Marino estaba extasiado observando a su potra indomable, todo le parecía irreal, no podía creer que por fin se encontraba entre sus brazos; cuando ella lo echó de su casa, pensó que nunca más tendría una oportunidad de tenerla así toda entregada a él, su hermosa piel color miel reluciendo a la luz de la luna, que caía por la ventana, cuyo brillo le parecía tímido al compararla con la hermosa mujer que encima de él acariciaba su cuerpo, haciéndole sentir las más profundas sensaciones.
Intentó articular palabra, quería explicarle que solo era ella, que nunca estuvo con Laura, repetirle hasta que no tuviera ningún indicio de dudas, que había sido ella la única que había despertado esas emociones, que nunca había sentido más allá de lo corpóreo y que en su ignorancia en el pasado, pens&o
Karina intentó moverse, pero un peso se lo impidió, sintió unas piernas fuertes y un brazo sosteniéndola por la cintura, su cabeza descansaba en un pecho fuerte, fue tocando el cuerpo junto al de ella, aún sin abrir los ojos, sintió en su pierna la erección del hombre, por segundos se desorientó hasta pensó que se trataba de un sueño, pero parecía tan real que eso fue lo que la hizo dudar, abrió los ojos y miró su rostro con sus ojos color caña mirándola intensamente con una sonrisa.—Hola, mi potranca guaraní, mi india suramericana—habló tomándole el mentón y besándola—, pensé que había sido todo un sueño, producto de mi imaginación, pero eres real y eres mía.Aun cuando le respondió el beso, de inmediato soltó —Vamos a aclarar alg
Karina sabía que le gustaba y que sentía algo más que no podía identificar de manera precisa y que se negaba a confesar, es más, la sola idea de decirlo le aterraba sobremanera. Es difícil volver a confiar cuando lo había dado todo en una relación y terminabas defraudado; luego de lo sucedido con Ricardo, le costó recoger los pedazos de su corazón y volverlos a armar. Aun cuando todo dentro de ella gritaba que le diera una oportunidad a Marino, su razón se negaba a hacerlo. Se quedó observándolo por un par de segundos más y aunque estaba segura de que las palabras que pronunciaría le dolerían más a ella que a él, no titubeó en decirlas, tan firmes como si ellas encerraran toda la verdad, pero debía encontrar la forma de alejarlo de ella.—Marino, en verdad lo siento, me gustas mucho, pero no te amo, no para pensar en c
Los tres adultos lo observaron tan sorprendidos de su confesión que por breves segundos enmudecieron, las palabras sobraban en ese instante, sobre todo fue de impacto para Dara y Martín, quienes no podían creer que Marino, ese hombre que habían conocido tan egoísta y pagado de sí mismo, se hubiese enamorado; y aunque su trato con la pequeña Tara es lo que se llamaría clase aparte, jamás se imaginaron que ese amor que sentía por su hija, se pudiera extender a una mujer que no fuese ella ó Dara.El primero en romper el silencio fue Martín —Me has dejado mudo, pero ahora estoy desconcertado, porque no entiendo la molestia de Karina, ¿Por qué ha salido molesta? Cuando debería sentirse feliz, porque es obvio que ella siente lo mismo por ti—habló con certeza mientras los otros dos movían afirmativamente la cabeza.Mari
Alzaron a Marino y lo llevaron a la vans para trasladarlo hasta Filadelfia, la capital del departamento de Boquerón, localizado en la región occidental de la República de Paraguay, aproximadamente a unos cincuenta y cinco kilómetros de donde estaba ubicada la hacienda “La Italianera”. Al hacerlo, como Martín fue uno de quien lo alzó, para quitar drama a lo que estaba sucediendo expresó con burla: —¡Vaya! ¿No sabía que te gustaba que te cargaran en brazos como una princesa?Sin embargo, luchando con la nubla de su mente, Marino le respondió con fina voz: —Martín: ¡Eres pajúo!
Karina hizo su recorrido hasta la ciudad en tiempo record, estaba ansiosa por conocer el estado de Marino y ver su rostro cuando le dijera que se había replanteado su propuesta y que iba a aceptarlo. Llegó al Centro Médico donde estaba hospitalizado, preguntó en información y le notificaron que estaba internado en la habitación veinticuatro, subió al segundo piso con premura, siguió las indicaciones, al llegar tocó la puerta e ingresó, Martín estaba sentado en un sofá cama, leyendo un libro, extendió su mirada al otro extremo y vio a Marino totalmente dormido. Ella se sonrió ante sus palabras, pero le produjo ternura, que él volviera a parpadear seguidamente y ante la incredulidad de que ella no estuviera allí, se restregó los ojos con los puños de las manos y volvió a observar hacia donde estaba ella, asombrado de que aún no desapareciera.—No sigas intentándolo que no voy a desaparecer, soy yo en carne y hueso—dijo levantándose para inclinarse y acariciarlo, lo que provocó un suspiro en él.—Me alegro de que hayas venido a cuidarme tú, como comprenderás prefiero tu compañía que la del princeso—dijo con una sonrisa.—¿Princeso? —preguntó ella desconcertada.—Martín, es que siempre bromeábamos de esa manera, hoy después de mucho tiempo, sent&iacutCAPÍTULO 27. SORPRESAS DE LA VIDA
Al identificar a la persona con la cual tropezó, se quedó con la boca abierta unos segundos, no tenía la menor idea de que hacía allí, ni remotamente se lo había imaginado.—¿No vas a saludar a tu madre? —interrogó Graciela la mujer de su padre.— La única madre que tenía murió hace unos años, tú no eres nada mío, de hecho no eres de mis personas ni medianamente aceptable y menos luego de cómo nos trataste a mis hermanos y a mí después que lograste casar con mi padre.— No tuve que ver con la decisión de tu padre vender las propiedades que tenía cuando vivía tu madre, además si haber sido cierto eso que dices, él pudo decir que no, entonces no creo que seas justo que me endoses a mí esa responsabilidad.—¿
Todos estaban totalmente indignados por las palabras de la bruja, y la niña más que ninguno, las lagrimitas corrían por sus mejillas, mientras lloraba no con escándalo, sino con un profundo sentimiento que conmovía el corazón más duro, menos el de Graciela. Marino le entregó a Karina a Tara y luego tomó a Katherine, sentándola en su pecho, buscando calmarla.—¡Hey! —Llamó la atención de la pequeña, quien lo observó con párpados caídos, mirada triste y ojos humedecidos por las lágrimas que aún seguía derramando y que bañaban el pequeño rostro—¡No llores! Claro que soy tu padre, es más, te escogí desde que te vi por primera vez, me enamoré de tu sonrisa, de tus ojos, de tus ocurrencias. Nadie puede hacerte sentir mal porque venga a decirte