Ariadna se sintió orgullosa cuando su esposo caminó al estrado a dónde hace poco tiempo lo habían llamado. Estaba ocupando una de esas importantes mesas al igual que muchos invitados de prestigio. Pero a pesar de que era la esposa de parravicini se sentía un poco fuera de lugar ante tanta elegancia cosa a la que ella siempre había estado acostumbrada, solo que ahora en este presente le pareció un poco incómodo. Pero nada se comparaba con ver a su marido así al frente mientras se desenvolvía sin ningún problema ante un montón de personas; hablaba como todo un profesional de la medicina y estaba orgullosa de todo lo que había logrado antes de que ella llegara a su vida, ya él era un cirujano importante pero ahora había ganado más fama y se consideraba el mejor de los mejores que habían en el país, mucho más que antes.
Ella siempre lo había tenido en cuenta, y sabía que cada uno de sus objetivos alcanzados era gracias a que tenía al lado a la mujer más importante de su vida yLos ojos del hombre se abrieron de par en par, no podía creer lo que le estaba diciendo un bebé, era algo maravilloso se había imaginado un hijo de ellos dos pero por cuestiones de metas en cuanto a la joven que debía estudiar y todo lo demás había puesto en primer lugar lo que ella necesitaba, él aunque quería un hijo, podía esperar. Pero ahora que le comentaba que podía estar embarazada no había cosa más emocionante en el mundo que saberlo. Le agradaba la idea de que ella estuvieron esperando un hijo suyo. Un bebé era maravilloso regalo de Dios y mucho más si era de ellos dos. Si quería hijos era con esa mujer tan hermosa tan dulce y tan cálida. —Amor, sí de verdad estás embarazada voy a hacer más feliz de lo que ya soy. Sabes que yo quiero un hijo contigo, pero también quiero que tengas ese deseo y no que te sientas forzada a vivirlo solo porque yo así lo quiero. —Sé lo que me has dicho, que ponga en primer lugar mis estudios, sin embargo estoy
Una vez llegaron a la clínica, la atendieron de emergencia, un amigo de Tiziano se la acercó y le comentó cuánto lo sentía, cuando el cirujano quiso saber cuáles pudieron haber sido las causas de aquel aborto espontáneo, se lo llevó al consultorio para platicar no solo de doctor a doctor sino de compañero a compañero. Esas cosas pasaban y a veces simplemente se escapaba de las manos y no se podía hacer absolutamente nada. Pero viendo el lado bueno podría intentarlo de nuevo, lo sucedido no tenía por qué definir su futuro, mucho menos con el deseo que tenían de convertirse en padres. Sea como sea, él le recordó que podrían intentarlo nuevamente y ver qué sucedía. Por ahora le comentó que debía estar cerca de su esposa y darle su apoyo, quién debía estar abrumada con la situación y triste como toda mujer que pasaba por aquella circunstancia. Debía estar para ella, como dijo el doctor. Se levantó de la silla y le agradeció por todo. Luego se dirigió a la salida para encaminar
A pesar de sus intentos por dejar la depresión tras lo ocurrido se encontró buscando en internet una serie de información sobre el tema para sentirse mejor pero mientras más sentida entre cada línea sentía que el dolor crecía ferozmente hice la comida viva. Seguía sintiendo que lo que pasó fue su culpa por no ponerse a control a tiempo pero la verdad es que fue un caso que salió de sus manos y no puedo hacer nada al respecto. Se había sentado frente a la portátil con la intención de buscar algo para distraerse pero acabo haciendo todo lo contrario ya que puso en la web sobre cómo superar el duelo o sobrellevarlo. “La pérdida del embarazo es, tristemente, muy común. Aún así es algo de lo que no hablamos con mucha facilidad”.Acabó cerrando de golpe la portátil y se levantó bruscamente de la silla mientras caminaba a la cama para lanzarse sobre la colcha y hundir la cabeza en la almohada y ponerse a llorar como una niña pequeña. Desafortunadamente su
Durante los meses y semanas siguientes, Ariadna y Tiziano se sumergieron en la preparación para la llegada de sus gemelos. Con la guía de la doctora Candace, llevaron a cabo todas las recomendaciones médicas al pie de la letra.Ariadna experimentó los típicos malestares del embarazo, como náuseas y cansancio, pero siempre contó con el apoyo incondicional de Tiziano, quien se encargaba de mimarla y cuidarla en todo momento.Las visitas regulares al consultorio de la doctora Candace les permitieron seguir de cerca el desarrollo de los bebés. Durante cada consulta, escuchaban emocionados los latidos de los pequeños corazones y recibían consejos valiosos para garantizar la salud de la mamá y los bebés.A medida que avanzaban los meses, la barriga de Ariadna crecía inevitablemente, y Tiziano no podía contener su emoción al ver a sus hijos crecer dentro de ella.Finalmente, llegó el día del parto. Con la asistencia de la doctora Candace y su e
Ariadna disfrutaba del sol en su balcón, bebiendo un exótico cóctel, supuestamente sin una gota de alcohol, sin preocuparse por la regla de su madre."No te atrevas a embriagarte, jovencita", le había dicho su madre.Ella revoloteó los ojos, sin importarle la advertencia. Su madre misma se drogaba con las dosis ilegales que le suministraba su doctor, mientras mantenía una fachada de perfección. Evangelini era una mujer infeliz, atrapada en sus malas decisiones y adicciones.Ariadna admiraba la vista desde su balcón, agradecida por la vida privilegiada que llevaba. Aunque Las Vegas era fabulosa, extrañaba su hogar en New York y la facilidad con la que podía cumplir sus caprichos gracias a la servidumbre.La joven se planteó encontrar una forma de escapar de la vigilancia de los dos fornidos guardaespaldas que su padrastro había contratado. Quería explorar los lugares de la ciudad y perderse en la noche de Las Vegas, pero se sentía atrapada por las restricciones impuestas en su entorno.
Ella era inexperta, alguien que no se imaginaba lo que su cabeza pensaba, sí, ella era la protagonista de una naciente fantasía que surgió en cuanto la miró a sus ojos grises. La cena avanzó con miradas compartidas, enigmáticas, y alguna que otra que no dejaba nada a la imaginación. Ariadna no podía creer la osadía de su madre al invitar a un doctor adonde se estaban quedando, tampoco sabía con qué objetivo lo hizo. Hasta que a mitad de la comida, fue la misma Evangelini la que sacó el asunto de la cirugía, quería un aumento de senos. Lo entendió todo. Al tiempo que vio innecesario traerlo con ella. El cirujano era amigo de Riccardo, por lo que no le sorprendió que este accediera a venirse con su madre. Tarde se apareció el mismo Riccardo, sin molestarle ver a su cercano amigo ahí. Lo de la operación ya lo sabía, la única no al corriente era la muchacha. Al final los hombres se quedaron platicando de asuntos, a su parecer, irrelevantes. Su madre hace mucho que se había ido a la cama.
Revisó entre las cosas de su madre, quien aún seguía tirada en la cama. Ni siquiera se inmutaba, nada. Ensanchó la sonrisa al toparse con la tarjeta de contacto de Parravicini. Rápidamente tecleó el número en su móvil y lo agendó como "El sexy doctor"; luego, volvió el pedazo de papel a su lugar.Se marchó cerrando la puerta, cautelosa.Casi celebró el hecho de poseer entre sus manos los dígitos de aquel espécimen de hombre. Al marcarle, el deseo se retorció dentro de sí. Sintió las palmas húmedas, y algo más.¿Cómo podía desestabilizar un hombre su mundo, sin siquiera estar presente?-Doctor Parravicini, ¿con quién hablo? -se mostró un tanto confuso, esa voz grave se deslizó en ella de forma electrizante, una corriente recorriendo su cuerpo al punto de volverla un manojo de nervios.Ahora que lo tenía al teléfono, se hizo líos. ¿Por qué rayos le llamó?-¿Hay alguien allí? -insistió con un tono de impaciencia.Entonces colgó, sí, de forma infantil y ridícula, había finalizado la llama
¡Maldición!-¡Ariadna, sal de ahí ahora mismo! -gritó su madre furiosa.Rodó los ojos, no contestó. Afortunadamente, había puesto seguro a la puerta, por lo que no tardó en escuchar la forma forzada en la que Evangelini atacaba el pomo, intentando entrar.-¡Madre, estoy ocupada, vete!-¡Maldito sea el día en que naciste, Ariadna Metaxàs! -escupió como solía.La verdad es que no le sorprendía su veneno, la manera en la que reafirmaba una vez más que ella era un error, un error que no debería existir. Hacía mucho tiempo que se había acostumbrado a las dagas perforando su pecho, ya no dolía, un día dejó de sentirlo, un día pasó de ella, de su aborrecimiento cada vez que la miraba. No valía la pena quedarse atascada en la pregunta, ¿por qué la odiaba? La respuesta estaba definida por un embarazo adolescente, le echaba toda la culpa a ella, así fuera inocente en todo ese asunto.-¡¿Escuchaste?! -gritó nuevamente, golpeando la madera.-¡Créeme que sí, tampoco estoy orgullosa de que seas mi