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Capítulo 3

No dejaba de asomarme por la ventanilla del avión, estaba a pocos minutos para llegar con Jenny, la mejor amiga de la infancia de mi madre, cuando era niña solía decirle tía porque se comportaba con amabilidad y me regalaba caramelos a escondidas de mis padres, así que siempre sería mi tía aunque solo fuera de palabra. Me quito los audífonos que estaban conectados a mi celular, y los guardo mientras escucho como una de las azafatas nos da las indicaciones, ya que estábamos por aterrizar. Este era un viaje que hacía por él, a Edwin le hubiera gustado la idea de que viajara a Arizona, observo el anillo en mi mano y sonrío, «esta va por ti, mi amor» suspiro decidida a dejarme llevar, me había prometido que este sería el mejor verano de mi vida, una oportunidad para sanar.

Cuando aterrizamos, me dirijo al área de paquetería y después de unos minutos tomo mi maleta y volteo a los lados, algunas personas traían consigo carteles con los nombres de las personas que estaban esperando, pero ninguno era para mí. Veo como a mi derecha hay una pareja que se encuentra; la chica corre a los brazos de su chico y lo abraza. Aparto la mirada enseguida, pero en el fondo me siento feliz por ellos, emocionada y en paz de que existan personas que están disfrutando de un amor real, y no lo negaré, sentía un poco de envidia porque ellos estaban con el amor de su vida, y yo no.

—¡Candice!

Escucho que alguien me grita, giro a mi derecha y veo que es Jenny, tenía la misma edad que mi madre, era regordeta, con el cabello muy cortito y con excesivo maquillaje, la clase de persona que te contagia la alegría y te cuenta chistes malos para intentar hacerte reír, así era como la recuerdo. Camina ágilmente a pesar de complexión y mis ojos reparan en un chico que camina atrás de ella, alto, ni muy flaco, ni muy gordo, era guapo, rubio y ojos miel, traía puesta una bermuda floreada color naranja, unas sandalias y una playera de tirantes blanca que le permitía mostrar sus músculos bien formados, seguramente pasaba horas y horas en el gimnasio.

—¡Candice, mírate, eres toda una mujer! —la tía Jenny me abraza.

—También me da gusto verte —me obligo a sonreír.

—Él es Arturo, mi hijo —Jenny se aparta y me presenta con la mirada al chico rubio, quien se queda quieto sin hacer o decir nada, pero mostrando una sonrisa de oreja a oreja, enseguida la tía le da una palmada en la espalda y suelta una carcajada—. ¡Vamos, no seas tímido y salúdala!

—Soy Arturo —me tiende la mano y yo respondo de la misma manera—. Es un placer conocerte.

—El placer es mío, soy Candice —respondo observando cómo ejerce fuerza en su agarre, ¡le sudaban las manos!

—Bueno, lleva su equipaje —le dice la tía riéndose de su propio hijo—. Solo recuerda que es como si fuera tu prima real, coqueto, el incesto no lo tolero.

Arturo se sonroja y yo enarco una ceja ante tal comentario. Nadie dice nada más, salimos y mientras mi tía levanta la mano para pedir un taxi, de reojo veo como Arturo no me quita la mirada de encima, parece divertido y al mismo tiempo tiene un aire melancólico, si Edwin estuviera viendo esto, me temo que el pobre hijo de la tía Jenny no viviría para contarlo, le esperarían semanas enteras en el hospital, puede que incluso con una enorme fractura de nariz y algún hueso roto sería el regalo que le hubiera dejado mi querido novio.

—Mi madre dice que estás aquí de vacaciones porque no puedes superar la muerte de tu novio —me habla como si eso fuera algo sin importancia, como si fuéramos amigos de años.

—Vaya, que directo eres —ironizo enarcando ambas cejas y sonrío, él se parecía tanto a Sandra que no pude evitar pensar en ellos dos como pareja—. Me agrada eso.

—No pareces afectada, y mucho menos creo que necesites ayuda, estás sonriendo —suelta una risilla y puedo ver los hoyuelos de sus mejillas.

—¿Y por qué no hacerlo? —encojo los hombros.

—¡Andando, hoy iremos al festival que se celebra en el centro! —mi tía nos grita y yo aparto la mirada de aquel rubio.

Subimos y nos ponemos en marcha, mientras observaba las calles, la gente pasar y los niños saliendo de las neverías con sus enormes helados, tomados de la mano de sus madres, no dejaba de pensar en Edwin, él hubiera maldecido este ambiente tan caluroso, y al mismo tiempo lo hubiera amado porque era la excusa perfecta para estar con poca ropa.

La tía Jenny no paraba de hablar y de contarme que su esposo la había dejado hace muchos años cuando Arturo nació, fue ahí cuando me enteré que no era su hijo realmente. Él era hijo de su esposo y de su amante; un día llegó ebrio a su casa con un bebé en brazos, se lo dio y se durmió en el sofá, a la mañana siguiente cuando despertó, no estaba por ningún lado, solo una nota de él en donde le pedía que cuidara de Arturo, jamás lo volvió a ver, mucho menos a la madre del pequeño y por lo visto no le hacía falta. Tenía una tienda de antigüedades y le iba bien. Al llegar me di cuenta de que era una casa enorme y demasiado espaciosa para dos personas únicamente.

Arturo bajó mi maleta y yo caminé detrás de la tía, entramos y observé con detenimiento cada rincón, la casa era muy hermosa.

—Bueno, me voy, he cumplido con mi parte, madre —Arturo deja las dos maletas junto a las escaleras y se acerca a la tía Jenny, le da un beso en la mejilla y estira la mano.

—¡Cumpliste con tu palabra, pequeño pirata! —Jenny saca de su cartera diez dólares y se los da—. No tardes, recuerda que en tres horas llevaremos a tu prima al festival.

Arturo me sonríe y después me guiña un ojo.

—Será un placer —Arturo se acerca a mí y me da un beso en la mejilla—. ¡Bienvenida a Arizona!

—Gracias —le sonrió con escasa timidez.

Arturo se marcha enseguida y la tía Jenny se sienta en el sillón, saca un abanico y comienza a aventarse aire en el rostro.

—Cariño, lamento tu perdida, pero aquí lo pasarás genial, todo es muy cálido —se carcajea, su humor era en cierto modo; contagioso—. Pero ya verás cómo sanarás aquí.

—Lo sé, tía —tomo mis maletas esperando a que me indique en dónde puedo instalarme.

—Como podrás darte cuenta, esta casa es enorme y tiene varias habitaciones disponibles —comienza a decirme mientras se va quedando dormida—. Puedes tomar la que quieras e instalarte...

¡Grrr!

Mi tía Jenny se queda completamente dormida, eso sí me causa gracia, me acerco a ella y le doy un beso en la frente. No puedo evitar reír por lo bajo al saber que si Edwin estuviera aquí ya le hubiera garabateado algo obsceno en su rostro con un plumón.

—Gracias tía —susurro.

Agarro mis cosas y subo con cuidado por las escaleras, ¡solo a mí se me ocurre llevar tanta ropa! Pesaba horrores, cuando por fin logro llegar, veo un enorme pasillo con varias habitaciones, solo esperaba no equivocarme y entrar en la de Arturo o mi tía. Camino observando todo detenidamente hasta que opto por elegir la última del lado izquierdo. Toco la manija y la giro, entro y mi sorpresa es inmensa, todo estaba muy bien ordenado, no había libros ni algún indicio de que le perteneciera a alguien, lo único extraño era que el enorme ventanal estaba abierto, pero no me pareció malo, ya que el poco aire entraba y me relaja.

El recuerdo de Edwin vuelve como remolino pero cierro los ojos y antes de que comenzara a romper en llanto, canto, subo mi maleta a la cama y comienzo a sacar mi ropa, cuando de pronto escucho como una puerta se abre, pensando que tal vez sea mi tía entrando, me giro pero la puerta sigue tal cual; cerrada.

«Genial, lo que faltaba, me estoy volviendo loca»

Tomo mis toallas y me dirijo al baño que estaba justo en una de las esquinas de la habitación, cuando de pronto choco contra algo sólido. Levanto la vista y me sonrojo al darme cuenta de que se trata de un chico completamente desnudo.

—Lo siento... —abro los ojos como platos sin apartar la mirada en su miembro.

—Eres una pervertida, eh —me dice en tono divertido aquel chico, acercándose más y más a mí, su mirada era cruel y tenía algo... Un brillo en sus ojos que me resultaba intimidante—. Ya que has terminado de grabar en tu memoria mi perfecto y asombroso físico, ¿podríamos follar?

Por unos segundos hay un compás de silencio incómodo, una ligera vacilación en el tiempo. Pero el frío de su mirada es suficiente para helarme la piel, y de pronto lo vi, un enorme cartel que decía "peligro" Estaba por todo su cuerpo.

—¡Tía Jenny! —grito al tiempo que giro sobre mis talones para salir corriendo.

Pero tal parece que no fui lo demasiado rápida, ya que de inmediato aquel chico me toma del brazo y me tapa la boca, estrechando mi cuerpo sobre su cuerpo desnudo y húmedo.

—No es bueno espiar a los chicos, pequeña pervertida —me susurra al oído.

De algo si estaba segura, estas vacaciones de verano, no iban a ser nada aburridas.

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