Prólogo.

Charlotte comenzaba a arrepentirse al ver la entrada de semejante palacio. ¿Cuánto dinero se iban a gastar? Y para nada, porque en el fondo sabía que Elizabeth no sabría agradecer el regalo que sus amigas le harían. Tal vez sería mejor dar media vuelta y volver al coche antes de entrar al burdel de Madam Boaiur. Se giró hacia Priscille para comunicarle su decisión.

—Pris, creo que será mejor comprarle un vestido o alguna cosa friki de las que tanto le gustan.

¿Era miedo eso en su voz? Puede que lo fuera, sin embargo, no lo admitiría en voz alta. Eso jamás. Antes muerta que mostrar debilidad.

Su amiga la miró, en un principio con el cejo fruncido, aunque luego alzó una ceja y pareció divertida con el temor que tenía la rubia, lo cual no sentó nada bien a esta.

— No te rías a mi costa. Esto ni siquiera parece un burdel, más bien parece la mansión playboy. 

Y así era. Tan enorme como una mansión y tan elegante que al verlo por fuera nadie diría que era un burdel.

—Es un burdel de clase alta, Charlie. ¿Qué querías? ¿Qué le compráramos a cualquiera

de un sucio puticlub y que le transmita alguna enfermedad a nuestra amiga? — Charlotte negó con la cabeza, y Priscille tocó la gran puerta que era la entrada del burdel. — Es tarde para arrepentirse, Charlie, ya estamos aquí. Vamos a seguir adelante con esto.

Charlotte suspiró, su amiga tenía razón, ya era tarde para arrepentirse, el cumpleaños de Elizabeth era al día siguiente, no les iba a dar tiempo a conseguir otra cosa y debían quitarle esa enorme carga que era la virginidad a su amiga. Un hombre que más que un ser humano parecía un gorila, se asomó a la entrada, y Charlotte volvió a sentir las ganas de marcharse acudir a ella. Por suerte, Priscille no se amedrentaba tan fácilmente.

—Contraseña. — Pidió el hombre sin inflexiones. Su voz sonaba sin piedad, transmitiendo incluso más respeto que su impresionante aspecto físico.

Charlotte y Priscille se miraron, ninguna recordaba la contraseña. Con una maldición, Priscille sacó el móvil de su bolso y volvió a buscar la dichosa clave en este. Al tenerla le tendió el móvil a Charlotte para que la dijera ella.

—¡Ni hablar! Yo no pienso decir esto. Ha sido idea tuya, lo dices tú. — La rubia le devolvió el móvil.

No iba a ceder. Se negaba. Le daba mucha vergüenza. 

Su amiga la fulminó con la mirada antes de suspirar y decir la m*****a contraseña. —El placer es por lo que estoy aquí.

El hombre desapareció introduciéndose en el burdel y las amigas se quedaron mirando la una a la otra. La página web del burdel decía que esa era la contraseña del día. Ella había leído bien, ¿por qué no las dejaban pasar? Antes de que pudiera volver a tocar para quejarse, la puerta se abrió muy lentamente, haciendo un ruido que a Charlotte le puso los pelos de punta. El mismo hombre que les había exigido la contraseña les hizo un gesto para que entraran.

Las amigas compartieron una nueva mirada, ambas nerviosas, entrando cogidas de la mano. Si bien por fuera el burdel era impresionante, por dentro no se quedaba atrás. El rojo, el negro y el dorado eran los colores predominantes. El burdel era claramente el sitio correcto para relajarse y disfrutar de los placeres carnales. Una mujer, casi de la misma edad que ellas, apareció y les pidió que la siguieran, guiándolas escaleras arriba a la segunda planta.

Priscille y Charlotte no pudieron evitar mirar la vestimenta de la mujer. Era elegante a la par que provocativa, sus colores rojo y negro haciendo juego con el lugar. Cuando llegaron a la segunda planta, la mujer las hizo girar todo recto a la izquierda hasta que llegaron a donde había un escritorio y tras él otra mujer sentada.

—Estas señoritas vienen a hablar con Madam Boaiur.— Escucharon que anunciaba su presencia la que las había guiado a la otra. Esta las contempló durante unos minutos, y luego levantó el teléfono que tenía en el escritorio para comunicarse con Madam Boaiur.

Tras unos pocos minutos colgó el teléfono y las hizo pasar.

Al entrar al despacho, Priscille y Charlotte volvieron a quedar sin palabras. Si bien el exterior y el interior del burdel eran unos sitios increíbles, el despacho de la madame era de otro mundo.

—Señoritas, por favor, tomen asiento. — La madame las recibió, instándolas a ponerse cómodas al tiempo que ellas se acercaban a las sillas para hacer justo eso. —Quieren un chico de compañía según la solicitud que enviaron a nuestra web, ¿no es así? — Preguntó la mayor y ellas asintieron robóticamente con la cabeza. Se veían incapaces de hablar delante de una mujer que enfundaba tanto respeto como hacía la madame. —Muy bien, señoritas, necesito más datos para saber cuál de nuestros sesenta chicos es el perfecto para este trabajo. ¿Lo quieren para un trío o, por el contrario, es solo para una de ustedes? — La mujer iba directa al grano, sin dejar a un lado la elegancia que ella poseía.

Priscille y Charlotte se sintieron asqueadas ante la opción del trío. Bueno, y ante la otra también. Ellas no necesitaban pagar por sexo, y tampoco se consideraban tan depravadas como para hacer un trío. Las dos amigas se observaron la una a la otra, ninguna queriendo hablar, pero debían hacerlo.

—No es para nosotras. Es para una amiga. — Comenzó Charlotte.

—Sí, nuestra mejor amiga. Mañana es su cumpleaños, va a cumplir veintitrés y aún sigue siendo virgen, ¿se lo puede creer? — Las amigas rieron, como si no se pudiera entender que a esa edad alguien siguiera manteniendo su pureza.

La madame no compartía la opinión de las jóvenes, sin embargo, no dio ninguna muestra de ello. — Háblenme de su amiga. Cuénteme qué le gusta, cómo es. — Si la pobre chica era virgen, la madame lo menos que podía hacer por ella era enviarle a un buen candidato.

Vio como las jóvenes se miraban sin saber qué decir, y aunque no conocía a la chica, se sintió apenada por esta, por tener esas amigas que, bajo su opinión, tanto dejaban que desear.

—No sabríamos describirla. En el fondo sigue siendo como una niña, se comporta como tal. Le encantan los libros, la música, y es adicta a las series de televisión. Adora comer, y no ha tenido mucha suerte en el amor.

Priscille la describió lo mejor que pudo. La mayor asintió, haciéndose una idea, cuando de pronto la puerta fue abierta sin previo aviso, y entró un joven bastante atractivo, más o menos de la misma edad que Priscille y Charlotte, las cuales se quedaron boquiabiertas al verlo.

—Disculpe madame Boaiur, ya sabe como es, no me ha hecho ni caso cuando le dije que usted ya estaba reunida. — Se disculpó agitada la chica que antes estaba tras el escritorio en la puerta.

—No te preocupes, Ignis. Vuelve a tu trabajo, querida. — La madame tranquilizó a su fiel empleada, y cuando esta cerró tras de sí, enfrentó a la nueva presencia. — Bien, Lucas, ¿qué es tan importante que no puedes esperar a que termine de atender a estas amables señoritas?

Solo entonces Lucas las miró. Saludó con la cabeza a ambas, las cuales se sintieron derretir con ese simple gesto. — Francis me robó una clienta y dice que tú se lo permitiste.

Oh, Lucas estaba enfadado de verdad. La mujer ocultó su sonrisa y observó a las jóvenes antes de volver a fijar sus orbes en él.

—Tú tienes un trabajo mucho más importante, Lucas. Y ya terminaste todo lo que tenías pendiente con Shira, ella no te necesita más. — Él sabía que era verdad, por lo que no pudo discutirle eso. Entonces la madame se giró hacia Priscille y Charlotte. — Queridas, les presento a Lucas Court, mi mejor chico. Para mí es el perfecto para el trabajo que necesitan. — Podía notar la mirada de Lucas atravesándola, pero ella seguía con su vista fijada en las jóvenes a espera de una respuesta, sin inmutarse por la actitud de este.

Priscille y Charlotte contemplaron a aquel ejemplar masculino con múltiples dudas bailando en sus ojos. A ellas ese chico les encantaba, no obstante, no para su amiga, lo querían para ella. Sin embargo, conocían a Elizabeth, sabían que ella no lo aprovecharía, por lo que tal vez ellas tuvieran la oportunidad.

—Le queremos a él. ¿Cuál es el precio? 

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