Capítulo 7

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—¿Entonces eres la nueva directora? —cuestionó Mónica totalmente emocionada una vez le conté todo lo que había sucedido en ese día.

—Sí ¿puedes creerlo? —ella negó con una sonrisa incrédula.

—Es que es jodidamente increíble, Teffy, te juro que aún no puedo creerlo, básicamente serás la administradora más joven en toda la historia del orfanato.

—Y la primera mujer —susurré —de un orfanato que no sea religioso, por supuesto.

—Toda la puta ciudad conocerá tu nombre.

Estaba segura de que mis mejillas en ese momento brillaban como reflectores al igual que mis ojos.

—Lo sé, pero lo más emocionante de esto, es que podré hacer campañas para recaudar fondos, di la idea de ampliar el orfanato hace muchísimo tiempo, pero los recursos, aunque son muchos no son suficientes para una construcción de ese tipo, pero con las cosas que tengo en mente estoy segura de que podré conseguir lo necesario.

—Tómatelo con calma, sé que ahora quieres hacer todo lo que no pudiste hacer, pero si vas muy rápido todo te caerá encima y se te hará difícil sacarlo adelante, así que ve despacio, primero ordena lo ya establecido y luego crea esquemas de mayor facilidad a mayor dificultad y ve haciendo las cosas más sencillas antes de meterte a lo rudo ¿de acuerdo?

Yo asentí un par de veces y sin dudarlo metí un bocado de pastel a mi boca mientras la veía sonreírme.

Una vez salí del orfanato me pasé por una pastelería y me encargué de comprar el pastel y la sidra de celebración para Mónica y para mí.

Este era nuestro ritual cada que alguna lograba algo importante, la ganadora invitaba el pastel y la bebida y al llegar a casa nos dábamos la sorpresa y contábamos lo sucedido.

Era magnifico saber que al llegar a casa la encontraría o ella a mí y que podríamos contarnos todo lo que nos había sucedido sabiendo que se alegraría un montón.

Mónica era una de las pocas personas que conocía todo de mi vida, así como Tiara y el señor Wolsky, ellos eran mis personas favoritas, las más cercanas y las que veían más allá de mi rostro serio en el autobús.

Ellos sabían que, aunque me jactaba de ser una mujer de veintisiete años, en mi interior vivía una niña que difícilmente desaparecería.

—¿Mañana será un día duro? —asentí en respuesta sabiendo todo lo que tendría que hacer —pues a dormir —ordenó —que mañana te vas a levantar con las gallinas.

Solté una pequeña risita mientras me levantaba con mi plato y vaso vacío en mis manos para llevarlos al lavaplatos y dejar que ella los lavara, después de todo yo lavé los de la cena.

Una vez en mi habitación amarré mi cabello para que no amaneciera vuelto un nido de pájaros y luego arreglé la ropa del día siguiente.

Una vez con todas mis cosas acomodadas me acosté en mi cama con móvil en mano dispuesta a navegar en las redes sociales en busca de un hombre que no había salido de mi cabeza.

Y es que no lo entendía, a todos los millonarios les encantaba presumir de su dinero, dejarle saber al mundo que tanto dinero habían gastado en los pobres, querían que los demás supieran lo que hacían con sus millones, pero él no.

Kadet Kravec prefería continuar en el anonimato aun cuando entregaba miles de dólares al mes para mantener en buen estado un orfanato que había sacado de la miseria absoluta.

Y en parte lo admiré por ese hecho, por haber hecho por aquellos niños lo que nadie más hizo por ellos y que probablemente nunca harán sin usarlos a ellos para darse publicidad a sí mismos.

Porque eso era lo que hacía la mayoría, usar a los niño para salir en revistas.

La cuestión es que eso era algo irrelevante para mí siempre y cuando pudiese obtener dinero para sacar a otros no solo de orfanatos abusivos, sino también de las calles en las que permanecían.

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