Las luces de color neón inundaban todo a mi alrededor, la música reventaba mis oídos de tan alto que tenía su volumen, mis amigas y yo no habíamos parado ni un solo minuto en bailar, desde que llegamos a la fiesta de graduación logramos acaparar todas las miradas, los chicos nos devoraban con ojos llenos de lujuria y las chicas nos lanzaban miradas llenas de envidia, era la noche perfecta para que nuestros sueños flotaran en el aire dejándose llevar, eso era lo que creía. Observo de reojo a Edwin, mi novio, no éramos muy populares; en un rango estudiantil del número uno al diez, nosotros nos posicionábamos en el número ocho, ¡y era genial!
Rodeado de todos sus amigos se veía muy apuesto, y lo era, me sonrojo como una estúpida al ver cómo me agarra en curva y enseguida me guiña un ojo, Edwin hacía mi mundo mucho mejor de lo que ya era, tenía unos padres que se preocupaban por mí; era hija única y la princesa de la familia, según mi papá, sacaba las mejores calificaciones y por las tardes trabajaba en una tienda de animes por medio tiempo, no era mucha la paga, pero me ayudaba para comprar libros en línea.
Si hablamos de mi apariencia te puedo decir que mido 1.75, sin mucho pecho y con bastante trasero, mi piel era casi blanca y eso me molestaba, cabello moreno y ojos grises, lo único que no me favorecía era mi nariz, ¡la odiaba! Demasiado larga para mí gusto pero al mismo tiempo no tanto. Era la clase de persona alegre que siempre le encontraba lo bueno a las personas, a diferencia de Edwin, él era el chico problema que siempre te ofrecía una mano pero a cambio de algo que le conviniera.
—¿Podrías dejar de coquetear enfrente de mí? —me pregunta mi mejor amiga Sandra; estatura baja, regordeta, tez morena, la amiga que si tienes la dicha de tener en tu vida, sabes que siempre va a mentir y a echarse la culpa por ti.
Yo ruedo los ojos mostrando una de mis sonrisas más empalagosas.
—¡Vamos a tomar algo! —le grito haciendo puchero.
Sandra hizo un ligero movimiento de cabeza que me indicaba que estaba de acuerdo, conforme íbamos avanzando hasta la mesa de las bebidas, una emoción incrementaba en mi estómago, era como si todo fuera de color rosa. Edwin no me quitaba la mirada de encima y mientras algunas chicas del cole querían acercársele para que él les prestara atención, lo cierto es que las ignoraba y me guiñaba un ojo al tiempo que le daba un trago largo a su ponche.
—¿Estás emocionada por lo que va a suceder esta noche? —Sandra me da un ligero codazo y me sonríe en forma muy pícara.
—¡Joder! —Suelto una enorme carcajada—. Claro que lo estoy, la primera vez de una mujer siempre es importante, es algo que nunca se olvida, y la mía será inolvidable.
—Vale, ya lo tengo —mi amiga suelta un suspiro que da gracia—. Y pensar que tu madre piensa que estarás en mi casa tomando un café con galletas mientras vemos el maratón de Blody en Netflix.
Ambas soltamos una risa incontrolable, hasta que de pronto sentí como unas manos rodeaban mi cintura.
—Creo que te estás divirtiendo más de lo debido sin mí —Edwin me susurra al oído, su aliento a alcohol me envuelve y puedo sentir esas ganas inmensas de querer pertenecerle para toda la vida.
—Bueno, creo que aquí sobro —Sandra le da un último trago a su copa, me da un beso en la mejilla y se despide de mí, para luego dirigirse a mi novio—. Más vale que me la entregues en una pieza, galán.
—Tu amiga me cae bien —me dice Edwin elevando las comisuras de sus labios en dirección al cielo, formando su típica sonrisa de Bad Boy—. Es momento de irnos, muero por hacerte mía.
—¿Tan rápido? —Le pregunto sintiendo su erección detrás de mí—. Podríamos quedarnos un poco más.
—¿Eso es lo que realmente quieres nena? —Su agarre hace que una descarga de electricidad recorra todo mi cuerpo y algo se remueve en mi interior, el deseo de estar con el chico al que amo—. Sabes que me tienes a tus pies.
Edwin no necesita que yo le responda, toma mi mano y ambos salimos del salón principal de la escuela, el aire gélido golpeó mi rostro y una sensación extraña y pasajera se alojó en mi pecho, su carro estaba mal estacionado, prácticamente se encontraba encerrado en medio de una pila enorme de carros de nuestros compañeros.
—¡Mierda! —resopla.
—¿Y ahora qué haremos? —pregunto abrazando mi cuerpo con mis brazos pese a traer encima la chamarra de piel de Edwin.
Él observa todo con detenimiento hasta que veo lo mismo que él, la moto de Connor, su mejor amigo.
—No estarás pensando en... —comienzo a decir, odiaría meterme en problemas con Connor por dos razones; una, porque es el chico más problemático del colegio, y dos, porque Edwin no sabe que el año pasado intentó besarme y enrollarse conmigo. Si llegase a enterarse me temo que el apocalipsis caería sobre toda la escuela.
—¡Vamos, va a ser divertido! —puedo ver la adrenalina en sus ojos.
Se acerca a mí y rápidamente me besa, sus manos acarician mis piernas por debajo de mi vestido de graduación, y un calor sofocante me acobija, me tenía en sus garras.
—Está bien, hagámoslo —me alejo de él mientras observo como se acerca a la moto.
«Vamos, todo va a salir bien» intento convencerme.
Edwin saca de uno de los bolsillos de su pantalón una navaja, se pone en cuclillas y comienza a hacer algo de lo que no estoy segura si quiero ver, me cruzo de brazos observando a mí alrededor para revisar si alguien nos veía pero no hay nadie.
—¿Ya casi terminas? —pregunto con impaciencia y temor.
—Ya casi —me responde en voz baja.
Iba a hacerle una segunda pregunta cuando el ruido de un motor me pone en alerta, me giro para ver de qué se trataba y con asombro me doy cuenta de que Edwin ha prendido la moto.
—¿Cómo lo hiciste? —abro los ojos como platos.
—Connor siempre deja un repuesto de su llave en una parte de su moto, ¡ha sido pan comido! —Comenta con orgullo—. Vamos, nena.
Yo sonrío y hago lo que me pide, ingenuamente me obligo a creer que todo estará bien, pero lo cierto era que no usábamos casco y mucho menos estábamos en nuestros cinco sentidos, grave error. Cuando Edwin arranca y nos adentramos a la carretera, el aire gélido es más agresivo y golpea con furia mi rostro al mismo tiempo que él aumenta la velocidad, al principio estaba bien, me divertía, pero conforme avanzábamos, Edwin aumentaba más y más la velocidad a tal grado que el miedo se hizo presente en mí.
—¡Debes parar! —le grito cerca del oído dominada por el temor y haciendo que la chica responsable que habitaba en mí, hiciera su presencia.
—¡No pasa nada, nena! —suelta una carcajada y vuelve a acelerar.
—¡Tengo miedo, detente! —aprieto con fuerza su cintura.
—¡Vale, está bien! —me dice bajando la velocidad considerablemente.
Edwin comenzó a orillarse en medio de la carretera, me bajo de la moto sintiéndome poco a poco segura pisando tierra.
—Creo que no debimos haberlo hecho —le digo completamente agitada, tratando de estabilizar mi respiración.
—No ha sido para tanto, aunque debo admitir que me has arruinado la sorpresa que tenía para ti —comienza a buscar en sus bolsillos—. ¡Mierda! Debí dejarla en la moto, ahora vuelvo.
Yo me quedo quieta a una distancia razonable de la carretera, cinco o siete metros para ser exactos, veo que Edwin busca algo con impaciencia en la moto y comienza a maldecir como era su costumbre, cuando de pronto escucho el sonido de un carro que viene a toda velocidad. Siento un escalofrío recorrer desde mi espina dorsal hasta la punta de mis pies. Doy un paso adelante e intento gritarle a Edwin que se quite de ahí, pero es demasiado tarde. Lo último que veo es su sonrisa al cruzar sus ojos con los míos, mientras que con una mano levanta una cajita con un moño rosa, y entonces se va de este mundo.
Aquel carro que venía a toda velocidad arrasa con él y después se estrella con uno de los árboles que estaban más adelante del camino.
—¡Edwin! —logro articular mientras salgo disparada.
La escena es la peor que había visto en mi vida, la moto estaba destrozada, el carro había quedado irreconocible. Busco con la mirada llena de terror a mi novio y logro verlo tirado a diez metros del auto, las piernas me tiemblan y se niegan a caminar pero me obligo a hacerlo, cuando llego las lágrimas comienzan a brotar de mis ojos, incontrolables por la pérdida que estaba sufriendo, intento tocarlo pero me asusta que esté lleno de sangre, toco su mejilla, está frío, recorro todo su cuerpo hasta que reparo en la caja que sostenía con fuerza en la mano, se la aparto y al abrirla mi corazón se detiene por unos instantes, se trataba de un anillo de compromiso, pero eso no era todo, dentro venía una pequeña nota con su puño y letra.
¿Te casarías con un pobre diablo como yo?
Me pongo el anillo y entre sollozos me acuesto a su lado, me hago un ovillo y tomo su mano esta vez sin darle importancia al mancharme con su sangre, dejo que el frío me consuma al tiempo que le susurró al oído:
Acepto.
Ha pasado una semana desde que la vida decidió regalarme el dolor más insoportable que pudiera sentir. La alarma de mi despertador no ha dejado de sonar y yo me quedo inmóvil, esperando a que su espantoso ruido inunde toda mi habitación, la chica que era antes se había muerto esa noche junto con él, esa era la realidad. Mi realidad.—¡Candice!Escucho que mi madre me grita pero decido ignorarla, sigo quieta, despierta pero con los ojos cerrados al tiempo que con mis dedos acaricio el anillo que Edwin me iba a dar, abrazo mis rodillas y me hago un ovillo, era nuestro anillo de compromiso, la ansiedad me domina y aquel maldito nudo en mi garganta crece pero abro los ojos y me levanto antes de romperme en llanto, apartando todo de mi mente, odiaba tener que llorar, hace tiempo que no lo hacía porque en mi vida había puras cosas buenas, ahora sin él, me doy cuenta de que todo se trató de un e
No dejaba de asomarme por la ventanilla del avión, estaba a pocos minutos para llegar con Jenny, la mejor amiga de la infancia de mi madre, cuando era niña solía decirle tía porque se comportaba con amabilidad y me regalaba caramelos a escondidas de mis padres, así que siempre sería mi tía aunque solo fuera de palabra. Me quito los audífonos que estaban conectados a mi celular, y los guardo mientras escucho como una de las azafatas nos da las indicaciones, ya que estábamos por aterrizar. Este era un viaje que hacía por él, a Edwin le hubiera gustado la idea de que viajara a Arizona, observo el anillo en mi mano y sonrío, «esta va por ti, mi amor» suspiro decidida a dejarme llevar, me había prometido que este sería el mejor verano de mi vida, una oportunidad para sanar.Cuando aterrizamos, me dirijo al área de paquetería y después de unos
Nunca en mi vida había visto a un chico desnudo, ni siquiera tuve la dicha de ver a Edwin sin ropa. Le muerdo la mano provocando que aquel individuo soltara un grito de dolor y me dejara en libertad, pego carrera y bajo las escaleras pero al llegar a los últimos escalones termino chocando con la tía Jenny.—¡Santo dios, Candice! —Abre los ojos como platos mientras me regala una pequeña carcajada—. Me he levantado como alma que lleva el diablo en cuanto te he escuchado gritar.—¡Tía, arriba hay un ladrón con un enorme...! —me muerdo la lengua al darme cuenta de lo absurdo que sonaría contar los detalles y enseguida me sonrojo.—¿Un ladrón? —la tía Jenny enarca ambas cejas y se dirige a uno de los muebles en donde se veía con claridad que le gustaba coleccionar figurillas de porcelana, saca algo y cuando se gira me sorprende saber que
El chico que nos había interrumpido evitando que alguna otra catástrofe ocurriera, me daba un poco de miedo, su cuerpo estaba completamente lleno de tatuajes, incluso tenía algunos que le llegaban del cuello hasta una parte del rostro, debo admitir que a pesar de la tinta ocultando partes de su piel, era muy bien parecido. Las trillizas no dijeron nada más, solo guardaron silencio y comenzaron a ponerse nerviosas.—Será mejor que se vayan —les dice aquel chico con voz ronca, apretando los puños y mirándolas como si ellas fueran un asqueroso bicho que debía aplastar.—¿Quién se va a marchar? —Arturo llega acompañado de otros dos chicos que tenían pinta de ser unos niños mimados y ricos, en cuanto vieron al chico de los tatuajes se pusieron nerviosos—. No voy a permitir que le hables así a mi chica.—¿Ella es tú chica?
Cuando despierto me encuentro en una habitación que no reconozco, al principio mi visión es borrosa pero con el paso de los segundos se va aclarando y todo comienza a tomar forma, mi mente intenta unir las piezas sueltas del rompecabezas de lo sucedido, pero solo recuerdo la sonrisa de Edwin y la sensación del agua entrando a mis pulmones.—Por fin despiertas.Una voz que me parece melódica hace que gire, Damon está sentado en una silla mecedora observando cada uno de mis movimientos.—¿Qué ha pasado? —pregunto mientras respiro profundamente.—Lo que ha pasado es que nos has metido un susto de mierda —se pone de pie y se acerca a mí, lo observo mejor; sin camisa, con el pelo húmedo y las pupilas dilatadas, los nudillos de la mano rojos y una mejilla ligeramente moreteada—. Si no sabes nadar no es bueno que te metas a una piscina en medio de una pelea.
Después de que me hicieran miles de preguntas y de negar que lo que había en la sudadera no me pertenecía, me metieron a una especie de celda fría para que esperara a que alguien acudiera a mi ayuda. Estaba muy confundida con lo ocurrido, escuché de los policías que había explotado el tanque de gas de uno de los puestos que estaban en aquel festival, murieron tres personas incluyendo un niño y estaba en investigación la zona completa. No dejo de juguetear con el anillo de compromiso que nunca me quito y mentalmente hablo con Edwin. Cuando de pronto llegan dos oficiales acompañando a Damon y al entrar le quitan las esposas.—Lo siento mucho Candice —se disculpa con voz ronca mientras se sienta a mi lado.—Tal vez deberías explicarme qué es lo que pasó —lo miro fijamente a los ojos y veo la culpa en ellos.—Es complicado —se pasa una mano
Damon estaba tan tranquilo que me costó trabajo asimilar lo que me dijo, de hecho parecía como si el tiempo hubiera tomado un descanso colocándonos en las profundidades de un sueño eterno. En ese momento no supe cómo actuar, solo terminé por abrazarlo fuertemente mientras sentía que las palabras llenas de sentimientos se acumulaban en mi garganta pidiendo a gritos salir, y comencé a llorar. Damon me abrazó y poco a poco sentí el calor de su cuerpo recorrer el mío, apenas lo conocía pero no quería que muriera, no quería que se fuera con Edwin. —Candice —me dice con voz ronca—. No llores, no tienes por qué hacerlo, todo estará bien..., quiero decir..., todos moriremos algún día, solo que yo me adelantaré primero. —¡¿Cómo puedes decirlo así?! —Me aparto de él y lo miro fijamente a los ojos—. Como si fuera tan fácil. <
} Mi corazón da un brinco al escuchar eso, pero en esos instantes nos interrumpe su madre, quien entra con preocupación en los ojos. —Chicos, hay cambio de planes —la señora Melany se veía muy afligida—. Me temo que tendremos que ir a dar el pésame a la familia Robinson, el mejor amigo de tu padre ha fallecido. —Siento escuchar eso mamá, pero creo que lo mejor es que me quede en casa ya que Candice... —¡No digas estupideces Damon! La voz de un hombre que se encontraba en la puerta retumba por toda aquella habitación, cruza una mirada con la madre de Damon siguiendo con él y terminando en mí su recorrido visual. Se acerca con una actitud prepotente que me molesta y saca lo peor de mí para después mirarme de pies a cabeza.