retar a todo mundo? ¿O es solo pobreza mental? —por fin habló el invasor.

Antes de entrar me quité las botas y las dejé en la entrada

—No reto a nadie —me quité la manta y la dejé a un lado —, y si tuviese un deje de pobreza mental, como dijo, me dedicaría a ser profesor.

Pasé a su lado, agitando mi cabello mojado para que lo salpicara.

—Te olvidaste del sostén —dijo en cuanto pasé a su lado.

Me detuve en seco, el vello de mi nuca se erizó y sentí que mis brazos hicieron lo mismo, me giré hacia él con una mueca de espanto, me encaró.

A decir verdad, era muy alto, él bajó la vista hacia mi pecho.

—Puedo ver tus pezones.

Abrí la boca con sorpresa, entonces, mis mejillas picaron con el atisbo de sonrojo y mis pezones reaccionaron erectos, me crucé de brazos enseguida.

—Us... usted... es... es un...

Cerré la boca molesta, me di la vuelta y eché a correr hacia mi habitación.

¿Qué le sucedía? ¿Cómo podía ser tan descarado?

.

.

.

Anoche no bajé a cenar, Blanche pensó que había sido porque salí a la lluvia, así que me trajo un poco de leche tibia con canela.

No quería toparme a aquel tipo descarado, no pude dormir anoche por lo que había dicho, así que me levanté temprano.

Mi plan era el siguiente: insistirle a Blanche para ir a un día de campo en el arroyo.

Había salido el sol perfecto, después de una noche de tormenta, así que me coloqué un bikini amarillo, de tiras delgadas, una remera blanca con el logo de Bon Jovi y un short de mezclilla y unos converse. Me até el cabello en un par de trenzas.

Bajé a saltos las escaleras para escurrirme al comedor, asomé la cabeza y aún no había nadie, así que me metí a la cocina, donde Blanche y Cecil ya estaba apuradas con el desayuno.

—Veo que estas mejor —dijo Blanche percatándose de mi ánimo.

—¿Por qué no lo estaría?

Ella sonrió.

—Nana... ¿Qué te parece si después del almuerzo nos vamos de día de campo al arroyo?

Expresó sorpresa.

—Claro que si ¿me ayudarás con la canasta?

Cecil me sirvió mi desayuno, mi deliciosa avena con leche, miel y trozos de fresas, un vaso de zumo.

Mi abuelo apareció entonces.

—¿Te divertiste anoche? — Le sonreí con las mejillas llenas y asentí —. Oh, señor Rossetti, por favor pasé a desayunar.

El hombre apareció tras mi abuelo, portaba un suéter blanco y pantalones de chándal, fruncí el ceño en cuanto lo vi.

Ciertamente ayer se veía mayor, con aquel traje oscuro, ahora, parecía un joven universitario, recién levantado y sin lentes.

Levantó los ojos, pillándome al verlo, esbozó una pequeña sonrisa burlona, entonces me percaté de sus ojos, verdes como esmeraldas.

Trague mi avena, Blanche entró al comedor con la bandeja de comida.

—Buenos días, señor Chevallier, señor Rossetti.

Deposito las tazas de café frente a los hombres y sus platillos de huevos con bacón.

—Gracias Blanche, pero llámame Dony—le sonrió amable el invasor.

¿Dony? ¿Se quería hacer el gracioso?

Me enfurruñé, el invasor estaba frente a mí, mientras mi abuelo encabezaba la mesa, Cecil le trajo el periódico.

—¿Qué tal durmió, Rossetti? —mi abuelo pegó los ojos al periódico.

—Bastante cómodo —contestó dándole un sorbo a su café —. Anoche fue... bastante húmeda.

Detuve mi bocado y levanté los ojos, mis mejillas se sonrojaron, me estaba viendo fijamente.

Fruncí los labios ¿Qué le sucedía?

Ambos, se enzarzaron en una conversación en la cual no preste atención, Muriel entró poco después para llevarse mis platos, tome un panecillo de la mesa y me levanté.

—Me voy, abuelo —le di un beso en la mejilla y me llevé un trozo de pan a la boca.

—Phoebe, recuerda que me ayudarás con la canasta.

—Si nana...

—¿Qué canasta? —preguntó mi abuelo.

—Phoebe quiere hacer un día de campo —dijo Blanche sonriente —¿No quieren acompañarnos?

M****a, no.

—Oh, me temo que yo no podría —contestó mi abuelo —, pero estoy seguro que Rossetti podrá ir en mi lugar, le hará bien conocer los alrededores.

M****a, m****a, m****a.

El invasor me miró con una chispa.

—Estaría encantado.

.

.

.

—Así que todo esto es de los Chevallier—dijo el invasor.

Me había quitado la canasta en cuanto salimos de casa, Blanche se había puesto ropa cómoda cuando me dejó arreglando la canasta, estaba pensando sería mente en ponerle veneno para ratas a la comida del invasor.

—Si —contestó Blanche contenta —es la mejor de las tierras, demasiado bella.

—Lo es —contestó y hecho una mirada hacia mí.

Ush, odioso.

Me adelanté trotando, después eché a correr colina abajo y me tiré al pasto rodando cuesta abajo.

—Ven nana —grité.

Blanche y yo hacíamos lo mismo todas las veces que podíamos, aunque terminábamos un poco sucias.

Pero nana estaba enzarzada en la conversación con el invasor, ahora estaba invadiendo a mis personas. Maldito.

Corrí hasta las orillas de arroyo y antes de que aparecieran en mi campo de visión, me quité la ropa para quedar en el bikini, rodeé para comenzar a escalar la pequeña cascada.

—¡Ten cuidado! —gritó Blanche, eché la mirada hacia atrás.

Ya estaba poniendo el largo mantel, mientras que el invasor se quedaba petrificado viéndome, pervertido.

—Tendré cuidado —me erguí por completo y calculé preciso para caer justo en medio del agua.

Tomé impulso y salté como una bomba.

El agua estaba fría, pero refrescante, salí tapidamente para tomar aire.

—Nana ¿vendrás?

—No, mi niña, tomaré una siesta, pero el profesor te vigilará.

Ignoré a aquel tipo, ahora quería quitarme a mi nana.

Nadé un poco, buceé para tomar un par de rocas del fondo, como reto personal, busqué los pececillos cerca de la cascada.

Después de mucho tiempo sentí las palmas muy arrugadas como pasas y nadé hasta la orilla para salir.

Pude ver como el invasor no dejaba de mirarme, Blanche estaba vuelta hacia la orilla acurrucada, roncaba un poco.

Salí por completo, el agua me escurría por todos lados, tomé mi cabello y lo estrujé para quitar un poco de agua, el sol me pegaba en la cara.

Aun así, el invasor no dejaba de mirarme.

—¿Qué? —le gruñí al invasor.

—Veo que te faltó un poco de jabón

—¿Disculpe? ¿Qué insinúa?

Me agaché para tomar una toalla.

—Eres una niña —sentenció, aunque pensé que había sido más para él que para mí.

—¿Sigue leyendo ese estúpido libro? —señalé con la barbilla el libro que tenía en su regazo.

—Claro que no, es un...

—No me interesa —me quité la toalla y busqué mi remera, me la coloqué.

—Eres insolente.

—¿Lo ofendí? —dije sarcástica.

—Sigues siendo una niña insolente.

—Y usted un tonto

Su rostro se tornó rojo, molesto.

—Estoy harto de eso —me tomó por la muñeca y tiró de mi a su regazo con rapidez, me tubo boca abajo —, vas a recibir el castigo que mereces.

—¿Qué hace?

Entonces, sentí, su palma chocar contra mis nalgas, di un respingo, intentando con todas mis fuerzas zafarme de sus brazos, sentí otra palmada.

—Suéltame, idiota.

—No hasta que entiendas los buenos modales.

—Ya déjeme —gimotee, otra palmada.

—Debes contestar, si, profesor —palmeó ahora, más fuerte.

Apreté los labios no sedería ante eso, palmeo de nuevo, que hijo de perra. Removí mis piernas.

—Te escucho.

Palmada, una, dos, tres veces, ahora dio una muy fuerte.

Apreté los puños y los dientes.

—Sí, profesor.

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NOTA DEL AUTOR: 

Oh, dios que castigo, profesor. 

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