Astrid se levantó, golpeando el escritorio con sus manos mientras la silla se estrellaba en el piso.—¿Cómo que no responde? —preguntó, moviéndose con rapidez para dirigirse a la puerta.—Le he estado llamando toda la mañana, señorita Sheldon. El teléfono suena, pero nadie atiende —respondió Connie caminando detrás de Astrid.—Intenta comunicarte de nuevo a la casa Marshall —le pidió, abriendo la oficina de Dylan y cerrándola antes de que Connie la siguiera.Astrid se fijó en cada detalle de la oficina. El móvil de Dylan continuaba en el mismo lugar de ayer, también la billetera y el saco.Un vacío se le abrió en la boca del estómago y un nudo le apretó la garganta. Se acercó lenta y temerosa al escritorio. Tomó el celular, dándose cuenta de que estaba en vibrador, lo dejó en el mismo lugar y se acercó para tomar el saco. Aspiró el olor al sándalo que empezaba a desaparecer. Tenía más de veinticuatro horas que Dylan lo dejó abandonado en la oficina.—¿Dónde estás? —se preguntó—. Te di
El olor óxido de la sangre golpeó a Astrid tan fuerte, que la hizo tambalearse, sosteniéndose con dificultad a la madera de la puerta. Se las arregló para no sucumbir ante la oscuridad que la rodeó. No podía desmayarse cuando Dylan estaba herido.—¡Dylan! —gritó cuando logró estabilizarse, corriendo a su lado y arrodillándose junto al cuerpo sangrante—. Dylan —sollozó ahogándose en su llanto, acariciándole el pálido rostro.—Vete —le pidió. Dylan intentó apartarse, pero no tenía fuerzas y ver a Astrid lo hacía todo más difícil. —No, no voy a dejarte. ¡Necesitas un médico! —gritó con los ojos empapados de lágrimas.—¡Vete, Astrid! ¡Vete! —gritó con la poca fuerza que le quedaba. Dylan se contrajo cuando la sangre abandonó sus labios.—¡Dylan! —gritó Astrid, tomándolo de la cabeza, tratando de mantenerlo despierto—. Por favor, no me hagas esto —le suplicó.Astrid no había conocido el miedo de perder a alguien que amaba desde la muerte de su madre. Ese dolor le hizo guardar distancias,
Astrid sintió una puñalada atravesarle el corazón al escuchar las palabras de Dylan, fueron casi una réplica de las mismas que ella utilizó unos días atrás.—Dylan, yo…—No deberías estar aquí, Astrid. Será mejor que te vayas —su tono fue brusco, más de lo que imaginó, pero no se disculpó. Después de todo, Astrid lo lastimó primero y él era un demonio, no un santo.—Lo siento tanto, Dylan —se disculpó, estirando la mano para tocarlo; sin embargo, él se apartó antes de que la mano alcanzara su piel. Estaba débil y hambriento, mas no deseaba sucumbir ante ella. Debía tener un poco de orgullo y amor propio. ¿No era así como pensaban los humanos?Astrid apretó la mano en un puño, el rechazo de Dylan fue como una nueva daga rasgando su corazón. Aunque lo merecía, dolía.—Vete, Astrid, no tiene sentido que estés aquí —le pidió, moderando su tono de voz.La herida le dolió cuando se movió un poco. Necesitaba desesperadamente alimentarse para que la herida sanara, pero era mil veces preferibl
Astrid se detuvo abruptamente al ver la escena delante de sus ojos. Un vacío se le abrió en la boca del estómago, su mano se aferró al pomo de la puerta con tanta fuerza que sus nudillos palidecieron. ¿Era por esto que Connie se mostraba tan preocupada por la desaparición de Dylan? Ellos…, ¿estaban juntos? Astrid tuvo que morderse para no dejar escapar el gemido que luchaba por salir de sus labios.—Lamento la interrupción —dijo, conteniendo el deseo de echarse a gritar. Había estado tan preocupada por nada.—No te preocupes —expresó él, apartándose de encima de Connie—. No has interrumpido nada, ni siquiera me dejaste empezar —añadió.Las mejillas de Connie se pusieron rojas al darse cuenta de la situación y de lo que Astrid podía pensar.—Tengo que llevar unos documentos al departamento de producción —se excusó rápidamente, levantándose del sillón cuando Leviatán terminó de apartarse.Astrid no le respondió, se limitó a mirarla correr lejos de la oficina.—Me he preocupado por nada,
Astrid acomodó las últimas prendas en el closet de la habitación en la casa de Dylan. Se fijó en la hora que marcaba el reloj y no pudo evitar resoplar. Dylan aún no volvía.Astrid se dejó caer sobre la suave cama, cerró los ojos y por un momento se imaginó a Dylan y Connie haciendo el amor. Su cuerpo se estremeció y su corazón se partió en dos.Todo esto lo provocó solamente ella, asumir su error era una de las primeras cosas que debía hacer. Pero, ¿de qué servía? Dylan ya ni siquiera la miraba y buscaba en brazos de otra lo que una vez buscó en los suyos.Las lágrimas se precipitaron por sus mejillas, su mano se aferró a la tela de su blusa sobre su pecho. Dolía, dolía demasiado que sentía que se ahogaba.«Te mereces sufrir de esta manera, Astrid, casi consigues que lo maten»Astrid estuvo de acuerdo con lo que ella creía que eran reclamos de su conciencia, totalmente ajena a que se debía al susurro de un íncubo que disfrutaba particular y plenamente de atormentarla, ya que no pudo
Los siguientes días fueron una verdadera tortura para Astrid. Cada intento que hacía para acercarse a Leviatán, terminaba alejándola más y más. Lo peor era que la herida no lograba secarse. Y él se resistía rotundamente a ir al hospital para tratarse.—Esto no puede continuar así, Dylan —dijo, colocándole un nuevo parche. Estaban en la oficina.—Si no quieres hacerte cargo de las curaciones, puedo pedirle a Connie que lo haga —refutó.—Esto no tiene nada que ver con lo que quiero o no quiero, Dylan. Esa herida cada día se pone más y más fea. Casi terminaste desmayado luego de la reunión con los gerentes.Leviatán gruñó cuando ella se apartó. Su calor lo mantenía tranquilo y sin dolor. ¿Cuánto tiempo más iba a soportarlo? ¿Estaba siendo tonto e irracional? ¿Cuánto tiempo llevaba sin alimentarse correctamente?Sus colmillos se alargaron, respondiéndose y recordándole lo apremiante que era alimentarse antes de transformarse y perder el control sobre la imagen que proyectaba. No era Dylan
Astrid perdió la noción del tiempo y de la realidad. No supo cuántas veces Leviatán la hizo suya y mucho menos las veces que se vació en su interior. Se sentía hambrienta y cada vez deseaba más y más.Un ronco gemido abandonó los labios de Leviatán cuando sus colmillos se extendieron, rozando el pálido cuello de Astrid, tentado a penetrar la carne y empezar su ritual. La marca que iba a convertirla no solo en su pareja, sino también en su princesa.—Oh, Dylan —sollozó presa del placer.Leviatán gruñó al escuchar el nombre de otro hombre, quería que Astrid gritara su nombre, deseaba despojarse de esa imagen humana y dejarse ver tal cual era, pero eso era tan imposible. Tenía que aceptar lo que había, después de todo, fue él quien decidió presentarse así.—Quiero, necesito más —murmuró Astrid, rendida sobre el pecho de Leviatán. Su cuerpo estaba perlado de sudor. El líquido salado corría como un pequeño río por su columna vertebral, perdiéndose entre sus nalgas, mezclándose con sus jugo
Leviatán abrió los ojos abruptamente al sentir la energía de Efelios desaparecer, con sigilo apartó el cuerpo de Astrid y salió de la cama. Se vistió con rapidez y desapareció de la habitación, siguiendo el rastro de su hermano.Era una parte muy apartada de la ciudad, el edificio era viejo, y parecía caerse a pedazos. ¿Qué hacía Efelios en un lugar como ese? Conocía muy bien a su hermano, como para saber que jamás elegiría un sitio tan arruinado para descansar. Algo tuvo que sucederle. Cerrando los ojos, lo buscó por todo el edificio, recorrió piso a piso, pero el olor a sangre lo llevó hasta la parte más alejada, situada detrás de la construcción. Las grietas en las paredes y columnas eran recientes. Una batalla tuvo lugar allí.Leviatán se inclinó cuando estuvo delante de una gran mancha de sangre, pasó los dedos por el líquido carmesí y lo olfateó. Era la sangre de Efelios y por el hedor, la herida de su hermano fue causada por una de las espadas forjadas en el mismísimo infierno