¡Maldición!
-¡Ariadna, sal de ahí ahora mismo! -gritó su madre furiosa.
Rodó los ojos, no contestó. Afortunadamente, había puesto seguro a la puerta, por lo que no tardó en escuchar la forma forzada en la que Evangelini atacaba el pomo, intentando entrar.
-¡Madre, estoy ocupada, vete!
-¡Maldito sea el día en que naciste, Ariadna Metaxàs! -escupió como solía.
La verdad es que no le sorprendía su veneno, la manera en la que reafirmaba una vez más que ella era un error, un error que no debería existir. Hacía mucho tiempo que se había acostumbrado a las dagas perforando su pecho, ya no dolía, un día dejó de sentirlo, un día pasó de ella, de su aborrecimiento cada vez que la miraba. No valía la pena quedarse atascada en la pregunta, ¿por qué la odiaba? La respuesta estaba definida por un embarazo adolescente, le echaba toda la culpa a ella, así fuera inocente en todo ese asunto.
-¡¿Escuchaste?! -gritó nuevamente, golpeando la madera.
-¡Créeme que sí, tampoco estoy orgullosa de que seas mi madre! -exclamó envalentonada.
-¡Eres una malagradecida!
Resopló. No trabajaba duro para mantenerla, no hacía nada en realidad. Fueron todos los hombres con los que estuvo quienes pagaron por cada bocado, prenda, hasta el aire que respiraba, ahora lo hacía Riccardo. En fin, no era desagradecida con ella.
Conversó un rato con Carrie, ese día aunque fue a clases, no prestó mucha atención, por lo que le pidió a Carrie que le pasara apuntes. La joven no se negó, jamás declinó una vez. Después de charlar sobre la secundaria, el tema de conversación se vio aplastado por el asunto de un apuesto doctor con el que, si tenía suerte, tendría algo mañana.
-¿Qué tú qué? -cuestionó incrédula, casi la deja sorda.
-¡Que dejaré de ser virgen, Carrie! -exclamó bajito, sin reprimirse las ganas de reír.
-¡¿Bromeas?!
-No, no lo hago. Jamás te tomaría el pelo de esta manera. Así que sí, el día de mañana me acostaré con Tiziano Parravicini, ¿puedes creerlo? -inquirió con picardía.
-Has perdido la cabeza.
-Todavía no la pierdo, Carrie -aseguró con picardía -. Y tú, ¿nunca dejarás de ser una santa?
Se fue a la cama soñando con el martes, anhelando con fervor el encuentro de una noche febril. Cayó en la inconsciencia pero no del todo, porque su cabeza paseó entre escenas llenas de pasión.
Odiaba levantarse por las mañanas, sin embargo, encontró el albor cálido y una ducha refrescante. Se arregló con premura, salió tarareando una canción en inglés, todo bien hasta que dejó el canto encontrándose con la bruja de su madre a mitad del pasillo.
—Buenos días, Ariadna. Hoy te veo contenta, ¿podrías explicarme la razón? —preguntó con dulzura fingida.
La aludida la estudió, tan temprano ya iba ataviada en un elegante vestido rojo, pero el enorme escote en su pecho lo hacía bastante revelador. Ella nunca dejaba nada a la imaginación. Casi bufó al recordar que ese día tenía cita con el viejo verde y pervertido de su doctor.
—No es nada importante, tampoco te interesa —lanzó, continuando la marcha.
—No perderé el tiempo contigo, niña irrespetuosa —escupió pasando de ella, de su mala contesta.
La joven, despectiva, tomó su respuesta. Nadie le pidió que preguntara; a ella lo que decía le daba igual. Además, la única preocupación que sentía era por el encuentro furtivo de esa noche. Incluso durante la clase del profesor de matemáticas, no tenía la cabeza para hacer cálculos correctos. La única fórmula que necesitaba era Tiziano, así resolvería su problema.
—¿Señorita Metaxàs? —le llamó la atención el profesor, mirándola a través de enormes anteojos con monturas oscuras.
Salió del ensimismamiento como si nada. No servía de nada fingir que le agradaba estar ahí atendiendo a la clase, cuando solo estaba ocupando un pupitre para calentarlo. Sostuvo la mirada sin temor. De hecho, el señor Morgan, bajito y calvo, no inspiraba absolutamente nada de miedo. Resopló sin amedrentarse, en el acto consiguió una mirada por parte del hombre que pretendía intimidar. Intento fallido.
—Ahora, ¿qué rayos hice? —se atrevió a inquirir en un tono desafiante, sin importarle que aquello podría enviarla a la dirección.
Además, Ariadna sabía que de la cuenta bancaria de su padrastro salía un gran flujo de dinero hacia la secundaria. Digamos que era un negocio más que tenía Riccardo. Se sintió poderosa frente al viejo calvo que, al respecto, optó por darse la vuelta y volver al frente para darle continuidad a la clase.
Observando de refilón a Carrie, recibió de esta una mala mirada llena de reproche. Se encogió de hombros, dándole vueltas al lápiz entre sus dedos, un jueguito que tentó a Morgan a sacarla de la clase. Una vez más, el profesor se contuvo.
A la salida, ya venía recibiendo el sermón de su amiga. Rodando los ojos, la escuchó, esperando a que terminara su tonta palabrería.
—…Morgan es un profesional, es la autoridad en el aula, no puedes faltarle el respeto. Entiendo que tu padre sea como el dueño de este lugar, sin embargo, eso no te da derecho a comportarte grosera con él. No seas una mala chica.
—Carrie —detuvo el paso, la joven la imitó—. Haré lo que me dé la gana, ni tú ni nadie puede impedírmelo.
Batió la cabeza, ofendida.
—Solo estoy siendo sincera, y como una buena amiga te lo aconsejo, Ari. Mal por ti si eliges la dirección incorrecta.
—A veces es necesario hacerlo, es parte de la vida —le guiñó un ojo, victoriosa.
—No creo lo mismo. ¿En serio te verás con ese hombre? —cambió de tema.
—Esta noche —confirmó relamiéndose los labios—. Antes del amanecer, ya no seré una patética mujer.
—Ojalá recapacites antes de que llegue la noche —atinó a decir, volcando los ojos.
Carrie se dio por vencida. Tan difícil como un hueso difícil de roer, Ariadna no iba a retroceder, no se soltaría de esa locura que nada bueno venía a traer. ¿Por qué tanto desespero por querer revolcarse con un desconocido? Que siguiera virgen no la hacía menos mujer, ni nada por el estilo.
Temía que nada terminara bien. Por eso sintió que debía intentarlo una vez más.
—¿Crees que un doctor va a poner en riesgo su imagen acostándose contigo? —inquirió con la esperanza de que Ariadna reflexionara.
—No he dicho que seré sincera con él. Ya verás. —¡No sé qué tienes en la cabeza! —exclamó bajito, a lo que la joven sonrió de oreja a oreja, como si le hubiera dicho un cumplido. Un claxon sonando con insistencia evitó que Carrie siguiera empecinada con el asunto. El chófer la pasó buscando, como de costumbre. Se despidió rápidamente de su amiga. El trayecto a casa se le hizo lento, tal vez estaba demasiado ansiosa de que saliera la luna, de entregarse a ese hombre volviéndola loca. Aunado al tedioso tráfico de la ciudad, la hora avanzó con parsimonia. El día no dejaba de ser perfecto, no encontró rastro de guardaespaldas, nada, y su madre aún no llegaba de su sucia cita. Esta raramente le dejó una nota sobre el buró. No solía escribir notitas, así que lo vio como una situación inusual. Tomó el papel y lo desdobló leyendo su terrible caligrafía. Ahí le avisaba que salió con Riccardo a comer. —Ni siquiera me importa —musitó haciendo del papel una bola, luego la tiró al tacho de ba
—Entonces podrás ver a tu hermano.—Es lo que me alegra de todo esto, lo echo de menos.—Ahora estoy sola en casa, no he querido acompañarlos en la salida, menos con esa brujita de Regina —giró los ojos recordando a esa destructiva niña.Al otro lado de la línea, Carrie se partió de la risa. A Ariadna no le hizo ni una pizca de gracia.—Vale, es tu hermanastra, debes de tenerle amor, mucho amor.—Siquiera paciencia le tengo, voy a colgar, el timbre no deja de sonar —añadió escuchando la impertinencia con la que el aparato estaba siendo tocado.—¡De acuerdo! —canturreó.Terminó la llamada. Con recelo se encaminó a la entrada. Se olvidó de mirar por la mirilla; ya había girado el pomo. Entonces se encontró de frente con un mismísimo Adonis.Sus ojos…Sus labios…Esa cautivadora sonrisa…Volver a verle la dejó congelada, agitada, vulnerable ante esa mirada llena de lujuria.—*Cattivo Ari, eccomi qui, ho volato qui solo per una ragione, tu.Y por si fuera poco, ahora estaba él hablando en
No era con exactitud como quería que fuera ese día, aunque al final la ropa sobraría esa noche.Todo.La adrenalina corría por todo su cuerpo. No sabría qué hacer o qué decir si Valentini, su madre y Regina regresaban y encontraban a un apuesto doctor con ella.Volvió de inmediato a la sala. El cirujano giró sobre sus talones, perforando su imagen atractiva con sus ojos brillantes de lujuria. Abajo, su amiguito se quejó de la tiranía de una ropa interior que lo apretaba.Necesitaba liberarse.Mierda.La atravesó de arriba abajo con la mirada, haciendo el debido estudio como si fuera un tour por su fisonomía. El viaje terminó en la tormenta adornada por sus largas y rizadas pestañas, y él quería domar el mal tiempo en su mirada.—¿Nos vamos?Se aclaró la garganta.—Por supuesto, vamos, preciosa —le guiñó un ojo.El gesto surtió efecto, seduciéndola y dándole un vuelco al corazón que latía como un león detrás de una indefensa cebra. Pero ella era la presa en ese momento.Al cruzar la pu
—Me parece que tu queridísima esposa está armando un show solo porque decidí salir sin avisarle. Pesada —masculló esto último caminando hacia su habitación.La mujer intentó seguirla, pero fue detenida por su esposo.—Evangelini, déjala, ¿no crees que estás exagerando?—¿Eso crees, Riccardo? —lo miró mal.Las malas miradas entre ella y su madre, así como la tensión descomunal, no desaparecieron con la llegada del siguiente día. Ni una cálida mañana soleada, el mar a pocos metros, ni siquiera una exquisita comida marina pudieron cambiar el mal humor de las dos. Madre e hija: enemigas.—Papi, ¿vamos a nadar? —propuso Regina en medio del almuerzo, la rubita era la única con una sonrisa de oreja a oreja. De seguro se debía a que su contrincante, Ariadna, había sido reñida la noche anterior.—¿Nadar? —asintió con frenesí —Principessa, no podemos meternos al mar de inmediato, debemos esperar un rato una vez terminemos de comer.—Vale.Dulcemente le acarició la mejilla. Ante el sutil cariño,
Existía tanto deseo envolviendo el ambiente que hasta podrían prender fuego al mar. Despedían un flamear que hacía una hoguera colosal, declarando la guerra de dos cuerpos dispuestos a tener la victoria. En el papel de absoluta renuencia, volvió a negar con la cabeza. A diestra y siniestra hacerlo ahí era un completo desatino. -No vamos a tener nada, podemos ser descubiertos, vete, por favor -pidió en un ruego débil. -No suenas tan segura. -Pues te guste o no, esa es mi decisión. Sal, Tiziano -insistió…Estaba tomando el sol, acostada cómoda sobre una tumbona. La luz fulgurante de un astro de luz se deslizaba a través de su cuerpo, el calor la envolvía suavemente en el resplandor con el que buscaba a tientas quedarse un fabuloso bronceado. Nada podía ser mejor. Pero las cosas se torcieron para mal en cuanto se atravesó aquel Adonis en su campo, le quitó toda la luz, dejándole una sombra impactante sobre ella. Abrió los ojos con desmesura, molesta también. -¿Qué… -se le secó la
La confesión seguía sin romper la magia del momento, no se asustó, pero en definitiva sí la sorprendió. Sin embargo, no quería reparar mucho en eso. No ahora que tanto necesitaba el exquisito placer de su piel y la suya juntas.—¿No vas a decir nada al respecto? ¿Me vas a negar que sientes lo mismo? —lanzó el doblete, dos preguntas que aterrizaron en la mente de la joven. Al fin se separó unos centímetros y le sostuvo la mirada.—¿Qué quieres que te diga? —fue lo único que pudo hilar, le acarició la nuca y sonrió para aligerar la situación —. Yo...—La verdad, solo eso, Ariadna.—También me gustas, eso creo. Te confieso que me agrada estar contigo y que me has hecho sentir cosas extraordinarias. Así que sí, supongo que eso no tiene otro título.—No sé si es demasiado pronto para esto, pero... ¿quieres que lo intentemos de verdad?Se sonrojó. ¿Le estaba proponiendo salir juntos? Ya era un inicio.—¿Salir juntos? —él asintió besándole la frente —. No sé si funcione. No es lo mismo sexo
Casi se atragantó con su declaración sin filtros, sin anestesia.Ya lo temía, ningún hombre iba a darle una mano sin exigir a cambio un pago. En ese caso, el costo era su cuerpo.Tembló.—Deja que lo piense, por favor.No era algo que pudiera tomar a la ligera, a pesar de ya haberse entregado.—Como quieras.Se alejó, pero sonrió al notar que logró su cometido. Ella iba a aceptar, no tenía opción, era eso o quedarse en la calle sin un solo centavo. Si es que no volvía a casa con su malvada madre. ¡Nah! No la veía con intenciones de regresar a esa casa.—¿Hace cuánto que vives en este edificio?—Un par de años, después de graduarme de la universidad decidí dejar de vivir con mis padres, así que compré un piso en este edificio —explicó. Ahora que lo mencionaba, la curiosidad se despertó en Ariadna por saber más sobre sus progenitores —. Papá me ayudó, después le pagué.—Vaya… ¿ellos aún viven? —indagó.—Sí, ahora están viviendo en Roma.—Italia —repitió sonriendo —. Es uno de los países
—¿Me quieres matar? —acusó en tono jocoso.—No, ¿cómo crees? ¿Qué huele tan bien? —quiso saber aspirando sonoramente.—Pues comida, ¿no? —bromeó divertida, sacándole una sonrisita.En medio de la cena, hubo un silencio que Ariadna decidió romper. No perdió el tiempo y se animó a conversar con él.—¿Has tenido algún noviazgo serio? —preguntó, captando la atención del cirujano.La pregunta descolocó a Tiziano, quien no solía hablar sobre su vida privada y consideraba ese tema irrelevante.—No, tuve algo con una mujer llamada Mía, hace unos meses terminamos, justo una semana después de haberte conocido. Pero no lo considero serio en realidad, lo que hubo entre ambos era solo sexo —confesó sin contenerse.Ariadna notó que lo que había entre ellos se parecía mucho a lo que vivió con Mía. No veía mucha diferencia.—¿Por qué le huyes a las relaciones y al compromiso, Tiziano? —inquirió con intriga.La potente mirada del cirujano la penetró.—Porque las relaciones son tóxicas y los compromiso