Sorpresas

La despedida se alargó hasta que finalmente fue capaz de dejarme ir y yo de hacerlo. Hay un peligroso problema entre los dos y es que ninguno utiliza el raciocinio porque somos igual de intensos con el otro.

Las horas se nos hacen insuficientes para estar juntos y cuando tenemos que irnos por caminos separados no lo asumimos bien, cada vez es más difícil estar lejos uno del otro.

—¿Cómo llegaste? —es lo primero que dice al contestarle la llamada telefónica

—Extrañandote —le oigo suspirar —. Estoy quitándome los zapatos pensando en tus manos sobre mis piernas, acariciando mi piel, caminando por mi cuerpo.

—Dios, amor no digas más —suena ronco de deseo.

—¿Qué me estás haciendo, Ian Moskav?

Es más una introspección que una pregunta. Suelto los tacones en la alfombra y me dejo caer en el sofá, la gamuza de su forro me acaricia la piel, no le he dicho a mi ruso que estoy en lencería. No quiero seguir deseando algo que no puedo tener por ahora.

—Menos de lo que me gustaría hacerte, preci
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