—¡Oh! M****a —exclamo al levantarme de un salto.
Me he quedado dormida de un segundo a otro sin darme cuenta. Miro el reloj en mi mesilla de noche y suspiro aliviada cuando noto que solo he dormido media hora. Tengo sesenta minutos para preparar todo.
Me paro de la cama para quitarme la ropa del colegio y buscar unos leggins de deporte. Tengo planes con Aleksei, sí, pero antes voy a entrenar como cada tarde. Acompaño la parte inferior de mi vestimenta con un top también de hacer ejercicio. Amarro mi pelo en una coleta y me pongo mis deportivas.
Me acomodo en mi escritorio e inicio sesión en mi computador. Allí tengo un clon del sistema de seguridad de toda la casa. ¿Cómo lo obtuve? Bueno, no soy una chica buena del todo. Digamos que me levanté la blusa para poner de mi lado al encargado técnico, pero eso es cuento del pasado.
Entro directo a los micrófonos de la sala de entrenamiento y los desactivo. No me importa que mi padre vea, lo que no quiero es que escuche lo que hable con Aleksei allí. Luego de cumplir mi misión, apago mi portátil y la guardo debajo de mi almohada.
Dentro de la casona no estoy sola, tengo aliados: la pareja de esposos que se encarga del manejo de la servidumbre, Angelique y Gilbert Fayolle, dos estereotipos de mayordomos franceses que papá fue directo a Francia a contratar. Por ellos sé francés. También tengo al padre de Aleksei, Mijaíl Nóvikov. Y ya he mencionado al tipo de seguridad y sus razones. De este último solo me sé el apellido: Gólubev.
Diría que mi madre también, pero no es el caso, pues ella es una fiel seguidora de mi padre. No puedo contar con ella para nada. Y ya que estoy hablando de ella...
Salgo de la habitación en dirección a la de mis padres. Si tengo suerte, puedo hablar de mi día con la mujer que me dio la vida hasta que llegue la hora de ir a entrenar. Cuando llego al final del pasillo, justo frente a mí se alza la imponente puerta de la recámara principal. Parece los aposentos de un rey. Me acerco para tocar. No recibo respuestas.
—¿Mamá? —la llamo. Nada.
Abro la puerta y me interno dentro de la inmensa habitación. Miro a mi alrededor, pero todo está desolado aquí. Doy media vuelta para irme. Sin embargo, en el momento que doy un paso, escucho una maldición proveniente del cuarto de baño.
Me acerco allí con rapidez.
—Mamá, te estaba buscan... —me interrumpo cuando me percato de lo que tiene en las manos. Ella levanta su mirada abatida hacia mí—. ¿En serio, Larissa? ¿Aún sigues con esa m****a?
—Debo intentarlo, Lana. —Niego con la cabeza, enojada, y le arrebato la prueba de embarazo—. ¡Dame eso, niña!
—¡¿Cuándo vas a entender que nunca más te vas a embarazar?! ¡El médico te lo dijo, mamá! No puedes tener más hijos. —Tiro la pequeña barrita con resultado negativo al bote de la b****a. Mamá deja salir las lágrimas y me da la espalda. Respiro hondo para calmar mi furia—. Todo esto es por el maldito niño varón, ¿no?
—Tu padre lo necesita.
—¡¿Quién te garantiza que concibas un varón?! —gruño. Ella no me responde—. ¡Aquí estoy yo! —le reclamo.
—Sabes que eso nunca será, Svetlana. Además… no te quiero en ese mundo.
—Nací en ese mundo —resuello con frustración.
Odio esto, odio que me crean incapaz. ¡Lo odio!
Sin ganas de seguir con esta estúpida discusión, salgo de allí más furiosa que antes. Me tienen como si fuera una b****a insignificante, como si fuera un maldito cristal que se puede romper. Estoy harta de todo.
Emprendo camino hacia la tercera planta de la casa, donde está el gimnasio y la sala de entrenamiento. Cuando llego a este, miro a los escoltas que están ejercitándose allí y mi enojo incrementa. Ellos tampoco me creen capaz.
—¡Fuera! —ladro y atraigo sus miradas. Me ven con el ceño fruncido—. ¡He dicho que se vayan! —vuelvo a vociferar y con ojeadas de fastidio, los cinco hombres en el salón salen sin decir nada.
Me acerco a donde están los vendajes y, como puedo, envuelvo mis nudillos con ellos. Me acerco al saco de boxeo. Lanzo el primer golpe moviendo apenas el cilindro lleno de arena. Doy otro y otro hasta que comienzo a perder el control.
Cuando mis brazos empiezan a doler por la tensión de mis músculos, me detengo y abrazo el saco apoyando mi frente en él.
Los odio a todos.
—Déjame adivinar: alguien te dijo niña mimada. Otra persona, que no fui yo, te dijo princesita… o tocaron tu fibra sensible —la voz de
Aleksei es como un bálsamo. Sonrío y me vuelvo para verlo recostado en el marco de la puerta de entrada. Me observa.
Si algo tiene él que me gusta, es que me conoce a la perfección. Y sabe qué cosas me ponen mal y cuáles me ponen contenta.
—Lo último. —Me dejo caer en el piso. Mi respiración está muy agitada y mi cuerpo está perlado de sudor. Doy asco.
—¿Tu padre, la Organización o tu madre? —inquiere al acercarse. —Larissa.
—Olvida eso, ya tendrás la oportunidad de demostrarles quién eres en verdad.
Se deja caer a mi lado a una distancia prudente. Tiene muy en cuenta que nos vigilan.
—Odio que todos me vean como una chica tonta. No lo soy, Aleksei. Tal vez sus estúpidas esposas lo fueron, quizá sus hijas lo son, pero yo no. Soy diferente.
—Lo sé, Svety. Yo lo sé.
Sonrío de lado. Es increíble cómo las palabras de la persona correcta te pueden hacer sentir bien, aunque sean pocas sílabas.
—Escuché todo hace un rato. Apáñatelas con esos —trata de imitar mi voz de forma horrible y me río. Golpeo su hombro.
—No hablo así.
—Casi —se burla.
—¿Estuviste ahí? No te vi.
—Estaba y no estaba al mismo tiempo. —Pongo los ojos en blanco. Estaba en la sala de seguridad.
—¿Viste cómo mi padre la miraba? —le digo refiriéndome a Alisa. —Sí.
—Es bonita, ¿no? —insisto, pero Aleksei se nota relajado. —Como cualquier otra chica.
Bajo la mirada. Sé que yo le gusto, pero también sé que no le son indiferentes las otras mujeres. Además, él tiene necesidades que yo no puedo satisfacer.
—Te quiero, Aleksei —murmuro y él se tensa a mi lado. Me río—. Los micrófonos están apagados.
—¿Estás tratando de hacerme caer en una trampa? Svetlana, yo te quiero y tú lo sabes. No tengo ojos para ninguna otra. ¿Entiendes? —Asiento y me dan ganas de tirarme sobre él, pero no puedo—. Ahora háblame sobre eso de más temprano. ¿Sabes lo mal que me pusiste con esa orden?
Dejo salir una carcajada cuando entiendo a qué se refiere. Aleksei sonríe de lado y yo muerdo mi labio inferior.
—Esa mirada no me gusta. Significa peligro.
Oh, cariño. No sabes qué tan peligroso es.
—Sí, no me gusta para nada tu mirada —vuelve a decir Aleksei antes de levantarse del piso y tenderme una mano—. Ven, vamos a ver cómo están tus movimientos.Acepto su ayuda y me paro de un salto. Nos acercamos a la lona de combate cuerpo a cuerpo y nos ponemos cada uno a un extremo. —Sabes que no hay cámaras que den a la entrada de los vestidores —comienzo a explicar mi plan mientras nos estiramos un poco. Él me mira con ojos entrecerrados—. No me mires como si estuviera loca, simplemente vamos a entrenar como cada tarde para darle un espectáculo a los espectadores de la sala de seguridad, luego fingiremos ir a las duchas por separado, nos encontramos en la de mujeres y nos divertimos un rato. Es simple y fácil, pero a mi escolta no le hace gracia debido a
Aleksei me deja en el suelo con lentitud. Su semblante está pálido, lleno de terror, y puedo asegurar que el mío está exactamente igual. —Papá —dice él, sale del cubículo y se enfrenta a su padre. Yo solo observo en silencio cómo trata de esconder con su mano una menguante erección.—¿Qué mierda creen que están haciendo? —le espeta Mijaíl mientras Aleksei frunce el ceño como si no entendiera a qué se refiere su progenitor.—¿De qué hablas?—No me quieras ver la cara de estúpido, Aleksei. Svetlana, sal de ahí. Muerdo mi labio inferior. Joder. Toda la puta noche me la pasé en vela, pues esperaba para ver a Aleksei, pero este nunca llegó a la casona. A eso de las cuatro de la mañana me quedé dormida y no supe más. Ahora tengo la duda en mí. ¿Ya llegó? ¿Podría escaparme un rato a la casa de servicio para verlo?Miro la hora en el móvil. Las nueve de la mañana. Quisiera enviarle un mensaje de texto diciéndole que quiero verlo, pero mi teléfono está intervenido por el equipo de seguridad. Sí, no tengo privacidad por esta parte.Me levanto de la cama con una misión: llegar a hablar con mi guardaespaldas y que las cosas vuelvan a fluir como hace una semana. Odio no verlo, no conversar con él, no besarlo en lasCapítulo 6
Bajo las escaleras en dirección a la terraza luego de que el rubor por los besos de Aleksei se me ha pasado. Como supuse, hay mucho jaleo en la casa debido al montaje de la fiesta para esta noche. Sigo mi camino hacia la parte trasera de la casona para salir a la zona de recreo que está ubicada en el ala izquierdo de la residencia.Al salir hay un camino de madera que conduce a un enorme gazebo, en donde hay una mesa de metal y cristal de seis sillas. Frente a ella está la piscina que nunca se usa.Me acerco todavía con una media sonrisa que me queda de los minutos anteriores, pero muere en el instante en que veo a las personas que acompañan a mis padres. Los Kórsacov no son mi familia favorita, todo lo contrario, sé que ellos buscan
Me separo de mi tío con una gran sonrisa. Estoy contenta de verlo, ya que hace dos años que no lo veo y me hace ilusión que esté aquí. Es el hermano menor de mi padre, Vladislav Záitsev, un hombre que solo comparte el apellido con mi progenitor. Él y mi padre son completamente diferentes. Es divertido, alegre, leal… y a pesar de ser la cabeza de la Bratva en Nueva York, no deja de ser un gran tipo.—Pero mira que grande está mi niña —dice poniendo sus manos en mis hombros mientras sonríe con añoranza—. Estás hermosa, cariño. Feliz cumpleaños.—Gracias. —Vuelvo a abrazarlo porq
—En el auto hay algunas cositas que nos han dado para ellos —dice Sherlyn y la veo caminar hacia la camioneta.Unos dientes pequeños pero filosos se clavan en mi mano. Miro al cachorro blanco y sonrío al verlo pelear con mi palma. Duele, mas no como para crear un drama.—¿Qué nombres les pondrás? —pregunta mi tío colocándose en cuclillas a mi lado.—No lo sé.Miro extasiada a los cuatro bebés.—Tienen dos meses de edad. Son hijos de una misma loba; a la madre la cazaron unos hombres y un equipo de personas rescataron a las crías. Una de ellas
Me giro como puedo entre sus brazos e ignoro el tirón que dan mis lobos a las correas para que siga avanzando.—Hola. —Muerdo mi labio para reprimir una sonrisa. Fracaso. —Te extrañé —dice él apretándome contra su cuerpo. Me encanta sentir su calor contra el mío, es reconfortante.—Yo también. Siento mucho lo tonta e infantil que fui. —Apoyo mi frente en su pecho. Estoy muy avergonzada de mi actitud. —Soy yo quien debe pedir disculpas por no saber expresarme. —Sus manos viajan a mi cara y me hace alzar la vista para que lo mire—. Estar contigo jamás será una estupidez, ¿queda claro?Asiento y enseguida sus labios se conectan con los
Luego de nuestro momento de intimidad en medio del bosque y de devolverle el favor a Aleksei, retornamos a la casona. Allí el movimiento está incluso aún más intenso que cuando nos perdimos por unos minutos. Me despido de mi chico con una gran sonrisa a los pies de las escaleras y con una mirada cómplice, sintiendo todavía la sensación de su boca en mí.Le solicito a Mijaíl que me busque un obrero para hacer una especie de hábitat para mis lobos, donde ellos se sientan con libertad en el bosque, pero sin peligro de escapar. Mientras tanto, se quedarán en las jaulas de los perros de seguridad, obviamente separados de estos, ya que son máquinas de matar y podrían hacerles daño. Justo ahora miro por la ventana de mi habitación;