Capítulo 4

—No puedo creer que se me haya hecho tan tarde —se quejó Moni mientras escuchaba las sirenas de una patrulla frente a la casa.

Yo comencé a reírme escandalosamente mientras me terminaba de alistar.

—Ya verás, m*****a —y aun riendo me agaché cuando la vi por el rabillo de mi ojo lanzando un objeto que iba directo a mí.

El zapato al yo agacharme terminó impactando contra la pared junto a mí y ella salió echando chispas del departamento al no haber podido darme mi merecido antes de irse.

Mónica se despertaba todos los días a las seis de la mañana, salía a correr media hora y regresaba a casa para ducharse y vestirse para estar lista a las siete y poder esperar a su compañero abajo antes de que pasara a buscarla en la patrulla para llevarla a la estación.

Pero anoche domingo ambas hicimos maratón de Game Of Thrones y por supuesto, la televisión nos vio quedarnos dormidas en el sofá en la madrugada y a penas a las tres con treinta fuimos cada una a nuestra habitación.

Y eso dio como resultado que Moni no fuera a correr y terminara vistiéndose con su uniforme a una velocidad atemorizante a las seis con cincuenta.

Yo por mi parte me estaba vistiendo despacio agradeciendo que no lloviera ese día, ya que podría llegar con mi vestido y mi cabello lacio intacto al orfanato.

Ese día había varias cosas importantes por hacer, por lo que tenía que dar mi mejor impresión, aunque fuese con un vestido que conseguí en una venta de garaje.

Una vez lista tomé mi maletín con los documentos que había estado revisando en el fin de semana en casa y luego salí de casa con la tarjeta del autobús en mano para evitar tener que abrir el maletín.

Ese día en especial llevaba mis auriculares inalámbricos puestos mientras escuchaba la sexi música de una rapera para que me diera la seguridad que necesitaba ese día.

Y es que abría una reunión con los representantes de la compañía que nos daban el presupuesto para hacer todo lo que hacíamos en el orfanato y aunque mi vestimenta no era tan sofisticada me sentía segura, y es que unos tacones de suela roja hacían ver seguro a cualquiera.

Me los había regalado el señor Wolsky para mi cumpleaños el año pasado y lo había usado pocas veces ya que no visitaba lugares tan sofisticados como para tener que usarlos.

Pero ahí estaba ese día, portando un vestido negro ajustado a mi figura, pero recatado y mis zapatos sensuales que me hacían sentir más segura.

¿Y la razón por la que me había elaborado tanto?

Pues las arpías representantes de la compañía que nos daban los fondos, eran todo un caso, esas mujeres eran hermosas, sí, muy sofisticadas por demás, pero tenían una vibra de víboras que te hacían no querer estar en su radar, pero como yo no me dejaba de nadie me ponía mis mejores prendas y me preparaba para contestar todos sus cuestionamientos.

Pues lo que tenían de víboras lo tenían de inteligentes.

Una vez en la estación esperé paciente unos cuantos minutos hasta que el autobús hizo su aparición y pude subirme en él.

Mientras este avanzaba yo iba calculando los minutos que debía estar montada en él sumándole un par de minutos por el tráfico de la hora pico y al final el resultado fue claro. Llegaría temprano y me podría evitar cualquier sermón que pudiesen darme y eso a su vez evitaría que mi lengua viperina saliera a relucir para ponerlas en su lugar a las dos.

De esa forma todos estaríamos felices, porque, aunque ganas les faltaran, no podían despedirme, el señor Wolsky nunca lo permitiría.

Mientras Chlorine de Twenty One Pilot se reproducía bajé del autobús y me recorrí todas las cuadras que me separaban del orfanato.

Al llegar pude escuchar el ajetreo dentro y es que, aunque todo siempre se mantuviera en orden, cuando esas mujeres venían, se arreglaba todo más de la cuenta, ya que con un solo informe negativo podrían destituirnos a todos de nuestros cargos aquí dentro.

Y eso sería terrible, pues todos los que hacíamos esto, lo hacíamos por amor a estos niños y separarnos de ellos sin poder ayudarlos sería devastador para cualquiera de nosotros.

—Al fin llegaste —mi sonrisa se extendió por todo mi rostro al ver a Tiara a mitad del lobby.

Ella era una castaña de baja estatura, maestra de los niños y de paso su cuidadora, pues se quedaba a dormir aquí todos los días para mantenerlos seguros de ellos mismos y estar al pendiente si cualquier cosa llegaba a suceder. Incluso si un niño enferma con sus conocimientos de enfermería ella podía darle los primeros auxilios.

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