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3. Compañias desagradables

Al llegar al centro comercial las miradas se van en mi dirección, lo atribuyo principalmente a mi guardarropa; Armando tiene algún tipo de capricho-obsesión por verme siempre bien arreglada, impecable... el problema es que me visto a su gusto y su gusto de ropa no es para nada el mío.

Las prendas de mi closet tienen que tener alguna de estas características, grandes escotes, brillos, lentejuelas y entalladas ceñidas al cuerpo, tengo algunas prendas cómodas para usar cuando él no esta, pero por más que quisiera no vendría con mis pantalones de chándal al centro comercial.

Llevo un pantalón de tiro alto, con una camisa de manga larga fajada que tiene un escote no tan llamativo, llevo zapatillas altas de color negro y mi bolso; no traigo puesta ninguna pulsera, collar, reloj o aretes que son obligatorios usar en compañía de Armando, pero aún sin ellos las personas miran en mi dirección.

Tengo un cuerpo con curvas bien definidas sin llegar al punto de ser exagerado, es la principal razón por la que las miradas hambrientas de los hombres y las despectivas de las mujeres se posan sobre mí, mi cabello rojizo no es más que otro elemento para atraer miradas, pero podría jurar que más que nada me miran porque saben quién soy, de quien soy esposa... quien es por desgracia mi marido.

...

Al entrar en una de las tiendas me probé un vestido rojo después de estar viendo varios que no me convencían del todo; es corto, lleno de brillos, muy al gusto de Armando, salgo del probador y me paro frente a un gran espejo admirado como se me mira, el vestido va atado a mi cuello tengo toda la espalda descubierta y es extremadamente corto y ajustado, muy incómodo, pero Armando estaría encantado al verme en él, ni siquiera sé por qué me esfuerzo por complacer sus exigencias, hace tiempo una bala en la frente no me parecía buena idea, hoy en día me parece de lo mejor.

— Wow, tienes un cuerpo para detener el tráfico Renata, eres una mujer tan sensual... estoy seguro de que le encantará a Armando ese vestido.

Levanto la mirada cruzándome con unos ojos verdes hambrientos a través del espejo, Rick es un hombre joven, quizás de mi edad, no lo sé, me recorre completa de pies a cabeza admirando cada centímetro de mi piel descubierta, cuando sus ojos se cruzan con los míos sonríe divertido ante mi actitud serena y mi rostro típico de estar amargada con la vida.

— ¿Tú que haces aquí? Te dije que me esperaras fuera de la tienda.

— Pensé que podrías correr peligro aquí dentro tu sola, después de todo mi deber es cuidarte y protegerte.- me lo dice en ese tono seductor que solo usa cuando esta a solas conmigo, me guiña un ojo, me esfuerzo para no ponerle los míos en blanco.

— Tú lo has dicho, cuidar y proteger no acosarme, lárgate de mi vista Ricardo, ya voy a ir a pagar.

No solía tener buen humor y Rick molestando constantemente era la gota que siempre derramaba el vaso, no tengo ánimos de seguir en ese lugar ni probarme más vestidos menos si el mirón de Rick va a estar por aquí rondándome.

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El camino de vuelta a casa es silencioso, me la paso observando por la ventana a las personas normales caminar sin ataduras disfrutando su vida, yo por otra parte no podía poner un pie fuera de la residencia porque tenía 3 autos con hombres custodiándome de cerca, me siento prisionera, será porque en realidad eso es lo que soy.

Empezamos a llegar a un área de la ciudad un tanto más tranquila, menos transcurrida entramos en un callejón de terracería entre dos casas, el terreno es baldío y solitario, lleno de rocas y tierra suelta, el dar una vuelta a la izquierda está una gran portón negro y alto que al vernos acercar empezó a abrirse.

En el interior todo es tan verde, lleno de árboles, arbustos, pasto y flores preciosas, los autos se detienen al frente de la gran puerta de la enorme mansión, una casa exageradamente grande para mi sola y las 4 sirvientas, al parecer ellas ya esperaban mi llegada, empezaron a tomar las bolsas de la cajuela para ayudarme con ellas, pero solo eran dos, me bajo del auto y me topo con una de ellas que lleva las bolsas, en realidad nada de esto es necesario, yo puedo hacerlo por mi cuenta, pero no quiero meterlas en problemas, si alguno de los guardias chismosos le dicen a mi marido que me miraron cargando las compras la chica desaparecería, y quiero pensar que era porque eran despedidas; así que solo sigo caminando al interior de la mansión.

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Puedo escuchar a la perfección las risas y voces que se cuelan por la puerta de mi balcón que se encuentra abierta, varias personas ya han llegado a la fiesta y yo apenas termino de arreglarme, lo hice con toda la lentitud del mundo... me puse unos aretes largos de oro, me hice un maquillaje elaborado y llamativo con sombras rojas y oscuras para combinar con mi vestido, deje mi cabello suelto acomodando de lado para despejar mi espalda y poder lucir ese escote en el vestido, me apliqué perfume y me puse mis tacones de plataforma negros antes de salir de la habitación.

Como lo esperaba en el jardín ya Estac los invitados amigos de Armando y como no podía faltar en estas fiestas mujerzuelas por doquier, pasando de brazos en brazos en busca del mejor postor para pasar la noche, quien parezca que dará la propina más jugosa al finalizar.

A través de los cristales de piso a techo me percato que una de ellas me observa con los ojos entrecerrados, no le doy importancia y me retiro a la sala de estar en espera a la llegada de mi esposo, sus amigos no son compañías agradables, había mejores maneras de desperdiciar el tiempo.

Me siento y suspiro mientras observo todo al rededor, lleno de adornos caros y cuadros extraños, es como estar en un set de telenovela... una telenovela de mal gusto.

— ¿Qué hace una dama tan bella como usted aquí sola?.– esa voz proviene desde mi espalda, unas manos se posan en mis hombros desnudos mientras acaricia mi piel con sus pulgares rugosos.

— Esperando por tu llegada.

Digo con seriedad, las manos se alejan de mí y me pongo de pie para quedar frente a Armando, mi esposo, es un hombre atractivo y bien conservado para su edad, aun así se mira mucho más mayor que yo, era una diferencia de edad de 20 años después de todo, una brecha así no se oculta fácilmente.

Sus ojos almendrados me observan de pies a cabeza sonriendo con malicia, trago saliva y siento que mi cuerpo se estremece ante esa mirada tan filosa y no lo digo en buen sentido, rodea el sillón que nos separaba a pasos lentos y seductores; al llegar frente a mí levanto el rostro para verlo a los ojos, su respiración es calmada y podía sentir la calidez de su aliento contra mi piel al igual que el aroma envuelto del tabaco y la menta.

Toma mi barbilla con cuidado con sus dedos haciéndome levantar más el rostro, para después inclinarse y unir sus labios con los míos, en un beso cargado de deseo y necesidad, se me revuelve el estómago completamente.

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