La voz de su madre la sacó de sus pensamientos y ella dio un respingo.
—Gema... ¿Dónde tienes esa pequeña cabecita? —La miró con ojos tristes.
—En ningún lugar mamá, solo pensaba. El médico dijo que tomando sus medicamentos y guardando reposo, vivirá muchísimos años más... —Intentó animarla.
Giselle negó, sabía que no podrían permitirse todos esos gastos.
—¿Y con qué dinero vamos a comprar los medicamentos? —El semblante se le ensombreció.
—Los medicamentos los cubre el hospital, mamá, ¿lo habías olvidado? —Le mintió. Ya buscaría una forma para juntar el dinero.
—¿De verdad? No recordaba. Bueno, si es así me quedo más tranquila... —El rostro de Giselle se iluminó y sonrió. Se acomodó en la silla y su joroba se hizo más notoria.
Lógicamente se sintió mal por haberle mentido, pero, ¿qué hace un hijo cuando ve a su madre llorar? Odiaba verla llorar y si podía hacer algo por ella, lo haría con gusto aunque tuviera que enfrentar las consecuencias después.
Esa noche Giselle durmió junto a Peter, y Gema se tuvo que acomodar en una de las bancas de la sala de espera. No consiguió el sueño por más que pudo, solo se limitó a observar el amanecer a través de la fría ventana impregnada del molesto olor a hospital. Cuando el reloj marcó las ocho de la mañana, por fin logró ver a su padre, pero no pudo hablar con él ya que se encontraba dormido. Más tarde fue junto a su madre al restaurante donde trabajaba y le explicaron la situación a George, el hombre no dudó en brindarles su total apoyo.
—Mamá, toma esto... —Le entregó un billete de veinte libras que tenía guardado para alguna emergencia. Siempre había sido muy precavida.
—Te lo agradezco, cariño. —Tomó las manos de la muchacha entre las suyas.
—Es lo menos que puedo hacer. Ve a cuidar de papá, de noche iré a verlo...
Se despidieron. La vio marcharse y buscó en sus bolsillos a ver si le quedaba algo de dinero para el bus, pero solo llevaba algunos peniques... ¡Ay no! Olvidó por completo que tenía clases en la noche. Aunque sintió alivio al recordar que por suerte ese día pagaban el sueldo del mes. Mil trescientas libras que no eran ni siquiera el salario promedio, pero que le alcanzaba justo para pagar la renta, servicios públicos, medicina para la columna de su madre, algo de alimentación y el transporte. Sin contar que siempre andaba pidiendo dinero prestado a sus amistades y con suerte les pagaba a tiempo con el dinerito extra que ganaba como mesera en el restaurante.
Rápidamente llegaron las cuatro de la tarde y luego de una exhaustiva jornada, se encaminó hacia el hospital. Saludó a Peter y notó que el rostro de su padre estaba un poco inflamado y pálido. Sobre todo más pálido que de costumbre.
—¿Cómo te sientes? —Observó sus bellos ojos miel y su nariz aguileña y puntuda.
Sus labios se curvaron en una mueca que a Gema le gustaba mucho.
—Nada mal, pero la comida es horrible… —Peter agrió el gesto.
—Lo siento, pero vas a tener que acostumbrarte, papá. —La pelirroja se encogió de hombros.
—Hoy le dan de alta, ya podemos llevarlo a casa... —Giselle le informó feliz. Sus labios carnosos y rosas mostraron una sonrisa, las mejillas se volvieron coloradas debido al frío y la alegría le llegó a sus ojos azules.
—¡Muy bien! Eso quiere decir que hoy vamos a cenar algo muy saludable. Sé que mamá te mantendrá en una dieta especial. —Sonrió traviesa.
—Extrañaré las hamburguesas grasosas y deliciosas de Jasper... —Peter se saboreó con fingida tristeza.
El hombre bromeaba y disimulaba como podía, el preinfarto que había experimentado lo dejó como si le hubiese pasado una camioneta por encima. Sintió que casi moría y que no contaría el cuento, pero ahí estaba, haciendo sus memeces de siempre.
—Lo siento papá, pero no volverás más a ese puesto callejero. No señor... —Lo miró entrecerrando los ojos y desvió la mirada hacia su madre—. Mamá, toma... Te dejo el dinero de los gastos. Ah, y lo del taxi...
—Gracias hija, no te imaginas lo agradecidos que estamos contigo. Una hija como tú es alguien de admirar estos días... —La abrazó.
Gema sonrió algo incómoda, puesto que no estaba muy acostumbrada a los abrazos y muestras de cariño con frecuencia. Pero eso no la hacía alguien fría ni poco amorosa, solo le faltaba aprender a demostrar el amor de forma física.
—Bueno, me voy a clases. Los veo por la noche. —Se despidió de ambos.
No estuvo muy concentrada en clases, puesto que su padre seguramente a esa hora ya estaría saliendo del hospital. Pensar en eso la distraía en gran manera.
A las diez de la noche por fin acabó un dichoso examen y regresó a la parada de autobuses, donde tomó su transporte como de costumbre. Todo iba bien hasta que de un momento a otro el bus trastabilló y el conductor tuvo que bajarse para revisar el problema.
—¿Qué ocurre? —Alguien preguntó.
—¿Qué más? Seguro se averió de nuevo esta porquería... ¡En esto invierten lo que nos roban con los impuestos! —Un hombre bramó colérico.
Al cabo de unos minutos volvió a subir y les informó a todos que el autobús tenía problemas mecánicos. Cada quien se bajó y a duras penas siguieron su camino. Los jóvenes molestos decían groserías y otros maldecían, por lo que Gema apretó el paso para evitar presenciar alguna trifulca. Ya eran las diez y media de la noche y las luces de la calle permanecían muy tenues a esa hora, también los amigos de lo ajeno podrían aparecer en cualquier momento, o bueno, ya estaban ahí.
—Hey preciosa... ¿Por qué caminas tan rápido?
Su delgado y pequeño cuerpo se volvió helado. Con un andar más rápido intentó alejarse del lugar al escuchar aquella desagradable voz masculina.
—Parece que se quiere divertir la nena... Seguro tiene unos cuantos billetitos para ofrecer. —Otra voz se unió a la tortura.
—Por Dios, no... —susurró aterrada, adelantándose sus pensamientos a la desgracia inminente.
Observó de reojo a un cuarteto de chicas que iban caminando en la otra acera, tuvo la intención de pedirles ayuda, pero simplemente se alejaron corriendo al ver la situación peligrosa en la que Gema se encontraba sumida. ¡Qué egoístas!
El par de hombres se acercaron demasiado a ella, a tal punto de respirarle sobre la nuca, su nerviosismo aumentó y lo único que pudo hacer fue cerrar los ojos para no desmayarse del horror. De pronto, unas luces iluminaron la calle oscura y un auto frenó en seco. Un hombre abrió la puerta y salió rápidamente del vehículo negro.
—¿Va todo bien? —preguntó. Su voz era grave, muy grave y casi intimidante.
La vista de Gema se acostumbró a la luz y trató de descifrar el rostro de aquella persona. ¡Se trataba del hombre del collar! Su mandíbula ancha, cabello negro extremadamente lacio y ese peinado tan prolijo… ¡Estaba segura que era él!
Se encontraba tan nerviosa que sus labios temblaban y ya no sentía los nudillos por lo fuerte que sus pequeñas manos apretujaban la mochila.
—No es asunto tuyo, viejito. —Uno de los asaltantes la tomó por la cintura y ella de nuevo cerró los ojos aterrada, rogando por ayuda en sus pensamientos al bendito San Pedro.
El olor fuerte a cigarrillo que tenían impregnado en la ropa le produjo náuseas.
—Suéltala ahora o verás un jodido hoyo en la frente de tu compañero de juegos. —El hombre tomó al ladrón por el cuello y lo inmovilizó con agilidad.
Los amenazó con una pistola a ambos y de inmediato los ladrones se fueron corriendo hacia una calle oscura, tropezaban con sus pies por la prisa que llevaban.
Gema se giró hacia el hombre, con una expresión de gratitud en el rostro. La había salvado de esos tipos, se merecía que le diera las gracias por el bondadoso gesto que había tenido con ella.
—Muchas gracias, señor, me ha... —Se detuvo cuando él soltó una carcajada burlona. Frunció el ceño—. ¿Señor?
—Súbete al auto. —Guardó la pistola en su bolsillo y la observó como si estuviera a punto de agredirla.
—¿Cómo dice? —Gema dio dos pasos hacia atrás, escuchando su propia voz temblorosa.
—¡Qué te subas! —El hombre gritó con fuerza, el vozarrón que tenía invadió la calle.
Ella dio un respingo y sollozó nerviosa. Miraba como una mema la silueta y rostro de nada más y nada menos que del traidor James de Luca, solo que ella no sabía quién era, pero sí recordaba su rostro y lo que hacía ese día en el restaurante junto a la clienta molesta. Dudó varias veces en hacer lo que le pedía, pero al ver que se rascaba la cabeza con el arma corrió hacia el auto y entró sin más remedio. Por culpa de su insana curiosidad se hallaba en problemas y no estaba segura si iba a salir bien librada de ellos.
La noche anterior James la obligó a dormir en una habitación en penumbras y sin más opciones tuvo que hacerlo, aunque la ansiedad no le permitió conseguir el sueño y los intentos de escaparse acabaron por dejarla devastada. La habitación no era más que un cuartucho de objetos olvidados que el hombre usaba para esconder las evidencias de su culposas de sus actos . Observó el pomo de la puerta que había a su costado, pero antes de tocarlo se asomó a una pequeña ventana que se hallaba al otro extremo y por lo que logró ver, eran aproximadamente las cinco de la mañana; el amanecer estaba cerca. Un inquietante frío le recorrió los pies cuando notó que la puerta estaba cerrada con llave. Forcejeó una y otra vez intentando abrirla pero le fue imposible. —Dios... ¿Ahora qué voy a hacer? Mis padres deben estar tan preocupados por mí... —susurró con preocupación.
«Vamos Gema, no puedes rendirte así», su voz interior pareció hablarle y hacerla entrar en razón. Se levantó, encendió la luz y lanzó sobre la cama un bulto de periódicos. La idea de buscar la sección de empleos no le parecía nada mal, al menos comenzaría por algo y no se rendiría a la primera. Ella no era una cobarde ni iba a serlo al primer momento de angustia. La mayoría de empleos se trataba sobre camioneros, bailarinas y expertos en turismo con experiencia. Sin embargo, una pequeña luz de esperanza pareció brillar tras las palabras de un nuevo anuncio: «Se necesita mujer de veinte a treinta años con buena actitud, honrada y dispuesta a trabajar bajo presión como la servidora personal de una persona muy ocupada. Se otorgará ayuda estudiantil. No se requiere experiencia, solo una excelente actitud y honestidad». Aquella propuesta prometía, pero lo único qu
—¿Y qué hacía la servidora personal anterior? —Juntó sus manos. Quería parecer muy segura, pero no sabía si lo estaba logrando.—Se desempeñaba en muchas áreas: desde ser secretaria, mi reemplazo en caso tal que yo enfermase o no pudiera estar presente, acompañarnos al señor y a mí en nuestros múltiples viajes y reuniones... Y en cuanto a las exigencias del señor Blackwell: siempre deberá esperarlo en casa con una cena exquisita, arreglar su habitación, limpiar su habitación, preparar su baño, comunicarle recados míos o viceversa, escoger sus trajes para cada semana junto a su diseñador Dave, organizar reuniones o fiestas en la mansión, estar al pendiente de su medicina y vitaminas...Gema se encontraba to
Ya eran finales del mes de junio y el verano anunciaba los intensos rayos de sol que empezaban a calentar las ventanas del frío hospital. El movimiento del personal se hacía cada vez más ruidoso, lo que poco a poco sacó a Gema de su descanso. Con ambas manos se frotó los ojos, se incorporó sobre el molesto asiento y aprovechó la soledad del pasillo para escabullirse dentro de la habitación de Peter.Se quedó pasmada observando una bonita imagen de sus padres, una más de las tantas que Gema había presenciado desde niña: Giselle era reacia a soltar la mano débil de su marido, aun estando dormida. No quiso despegarse ni un solo minuto de él y pasó la noche en vela cuidando de su amado pelirrojo. Lo amaba demasiado. Esperaba que su cariño le infundiera ganas de vivir y la fortaleza para seguir luchan
La mañana siguiente Gema se levantó más temprano que de costumbre, los nervios no le permitieron dormir en calma. Acabó de vestirse y se miró por última vez en el espejo antes de recoger su cabello rojizo en un moño alto y aplicarse un poco de maquillaje en el rostro para disimular su piel pálida. Sin perder más el tiempo salió del apartamento y tomó el autobús. El reloj casi marcaba las nueve y media de la mañana y los nervios le estaban jugando una mala pasada. Cuando por fin llegó a la mansión, otro joven muy educado la recibió y acompañó hasta el estudio. Una vez frente a la puerta, tocó y oyó la voz de Carter, quien le pidió que pasara.No sabía si había sido su imaginación, pero notó que cuando Carter la vio, el rostro del hombr
Las piernas le flaquearon cuando él fijó la mirada en ella de nuevo y le regaló una sonrisa ladina. Nunca había experimentado algo parecido.—El placer es mío, señor Blackwell. —Le regaló una sonrisa, tratando de parecer lo más cómoda posible. Siempre creyó que su nuevo jefe era un vejestorio amargado, pero ya veía que no.Colin saludó a Carter con un apretón de manos e invitó a ambos a tomar asiento. Un camarero les tendió el menú y esperó pacientemente.—¿No nos hemos visto antes, señorita? —Se dirigió a la nerviosa pelirroja.—No lo creo, señor Blackwell. —Negó y respondió d
—¿Hola...? —La voz de Gema tembló un poco, pero ahí estaba Carter para tocar su hombro en señal de apoyo.—A las tres y media quiero ver tu lindo trasero bajo el puente que está cerca de tu casa. ¿Tienes el dinero completo? —hablaba casi en un susurro.«Es un maldito. ¿Cómo se atreve a hablarle así a una mujer?», Carter pensó aquello con mucha ira y se contuvo para no quitarle el teléfono y mandar al diablo a ese traicionero degenerado. Siempre supo que era un mal hombre, pero jamás imaginó hasta qué extremos.—Aquí tengo todo completo.—Llega a tiempo, si no, te mueres...Fi
Cenó algo rápido y empacó toda su ropa, zapatos y objetos personales en la maleta grande y lo restante en una pequeña caja. Se encontraba lista para instalarse en su nueva e increíble habitación. Tomó un taxi que la llevó hacia la mansión de su jefe y tiempo después al llegar, vio que el simpático Carter se encontraba hablando animadamente por teléfono en la sala principal. Decidió no interrumpirle, aunque se moría de ganas por verlo y hablarle, pero prefirió escabullirse en silencio. —Gema… —Carter pronunció su nombre y ella paró en seco, un tanto nerviosa. ¡Cuánto le encantaba el sonrojo en las mejillas de Gema! Se acercó a ella, desprendiendo un olor fresco y masculino. Su traje era impecable y llevaba el cabello un poco húmedo. Aquella imagen de él la eclipsó, dejándola atónita a mitad de las amplias escalinatas. Último capítulo