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SI, MI PROFESOR
SI, MI PROFESOR
Por: Caroline Rose
CAPÍTULO 1 EL ARTE DE LA M****A

Usted y yo, coincidimos en esta vida, sin expectativas, sin miramientos, sin aviso, lo que hemos vivido; no se olvida tan fácilmente, te voy a amar, aunque no tenga permiso, aunque no tenga derecho, porque nuestra historia jamás se borrará— Caroline Rose. 

VERANO, 1997

Estoy aburrida, no tengo sueño, pero estoy demasiado aburrida.

Siete horas y media de vuelo no hacen justicia a una chica inquieta, además nadie me acompañó.

Nací en Paris, Francia y estuve allí hasta mis cinco años, después viajé a Provenza donde residí un año, nos mudamos a Montreal Canadá hasta mis diez años. Migramos a Berlín Alemania donde estuvimos cuatro años.

De nuevo volamos, esta vez a América, pasé un año en Chicago y recientemente dos años en Nueva York, los mejores de mi vida.

Mi familia tiene empresas, no estoy muy familiarizada con eso, y nunca me ha interesado.

Los viajes no eran tan aburridos antes, cuando mis hermanos me acompañaban, pero ahora, desde que iniciaron en la universidad los veo casi una semana al año. Los dejé de ver desde que nos mudamos a Berlín.

Está vez me ha extrañado bastante que no hubiesen venido mis padres, no es que siempre estén al pendiente de mí, aunque viajar sola era igual que viajar con ellos. Quizá pensaron que ya era hora de valerme por mí misma.

Aunque era un sueño que quería cumplir, estaba lejos de hacerlo, sé que mi destino es Provenza.

A pesar de tener empresas de lo que sea que fuese, también tenían una exportadora de lavanda en Provenza, me gustaba el lugar para pasar el verano, porque ahora era verano, me hacía bien un poco de campo durante las vacaciones. La casa de Provenza era un amplio lugar con grandes tierras, campo y unos cuantos animales.

Bajé del hangar, las azafatas y el piloto me despidieron con enormes sonrisas hipócritas o tal vez compasivas, me daba igual saber cuál era cual, el aire fresco del aeropuerto me pegó en todo el cuerpo, casi sentí el estómago pegado a la espina.

Me subí los lentes ovalados rojos al puente, bajé con cuidado las escaleras, donde Charly, el chofer familiar ya me esperaba junto a un escolta.

—Un gusto volver a verla, señorita Chevallier—saludó abriendo la puerta, hacía tres años que no lo veía.

—Siempre es bueno volver a verte, grandulón —le palmeé el brazo y le extendí mi pequeña valija.

—Señorita —saludó el serio escolta.

Entre Charly y el nuevo escolta no había diferencia, salvo por el sombrerillo de chofer y el chícharo que colgaba de la oreja del escolta, el cual, no mencionó su nombre.

—Hola.

Nos encaminamos hacia las viejas calles de Paris, había una linda canción de jazz que sonaba delicada, bajé la ventanilla y me recargué mientras observaba el paisaje.

Era en punto de la tarde que no reconocía, bicicletas y gente paseando, mujeres con cantidades enormes de bolsos y...

—Grandulón.

—Sí, señorita.

—Quiero un disco de esa mujer.

—Enseguida.

Deambulamos un par de calles más hasta que dio con una tienda de discos.

—Ella Fitzgerald —indicó Charly cuando el escolta me abrió la puerta.

Entré a la tienda y filas y filas de discos me sorprendieron, tenían grandes semejanzas con las tiendas de NY, audífonos colgados en un estante, grandes posters autografiados de artistas, en una vitrina había discos autografiados mostrados como orgullosos trofeos. Había un par de chicos en el fondo y un grupo de chicas al otro extremo, el escolta entró tras de mí, pero no le preste mucha atención.

El encargado se mantenía con la vista en el periódico, echó un vistazo hacia mí y después volvió a su lectura.

El ambiente, olía a limpio y cigarrillos, se escuchaba en el fondo Baby One More Time de Britney Spears, mientras el grupo de chicas coreaban la canción entre risillas.

Las hubiese dejado en paz de no ser por el chillón color que usaban, estaba bien, era la moda, pero, era demasiado, arrugué la nariz hacia ellas.

Casi toda mi vida recibí instrucción en casa, decenas de profesores habían desfilado, ninguno tan relevante, podía decir que, hacia todo su trabajo, lo único que ellos hacían era pasarme los exámenes, y los libros.

Hasta hace dos años, mis padres decidieron, por alguna razón, matricularme en un colegio privado en NY, era la primera vez que estaba en un entorno completamente nuevo e inexplorado, ahí conocí el hermoso arte de la m****a.

Sí, la m****a.

M****a esto, m****a aquello.

Todo era una gran m****a, y podía llamarlo con total libertad.

No tarde mucho en saber algunas cosas del mundo social, como los “estatus” aquellas extrañas clasificaciones a las cuales todos estaban tan obsesionados, populares y no populares.

En fin, pura m****a.

Supe entonces que ese grupo de chicas podrían pertenecer al grupo de “populares”

No quise deambular como una tonta, me dirigí directamente hacia el encargado.

—Ella Fitzgerald—dije, perturbando su gran lectura —quiero discos de Ella Fitzgerald.

El tipo gruñó por lo bajo.

—Oye niña ton... —el hombre levantó los ojos y miró a mis espaldas, bien, el escolta estaba haciendo su trabajo —. No ... no tengo discos de Ella Fitzgerald, señorita —tartamudeo, su frente comenzó a sudar, se pasó el brazo por la frente —, solo tengo —tragó en seco —, solo tengo vinilos.

—Los quiero

—¿Qué?

Suspiré.

—¿A caso es sordo? —refunfuñé —, quiero los vinilos.

—Pero son...

—Ya escuchó a la señorita —dijo el escolta.

—Sí, si...

Minutos después, salí de la tienda con mi escolta portando los vinilos, en Provenza tenía un antiguo tocadiscos del abuelo, así que sería sencillo manipularlo.

—¿Cómo te llamaré, escolta? —pregunté mientras me abría la puerta.

—Soy Tate—sonrió atento —. Discúlpeme.

—Bien Tate —le sonreí —, espero que te acostumbres a esto—señalé hacia la tienda, refiriéndome al numerito.

Entre al auto.

—Grandulón —le dije a Charly —, quiero ir de compras antes de encerrarme en el campo.

Charly y el escolta Tate, me condujeron hasta la zona de tiendas, una a una entré y compré algunas cosas necesarias para sobrevivir, como guardarropas adecuados y muchos accesorios, productos para el cabello y deliciosos perfumes de Chanel y VS, lindos trajes de baño, bloqueador, libros y revistas.

Entramos a una dulcería y tome muchas cosas deliciosas, porque así estaba dispuesta.

Y poco antes de irnos, hice que Charly y Tate me acompañaran a comer en La Colombe, un delicioso restaurant, donde servían las mejores fajitas de pollo en salsa de todo Paris.

.

.

.

Casi tres horas después y un largo sueño, llegamos a la finca de Provenza.

Cruzamos los campos de lavanda hasta llegar a la casa solariega, Blanche, mi nana, a quien dejé de ver estos dos últimos años, estaba ansiosa esperándome en la entrada.

Ambas nos lanzamos en un caluroso abrazo.

—Mi niña —me besó en la coronilla —, te extrañe muchísimo.

—También yo, nana —le regrese el abrazo.

—Pero estas muy delgada, ¿Quién te ha alimentado?

—¿Quieres saberlo? —me burlé.

La vida de campo era extrañamente agradable, pasaba mis días en el lago, exploraciones a la cascada con Blanche (que pertenecía a las tierras de mi familia) y un día de campo perfecto, podía pasar un rato a caballo con Roy, el caballo de Fabrice, mi hermano mayor.

Me enfoqué en un par de partidas de tenis con Blanche y una chica de servicio, pasaba una o dos horas en la terraza practicando un poco de mi gimnasia, intentando no olvidar algunos movimientos.

Por las noches Blanche y yo veíamos una película con palomitas de maíz o viendo una serie con helado de fresa y chispas de chocolate.

Así pasé mis primeras dos semanas.

Hoy me encontré cepillando a Percy otro de nuestros caballos, después de haber terminado con Roy, mientras algunos trabajadores entraban y salían como de costumbre, hasta que las pisadas precipitadas de una Blanche afligida mi sacaron de mi tarea autoimpuesta.

—Phoebe—me llamó sofocada.

La miré de soslayo con burla, retiré mi paleta de la boca.

—Nana, te dará un infarto, relájate

—Tus padres están aquí —jadeó.

El cepillo casi resbala de mis dedos, la miré perpleja, desde que llegué a Provenza no había recibido ninguna llamada de ellos y ahora, estaban aquí.

Solté un largo suspiro, habrá que ver que es lo que quieren, dejé el cepillo y me sacudí de la ropa el pelo que se les había caído a ambos caballos.

—¿Me puedes decir de donde sacas esos dulces? —me reprendió.

Le respondí con una risilla.

Ciertamente no era tan relevante el caso de mis padres, estaban aquí para pasar el verano y supervisar la exportadora, no creí que se quedaran por mucho tiempo hasta que una tarde, después de tres semanas conviviendo con ellos como “una gran familia feliz” a excepción de algunos arranques entre mi madre y yo, mi padre llamó mi atención en una cena.

Se aclaró la garganta, como si estuviese incómodo.

—Phoebe —me miró.

—¿Hum? —pinché las papas con mi tenedor.

—¿Qué te parece Provenza?

Su pregunta me tomó por sorpresa.

—Es... cómoda —contesté, me había relajado bastante estas semanas, ya había terminado de escuchar mis vinilos.

—Me alegra que te guste —pareció feliz.

Mi madre carraspeó.

—Bien, te hemos visto y me ha parecido que lo mejor es que te quedes aquí.

—¿Enserio? —¿lo dije o lo pensé?, después lo pensé mejor.

—Hemos decidido, que, por tu bien, recibir instrucción aquí —esta vez mi padre me miró y enarqué una ceja —. Nosotros tendremos que viajar mucho a partir de ahora...

Solté una risa, aunque pareció más un sofoco de ladrido.

—Así que les estorbo...

—Phoebe, tú nunca nos has...

—Pero tal parece que si —tomé mi servilleta y la tiré en el plato comenzando a retirarme.

—Tienes que entender que es por tu bien —esta vez hablo la mujer que tenía por madre.

—¿El mío o el de ustedes? ¿Por qué no simplemente me regresan a Nueva York, como antes? Estuve perfectamente bien.

—Phoebe —ahora habló fuerte mi padre —, Nueva York puede ser una ciudad atrapante, pero es muy peligrosa para ti.

—¿Enserio? —dije sarcástica —, ya verás si me quedo

—Te vas a quedar en Provenza, es una orden.

—No lo haré —gruñí

—Recibirás instrucción aquí

—Odio a esos estúpidos profesores holgazanes e ineptos

—¡Irás al Colegio Católico! —estalló ahora mi madre.

—¡No! —lo que faltaba, una estúpida escuela católica —, ¿quieren volverme monja?

—Queremos la mejor instrucción para ti —esta vez la voz de mi padre sonaba bastante acalorada, pero aun sin gritar—, solo lo mejor, estarás con jóvenes de tu edad como en Nueva York —salvo el hecho de que es una puta escuela católica, pensé.

Tragué en seco, completamente molesta.

—Con una m****a, no iré a ese estúpido lugar de m****a.

—¡Irás, es una orden!

Por primera vez en mi vida, vi otra faceta de mi padre, no era el calmado de siempre, ahora estaba completamente furioso.

Gran m****a.

Antes de que comenzara a gritar, salí corriendo del comedor, para, encerrarme en mi habitación con el seguro puesto.

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NOTA DEL AUTOR: 

Holi, nueva historia de una adolescente, es cortita, pero hermosa. 

ProfesorXalumna, yes. 

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