La habitación se encontraba sumida en una oscuridad que habría sido absoluta de no ser por el resquicio de luz que se colaba por debajo de la puerta; el único sonido, dentro, era la respiración acelerada de la pareja que acababa de tener sexo hacía unos segundos. Fuera del cuarto, se escuchaban ahogadas algunas voces.
Shasta, acomodado sobre el colchón con ambas palmas debajo de su cabeza, fijaba su vista en un punto cualquiera de la negrura mientras los problemas comenzaban a volver a su mente. Se dejó disfrutar del momento, sin embargo, en que a su alrededor todo parecía ser nada; él mismo parecía ser nada. Se sentía diez veces más cómodo en la oscuridad, siendo una sombra más, que donde la luz lo iluminaba y le daba forma; había pasado un tiempo que parecía infinito entre la oscuridad y había aprendido muchas cosas. Quien era él en ese momento, ese al que llamaban Sombra, había nacido en la oscuridad.
Y en la soledad, pensó irritado cuando Lenia se acercó
Su paseo por la ciudad tomó más tiempo de lo que esperaba. Las cosas iban bien, aterradoramente bien; el hambre permanente, las cosechas, el miedo, los incipientes conflictos entre los nobles, los rumores de traición, la desaparición oculta del príncipe… La gente empezaba a cansarse, a pensar, a moverse. Todo lo que tenían que hacer ellos era dar un pequeño empujón a la crisis y lanzar susurros que llegaran a cada rincón de la provincia. Tanto dentro como fuera del muro, la toma de la ciudad era posible. Dehna, maldición, tómate tu tiempo. Pensaba nuevamente en todas esas cosas mientras caminaba entre los árboles, de regreso al refugio. No quería regresar; detestaba la sensación que le provocaba estar allí debajo, encerrado entre muros sin otra salida que sus vanix. Sin embargo, él lo había construido así: era un refugio al que nadie podía entrar y una cárcel de la que nadie podía salir. Y resultaba extremadamente conveniente. Se dejaba guiar por la
Estaba harto. No llevaba allí ni siquiera una semana y se sentía más y más débil, cansado, hambriento. Cada día se levantaba e iba hacia un nuevo sector a cavar la piedra, sin resultado alguno, acompañado siempre por el mocoso que no lo dejaba en paz, rodeado de personas que estaban más muertas que vivas, personas a las que él no pertenecía, no encajaba. Era el príncipe de Coss y, para poder comer, debía arrojarse con la multitud hacia donde caía la comida y pelearse por un trozo de pan, que solía ser su único alimento del día. Quienes no lo soportaban y no lograban hallar conux, morían por desnutrición y sus cadáveres eran retirados cuando ya empezaban a pudrirse. Debía lavarse con la misma agua que bebía y dormir sobre la piedra; despertaba cada amanecer con el cuerpo adolorido. Y aquella mujer aún lo ignoraba. La buscaba cada tanto, disimuladamente, e intentaba acercarse, pero Dehna rehuía sus miradas con agilidad y se escabullía sin una palabra, sin un gesto. Cada noche,
-¿A dónde vas, idiota?- preguntó una voz gruesa y despectiva detrás de él. Lentamente, ocultando el temor y manteniendo la fachada de hombros caídos y mirada vacía, se dio la vuelta hacia el guardia corpulento y de facciones duras, desagradables, que lo observaba con severidad. Bien. ¿Y ahora qué? -Me ordenaron preparar las provisiones- dijo, arriesgándose a apostar por su primera impresión. Si en ese galpón no estaba la comida, entonces era un príncipe muerto. El hombre lo escrutó sin mostrar emoción alguna, con un semblante permanentemente desdeñoso. -¿Las provisiones?- repitió, frunciendo el ceño. Enxo temió que oyera los latidos de su corazón. -Para los de abajo- dijo, aparentando indiferencia. El guardia lo escrutó una vez más, extrañado; él lo entendía. ¿Para qué lo mandaban a preparar el pan cuando recién había salido el sol y faltaban horas para el almuerzo. Pero no se le había ocurrido nada mejor. Finalmente, el hombr
Tensó su cuerpo, observándola tan sorprendido como ella lo miraba incrédula; sus ojos, más abiertos de lo normal, le preguntaban acusadoramente qué diablos hacía allí. Se limitó a esbozar una sonrisa rápida y, haciendo un gesto hacia las personas que acababan de entrar, se llevó un dedo a los labios, advirtiéndole que guardara silencio, mientras quitaba la mano con la que había estado cubriéndole la boca. Ella bajo la daga, sin dejar de mirarlo con desconfianza, y ambos se mantuvieron inmóviles uno junto al otro, oyendo cómo la conversación de los dos hombres que habían entrado recién se detenía abruptamente. Dehna clavaba sus ojos azules en él y Enxo le devolvía la mirada; supo que, más allá de toda desconfianza, en ese momento era cómplices en lo que fuera a pasar de allí en adelante. No le desagradó la idea. -¿Es Kal?- preguntó uno de los hombres, refiriéndose al cuerpo caído. -Maldición- se limitó a responder el otro, ya en un susurro, como si sospechara que lo e
Entró al campo de entrenamiento (al parecer así le llamaban) con una sensación de malestar en el estómago, siguiendo al resto de jóvenes que charlaban y reían. Trixa, la mestiza de tez oscura y ojos negros que la había ayudado ya tres veces, caminaba unos pasos delante de ella sin prestar atención a lo que la rodeaba, como si caminara por costumbre y se encerrara a sí misma en su propia mente y lo que sea que hubiera dentro. Era prácticamente la única persona con la que había hablado desde que había llegado allí y había conseguido sonsacarle poca cosa: -Sirve de refugio a quienes, de quedarse arriba, morirían- había respondido sin muchas ganas a la pregunta de qué era aquel lugar, tras confirmar sus sospechas de que se encontraban bajo tierra. Y había añadido, en un balbuceo que apenas había conseguido entender:- Aunque sólo traen a quienes pueden usar. -¿Usar para qué? -Para su maldita “rebelión”- había contestado con un rencor genuino, pronunciando con burl
Habían estado conversando alrededor de esa mesita que utilizaban siempre durante casi una hora y habían llegado a la misma maldita conclusión: si Dehna no lo conseguía, nada de todo lo que ellos pudieran planear funcionaría. Y no les quedaba mucho tiempo. Se conocían desde hacía años, manejaban juntos cada parte del plan, cada centímetro de cada refugio, de cada organización, y sabían hasta cierto punto los motivos que tenía cada uno para querer cambiar las cosas. Shasta, sin embargo, que había empezado con todo aquello siendo sólo un muchacho, sabía que era un misterio para todos los demás, veía en sus rostros esa confianza incompleta, ese montón de preguntas que querían hacerle y nunca se habían atrevido. Si nunca hablaba de sí mismo, no obstante, no era solamente porque no quisiera recordar; él no quería cambiar las cosas, le importaba un cuerno cómo se comportaba la sociedad. Y sabía que eso no lo entenderían, por eso seguía aquella farsa de la revolución que le servía d
Daba vueltas por el almacén, buscando algo útil, mientras Enxo la observaba tan fijamente como si quisiera atravesarle la espalda, siguiendo cada uno de sus movimientos, poniéndole los pelos de punta. Llevaban en silencio un tiempo que a Dehna se le hacía eterno y muy incómodo; no confiaba en él, pero menos confiaba en sí misma. Tenía que luchar con sus ganas de voltearse y echarle una mirada de reojo, lo cual, de todos modos, hacía cada tanto de manera inconsciente. Él se mantenía de pie, apoyado en unas cajas mientras comía su segunda manzana, parado con una arrogancia extraña, nueva para ella; la miraba con una seguridad en sí mismo que no había notado jamás en nadie, con una temeridad natural completamente opuesta a la sumisión que llevaba viendo toda su vida. Parecía…, como si todo su ser se transmitiese en su mirada, como si no tuviera nada que ocultar. Pero es un vaxer, se recordó por quinta vez, abriéndose paso entre bolsas para explorar el depósito; mantene
El joven esbozó una nueva sonrisa, una más tenue, pero no dijo nada; se dedicó a mirar hacia el frente sin ver nada, navegando en su propia mente y pensando quién sabe en qué. Ella dejó pasar un rato, disfrutando inconscientemente del silencio; ninguno de los dos abrió la boca durante un largo momento. La luz que se colaba por la pequeña ventanita apenas alcanzaba para definir contornos y colores, llenándolo todo de sombras. Y el aire allí dentro parecía estancado; fuera se podían oír los sonidos propios de un pueblo ajetreado o de una ciudad tranquila. -¿Qué pasa al mediodía?- preguntó él, en cierto punto, desenredando el silencio que se había enlazado entre los dos. -Cambian las guardias. Con un poco de sigilo y costumbre, podremos regresar sin problemas mayores. Luego de responder, se puso de pie, entumecida, y volvió a revolver la enorme cantidad de alimentos; parecía una cantidad enorme, pero lo cierto es que apenas si alcanzaba para alimentar a los guar