—¿Y qué hacía la servidora personal anterior? —Juntó sus manos. Quería parecer muy segura, pero no sabía si lo estaba logrando.
—Se desempeñaba en muchas áreas: desde ser secretaria, mi reemplazo en caso tal que yo enfermase o no pudiera estar presente, acompañarnos al señor y a mí en nuestros múltiples viajes y reuniones... Y en cuanto a las exigencias del señor Blackwell: siempre deberá esperarlo en casa con una cena exquisita, arreglar su habitación, limpiar su habitación, preparar su baño, comunicarle recados míos o viceversa, escoger sus trajes para cada semana junto a su diseñador Dave, organizar reuniones o fiestas en la mansión, estar al pendiente de su medicina y vitaminas...
Gema se encontraba to
Ya eran finales del mes de junio y el verano anunciaba los intensos rayos de sol que empezaban a calentar las ventanas del frío hospital. El movimiento del personal se hacía cada vez más ruidoso, lo que poco a poco sacó a Gema de su descanso. Con ambas manos se frotó los ojos, se incorporó sobre el molesto asiento y aprovechó la soledad del pasillo para escabullirse dentro de la habitación de Peter.Se quedó pasmada observando una bonita imagen de sus padres, una más de las tantas que Gema había presenciado desde niña: Giselle era reacia a soltar la mano débil de su marido, aun estando dormida. No quiso despegarse ni un solo minuto de él y pasó la noche en vela cuidando de su amado pelirrojo. Lo amaba demasiado. Esperaba que su cariño le infundiera ganas de vivir y la fortaleza para seguir luchan
La mañana siguiente Gema se levantó más temprano que de costumbre, los nervios no le permitieron dormir en calma. Acabó de vestirse y se miró por última vez en el espejo antes de recoger su cabello rojizo en un moño alto y aplicarse un poco de maquillaje en el rostro para disimular su piel pálida. Sin perder más el tiempo salió del apartamento y tomó el autobús. El reloj casi marcaba las nueve y media de la mañana y los nervios le estaban jugando una mala pasada. Cuando por fin llegó a la mansión, otro joven muy educado la recibió y acompañó hasta el estudio. Una vez frente a la puerta, tocó y oyó la voz de Carter, quien le pidió que pasara.No sabía si había sido su imaginación, pero notó que cuando Carter la vio, el rostro del hombr
Las piernas le flaquearon cuando él fijó la mirada en ella de nuevo y le regaló una sonrisa ladina. Nunca había experimentado algo parecido.—El placer es mío, señor Blackwell. —Le regaló una sonrisa, tratando de parecer lo más cómoda posible. Siempre creyó que su nuevo jefe era un vejestorio amargado, pero ya veía que no.Colin saludó a Carter con un apretón de manos e invitó a ambos a tomar asiento. Un camarero les tendió el menú y esperó pacientemente.—¿No nos hemos visto antes, señorita? —Se dirigió a la nerviosa pelirroja.—No lo creo, señor Blackwell. —Negó y respondió d
—¿Hola...? —La voz de Gema tembló un poco, pero ahí estaba Carter para tocar su hombro en señal de apoyo.—A las tres y media quiero ver tu lindo trasero bajo el puente que está cerca de tu casa. ¿Tienes el dinero completo? —hablaba casi en un susurro.«Es un maldito. ¿Cómo se atreve a hablarle así a una mujer?», Carter pensó aquello con mucha ira y se contuvo para no quitarle el teléfono y mandar al diablo a ese traicionero degenerado. Siempre supo que era un mal hombre, pero jamás imaginó hasta qué extremos.—Aquí tengo todo completo.—Llega a tiempo, si no, te mueres...Fi
Cenó algo rápido y empacó toda su ropa, zapatos y objetos personales en la maleta grande y lo restante en una pequeña caja. Se encontraba lista para instalarse en su nueva e increíble habitación. Tomó un taxi que la llevó hacia la mansión de su jefe y tiempo después al llegar, vio que el simpático Carter se encontraba hablando animadamente por teléfono en la sala principal. Decidió no interrumpirle, aunque se moría de ganas por verlo y hablarle, pero prefirió escabullirse en silencio. —Gema… —Carter pronunció su nombre y ella paró en seco, un tanto nerviosa. ¡Cuánto le encantaba el sonrojo en las mejillas de Gema! Se acercó a ella, desprendiendo un olor fresco y masculino. Su traje era impecable y llevaba el cabello un poco húmedo. Aquella imagen de él la eclipsó, dejándola atónita a mitad de las amplias escalinatas. La tarde continuó con una visita a un hotel majestuoso: en lo alto llevaba el mismo logo que los restaurantes y el apellido Blackwell —nuevamente— brillaba a la luz del sol en el centro del edificio pintado de un blanco celestial, con bordes de color dorado. El verano estaba en completo apogeo, todo brillaba bajo la luz solar y los árboles se movían produciendo una fresca ventisca.Llegaron a recepción y tomaron el elevador, bajo las atentas miradas de empleados y empleadas que con disimulo murmuraban de aquí para allá. En sala de juntas estaban esperando a Colin Blackwell, todos los ejecutivos importantes habían llegado hacía tiempo y se hallaban escépticos ante la nueva propuesta de su exitoso socio. Los tres hicieron acto de presencia y tomaron asiento en silencio, de inmediato los presentes guardaron sus palabras para despu&eacuCAPÍTULO 12
El atardecer del tan ansiado día jueves adornaba el cielo. El fresco viento acariciaba su rostro y mecía su largo cabello con gracia. Había sido un día muy tranquilo en el trabajo, con Blackwell todo marchaba bien, ya que se estaba portando cordial y amable con Gema, algo que ella no se esperaba.Mientras asaba carne de res en el jardín trasero, no podía sacar de sus pensamientos el rostro de Carter, se moría por verlo de nuevo, y eso que estuvieron trabajando juntos en la oficina toda la mañana. De repente y para su mala suerte, comenzó a llover y el fuerte sonido del asador al apagarse fue lo que la sacó de sus cavilaciones románticas. Por lo menos logró asar debidamente un trozo, el otro quedó chamuscado. Puso todo en un plato y se llevó los demás implementos a la cocina, huyendo de la repentina lluv
La mañana se les fue trabajando duro en la oficina, la tarde estuvo llena de reuniones y la noche por fin les trajo tranquilidad. Luego de acabar la cena, Gema acompañó a su jefe a ver las noticias en la sala principal. Ambos sentados en cada extremo del sofá respiraban de forma agitada, se sentían nerviosos. A ese ritmo no iban a conseguir trabajar juntos por mucho.—Está aburrido. ¿Cambiamos de canal? —susurró, tratando de romper el hielo.—Es su tele, señor, puede hacer lo que crea mejor para usted. —Soltó una pequeña risilla.—¿Siempre eres tan silenciosa? —Le preguntó de vuelta.—Casi siempre, ¿por qué? —Se movi&oac