La noche anterior James la obligó a dormir en una habitación en penumbras y sin más opciones tuvo que hacerlo, aunque la ansiedad no le permitió conseguir el sueño y los intentos de escaparse acabaron por dejarla devastada. La habitación no era más que un cuartucho de objetos olvidados que el hombre usaba para esconder las evidencias de su culposas de sus actos . Observó el pomo de la puerta que había a su costado, pero antes de tocarlo se asomó a una pequeña ventana que se hallaba al otro extremo y por lo que logró ver, eran aproximadamente las cinco de la mañana; el amanecer estaba cerca.
Un inquietante frío le recorrió los pies cuando notó que la puerta estaba cerrada con llave. Forcejeó una y otra vez intentando abrirla pero le fue imposible.
—Dios... ¿Ahora qué voy a hacer? Mis padres deben estar tan preocupados por mí... —susurró con preocupación.
Se encontraba en un edificio de muchos pisos de altura. La brillante y tonta idea de lanzarse por la ventana y sostenerse de la rama de un árbol como tarzán, quedó totalmente descartada. Buscó en sus bolsillos y no encontró su celular, su mochila tampoco se hallaba en ese pequeño lugar.
—¡Sé que estás ahí! ¡Devuélveme mis cosas y déjame salir! —Fue contra la puerta y pateó con fuerza.
—¡Cierra la m*****a boca! —Se escuchó un golpe del otro lado, seguido de una voz masculina.
Dio un respingo debido a la sorpresa y se alejó temerosa el más mínimo intento de oír algo más fracasó cuando James abrió e hizo que Gema cayera de bruces contra el suelo.
—¡Anda! ¡Levántate! ¿O es que quieres besar mis zapatos? —James sonrió perversamente.
Se levantó hastiada y lo miró con ira, la luz blanca del foco hacía que las arrugas del hombre fueran más notorias en su piel.
—¿Quién es usted? ¿Qué es lo que quiere? No tengo dinero ni...
Fue interrumpida por la voz ruda.
—Ya cállate… —Se sentó en el borde de la cama, mientras comía una manzana con apetito.
El corazón de Gema se aceleró y sus manos comenzaron a temblar.
—Yo... —Tragó grueso y respiró de forma acelerada—. Yo no he visto nada, lo juro. —Pegó su espalda a la pared y se mordió el labio inferior, a tal punto de sangrar un poco. El sabor metálico en su boca la distrajo del atemorizante hombre. Sin embargo, continuó defendiéndose precipitadamente. —Yo... solo vi que esa mujer le dio un estuche a usted. Juro que no sé lo que había dentro, tampoco la conozco a ella, solamente era una clienta más… ¿Eso qué tiene de malo? —dijo aquello tropezando con sus propias palabras.
James se levantó y tomó un mechón rojizo del cabello de la muchacha, quien se quedó casi petrificada como una estatua de cera y no se atrevió ni a mirarlo a los ojos, ya que las piernas le temblaban. El hombre la observaba insistentemente y tiraba del bonito pelo con fuerza, haciendo que ella gritara de dolor.
—¿Y quién te dijo que estás aquí por eso? —Se acercó a su oreja y tiró con más fuerza del largo cabello.
El color se le fue del rostro durante un par de segundos.
—No me hagas daño. No hice nada, déjame ir, por favor… —imploró.
—Renuncia al trabajo en el restaurante —James sonrió de una forma casi diabólica.
Gema dejó escapar un sollozo.
—Pero… yo no puedo hacer eso, mi padre acaba de salir del hospital y necesito el dinero. —Se secó las lágrimas que no tardaron en aflorar.
—¿Por qué quieres que deje mi trabajo? ¿Y qué pasa si no quiero renunciar? —Cerró los ojos con fuerza antes de verlo acercarse y recibir una dolorosa bofetada, la cual envió su pequeño cuerpo al suelo.
Se llevó una mano temblorosa a la piel de la mejilla y abrió la boca al sentir el molesto escozor, un pequeño hilo de sangre se deslizó por su labio inferior.
—¿Quieres morir, verdad? —Se agachó para mirarla de cerca, sin sentir ni una pizca de remordimiento por lo que había hecho a una dama indefensa.
Negó frenéticamente y rompió en llanto, desolada y sintiendo vergüenza debido a la vejación de la que fue víctima. Ni siquiera su padre le había levantado una mano en su vida.
—No sé por qué haces esto. Nadie sabía que esa clienta había escapado de la prisión. Es más, ¡ni siquiera sabíamos que ella había sido condenada por lo que sea que haya hecho! No entiendo qué tengo que ver yo en todo esto —sollozó.
—¡Si no renuncias te mataré! —zanjó la conversación de una vez.
—Entonces lo haré, voy a renunciar...
¿Qué sería de sus padres entonces? Aquello solo iba a empeorar mucho más las cosas, pero no había otra salida.
Luego de titubear durante horas bajo el gatillo a punto de ser presionado por James, se dirigió a paso de tortuga hacia su jefe, el cual se encontraba contando algunos billetes sobre su escritorio.
—Llegas tarde. —Se acomodó los lentes sin verla.
—Es que... yo... —Las palabras se le atoraron en la garganta.
George se acomodó el cabello cano y le restó importancia al asunto.
—No importa, ve a ponerte el delantal, la hora del almuerzo se acerca y esto se convertirá en un caos. —Limpió sus manos.
Gema se aclaró la garganta después de un pequeño ataque de tos.
—Jefe, es que yo... —titubeó por última vez y dijo al fin—: Jefe, vengo a renunciar.
El hombre se quitó los lentes de aumento y la miró a los ojos, de inmediato notó un golpe en el labio de la muchacha.
—¿Por qué? ¿No te sientes cómoda? —Sospechó de los ojos hinchados y el moretón, pensó que quizá algún novio de ella la había golpeado. No encontraba otra explicación, pero decidió no inmiscuirse en el asunto.
—¡No piense eso señor! Es que... nos vamos a vivir a otra ciudad por la condición de papá. Ya sabe, él no está bien de salud. —Mintió. Dijo lo primero que le vino a la mente.
—Supuse que esa sería la razón. —Sopesó durante algunos momentos. De todas formas los problemas de ella no eran suyos; no podía meterse en su vida—. No pasa nada Gema, quita esa cara. Vamos, voy a darte tu liquidación.
La guió a su pequeño escritorio y tomaron asiento. Gema reprimió las lágrimas al observar el lugar que no volvería a ver por mucho tiempo. Durante seis años se mantuvo trabajando allí, y estaba tan agradecida porque George le abrió las puertas a una jovencita de diecisiete años tan torpe y desorientada como ella en ese tiempo.
—Ten. Por todos los años que estuviste con nosotros, te daré mil libras por tu arduo esfuerzo, recuerda que ayer ya te había pagado lo de tu mes de trabajo. —Le tendió el sobre.
¡Pero qué tacaño! Ya no sentía ganas de llorar por irse de allí. Había olvidado que su jefe amaba el dinero más que la comida.
—Muchas gracias, señor George... —Recibió el dinero y se levantó de la silla como un resorte.
—De nada, Gema. Saludos a tus papás y espero que mejoren pronto.
—Gracias. Dígale a todos que volveré por aquí a visitarlos.
George asintió y la despidió.
Gema se dio la vuelta y caminó rápidamente hacia la salida. Allí sentado en una banca al otro lado de la calle, la esperaba el descarado que le iba a desgraciar la vida si no desaparecía pronto. Sintió tantas ganas de torcerle el pescuezo. Sentimientos y pensamientos que jamás había experimentado, comenzaban a aflorar en esos horribles días.
—¿Todo listo? —James se levantó y exigió el sobre.
—¿Me lo vas a quitar todo? —Su rostro ensombreció al ver las intenciones malvadas de ese hombre que se había convertido en lo que más despreciaba.
—No, para nada. —Le quitó el sobre y tomó casi todo el dinero, dejando solo un billete de veinte libras dentro—. Fue un gusto hacer tratos contigo linda. No olvides que a partir de hoy seré tu sombra…
Y la dejó ahí de pie, destrozada y sin esperanza, con un triste billete que solo le alcanzaba para la comida de un día. Se tragó el rencor, el llanto y el desprecio. Dejó todos sus sentimientos a un lado y se encaminó de regreso a casa, sin embargo, la sarta de mentiras que pensaba contarle a sus padres se quedó a medias cuando vio sus miradas preocupadas al llegar. Lo único que hizo fue darles un abrazo, decirles que no le había pasado nada malo y huyó a su habitación como una cobarde. Se metió bajo las mantas de su cama, sollozando derrotada y pensando en lo que haría a partir de ahí adelante.
Sus ojos se abrieron y atraparon la oscuridad de su pequeña y descuidada habitación, a través de la ventana se veía la luna llena desbordante de brillo y magnificencia, lo contrario a Gema, quien se hundía en su propia miseria y negativismo. Un sentimiento melancólico atenazó su pecho dejándola pegada a la cama y la abrazó la tristeza, tanto así que pensó en dormir por más horas para evadir la realidad de sus desgracias.
«Vamos Gema, no puedes rendirte así», su voz interior pareció hablarle y hacerla entrar en razón. Se levantó, encendió la luz y lanzó sobre la cama un bulto de periódicos. La idea de buscar la sección de empleos no le parecía nada mal, al menos comenzaría por algo y no se rendiría a la primera. Ella no era una cobarde ni iba a serlo al primer momento de angustia. La mayoría de empleos se trataba sobre camioneros, bailarinas y expertos en turismo con experiencia. Sin embargo, una pequeña luz de esperanza pareció brillar tras las palabras de un nuevo anuncio: «Se necesita mujer de veinte a treinta años con buena actitud, honrada y dispuesta a trabajar bajo presión como la servidora personal de una persona muy ocupada. Se otorgará ayuda estudiantil. No se requiere experiencia, solo una excelente actitud y honestidad». Aquella propuesta prometía, pero lo único qu
—¿Y qué hacía la servidora personal anterior? —Juntó sus manos. Quería parecer muy segura, pero no sabía si lo estaba logrando.—Se desempeñaba en muchas áreas: desde ser secretaria, mi reemplazo en caso tal que yo enfermase o no pudiera estar presente, acompañarnos al señor y a mí en nuestros múltiples viajes y reuniones... Y en cuanto a las exigencias del señor Blackwell: siempre deberá esperarlo en casa con una cena exquisita, arreglar su habitación, limpiar su habitación, preparar su baño, comunicarle recados míos o viceversa, escoger sus trajes para cada semana junto a su diseñador Dave, organizar reuniones o fiestas en la mansión, estar al pendiente de su medicina y vitaminas...Gema se encontraba to
Ya eran finales del mes de junio y el verano anunciaba los intensos rayos de sol que empezaban a calentar las ventanas del frío hospital. El movimiento del personal se hacía cada vez más ruidoso, lo que poco a poco sacó a Gema de su descanso. Con ambas manos se frotó los ojos, se incorporó sobre el molesto asiento y aprovechó la soledad del pasillo para escabullirse dentro de la habitación de Peter.Se quedó pasmada observando una bonita imagen de sus padres, una más de las tantas que Gema había presenciado desde niña: Giselle era reacia a soltar la mano débil de su marido, aun estando dormida. No quiso despegarse ni un solo minuto de él y pasó la noche en vela cuidando de su amado pelirrojo. Lo amaba demasiado. Esperaba que su cariño le infundiera ganas de vivir y la fortaleza para seguir luchan
La mañana siguiente Gema se levantó más temprano que de costumbre, los nervios no le permitieron dormir en calma. Acabó de vestirse y se miró por última vez en el espejo antes de recoger su cabello rojizo en un moño alto y aplicarse un poco de maquillaje en el rostro para disimular su piel pálida. Sin perder más el tiempo salió del apartamento y tomó el autobús. El reloj casi marcaba las nueve y media de la mañana y los nervios le estaban jugando una mala pasada. Cuando por fin llegó a la mansión, otro joven muy educado la recibió y acompañó hasta el estudio. Una vez frente a la puerta, tocó y oyó la voz de Carter, quien le pidió que pasara.No sabía si había sido su imaginación, pero notó que cuando Carter la vio, el rostro del hombr
Las piernas le flaquearon cuando él fijó la mirada en ella de nuevo y le regaló una sonrisa ladina. Nunca había experimentado algo parecido.—El placer es mío, señor Blackwell. —Le regaló una sonrisa, tratando de parecer lo más cómoda posible. Siempre creyó que su nuevo jefe era un vejestorio amargado, pero ya veía que no.Colin saludó a Carter con un apretón de manos e invitó a ambos a tomar asiento. Un camarero les tendió el menú y esperó pacientemente.—¿No nos hemos visto antes, señorita? —Se dirigió a la nerviosa pelirroja.—No lo creo, señor Blackwell. —Negó y respondió d
—¿Hola...? —La voz de Gema tembló un poco, pero ahí estaba Carter para tocar su hombro en señal de apoyo.—A las tres y media quiero ver tu lindo trasero bajo el puente que está cerca de tu casa. ¿Tienes el dinero completo? —hablaba casi en un susurro.«Es un maldito. ¿Cómo se atreve a hablarle así a una mujer?», Carter pensó aquello con mucha ira y se contuvo para no quitarle el teléfono y mandar al diablo a ese traicionero degenerado. Siempre supo que era un mal hombre, pero jamás imaginó hasta qué extremos.—Aquí tengo todo completo.—Llega a tiempo, si no, te mueres...Fi
Cenó algo rápido y empacó toda su ropa, zapatos y objetos personales en la maleta grande y lo restante en una pequeña caja. Se encontraba lista para instalarse en su nueva e increíble habitación. Tomó un taxi que la llevó hacia la mansión de su jefe y tiempo después al llegar, vio que el simpático Carter se encontraba hablando animadamente por teléfono en la sala principal. Decidió no interrumpirle, aunque se moría de ganas por verlo y hablarle, pero prefirió escabullirse en silencio. —Gema… —Carter pronunció su nombre y ella paró en seco, un tanto nerviosa. ¡Cuánto le encantaba el sonrojo en las mejillas de Gema! Se acercó a ella, desprendiendo un olor fresco y masculino. Su traje era impecable y llevaba el cabello un poco húmedo. Aquella imagen de él la eclipsó, dejándola atónita a mitad de las amplias escalinatas. La tarde continuó con una visita a un hotel majestuoso: en lo alto llevaba el mismo logo que los restaurantes y el apellido Blackwell —nuevamente— brillaba a la luz del sol en el centro del edificio pintado de un blanco celestial, con bordes de color dorado. El verano estaba en completo apogeo, todo brillaba bajo la luz solar y los árboles se movían produciendo una fresca ventisca.Llegaron a recepción y tomaron el elevador, bajo las atentas miradas de empleados y empleadas que con disimulo murmuraban de aquí para allá. En sala de juntas estaban esperando a Colin Blackwell, todos los ejecutivos importantes habían llegado hacía tiempo y se hallaban escépticos ante la nueva propuesta de su exitoso socio. Los tres hicieron acto de presencia y tomaron asiento en silencio, de inmediato los presentes guardaron sus palabras para despu&eacuCAPÍTULO 12