El tono de Ethan era cortante, y el peso de sus palabras hizo que algunos de los presentes se removieran incómodos. Fue entonces cuando uno de los gobernantes tomó la palabra.—Como sabes, el creador de esas criaturas grotescas ha enviado sus experimentos contra nuestras especies. Varios de los nuestros han resultado heridos y, lo que es peor, se están convirtiendo en esas abominaciones. En cuestión de días, terminan muriendo. Hemos descubierto que una sustancia está causando estas transformaciones, pero lo que nos desconcierta es cómo algo tan simple puede matar a un ser inmortal. Sin embargo, hay una posible solución… —hizo una pausa, mirando directamente a Cloe—. Es la sangre de tu luna.La declaración cayó como un trueno en la habitación. Ethan, con un movimiento brusco, golpeó la mesa frente a él, partiéndola en dos. Se puso de pie, dejando ver como sus ojos brillaban con la intensidad dorada de su lobo interno.—¿Qué demonios están insinuando? —rugió, reverberando en toda la es
—¡Isabella! —. Una voz llena de dolor y enojo resonó enel bosque. Un rayo negro se disparó sin rumbo a través de los árboles. Perosólo el eco le respondió, devolviendo su propia desesperación en el vasto ycruel silencio.Ethan, uno de los Alfas más poderosos, quedócompletamente devastado por la pérdida de su luna, Isabella. Ya no estaba ahí,o no estaban. Su destinada luna, una loba tan pura y hermosa, su presencia eslo único que podía detener la oscuridad de su lobo. Pero Isabella ya no estabaallí, se había ido con su hijo, su hijo que nunca nacería, se lo llevaron en unbrutal accidente aéreo, dejándolo solo y vacío.Las lágrimas luchaban por salir de sus cuencas, pero élno se lo permitía. En su pecho, el lobo rugía, arañando las paredes de sumente, exigiendo liberarse, exigiendo sangre.Ethan cerró los ojos, pero el pasado lo asaltó como unatormenta. Recordó aquella noche de luna nueva, la más oscura que había vivido.Como furia lo había tomado por completo. Sin Isabellap
Cuatro años después:—¡Casarme! Eso no está en mis planes en estos momentos— refunfuño Cloe un tanto alterada. Ya que, su abuela, al estar enferma, quiere asegurarse que sus nietas se casen antes que ella deje este mundo, pues no quisiera dejarlas desprotegidas a ella y a su hermana, sin que tengan a su lado a buenos hombres que se encarguen de ellas. —Mía querida, te aviso que debes de asistir a tres citas a ciegas que te he conseguido—le informó su abuela. — ¡Citas a ciegas!— replicó Cloe incrédula y con un deje de burla. —Necesito que consigas cuanto antes un hombre bueno y que sea buen partido para que puedas casarte.—Lo siento abuela, pero en eso no pienso darte gusto. Yo ya tengo un novio al que amo y no necesito andar buscando a nadie más.—Lo querrás, pero no es lo que tú te mereces. Ese chico no es apto para ti, es un chico muy insignificante y tú necesitas a alguien que te dé seguridad y estabilidad económica y social.A Cloe, el comentario de su abuela, le molesta de
Cloe se sintió destrozada en ese momento; no podía creer lo que Robin había sido capaz de hacerle. Creía que el mundo se le venía abajo, se sentía herida, dolida, expuesta y vilmente traicionada. Jamás pensó que el hombre al que amaba le rompería el corazón con sus palabras y acciones. Con puños apretados y lágrimas rodando por sus mejillas, se puso delante de él.—Robin, ¿por qué me has hecho? ¿Cómo que subiste videos de mi desnuda?—le gritó, alterada y dolida—. Yo nunca te he tratado mal, siempre te he amado de verdad y, para colmo, siempre quise ayudarte. Y tú tenías que humillarme de esta manera.—No escuchaste bien, mi amor —intentó excusarse Robin—. No hablábamos de ti, no has entendido bien.—Claro que entendí bien. ¡Qué razón tenía mi abuela cuando me dijo que no eras adecuado para mí! —rebatió Cloe con decepción—. Debí haberla escuchado. Esta vez ella tenía razón. Te quiero fuera de mi vida para siempre.Al escuchar esas palabras en la voz de Cloe, Robin se quedó pasmado, s
—¡Por favor, señor, ayúdeme! ¡Abra el seguro de las puertas! —le rogaba al conductor, que permanecía tranquilo, como si nada de lo que sucedía le afectara. Cloe golpeaba el cristal de la ventanilla con sus manos, desesperada por escapar de lo que parecía una pesadilla viviente.De repente, un gruñido bestial resonó en el auto. Ethan, o lo que quedaba de él, se movió tan rápido que Cloe apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que una mano fuerte y bestial se aferrara a su muñeca. La fuerza de su agarre la obligó a girarse, enfrentando al alfa supremo.Lo que vio la hizo congelarse de terror.Los ojos de Ethan no eran completamente humanos. Un brillo amarillo intenso los dominaba, y aunque su cuerpo seguía en forma humana, sus fauces de lobo se asomaban entre sus labios, afiladas y aterradoras. Cloe sintió cómo la sangre se drenaba de su rostro, y en un último suspiro de pánico, su cuerpo se desplomó, desmayada en el asiento.(¿Qué diablos fue eso?) preguntó Ethan a Ferus, con frustr
Ethan apareció de repente, caminando descalzo, con solo unos jeans ajustados, dejando su torso desnudo al descubierto. Los tatuajes que decoraban su piel parecían moverse con cada paso que daba, y su presencia era tan abrumadora que Cloe sintió cómo su respiración se volvía errática. El frío del aire acondicionado del lugar no era suficiente para calmar el calor que se apoderaba de ella. Comenzó a hiperventilar, sus manos sudorosas y su estómago enredado en nudos. —Todavía mi oferta de llevarte sigue en pie —murmuró Ethan al pasar junto a ella.Cloe apenas podía moverse. Sus piernas temblaban como si fueran de gelatina, incapaces de sostenerla con firmeza. Nunca se había sentido tan vulnerable, ni siquiera frente a Robin. Apretó los puños, tratando de controlar el ataque de ansiedad que sentía subir por su pecho. Se obligó a respirar profundo, intentando domar el caos en su mente. —Bien, tú ganas —respondió temblorosa, intentando sonar despreocupada mientras se encogía de hombros
Robin observó a Ethan alejarse, pero no podía moverse. El miedo lo consumía, no por la partida de Ethan, sino por lo que implicaba: que alguien más pudiera ocupar el lugar que él tanto ansiaba junto a Cloe. No estaba dispuesto a dejarla, no cuando la fortuna de la familia materna de Cloe podía pasar a sus manos. Sus ambiciones lo mantenían anclado a ella, dispuesto a cualquier cosa para asegurarse de que no lo dejarían atrás. Apretando los dientes, cayó de rodillas. Sabía que tenía que hacer a un lado su orgullo si quería mantenerla cerca.Mordió su labio con tanta fuerza que sintió el sabor metálico de la sangre. Con un susurro quebrado, dejó salir las palabras que tanto le costaban: —Lo siento… lo que te dije hace un momento, no debí haberlo dicho—. Cloe lo miraba desde arriba, con los brazos cruzados y una expresión llena de dolor. Sus ojos lo perforaban, pero ella no respondía, y ese silencio lo hacía sentir más vulnerable de lo que jamás había estado. El orgullo herido de Ro
Cuando Cloe salió de su aturdimiento, volvió a centrar su mirada en aquellos tacones y en ese bolso de marca tirados en el suelo de la sala. Frunció el ceño, y para darle el beneficio de la duda a su novio pensó que podrían ser de la hermana de Robin, pero algo no encajaba. Esos zapatos eran demasiado elegantes, demasiado femeninos. La duda volvió a crecer en su mente, haciéndole un nudo en el estómago.Con el corazón acelerado, avanzó por el pasillo hacia la habitación. Cada paso la llenaba de incertidumbre. Se detuvo de golpe cuando en el piso, justo frente a la puerta, encontró un vestido. El aire se volvió denso. «No... no puede ser...», pensó, intentando convencerse de que estaba imaginando lo peor. Pero la realidad le golpeó como una avalancha cuando, temblando, empujó la puerta de la habitación.Allí, sobre la cama, estaba su prima, profundamente dormida sobre el pecho desnudo de Robin. Cloe sintió como si le arrancaran el corazón del pecho. «¿Cómo pude ser tan estúpida?», se