Cuando volvió a la oficina, vio una apuesta silueta muy conocida sobre su escritorio.
—Buenas tardes, linda… —La sonrisa de Matthew se esfumó cuando bajó la mirada hacia el vientre femenino, pero luego volvió a sonreír un tanto sorprendido.
—Buenos tardes, Matt. —Le dio un beso en la mejilla—. ¿Y ese milagro que vienes a visitarme? Tenía meses sin verte.
—Pasaba por aquí y me pregunté si mi hermosa amiga se alegraría de verme —sonrió ampliamente.
—¡Pero claro que sí! ¿Cómo estás?, ¿qué tal va todo con la agencia? Por ahí me enteré de...
Londres-Dos años más tarde... —¡Señora Blackwell! ¡Espere! —gritó su asistente, intentando alcanzarla. —Camina más rápido, no tenemos mucho tiempo… —respondió sin prestarle mucha atención al jovencito que corría detrás de ella. —No sé cómo puede caminar tan rápido con esos tacones… —susurró. Abrió las puertas de la oficina y se acomodó en un mullido sofá que estaba en la esquina. La periodista ya se encontraba sentada en un sillón y el camarógrafo listo en su sitio. Revisó una última vez el vestido negro con mangas largas que llevaba puesto y acomodó su cabello largo y tinturado de rubio. —Comenzamos en cinco, cuatro, tres, dos, uno… —La voz del camarógrafo se escuchó fuer
»A partir de ahí se dedicó a tratar de derrumbarme y querer asesinarme para apoderarse de las zonas que me habían hecho ganar fama y dinero. Desea que el prestigio de la corporación decaiga y justo ahí entrará él para hacerse con todo lo mío cuando mi mamá y tú no puedan más con las riendas. Me siento tan tonto al no haberme dado cuenta de sus intenciones, el que estuvo detrás de los atentados siempre fue el maldito mequetrefe ese. —Apretó el volante y negó con la cabeza, lamentándose. Gema no lograba entender cómo otra persona podía arruinar la vida de otra así, con tal perversidad. —Tu madre y yo hemos estado a punto de vender y subastar, pero no lo hemos hecho porque teníamos la esperanza de verte otra vez. Es tan difícil llevar el manejo de mis tiendas y a la vez la corporación, se necesitan de muchos conocimientos y gente de fiar. —Lo tomó
Era el inicio de la primavera en la bella ciudad de Londres, el tibio clima dejaba a un lado los días fríos y lluviosos del invierno pasado. Sin embargo, el magnate lidiaba con un millonario y sorpresivo robo en su mansión.Ella, con sus atributos físicos y rostro angelical, esperaba lograr eludir las acusaciones. No obstante, nada imaginaba, ni siquiera se le cruzaba por la cabeza prever las artimañas de su perverso jefe.—¿Ocurre algo? —Se le borró la sonrisa pícara al notar la mirada severa de Colin Blackwell, su jefe no parecía estar de buenas esa mañana—. ¿Señor… ? —preguntó de nuevo, sintiéndose casi descubierta.—¿Señor...? —La imitó con un tono de v
Tres meses más tarde... Gema tarareaba una canción sintiendo la fresca brisa acariciar su rostro, mientras iba de camino a su trabajo en su adorada bicicleta. No era una amante de los deportes, pero vaya que le encantaba pedalear cada vez que podía. Su vida era como hacer malabares, iba de aquí para allá casi todo el día y compararse con una hormiguita arriera le quedaba pequeño. Siempre había querido una vida mejor para ella y sobre todo para sus padres casi ancianos, por eso trabajaba en un restaurante de comida variada que se encontraba a dos calles de la plaza de Covent Garden y cerca de la Royal Opera House. Tanto la plaza como sus alrededores hacían del lugar algo atractivo para los turistas y ciudadanos. —¡Buenos días! —Abrió la puerta y el tintineo de la campanilla se oyó en la entrada. Entró al restaur
Tomó asiento en una banca del solitario y pequeño parque donde iba cuando ya no podía más, cuando sentía que se asfixiaba al no poder hacer algo más por todos. ¿Acaso ese era su destino?, se preguntó con premura, como tratando de no negar ni aceptar una respuesta innecesaria. No fue capaz de reprimir el llanto y simplemente se quebró entre lágrimas y sollozos. Quería hacer algo más, lograr todo y llegar más allá. Quería llegar tan lejos como pudiera, pero el destino se empeñaba en hacerla ver como una tonta dando patadas en el agua. Colin regresó cansado a la mansión, los ojos casi se le cerraban debido al sueño. Planeaba descansar una buena siesta antes de madrugar como cada día, ya que no dormía mucho. Sus días eran muy ocupados, con suerte podía dormir después de media noche, pero a las cinco de la mañana debía estar listo para comenzar de nuevo la rutina.
La voz de su madre la sacó de sus pensamientos y ella dio un respingo. —Gema... ¿Dónde tienes esa pequeña cabecita? —La miró con ojos tristes. —En ningún lugar mamá, solo pensaba. El médico dijo que tomando sus medicamentos y guardando reposo, vivirá muchísimos años más... —Intentó animarla. Giselle negó, sabía que no podrían permitirse todos esos gastos. —¿Y con qué dinero vamos a comprar los medicamentos? —El semblante se le ensombreció. —Los medicamentos los cubre el hospital, mamá, ¿lo habías olvidado? —Le mintió. Ya buscaría una forma para juntar el dinero. —¿De verdad? No recordaba. Bueno, si es así me quedo más tranquila... —El rostro de Giselle se iluminó y sonrió. S
La noche anterior James la obligó a dormir en una habitación en penumbras y sin más opciones tuvo que hacerlo, aunque la ansiedad no le permitió conseguir el sueño y los intentos de escaparse acabaron por dejarla devastada. La habitación no era más que un cuartucho de objetos olvidados que el hombre usaba para esconder las evidencias de su culposas de sus actos . Observó el pomo de la puerta que había a su costado, pero antes de tocarlo se asomó a una pequeña ventana que se hallaba al otro extremo y por lo que logró ver, eran aproximadamente las cinco de la mañana; el amanecer estaba cerca. Un inquietante frío le recorrió los pies cuando notó que la puerta estaba cerrada con llave. Forcejeó una y otra vez intentando abrirla pero le fue imposible. —Dios... ¿Ahora qué voy a hacer? Mis padres deben estar tan preocupados por mí... —susurró con preocupación.
«Vamos Gema, no puedes rendirte así», su voz interior pareció hablarle y hacerla entrar en razón. Se levantó, encendió la luz y lanzó sobre la cama un bulto de periódicos. La idea de buscar la sección de empleos no le parecía nada mal, al menos comenzaría por algo y no se rendiría a la primera. Ella no era una cobarde ni iba a serlo al primer momento de angustia. La mayoría de empleos se trataba sobre camioneros, bailarinas y expertos en turismo con experiencia. Sin embargo, una pequeña luz de esperanza pareció brillar tras las palabras de un nuevo anuncio: «Se necesita mujer de veinte a treinta años con buena actitud, honrada y dispuesta a trabajar bajo presión como la servidora personal de una persona muy ocupada. Se otorgará ayuda estudiantil. No se requiere experiencia, solo una excelente actitud y honestidad». Aquella propuesta prometía, pero lo único qu