Ella era inexperta, alguien que no se imaginaba lo que su cabeza pensaba, sí, ella era la protagonista de una naciente fantasía que surgió en cuanto la miró a sus ojos grises.
La cena avanzó con miradas compartidas, enigmáticas, y alguna que otra que no dejaba nada a la imaginación. Ariadna no podía creer la osadía de su madre al invitar a un doctor adonde se estaban quedando, tampoco sabía con qué objetivo lo hizo. Hasta que a mitad de la comida, fue la misma Evangelini la que sacó el asunto de la cirugía, quería un aumento de senos. Lo entendió todo. Al tiempo que vio innecesario traerlo con ella. El cirujano era amigo de Riccardo, por lo que no le sorprendió que este accediera a venirse con su madre.Tarde se apareció el mismo Riccardo, sin molestarle ver a su cercano amigo ahí. Lo de la operación ya lo sabía, la única no al corriente era la muchacha. Al final los hombres se quedaron platicando de asuntos, a su parecer, irrelevantes. Su madre hace mucho que se había ido a la cama. Pero ella permaneció cerca.Se sostuvieron las miradas cada cierto tiempo, quemaba, sus pupilas la volvieron cenizas, y aún no llegaban a ese punto de ebullición donde el roce, los besos, y finalmente el placer derretían a dos cuerpos.Una semana después…Tiziano llegó al hospital, casi a zancadas atravesó el pasillo, en el camino fue interceptado por la señorita Bunderland. Como siempre apretando contra su pecho una que otra carpeta, el historial médico de algún paciente, o donde tenía los pendientes marcados del cirujano.—Buenos días, doctor. Que bueno saber que ha llegado, ya tiene una hora en su oficina la señorita Mía, le dije que no podía entrar, pero sabe como es su novia.—¿Qué? No sé qué rayos hace aquí, es que, ¿no le quedó claro que terminamos? —inquirió enfadado.Su asistente lo miró sin decir o saber qué hacer. La verdad no sabía que Carduccio y él terminaron. De seguro se cansó de esa molesta manipuladora, berrinchuda y altiva mujer. En todo caso, motivos sobraban para la ruptura de la que ahora se puso al corriente.—¿Puedes dictarme mis pendientes? —cambió de tema, dando un largo suspiro.—De acuerdo —empezó a correr la vista sobre el papel, donde todo estaba anotado —. Dos cirugías, una a las diez de la mañana, la otra a las tres de la tarde, además le toca hacer guardia esta noche.—Entonces será un día largo.—Así es, será otro agotador día, doctor.—Bien, gracias. Ahora debo encargarme de otro asunto —mencionó refiriéndose a la italiana que no quería dejarlo ni a sol ni a sombra.—Sí claro, con permiso —le regaló una amable sonrisa antes de partir de ahí.Tiziano resopló. Lo más pronto se encaminó a su oficina, al ingresar su chillona voz opacó el silencio, sin verlo venir, ya lo tenía como koala en su cuello. Esos delgados brazos pálidos estaban rodeándolo. Su exagerado perfume, que casi repugnaba, lo ofuscó. No, definitivamente no sentía nada por ella. Hace tanto que dejó de interesarle, pero siguió con la relación, fingiendo que cada noche tenerla a su lado era una agradable compañía, se engañó a sí mismo inventando que aquellos labios rojos le apetecían, hasta que se cansó y la dejó. Mía no se resignó, para muestra un botón, ahí estaba con la poca dignidad que le quedaba, rogando con sus coqueteos.Y esa vez tampoco funcionó.—¿Qué crees que haces, eh? —espetó rabioso, quitándose de encima de forma abrupta el contacto con la fémina.***No encontró la razón por la que sus pensamientos se vieron direccionados a la bonita joven de lindos ojos grises, esos que se clavaron en él con timidez. Lo atrajo, lo envolvió, ahora necesitaba saber más de ella, nada más desistió al saberla en el circulo familiar de ese intimo amigo suyo, Riccardo Valentini. Es que si no fuera su hijastra, ya tuviera planes de conquista con ella, incluso alguna habitación lujosa de hotel reservada.Encima, era probable volver a verla, porque su madre Evangelini, deseaba hacerse una cirugía. La cita con la señora Valentini se consignó para el viernes. Debía mantenerse al margen, romper la necesidad, deshacer el fuego en su cuerpo al evocarla, pero acabar calcinado resultó ser una atracción irrefutable, que de presentarse la disposición de su parte, no pensaría dos veces.…Se paseó por todo el salón principal sin despegar la vista de su móvil, como cada día, tampoco tenía intenciones de hacer mucho ese martes. Se carcajeó con un gracioso vídeo de un gatito, y se aburrió al rato, suspirando con pesadez. Revisando la galería de su teléfono, se encontró varias fotos de Tiziano.El restó de su estadía en Los Ángeles no lo dejó de pensar, devuelta a New York, seguía con su imagen grabada a fuego en la memoria.Nada cambió en el vuelo.No retrocedió, no se alejó del peligro que emanaba él. Lo quería cerca, teniendo que hacer planes de seducción. Ariadna no se resistió a la idea, una locura perfecta, infalible. Era una chica de riesgos, y aquella rebasaba la cordura, iba más allá de su arraigada rebeldía. Estaba segura de que no fallaría en el intento, convencida de lograr meterse en la cama de un hombre mayor, encima el cirujano plástico más importante del país.Volvió a mirar las fotos en el teléfono.Se tiró en el sofá elegante y suntuoso en medio del salón, desganada. Había salido temprano de la secundaria, gracias a la ausencia de un profesor. Por eso Carrie la llamó más tarde invitándola a su casa, a diferencia de ella, ya había terminado sus tareas. Las tardes en casa de los Hill dejaron de ser divertidas cuando el mayor de los hijos se marchó a otra ciudad, de resto nada que la animara, ir a casa de Carrie significaba pasar la noche viendo películas cursis. Ni modo que los padres chapados a la antigua de su amiga iban a tolerar que miraran algo más… Adulto. A pesar de que sabía de antemano la negación, le propuso un día al ángel de Carrie que pusiera una película erótica, nada más pronunciar la palabra, todos los colores se le subieron a la cara.Fue divertido mirar su reacción, por otro lado todo una noche aburrida también.¡Agh! Le marcaría excusándose de algún modo, todo por no ir a su casa.—¿No deberías estar haciendo tus deberes? —hizo acto de presencia la mujer a la que llamaba madre, pero no actuaba como tal.—Déjame en paz, madre —escupió dejando su lugar, al pasar por su lado, Evangelini le tomó el antebrazo, forzando su detención.—No me hables de esa manera, Ariadna. ¿Qué tanto miras eh? —le echó un vistazo al móvil que sostenía en la mano —. Deja que te descubra en cochinadas, y verás.La soltó de golpe.Rugió pasando de ella y sus palabras ridículas. Se encerró de nuevo en su habitación deseando con ímpetu no tener que verle la cara otra vez a esa mujer. La olvidó de nuevo, sumergiéndose en su nuevo cometido, enredarse en la piel del doctor Parravicini, lo apuntó en lo más profundo de sí, porque dejar de ser virgen no podía suceder de otra forma mejor que entregándose a él.Revisó entre las cosas de su madre, quien aún seguía tirada en la cama. Ni siquiera se inmutaba, nada. Ensanchó la sonrisa al toparse con la tarjeta de contacto de Parravicini. Rápidamente tecleó el número en su móvil y lo agendó como "El sexy doctor"; luego, volvió el pedazo de papel a su lugar.Se marchó cerrando la puerta, cautelosa.Casi celebró el hecho de poseer entre sus manos los dígitos de aquel espécimen de hombre. Al marcarle, el deseo se retorció dentro de sí. Sintió las palmas húmedas, y algo más.¿Cómo podía desestabilizar un hombre su mundo, sin siquiera estar presente?-Doctor Parravicini, ¿con quién hablo? -se mostró un tanto confuso, esa voz grave se deslizó en ella de forma electrizante, una corriente recorriendo su cuerpo al punto de volverla un manojo de nervios.Ahora que lo tenía al teléfono, se hizo líos. ¿Por qué rayos le llamó?-¿Hay alguien allí? -insistió con un tono de impaciencia.Entonces colgó, sí, de forma infantil y ridícula, había finalizado la llama
¡Maldición!-¡Ariadna, sal de ahí ahora mismo! -gritó su madre furiosa.Rodó los ojos, no contestó. Afortunadamente, había puesto seguro a la puerta, por lo que no tardó en escuchar la forma forzada en la que Evangelini atacaba el pomo, intentando entrar.-¡Madre, estoy ocupada, vete!-¡Maldito sea el día en que naciste, Ariadna Metaxàs! -escupió como solía.La verdad es que no le sorprendía su veneno, la manera en la que reafirmaba una vez más que ella era un error, un error que no debería existir. Hacía mucho tiempo que se había acostumbrado a las dagas perforando su pecho, ya no dolía, un día dejó de sentirlo, un día pasó de ella, de su aborrecimiento cada vez que la miraba. No valía la pena quedarse atascada en la pregunta, ¿por qué la odiaba? La respuesta estaba definida por un embarazo adolescente, le echaba toda la culpa a ella, así fuera inocente en todo ese asunto.-¡¿Escuchaste?! -gritó nuevamente, golpeando la madera.-¡Créeme que sí, tampoco estoy orgullosa de que seas mi
—No he dicho que seré sincera con él. Ya verás. —¡No sé qué tienes en la cabeza! —exclamó bajito, a lo que la joven sonrió de oreja a oreja, como si le hubiera dicho un cumplido. Un claxon sonando con insistencia evitó que Carrie siguiera empecinada con el asunto. El chófer la pasó buscando, como de costumbre. Se despidió rápidamente de su amiga. El trayecto a casa se le hizo lento, tal vez estaba demasiado ansiosa de que saliera la luna, de entregarse a ese hombre volviéndola loca. Aunado al tedioso tráfico de la ciudad, la hora avanzó con parsimonia. El día no dejaba de ser perfecto, no encontró rastro de guardaespaldas, nada, y su madre aún no llegaba de su sucia cita. Esta raramente le dejó una nota sobre el buró. No solía escribir notitas, así que lo vio como una situación inusual. Tomó el papel y lo desdobló leyendo su terrible caligrafía. Ahí le avisaba que salió con Riccardo a comer. —Ni siquiera me importa —musitó haciendo del papel una bola, luego la tiró al tacho de ba
—Entonces podrás ver a tu hermano.—Es lo que me alegra de todo esto, lo echo de menos.—Ahora estoy sola en casa, no he querido acompañarlos en la salida, menos con esa brujita de Regina —giró los ojos recordando a esa destructiva niña.Al otro lado de la línea, Carrie se partió de la risa. A Ariadna no le hizo ni una pizca de gracia.—Vale, es tu hermanastra, debes de tenerle amor, mucho amor.—Siquiera paciencia le tengo, voy a colgar, el timbre no deja de sonar —añadió escuchando la impertinencia con la que el aparato estaba siendo tocado.—¡De acuerdo! —canturreó.Terminó la llamada. Con recelo se encaminó a la entrada. Se olvidó de mirar por la mirilla; ya había girado el pomo. Entonces se encontró de frente con un mismísimo Adonis.Sus ojos…Sus labios…Esa cautivadora sonrisa…Volver a verle la dejó congelada, agitada, vulnerable ante esa mirada llena de lujuria.—*Cattivo Ari, eccomi qui, ho volato qui solo per una ragione, tu.Y por si fuera poco, ahora estaba él hablando en
No era con exactitud como quería que fuera ese día, aunque al final la ropa sobraría esa noche.Todo.La adrenalina corría por todo su cuerpo. No sabría qué hacer o qué decir si Valentini, su madre y Regina regresaban y encontraban a un apuesto doctor con ella.Volvió de inmediato a la sala. El cirujano giró sobre sus talones, perforando su imagen atractiva con sus ojos brillantes de lujuria. Abajo, su amiguito se quejó de la tiranía de una ropa interior que lo apretaba.Necesitaba liberarse.Mierda.La atravesó de arriba abajo con la mirada, haciendo el debido estudio como si fuera un tour por su fisonomía. El viaje terminó en la tormenta adornada por sus largas y rizadas pestañas, y él quería domar el mal tiempo en su mirada.—¿Nos vamos?Se aclaró la garganta.—Por supuesto, vamos, preciosa —le guiñó un ojo.El gesto surtió efecto, seduciéndola y dándole un vuelco al corazón que latía como un león detrás de una indefensa cebra. Pero ella era la presa en ese momento.Al cruzar la pu
—Me parece que tu queridísima esposa está armando un show solo porque decidí salir sin avisarle. Pesada —masculló esto último caminando hacia su habitación.La mujer intentó seguirla, pero fue detenida por su esposo.—Evangelini, déjala, ¿no crees que estás exagerando?—¿Eso crees, Riccardo? —lo miró mal.Las malas miradas entre ella y su madre, así como la tensión descomunal, no desaparecieron con la llegada del siguiente día. Ni una cálida mañana soleada, el mar a pocos metros, ni siquiera una exquisita comida marina pudieron cambiar el mal humor de las dos. Madre e hija: enemigas.—Papi, ¿vamos a nadar? —propuso Regina en medio del almuerzo, la rubita era la única con una sonrisa de oreja a oreja. De seguro se debía a que su contrincante, Ariadna, había sido reñida la noche anterior.—¿Nadar? —asintió con frenesí —Principessa, no podemos meternos al mar de inmediato, debemos esperar un rato una vez terminemos de comer.—Vale.Dulcemente le acarició la mejilla. Ante el sutil cariño,
Existía tanto deseo envolviendo el ambiente que hasta podrían prender fuego al mar. Despedían un flamear que hacía una hoguera colosal, declarando la guerra de dos cuerpos dispuestos a tener la victoria. En el papel de absoluta renuencia, volvió a negar con la cabeza. A diestra y siniestra hacerlo ahí era un completo desatino. -No vamos a tener nada, podemos ser descubiertos, vete, por favor -pidió en un ruego débil. -No suenas tan segura. -Pues te guste o no, esa es mi decisión. Sal, Tiziano -insistió…Estaba tomando el sol, acostada cómoda sobre una tumbona. La luz fulgurante de un astro de luz se deslizaba a través de su cuerpo, el calor la envolvía suavemente en el resplandor con el que buscaba a tientas quedarse un fabuloso bronceado. Nada podía ser mejor. Pero las cosas se torcieron para mal en cuanto se atravesó aquel Adonis en su campo, le quitó toda la luz, dejándole una sombra impactante sobre ella. Abrió los ojos con desmesura, molesta también. -¿Qué… -se le secó la
La confesión seguía sin romper la magia del momento, no se asustó, pero en definitiva sí la sorprendió. Sin embargo, no quería reparar mucho en eso. No ahora que tanto necesitaba el exquisito placer de su piel y la suya juntas.—¿No vas a decir nada al respecto? ¿Me vas a negar que sientes lo mismo? —lanzó el doblete, dos preguntas que aterrizaron en la mente de la joven. Al fin se separó unos centímetros y le sostuvo la mirada.—¿Qué quieres que te diga? —fue lo único que pudo hilar, le acarició la nuca y sonrió para aligerar la situación —. Yo...—La verdad, solo eso, Ariadna.—También me gustas, eso creo. Te confieso que me agrada estar contigo y que me has hecho sentir cosas extraordinarias. Así que sí, supongo que eso no tiene otro título.—No sé si es demasiado pronto para esto, pero... ¿quieres que lo intentemos de verdad?Se sonrojó. ¿Le estaba proponiendo salir juntos? Ya era un inicio.—¿Salir juntos? —él asintió besándole la frente —. No sé si funcione. No es lo mismo sexo