A la mañana siguiente, justo después de que las antorchas volvieran a encenderse como por arte de magia, Amira escondió la capa bajo el colchón y se dirigió, tal como los demás, a desayunar. El desayuno era un trozo de pan y una taza de café, que ella bebió rápidamente en un intento por compensar los días que había pasado casi sin comer. De nuevo, se sentó sola, alejada del resto. No es que no le gustara la gente, que fuera una antisocial o algo así, sino que siempre llevaba a todos lados la sensación de que era ella quien no le gustaba a los demás. Las únicas personas que la habían querido, se habían esfumado, tal vez estaban muertos.
Tamter tomó su bandeja y fue a sentarse con sus amigos cuando sus miradas se encontraron y sus pasos se detuvieron. Tenía la nariz roja y una línea violeta la atravesaba, pero al parecer alguien se la había enderezado. Sus ojos, sin embargo, continuaban llenos de odio, de arrogancia, de promesas escalofriantes. Por un momento, Amira creyó que
Le sostuvo la mirada unos instantes y, cubriendo su miedo tanto como podía con una expresión en blanco, dio unos cuantos pasos hacia el centro de la ronda, hacia él, clavando y desclavando sus pies del barro. Notó como, de nuevo, todos los ojos se posaban en ella. Incluso le pareció escuchar risas, pero lo único en lo que podía concentrarse en ese momento era en mirarlo y que no le temblaran las rodillas. ¿En qué otro problema iba a meterse? Se detuvo frente a él, separados por un par de metros, y esperó. Otra maldita pausa los cubrió a todos de silencio mientras Shasta la examinaba de pies a cabeza, de nuevo como si evaluara algo, de nuevo con esa sonrisa en la mirada que la ponía nerviosa. Hazlo rápido, lo que sea. Como si la hubiera escuchado, volvió a mirarla a los ojos.-Introducción rápida, para la chica nueva y para cualquiera que necesite rec
No estaba por ningún lado. La había buscado en cada rincón de la mina (luego de encontrar a Ren y reclamar el trozo de pan que le había prometido, porque se moría de hambre) con el niño a cuestas, pero Dehna no estaba, parecía haberse esfumado. No había comprendido en absoluto su reacción, pero estaba seguro de que no había sido positiva; era su culpa, de todas maneras, por ser un idiota. Por confiar en ella e intentar que ella confiase en él; no lo delataría, estaba prácticamente seguro, después de todo esos ojos eran como libros abiertos y había leído en ellos todo lo que necesitaba saber… Pero si le contaba a alguien que podía usar los vanix, estaría perdido. Pero ese no era el único motivo por el cual la había buscado por cada rincón de ese laberinto horrible en el que estaba metido. “A este mundo le hace falta más gente que esté dispuesta a hacer lo que se necesita”; esas palabras habían estado rondando por su mente durante el resto de ese día y continuaban per
La habitación se encontraba sumida en una oscuridad que habría sido absoluta de no ser por el resquicio de luz que se colaba por debajo de la puerta; el único sonido, dentro, era la respiración acelerada de la pareja que acababa de tener sexo hacía unos segundos. Fuera del cuarto, se escuchaban ahogadas algunas voces. Shasta, acomodado sobre el colchón con ambas palmas debajo de su cabeza, fijaba su vista en un punto cualquiera de la negrura mientras los problemas comenzaban a volver a su mente. Se dejó disfrutar del momento, sin embargo, en que a su alrededor todo parecía ser nada; él mismo parecía ser nada. Se sentía diez veces más cómodo en la oscuridad, siendo una sombra más, que donde la luz lo iluminaba y le daba forma; había pasado un tiempo que parecía infinito entre la oscuridad y había aprendido muchas cosas. Quien era él en ese momento, ese al que llamaban Sombra, había nacido en la oscuridad. Y en la soledad, pensó irritado cuando Lenia se acercó
Su paseo por la ciudad tomó más tiempo de lo que esperaba. Las cosas iban bien, aterradoramente bien; el hambre permanente, las cosechas, el miedo, los incipientes conflictos entre los nobles, los rumores de traición, la desaparición oculta del príncipe… La gente empezaba a cansarse, a pensar, a moverse. Todo lo que tenían que hacer ellos era dar un pequeño empujón a la crisis y lanzar susurros que llegaran a cada rincón de la provincia. Tanto dentro como fuera del muro, la toma de la ciudad era posible. Dehna, maldición, tómate tu tiempo. Pensaba nuevamente en todas esas cosas mientras caminaba entre los árboles, de regreso al refugio. No quería regresar; detestaba la sensación que le provocaba estar allí debajo, encerrado entre muros sin otra salida que sus vanix. Sin embargo, él lo había construido así: era un refugio al que nadie podía entrar y una cárcel de la que nadie podía salir. Y resultaba extremadamente conveniente. Se dejaba guiar por la
Estaba harto. No llevaba allí ni siquiera una semana y se sentía más y más débil, cansado, hambriento. Cada día se levantaba e iba hacia un nuevo sector a cavar la piedra, sin resultado alguno, acompañado siempre por el mocoso que no lo dejaba en paz, rodeado de personas que estaban más muertas que vivas, personas a las que él no pertenecía, no encajaba. Era el príncipe de Coss y, para poder comer, debía arrojarse con la multitud hacia donde caía la comida y pelearse por un trozo de pan, que solía ser su único alimento del día. Quienes no lo soportaban y no lograban hallar conux, morían por desnutrición y sus cadáveres eran retirados cuando ya empezaban a pudrirse. Debía lavarse con la misma agua que bebía y dormir sobre la piedra; despertaba cada amanecer con el cuerpo adolorido. Y aquella mujer aún lo ignoraba. La buscaba cada tanto, disimuladamente, e intentaba acercarse, pero Dehna rehuía sus miradas con agilidad y se escabullía sin una palabra, sin un gesto. Cada noche,
-¿A dónde vas, idiota?- preguntó una voz gruesa y despectiva detrás de él. Lentamente, ocultando el temor y manteniendo la fachada de hombros caídos y mirada vacía, se dio la vuelta hacia el guardia corpulento y de facciones duras, desagradables, que lo observaba con severidad. Bien. ¿Y ahora qué? -Me ordenaron preparar las provisiones- dijo, arriesgándose a apostar por su primera impresión. Si en ese galpón no estaba la comida, entonces era un príncipe muerto. El hombre lo escrutó sin mostrar emoción alguna, con un semblante permanentemente desdeñoso. -¿Las provisiones?- repitió, frunciendo el ceño. Enxo temió que oyera los latidos de su corazón. -Para los de abajo- dijo, aparentando indiferencia. El guardia lo escrutó una vez más, extrañado; él lo entendía. ¿Para qué lo mandaban a preparar el pan cuando recién había salido el sol y faltaban horas para el almuerzo. Pero no se le había ocurrido nada mejor. Finalmente, el hombr
Tensó su cuerpo, observándola tan sorprendido como ella lo miraba incrédula; sus ojos, más abiertos de lo normal, le preguntaban acusadoramente qué diablos hacía allí. Se limitó a esbozar una sonrisa rápida y, haciendo un gesto hacia las personas que acababan de entrar, se llevó un dedo a los labios, advirtiéndole que guardara silencio, mientras quitaba la mano con la que había estado cubriéndole la boca. Ella bajo la daga, sin dejar de mirarlo con desconfianza, y ambos se mantuvieron inmóviles uno junto al otro, oyendo cómo la conversación de los dos hombres que habían entrado recién se detenía abruptamente. Dehna clavaba sus ojos azules en él y Enxo le devolvía la mirada; supo que, más allá de toda desconfianza, en ese momento era cómplices en lo que fuera a pasar de allí en adelante. No le desagradó la idea. -¿Es Kal?- preguntó uno de los hombres, refiriéndose al cuerpo caído. -Maldición- se limitó a responder el otro, ya en un susurro, como si sospechara que lo e
Entró al campo de entrenamiento (al parecer así le llamaban) con una sensación de malestar en el estómago, siguiendo al resto de jóvenes que charlaban y reían. Trixa, la mestiza de tez oscura y ojos negros que la había ayudado ya tres veces, caminaba unos pasos delante de ella sin prestar atención a lo que la rodeaba, como si caminara por costumbre y se encerrara a sí misma en su propia mente y lo que sea que hubiera dentro. Era prácticamente la única persona con la que había hablado desde que había llegado allí y había conseguido sonsacarle poca cosa: -Sirve de refugio a quienes, de quedarse arriba, morirían- había respondido sin muchas ganas a la pregunta de qué era aquel lugar, tras confirmar sus sospechas de que se encontraban bajo tierra. Y había añadido, en un balbuceo que apenas había conseguido entender:- Aunque sólo traen a quienes pueden usar. -¿Usar para qué? -Para su maldita “rebelión”- había contestado con un rencor genuino, pronunciando con burl