Revisó entre las cosas de su madre, quien aún seguía tirada en la cama. Ni siquiera se inmutaba, nada. Ensanchó la sonrisa al toparse con la tarjeta de contacto de Parravicini. Rápidamente tecleó el número en su móvil y lo agendó como "El sexy doctor"; luego, volvió el pedazo de papel a su lugar.
Se marchó cerrando la puerta, cautelosa.
Casi celebró el hecho de poseer entre sus manos los dígitos de aquel espécimen de hombre. Al marcarle, el deseo se retorció dentro de sí. Sintió las palmas húmedas, y algo más.
¿Cómo podía desestabilizar un hombre su mundo, sin siquiera estar presente?
-Doctor Parravicini, ¿con quién hablo? -se mostró un tanto confuso, esa voz grave se deslizó en ella de forma electrizante, una corriente recorriendo su cuerpo al punto de volverla un manojo de nervios.
Ahora que lo tenía al teléfono, se hizo líos. ¿Por qué rayos le llamó?
-¿Hay alguien allí? -insistió con un tono de impaciencia.
Entonces colgó, sí, de forma infantil y ridícula, había finalizado la llamada. ¿Por qué no dijo nada? ¡Qué pésima actuación!
Se acostó boca arriba en la cama, dejando escapar un resoplido. Tan decidida a conquistarlo, pero apenas escucharlo enmudeció.
Un mensaje de texto iluminó la pantalla de su móvil. Con cierto temblor y vacilación al momento de tomar el aparato, tragó duro. ¿Y si era él? En una exhalación pretendió volver a tener oxígeno circulando en sus pulmones. Tal vez era Carrie. No creía que un doctor perdiera su tiempo al devolver una llamada desconocida.
En todo caso, miró la pantalla.
-¡Qué! -exclamó ofuscada.
El sexy doctor: Si tiene la osadía de llamar, debería poseer la valentía de hablar.
Gruñó. Eso no se quedaría así.
Tal vez no quiera precisamente hablar, señor Parravicini.
Envió la respuesta, ignorando el atrevimiento que envolvía el mensaje.
El sexy doctor: Déjeme adivinar, ¿es usted una mujer? Porque a diario recibo mensajes así, dígame, ¿también quiere lo mismo?
Había dado justo en el clavo. Pero el ego de aquel sujeto, que definitivamente no tenía los pies sobre la tierra, hizo que quisiera asestarle un golpe en la cara.
Sí, el tipo estaba bueno. Era todo lo que una mujer quería tener entre sus piernas, con un rostro esculpido de dios griego, un cuerpo fornido envidiable, labios invocando la pasión, el sinónimo de perdición clavado en sus ojos atrapantes. Y ¡Uff! Esa manera de sonreír.
Lo tenía todo, absolutamente todo a su favor. Ese poder de desquiciar su universo, de volverla loca con solo una vez, fue suficiente. Ya no podía sacárselo de la cabeza.
Pero la soberbia que rezumaba por los poros bastó de advertencia. Con hombres así, debía ir con cuidado, sin embargo no la detuvo, no extinguió la decisión de seguir en marcha con el plan.
Es usted un hombre tan listo, señor Parravicini.
No, claro que no estaba segura de ello. Jamás en su vida había tenido acción, pero se atrevió una vez más, dejándose llevar por las ansias y el frenesí.
El sexy doctor: ¿Tan desesperada está, señorita… ¿Me podría decir cómo se llama?
Ariadna suspiró. No iba a decirle su nombre.
No veo relevante decirle mi nombre.
La pantalla titiló a los cinco segundos.
El sexy doctor: Si sabes cómo me llamo, yo también debería de saber tu nombre. Pero si prefieres mantenerte en anonimato, de acuerdo. ¿A qué quiere jugar la señorita?
Liberó una sonrisita, qué rápido se enredaba el doctor con una desconocida en línea.
Ya sabe lo que quiero, depende de usted dármelo.
El sexy doctor: Mañana en el hotel Palace, habitación 234, llega antes de las seis. Por favor, no quiero que uses ropa interior, no llegues tarde, Ari.
Casi desfallece al terminar de leer el texto. ¿Cómo demonios supo que era ella? Se golpeó la frente al entender que si lo guardó en su teléfono, era obvio que Parravicini hizo lo mismo, y luego la buscó en su W******p, entonces miró su foto de perfil.
¡Maldición!-¡Ariadna, sal de ahí ahora mismo! -gritó su madre furiosa.Rodó los ojos, no contestó. Afortunadamente, había puesto seguro a la puerta, por lo que no tardó en escuchar la forma forzada en la que Evangelini atacaba el pomo, intentando entrar.-¡Madre, estoy ocupada, vete!-¡Maldito sea el día en que naciste, Ariadna Metaxàs! -escupió como solía.La verdad es que no le sorprendía su veneno, la manera en la que reafirmaba una vez más que ella era un error, un error que no debería existir. Hacía mucho tiempo que se había acostumbrado a las dagas perforando su pecho, ya no dolía, un día dejó de sentirlo, un día pasó de ella, de su aborrecimiento cada vez que la miraba. No valía la pena quedarse atascada en la pregunta, ¿por qué la odiaba? La respuesta estaba definida por un embarazo adolescente, le echaba toda la culpa a ella, así fuera inocente en todo ese asunto.-¡¿Escuchaste?! -gritó nuevamente, golpeando la madera.-¡Créeme que sí, tampoco estoy orgullosa de que seas mi
—No he dicho que seré sincera con él. Ya verás. —¡No sé qué tienes en la cabeza! —exclamó bajito, a lo que la joven sonrió de oreja a oreja, como si le hubiera dicho un cumplido. Un claxon sonando con insistencia evitó que Carrie siguiera empecinada con el asunto. El chófer la pasó buscando, como de costumbre. Se despidió rápidamente de su amiga. El trayecto a casa se le hizo lento, tal vez estaba demasiado ansiosa de que saliera la luna, de entregarse a ese hombre volviéndola loca. Aunado al tedioso tráfico de la ciudad, la hora avanzó con parsimonia. El día no dejaba de ser perfecto, no encontró rastro de guardaespaldas, nada, y su madre aún no llegaba de su sucia cita. Esta raramente le dejó una nota sobre el buró. No solía escribir notitas, así que lo vio como una situación inusual. Tomó el papel y lo desdobló leyendo su terrible caligrafía. Ahí le avisaba que salió con Riccardo a comer. —Ni siquiera me importa —musitó haciendo del papel una bola, luego la tiró al tacho de ba
—Entonces podrás ver a tu hermano.—Es lo que me alegra de todo esto, lo echo de menos.—Ahora estoy sola en casa, no he querido acompañarlos en la salida, menos con esa brujita de Regina —giró los ojos recordando a esa destructiva niña.Al otro lado de la línea, Carrie se partió de la risa. A Ariadna no le hizo ni una pizca de gracia.—Vale, es tu hermanastra, debes de tenerle amor, mucho amor.—Siquiera paciencia le tengo, voy a colgar, el timbre no deja de sonar —añadió escuchando la impertinencia con la que el aparato estaba siendo tocado.—¡De acuerdo! —canturreó.Terminó la llamada. Con recelo se encaminó a la entrada. Se olvidó de mirar por la mirilla; ya había girado el pomo. Entonces se encontró de frente con un mismísimo Adonis.Sus ojos…Sus labios…Esa cautivadora sonrisa…Volver a verle la dejó congelada, agitada, vulnerable ante esa mirada llena de lujuria.—*Cattivo Ari, eccomi qui, ho volato qui solo per una ragione, tu.Y por si fuera poco, ahora estaba él hablando en
No era con exactitud como quería que fuera ese día, aunque al final la ropa sobraría esa noche.Todo.La adrenalina corría por todo su cuerpo. No sabría qué hacer o qué decir si Valentini, su madre y Regina regresaban y encontraban a un apuesto doctor con ella.Volvió de inmediato a la sala. El cirujano giró sobre sus talones, perforando su imagen atractiva con sus ojos brillantes de lujuria. Abajo, su amiguito se quejó de la tiranía de una ropa interior que lo apretaba.Necesitaba liberarse.Mierda.La atravesó de arriba abajo con la mirada, haciendo el debido estudio como si fuera un tour por su fisonomía. El viaje terminó en la tormenta adornada por sus largas y rizadas pestañas, y él quería domar el mal tiempo en su mirada.—¿Nos vamos?Se aclaró la garganta.—Por supuesto, vamos, preciosa —le guiñó un ojo.El gesto surtió efecto, seduciéndola y dándole un vuelco al corazón que latía como un león detrás de una indefensa cebra. Pero ella era la presa en ese momento.Al cruzar la pu
—Me parece que tu queridísima esposa está armando un show solo porque decidí salir sin avisarle. Pesada —masculló esto último caminando hacia su habitación.La mujer intentó seguirla, pero fue detenida por su esposo.—Evangelini, déjala, ¿no crees que estás exagerando?—¿Eso crees, Riccardo? —lo miró mal.Las malas miradas entre ella y su madre, así como la tensión descomunal, no desaparecieron con la llegada del siguiente día. Ni una cálida mañana soleada, el mar a pocos metros, ni siquiera una exquisita comida marina pudieron cambiar el mal humor de las dos. Madre e hija: enemigas.—Papi, ¿vamos a nadar? —propuso Regina en medio del almuerzo, la rubita era la única con una sonrisa de oreja a oreja. De seguro se debía a que su contrincante, Ariadna, había sido reñida la noche anterior.—¿Nadar? —asintió con frenesí —Principessa, no podemos meternos al mar de inmediato, debemos esperar un rato una vez terminemos de comer.—Vale.Dulcemente le acarició la mejilla. Ante el sutil cariño,
Existía tanto deseo envolviendo el ambiente que hasta podrían prender fuego al mar. Despedían un flamear que hacía una hoguera colosal, declarando la guerra de dos cuerpos dispuestos a tener la victoria. En el papel de absoluta renuencia, volvió a negar con la cabeza. A diestra y siniestra hacerlo ahí era un completo desatino. -No vamos a tener nada, podemos ser descubiertos, vete, por favor -pidió en un ruego débil. -No suenas tan segura. -Pues te guste o no, esa es mi decisión. Sal, Tiziano -insistió…Estaba tomando el sol, acostada cómoda sobre una tumbona. La luz fulgurante de un astro de luz se deslizaba a través de su cuerpo, el calor la envolvía suavemente en el resplandor con el que buscaba a tientas quedarse un fabuloso bronceado. Nada podía ser mejor. Pero las cosas se torcieron para mal en cuanto se atravesó aquel Adonis en su campo, le quitó toda la luz, dejándole una sombra impactante sobre ella. Abrió los ojos con desmesura, molesta también. -¿Qué… -se le secó la
La confesión seguía sin romper la magia del momento, no se asustó, pero en definitiva sí la sorprendió. Sin embargo, no quería reparar mucho en eso. No ahora que tanto necesitaba el exquisito placer de su piel y la suya juntas.—¿No vas a decir nada al respecto? ¿Me vas a negar que sientes lo mismo? —lanzó el doblete, dos preguntas que aterrizaron en la mente de la joven. Al fin se separó unos centímetros y le sostuvo la mirada.—¿Qué quieres que te diga? —fue lo único que pudo hilar, le acarició la nuca y sonrió para aligerar la situación —. Yo...—La verdad, solo eso, Ariadna.—También me gustas, eso creo. Te confieso que me agrada estar contigo y que me has hecho sentir cosas extraordinarias. Así que sí, supongo que eso no tiene otro título.—No sé si es demasiado pronto para esto, pero... ¿quieres que lo intentemos de verdad?Se sonrojó. ¿Le estaba proponiendo salir juntos? Ya era un inicio.—¿Salir juntos? —él asintió besándole la frente —. No sé si funcione. No es lo mismo sexo
Casi se atragantó con su declaración sin filtros, sin anestesia.Ya lo temía, ningún hombre iba a darle una mano sin exigir a cambio un pago. En ese caso, el costo era su cuerpo.Tembló.—Deja que lo piense, por favor.No era algo que pudiera tomar a la ligera, a pesar de ya haberse entregado.—Como quieras.Se alejó, pero sonrió al notar que logró su cometido. Ella iba a aceptar, no tenía opción, era eso o quedarse en la calle sin un solo centavo. Si es que no volvía a casa con su malvada madre. ¡Nah! No la veía con intenciones de regresar a esa casa.—¿Hace cuánto que vives en este edificio?—Un par de años, después de graduarme de la universidad decidí dejar de vivir con mis padres, así que compré un piso en este edificio —explicó. Ahora que lo mencionaba, la curiosidad se despertó en Ariadna por saber más sobre sus progenitores —. Papá me ayudó, después le pagué.—Vaya… ¿ellos aún viven? —indagó.—Sí, ahora están viviendo en Roma.—Italia —repitió sonriendo —. Es uno de los países