—No he dicho que seré sincera con él. Ya verás.
—¡No sé qué tienes en la cabeza! —exclamó bajito, a lo que la joven sonrió de oreja a oreja, como si le hubiera dicho un cumplido.
Un claxon sonando con insistencia evitó que Carrie siguiera empecinada con el asunto. El chófer la pasó buscando, como de costumbre. Se despidió rápidamente de su amiga.
El trayecto a casa se le hizo lento, tal vez estaba demasiado ansiosa de que saliera la luna, de entregarse a ese hombre volviéndola loca. Aunado al tedioso tráfico de la ciudad, la hora avanzó con parsimonia.
El día no dejaba de ser perfecto, no encontró rastro de guardaespaldas, nada, y su madre aún no llegaba de su sucia cita. Esta raramente le dejó una nota sobre el buró. No solía escribir notitas, así que lo vio como una situación inusual. Tomó el papel y lo desdobló leyendo su terrible caligrafía. Ahí le avisaba que salió con Riccardo a comer.
—Ni siquiera me importa —musitó haciendo del papel una bola, luego la tiró al tacho de basura.
¿A comer? Riccardo tenía una agenda demasiado apretada, ponía en tela de juicio la barata explicación de su madre para justificar la prolongada ausencia.
Era demasiado absurdo.
Por otro lado, no le resultó extraño que la dejara por fuera.
¡Ja! Nunca estaba en los planes de su progenitora.
No había una sola vez que fue parte de un plan en su corta vida, siquiera antes de venir al mundo.
…
Parpadeó coqueta, disfrutando de ver el hechizante baile de sus rizadas, largas y curvadas pestañas. Dejó la máscara sobre el lavabo para tomar un labial mate rojo y barnizó sus labios.
Se sintió poderosa, atractiva, atreviéndose a decir que parecía una diosa sensual a la que ningún hombre en su sano juicio iba a rechazar. Corrió la vista sobre su reflejo impactante en el espejo de cuerpo completo. El recorrido le gustó, se veía hermosa y gloriosa en un vestido negro batista. Sus largos dedos tantearon cada centímetro del lino, hasta cerciorarse de verse perfecta. El look lo terminaba de complementar unos tacos de infarto, los compró con el ahorro de las últimas cuatro mesadas de parte de Riccardo.
Sí, el precio era de muerte. No había encontrado algo “módico” que se ajustara a su estilo.
El calzado tenía incrustaciones, que en contraste con la oscuridad del negro, exaltaba la confulgencia en aquellos Stilettos.
Se alisó la falda de su vestido antes de tomar la bolsa y abandonar su recámara.
La servidumbre no vivía con ellos. De hecho la cocinera y sirvienta solo se quedaban cuando Riccardo, Evangelini y ella brillaban por su ausencia. De todos modos avanzó con sigilo, pero el impacto de las agujas en su pies no se ahogaban tan fácil sobre el mármol.
Dejó la cautela, al final ni Riccardo y Evangelini retornaban de su “salida”.
No creyó que al abrir la puerta principal iba a encontrarlo. Abrió los ojos con desmesura, sorprendida con la presencia de ese enigmático sujeto. Unos irresistibles ojos verdes azulados se clavaron en la tormenta de sus grisáceos perplejos.
La bordeó un ataque cardíaco, que estuviera ahí la descolocó por completo. Todo era más fácil con una pantalla en medio, en persona su capacidad del habla la abandonaba.
—¿U-usted qué hace aquí? —se atrevió a decir vacilante, aunque su expresión distaba de nervios.
No, no dejaría que la creyera una ovejita, o un conejillo de indias asustadizo. Sin embargo con la potencia de sus orbes ya la estaba devorando.
—Buenas noches, señorita Ariadna. ¿Esperaba a alguien o iba de salida? —quiso saber, detrás de sus apetecibles labios una mofa se acercó.
Era tan guapo, que con solo una lasciva mirada la volvía flama. En vez de alejarse, no, ella quería quemarse. Deseaba ser suya. A pesar de todo, los colores se agolparon brutalmente en su rostro. El italiano con su traje a la medida, peinado elegante y la sonrisa más caliente que le había regalado, era una tentación que estaba dispuesta a volver pecado.
Sí, sin miedo a pagar penitencias.
—¿Cómo estás, Ari? —continuó diciendo ahí, al corriente de todo lo que provocaba en la joven.
Palpando sus nervios a flor de piel, el sonrojo en sus mejillas y esa sonrisa temblorosa, tenía el control de todo.
—¿Bien? —frunció el ceño —. Me ha engañado, ¿no es así?
—¿Yo? —dio un paso hacia adelante, la chica contuvo el aliento. Ese peligro, su imponencia varonil, incluso advirtiendo, cambiaba sus ejes a su antojo.
Embragándola, eso le hacía su cercanía. Un radioactivo, una bomba, un misil. En todo caso él resultaba aniquilante.
—Sí, usted. —soltó cara a cara.
Al borde de un colapso se atrevió al replique.
—No suelo engañar a las personas —empezó a decir mirándole los labios, esa boquita que desde esa noche quiso probar —. No como una jovencita rebelde que tengo frente a mí, o ¿me vas a decir lo contrario? Solo vine a decirte que… —paró acercando los labios a su oreja, con desafuero el escalofrío desapacible le atravesó la dorsal, una lluvia de sensaciones le apretaron el interior.
Calor, calor, hacía tanto calor que empezó a ubicarse mentalmente en el mismísimo desierto del Sahara.
—¿Qué? —logró decir con la marea embravecida batiéndose en ella —. ¿Por qué ha venido?
—A decirte que no estaré contigo... ¿tienes idea en cuántos problemas me puedo meter?
¿La había rechazado?
—¿No cree que con un texto bastaba? No era necesario aparecerse por aquí, señor Parravicini —escupió ofendida.
Porque si se tomó el tiempo de venir hasta ahí, existía una razón, ¿no?
El hombre le dedicó una repasada.
—Quien te vea así se cree el cuento de que eres madura, pero solo tienes diecisiete años, ¿por qué haces esto, Ariadna? Conozco a Riccardo, empiezo a conocer a tu madre, ellos no estarán orgullosos de saber lo que tú haces.
Se aguantó las ganas de rodar los ojos, la opinión de esos dos era cosa irrelevante.
—No tiene ningún derecho de venir a darme regaños, eh —soltó retándolo —. Y pronto tendré dieciocho años, señor.
Le faltó cruzarse de brazos y hacer un puchero. Pero se mantendría al margen de parecer una cría.
El doctor la rodeó con posesión, invadiendo su espacio, fiero, azaroso, sin la mínima intención de despejar el campo. Con delicadeza posó sus dedos debajo de su tersa barbilla. Era como si le sirvieran un aperitivo difícil de declinar, sin embargo lo rechazaba.
—Solo te advierto que jugar con fuego no es lo mejor para alguien que ni siquiera conoce el ardor de un beso.
Y se marchó.
¡Maldición!
—Entonces podrás ver a tu hermano.—Es lo que me alegra de todo esto, lo echo de menos.—Ahora estoy sola en casa, no he querido acompañarlos en la salida, menos con esa brujita de Regina —giró los ojos recordando a esa destructiva niña.Al otro lado de la línea, Carrie se partió de la risa. A Ariadna no le hizo ni una pizca de gracia.—Vale, es tu hermanastra, debes de tenerle amor, mucho amor.—Siquiera paciencia le tengo, voy a colgar, el timbre no deja de sonar —añadió escuchando la impertinencia con la que el aparato estaba siendo tocado.—¡De acuerdo! —canturreó.Terminó la llamada. Con recelo se encaminó a la entrada. Se olvidó de mirar por la mirilla; ya había girado el pomo. Entonces se encontró de frente con un mismísimo Adonis.Sus ojos…Sus labios…Esa cautivadora sonrisa…Volver a verle la dejó congelada, agitada, vulnerable ante esa mirada llena de lujuria.—*Cattivo Ari, eccomi qui, ho volato qui solo per una ragione, tu.Y por si fuera poco, ahora estaba él hablando en
No era con exactitud como quería que fuera ese día, aunque al final la ropa sobraría esa noche.Todo.La adrenalina corría por todo su cuerpo. No sabría qué hacer o qué decir si Valentini, su madre y Regina regresaban y encontraban a un apuesto doctor con ella.Volvió de inmediato a la sala. El cirujano giró sobre sus talones, perforando su imagen atractiva con sus ojos brillantes de lujuria. Abajo, su amiguito se quejó de la tiranía de una ropa interior que lo apretaba.Necesitaba liberarse.Mierda.La atravesó de arriba abajo con la mirada, haciendo el debido estudio como si fuera un tour por su fisonomía. El viaje terminó en la tormenta adornada por sus largas y rizadas pestañas, y él quería domar el mal tiempo en su mirada.—¿Nos vamos?Se aclaró la garganta.—Por supuesto, vamos, preciosa —le guiñó un ojo.El gesto surtió efecto, seduciéndola y dándole un vuelco al corazón que latía como un león detrás de una indefensa cebra. Pero ella era la presa en ese momento.Al cruzar la pu
—Me parece que tu queridísima esposa está armando un show solo porque decidí salir sin avisarle. Pesada —masculló esto último caminando hacia su habitación.La mujer intentó seguirla, pero fue detenida por su esposo.—Evangelini, déjala, ¿no crees que estás exagerando?—¿Eso crees, Riccardo? —lo miró mal.Las malas miradas entre ella y su madre, así como la tensión descomunal, no desaparecieron con la llegada del siguiente día. Ni una cálida mañana soleada, el mar a pocos metros, ni siquiera una exquisita comida marina pudieron cambiar el mal humor de las dos. Madre e hija: enemigas.—Papi, ¿vamos a nadar? —propuso Regina en medio del almuerzo, la rubita era la única con una sonrisa de oreja a oreja. De seguro se debía a que su contrincante, Ariadna, había sido reñida la noche anterior.—¿Nadar? —asintió con frenesí —Principessa, no podemos meternos al mar de inmediato, debemos esperar un rato una vez terminemos de comer.—Vale.Dulcemente le acarició la mejilla. Ante el sutil cariño,
Existía tanto deseo envolviendo el ambiente que hasta podrían prender fuego al mar. Despedían un flamear que hacía una hoguera colosal, declarando la guerra de dos cuerpos dispuestos a tener la victoria. En el papel de absoluta renuencia, volvió a negar con la cabeza. A diestra y siniestra hacerlo ahí era un completo desatino. -No vamos a tener nada, podemos ser descubiertos, vete, por favor -pidió en un ruego débil. -No suenas tan segura. -Pues te guste o no, esa es mi decisión. Sal, Tiziano -insistió…Estaba tomando el sol, acostada cómoda sobre una tumbona. La luz fulgurante de un astro de luz se deslizaba a través de su cuerpo, el calor la envolvía suavemente en el resplandor con el que buscaba a tientas quedarse un fabuloso bronceado. Nada podía ser mejor. Pero las cosas se torcieron para mal en cuanto se atravesó aquel Adonis en su campo, le quitó toda la luz, dejándole una sombra impactante sobre ella. Abrió los ojos con desmesura, molesta también. -¿Qué… -se le secó la
La confesión seguía sin romper la magia del momento, no se asustó, pero en definitiva sí la sorprendió. Sin embargo, no quería reparar mucho en eso. No ahora que tanto necesitaba el exquisito placer de su piel y la suya juntas.—¿No vas a decir nada al respecto? ¿Me vas a negar que sientes lo mismo? —lanzó el doblete, dos preguntas que aterrizaron en la mente de la joven. Al fin se separó unos centímetros y le sostuvo la mirada.—¿Qué quieres que te diga? —fue lo único que pudo hilar, le acarició la nuca y sonrió para aligerar la situación —. Yo...—La verdad, solo eso, Ariadna.—También me gustas, eso creo. Te confieso que me agrada estar contigo y que me has hecho sentir cosas extraordinarias. Así que sí, supongo que eso no tiene otro título.—No sé si es demasiado pronto para esto, pero... ¿quieres que lo intentemos de verdad?Se sonrojó. ¿Le estaba proponiendo salir juntos? Ya era un inicio.—¿Salir juntos? —él asintió besándole la frente —. No sé si funcione. No es lo mismo sexo
Casi se atragantó con su declaración sin filtros, sin anestesia.Ya lo temía, ningún hombre iba a darle una mano sin exigir a cambio un pago. En ese caso, el costo era su cuerpo.Tembló.—Deja que lo piense, por favor.No era algo que pudiera tomar a la ligera, a pesar de ya haberse entregado.—Como quieras.Se alejó, pero sonrió al notar que logró su cometido. Ella iba a aceptar, no tenía opción, era eso o quedarse en la calle sin un solo centavo. Si es que no volvía a casa con su malvada madre. ¡Nah! No la veía con intenciones de regresar a esa casa.—¿Hace cuánto que vives en este edificio?—Un par de años, después de graduarme de la universidad decidí dejar de vivir con mis padres, así que compré un piso en este edificio —explicó. Ahora que lo mencionaba, la curiosidad se despertó en Ariadna por saber más sobre sus progenitores —. Papá me ayudó, después le pagué.—Vaya… ¿ellos aún viven? —indagó.—Sí, ahora están viviendo en Roma.—Italia —repitió sonriendo —. Es uno de los países
—¿Me quieres matar? —acusó en tono jocoso.—No, ¿cómo crees? ¿Qué huele tan bien? —quiso saber aspirando sonoramente.—Pues comida, ¿no? —bromeó divertida, sacándole una sonrisita.En medio de la cena, hubo un silencio que Ariadna decidió romper. No perdió el tiempo y se animó a conversar con él.—¿Has tenido algún noviazgo serio? —preguntó, captando la atención del cirujano.La pregunta descolocó a Tiziano, quien no solía hablar sobre su vida privada y consideraba ese tema irrelevante.—No, tuve algo con una mujer llamada Mía, hace unos meses terminamos, justo una semana después de haberte conocido. Pero no lo considero serio en realidad, lo que hubo entre ambos era solo sexo —confesó sin contenerse.Ariadna notó que lo que había entre ellos se parecía mucho a lo que vivió con Mía. No veía mucha diferencia.—¿Por qué le huyes a las relaciones y al compromiso, Tiziano? —inquirió con intriga.La potente mirada del cirujano la penetró.—Porque las relaciones son tóxicas y los compromiso
—Y, ¿cómo has estado?—Bien, como suelo estar, amigo.—Ya sabía que ibas a tomar sin problemas la ruptura con Mía.—Mía es igual a un grano en el trasero, la verdad ponerle un punto y final a nuestra relación ha sido lo mejor —confesó sin vacilar. Mancini deslizó una sonrisa divertida. Tiziano añadió. —Fue como tomar un respiro después de meses ahogado.—Nunca me dijiste qué les pasó, ojo, no es que quiera seguir hablando del tema…Negó ladeando una sonrisita.—No quieres, pero eres tan curioso que no te puedes quedar con las ganas —acusó relajado —. Me aburrí, me cansó, corté la relación antes de que me pidiera un anillo.—Ay, Tiziano. Tú no tienes remedio, ojalá te consigas a una mujer que rompa todo el mundo que crees impenetrable —expresó con diversión.—Eso no sucederá, Luca.—Pues creo todo lo contrario, vas a caer rendido a los pies de una hermosa mujer, te casarás y tendrás hijos. No podrás huir de tu destino, Parravicini —continuó disfrutando de verle la cara de horror a su a