El comedor era una sala grande llena de mesas y sillas que seguía un procedimiento similar a los eventos de “caridad” que, cada tanto, organizaba algún noble en las calles y a los que ella solía asistir para robar: una fila, bandejas y dos o tres personas que servían en un plato lo que hubiera para comer. Un montón de bolsillos a los que meter mano.
Llevó su plato de sopa hasta el rincón más alejado, se sentó en una de las mesas que estaban desocupadas, dejó la capa a un costado y, antes de dedicarse a examinar el lugar o pensar en cualquier cosa, atacó la comida con un hambre que no sentía desde hacía años. Estaba muy aguada y los fideos bastante duros, pero hubiera repetido el plato una diez veces; se atrevió a extrañar, por un cortísimo instante, la comida de la mansión. Sacudió la cabeza, sabiendo que un recuerdo la llevaría al otro, y termino su plato con avidez.
Una vez que estuvo vacío, dejó la cuchara a un lado, juntó sus manos sobre la mesa y, tras un suspir
Tiene 5 años y vive entre comodidades. Hay una cama, ositos de peluche, comida, salones extraños, cuartos decorados. La gente la observa todo el tiempo, la gente la saluda, la gente la desprecia… Su mamá le enseña. No tiene papá, su papá no la ve, su papá no la quiere, su papá no existe. ¿Rostro? Su papá no tiene rostro. Su hermano… ¿tiene un hermano? Un niño alto, ¿su hermano?, que la mira con desprecio, con recelo. ¿Su hermano tiene papá? Su mamá se va (su cuerpo se queda, frío y pálido, pero ella se va) y, de pronto, está fuera del muro y mendiga para sobrevivir. Fuera del muro todo es distinto, la gente viste distinto, vive en casas distintas, la gente no la ve, la gente la ignora, la gente la golpea, la gente se burla de ella, la dejan morir. Va a morir. Está a punto de morir. Pero una muchacha arrénica le salva la vida. De pronto ya no es una niña, no una tan pequeña, y roba para sobrevivir, roba para que todos sobrevivan. Roba porque le
A la mañana siguiente, justo después de que las antorchas volvieran a encenderse como por arte de magia, Amira escondió la capa bajo el colchón y se dirigió, tal como los demás, a desayunar. El desayuno era un trozo de pan y una taza de café, que ella bebió rápidamente en un intento por compensar los días que había pasado casi sin comer. De nuevo, se sentó sola, alejada del resto. No es que no le gustara la gente, que fuera una antisocial o algo así, sino que siempre llevaba a todos lados la sensación de que era ella quien no le gustaba a los demás. Las únicas personas que la habían querido, se habían esfumado, tal vez estaban muertos. Tamter tomó su bandeja y fue a sentarse con sus amigos cuando sus miradas se encontraron y sus pasos se detuvieron. Tenía la nariz roja y una línea violeta la atravesaba, pero al parecer alguien se la había enderezado. Sus ojos, sin embargo, continuaban llenos de odio, de arrogancia, de promesas escalofriantes. Por un momento, Amira creyó que
Le sostuvo la mirada unos instantes y, cubriendo su miedo tanto como podía con una expresión en blanco, dio unos cuantos pasos hacia el centro de la ronda, hacia él, clavando y desclavando sus pies del barro. Notó como, de nuevo, todos los ojos se posaban en ella. Incluso le pareció escuchar risas, pero lo único en lo que podía concentrarse en ese momento era en mirarlo y que no le temblaran las rodillas. ¿En qué otro problema iba a meterse? Se detuvo frente a él, separados por un par de metros, y esperó. Otra maldita pausa los cubrió a todos de silencio mientras Shasta la examinaba de pies a cabeza, de nuevo como si evaluara algo, de nuevo con esa sonrisa en la mirada que la ponía nerviosa. Hazlo rápido, lo que sea. Como si la hubiera escuchado, volvió a mirarla a los ojos.-Introducción rápida, para la chica nueva y para cualquiera que necesite rec
No estaba por ningún lado. La había buscado en cada rincón de la mina (luego de encontrar a Ren y reclamar el trozo de pan que le había prometido, porque se moría de hambre) con el niño a cuestas, pero Dehna no estaba, parecía haberse esfumado. No había comprendido en absoluto su reacción, pero estaba seguro de que no había sido positiva; era su culpa, de todas maneras, por ser un idiota. Por confiar en ella e intentar que ella confiase en él; no lo delataría, estaba prácticamente seguro, después de todo esos ojos eran como libros abiertos y había leído en ellos todo lo que necesitaba saber… Pero si le contaba a alguien que podía usar los vanix, estaría perdido. Pero ese no era el único motivo por el cual la había buscado por cada rincón de ese laberinto horrible en el que estaba metido. “A este mundo le hace falta más gente que esté dispuesta a hacer lo que se necesita”; esas palabras habían estado rondando por su mente durante el resto de ese día y continuaban per
La habitación se encontraba sumida en una oscuridad que habría sido absoluta de no ser por el resquicio de luz que se colaba por debajo de la puerta; el único sonido, dentro, era la respiración acelerada de la pareja que acababa de tener sexo hacía unos segundos. Fuera del cuarto, se escuchaban ahogadas algunas voces. Shasta, acomodado sobre el colchón con ambas palmas debajo de su cabeza, fijaba su vista en un punto cualquiera de la negrura mientras los problemas comenzaban a volver a su mente. Se dejó disfrutar del momento, sin embargo, en que a su alrededor todo parecía ser nada; él mismo parecía ser nada. Se sentía diez veces más cómodo en la oscuridad, siendo una sombra más, que donde la luz lo iluminaba y le daba forma; había pasado un tiempo que parecía infinito entre la oscuridad y había aprendido muchas cosas. Quien era él en ese momento, ese al que llamaban Sombra, había nacido en la oscuridad. Y en la soledad, pensó irritado cuando Lenia se acercó
Su paseo por la ciudad tomó más tiempo de lo que esperaba. Las cosas iban bien, aterradoramente bien; el hambre permanente, las cosechas, el miedo, los incipientes conflictos entre los nobles, los rumores de traición, la desaparición oculta del príncipe… La gente empezaba a cansarse, a pensar, a moverse. Todo lo que tenían que hacer ellos era dar un pequeño empujón a la crisis y lanzar susurros que llegaran a cada rincón de la provincia. Tanto dentro como fuera del muro, la toma de la ciudad era posible. Dehna, maldición, tómate tu tiempo. Pensaba nuevamente en todas esas cosas mientras caminaba entre los árboles, de regreso al refugio. No quería regresar; detestaba la sensación que le provocaba estar allí debajo, encerrado entre muros sin otra salida que sus vanix. Sin embargo, él lo había construido así: era un refugio al que nadie podía entrar y una cárcel de la que nadie podía salir. Y resultaba extremadamente conveniente. Se dejaba guiar por la
Estaba harto. No llevaba allí ni siquiera una semana y se sentía más y más débil, cansado, hambriento. Cada día se levantaba e iba hacia un nuevo sector a cavar la piedra, sin resultado alguno, acompañado siempre por el mocoso que no lo dejaba en paz, rodeado de personas que estaban más muertas que vivas, personas a las que él no pertenecía, no encajaba. Era el príncipe de Coss y, para poder comer, debía arrojarse con la multitud hacia donde caía la comida y pelearse por un trozo de pan, que solía ser su único alimento del día. Quienes no lo soportaban y no lograban hallar conux, morían por desnutrición y sus cadáveres eran retirados cuando ya empezaban a pudrirse. Debía lavarse con la misma agua que bebía y dormir sobre la piedra; despertaba cada amanecer con el cuerpo adolorido. Y aquella mujer aún lo ignoraba. La buscaba cada tanto, disimuladamente, e intentaba acercarse, pero Dehna rehuía sus miradas con agilidad y se escabullía sin una palabra, sin un gesto. Cada noche,
-¿A dónde vas, idiota?- preguntó una voz gruesa y despectiva detrás de él. Lentamente, ocultando el temor y manteniendo la fachada de hombros caídos y mirada vacía, se dio la vuelta hacia el guardia corpulento y de facciones duras, desagradables, que lo observaba con severidad. Bien. ¿Y ahora qué? -Me ordenaron preparar las provisiones- dijo, arriesgándose a apostar por su primera impresión. Si en ese galpón no estaba la comida, entonces era un príncipe muerto. El hombre lo escrutó sin mostrar emoción alguna, con un semblante permanentemente desdeñoso. -¿Las provisiones?- repitió, frunciendo el ceño. Enxo temió que oyera los latidos de su corazón. -Para los de abajo- dijo, aparentando indiferencia. El guardia lo escrutó una vez más, extrañado; él lo entendía. ¿Para qué lo mandaban a preparar el pan cuando recién había salido el sol y faltaban horas para el almuerzo. Pero no se le había ocurrido nada mejor. Finalmente, el hombr