Capítulo 32

Enxo cavaba con una fuerza innecesaria y furiosa a pesar de las quejas que emitía su cuerpo en forma de dolor. Un ligero ceño fruncido en su rostro era lo único que delataba, más allá del estruendo que provocaba la roca al romperse, su frustración, producto de aquella mujer que lo sacaba de quicio tanto como de sus propios pensamientos.

Habían pasado (en realidad no llevaba la cuenta del tiempo cuando estaba ahí abajo) al menos dos días desde que ambos se habían encontrado en el depósito y esos dos días, o cuantos fueran, él había estado buscándola por todos lados. En cuanto la encontraba, ella se escabullía tal como hacía antes, tal como si nada hubiese cambiado. Para él comenzaba a cambiar todo.

Podía verla, si levantaba la cabeza, picando la piedra al otro lado de aquel enorme espacio; había estado taladrándola con la mirada durante toda la mañana, sin éxito. La única vez en que se habían cruzado sus miradas y el espacio que los separaba había parecido desaparecer

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