Ha pasado una semana desde que la vida decidió regalarme el dolor más insoportable que pudiera sentir. La alarma de mi despertador no ha dejado de sonar y yo me quedo inmóvil, esperando a que su espantoso ruido inunde toda mi habitación, la chica que era antes se había muerto esa noche junto con él, esa era la realidad. Mi realidad.
—¡Candice!
Escucho que mi madre me grita pero decido ignorarla, sigo quieta, despierta pero con los ojos cerrados al tiempo que con mis dedos acaricio el anillo que Edwin me iba a dar, abrazo mis rodillas y me hago un ovillo, era nuestro anillo de compromiso, la ansiedad me domina y aquel maldito nudo en mi garganta crece pero abro los ojos y me levanto antes de romperme en llanto, apartando todo de mi mente, odiaba tener que llorar, hace tiempo que no lo hacía porque en mi vida había puras cosas buenas, ahora sin él, me doy cuenta de que todo se trató de un espejismo cruel.
Apago el despertador y estiro mis brazos en dirección al cielo, se supone que a mis veinte años debería ser una chica feliz; graduarme con honores, ingresar a la Universidad de mis sueños, tener una amiga que diario me mandaba mensajes que no respondía, llamadas que rechazaba, y visitas que negaba, una familia que se preocupaba al cien por mí, pero la vida no suele ser tan amable, he aprendido en estos días que todo tiene un precio, te puede dar lo que pides pero también te puede quitar lo que más amas.
Era algo duro para mi familia verme en este estado, ya que yo siempre había sido alegre y positiva, supongo que esa fue una de las razones por las que Edwin se fijó en mí, yo era ese balance en su vida que lo sostenía de pie. Me coloco unas calzas y bajo para desayunar, mientras desciendo las escaleras me mentalizo para mostrarles a mis padres la máscara más falsa que tengo con el adorno más inútil que he tenido que llevar estos días; mi sonrisa.
Pero antes de bajar por completo, me detengo al escuchar las voces mezcladas con algunas palabras altisonantes, me siento en los últimos escalones y pongo atención a su conversación antes de que se den cuenta de mi presencia. Estaban discutiendo por lo bajo, sentados en la sala principal dándome la espalda.
—No estoy seguro de que sea la mejor idea —comenta mi padre pasándose una mano por su cabello bien cuidado.
—¡Es nuestra hija y no pienso dejar que se destruya! —Dice mi madre y puedo notar la angustia en su voz—. Le hará bien pasar unos días allá.
—Si se marcha no podremos estar al pendiente de ella, ¿qué pasa si recae? —Insiste aquel hombre al que me parecía tanto—. Tengo miedo que pueda hacer algo en contra de su vida.
—Si se queda aquí me temo que seguirá con esa actitud hostil, nada le importa, todo en este lugar le recuerda a él —mi madre traga saliva al decir las últimas palabras.
—Pero ha estado tranquila, y alegre... —suspira mi padre con preocupación.
—Ambos sabemos que solo está fingiendo, si se queda no va a poder superarlo, necesita un cambio de aires aunque sea solo por un tiempo, allá va a ser diferente, y...
Mi madre guarda silencio unos segundos, yo cierro los ojos al sentir aquel maldito nudo en la garganta «Vamos, eres mucho mejor que esto» me digo para mis adentros, abro los ojos y anclo mi mirada en el anillo que adorna mi mano izquierda, entonces aquella tarde del verano pasado viene a mí como remolino arrasando el presente.
VERANO PASADO...
—Sabes, creo que eres mi mundo —Edwin suspiró entrelazando nuestras manos y dándome un ligero apretón que me indicaba que todo estaría bien.
Estábamos acostados en el pasto mirando como las nubes cambiaban de forma gracias a nuestra imaginación, era una broma infantil a la que solíamos jugar.
—¡Eso es muy cursi! —solté una carcajada.
—Eso es lo que provocas en mi —se unió a mi risa casi incontrolable.
—¿A sí? —enarqué una ceja y me acomodé para verlo mejor recargando mi peso en uno de mis brazos—. ¿Y qué más provoco en ti?
Edwin me miró detenidamente y después con un movimiento rápido me giró quedando encima de mí.
—Alguien nos puede ver —sonreí sabiendo que me importa poco lo que pensaran de nosotros, en aquel momento solo éramos él y yo contra el mundo.
—Tú provocas que quiera ser mejor persona —esta vez la expresión de su rostro fue seria—. Quiero que me prometas algo.
—Lo que sea —no dejé de sonreír mientras coloqué con sumo cuidado mis manos alrededor de su cuello.
—Escucha, no soy de los que creé en el amor eterno y en esas tonterías, tampoco creo que los seres humanos estemos hechos para una sola persona, y sigo mi creencia de que el matrimonio es un papel firmado que esconde como cláusula enormes grilletes, pero cada vez que estoy a tu lado todo eso se esfuma y una pequeña parte de mí sabe que si estoy contigo, me daré por vencido en mis absurdos e infantiles pensamientos —me colocó un mechón suelto de mi cabello detrás de mí oreja—. Quiero que me prometas que si algún día terminamos, o si por algo ya no estamos juntos, sigas con tu camino y que le muestres al mundo esa sonrisa que tanto me gusta, si en algún momento de tu vida la perdieras me enfadaría contigo y jamás te lo perdonaría.
Yo fruncí el ceño y antes de que pudiera hablar, Edwin me colocó un dedo en los labios indicándome que guardara silencio.
—Prométemelo Candice —me miró fijamente—. Promete que siempre estarás alegre.
—Si te alejaras de mí no entiendo porque debo estar contenta —logré articular con temor de que eso algún día pasara.
Edwin soltó una carcajada y me dió un beso en los labios.
—Porque tu sonrisa es la luz que iluminará mi camino, y me llevará hacia tus brazos cuando esté perdido.
Esas palabras fueron suficientes para que le prometiera lo que él quisiera.
—Lo prometo —dije por fin.
—Tú sonrisa me encanta.
Aquella tarde fuimos al cine y vimos una película espantosa pero nada de eso importaba si él estaba a mi lado.
PRESENTE...
«Mi sonrisa, eh» pienso. Abro los ojos y veo la preocupación de mis padres, ellos solo buscaban ayudarme, así que tomo la decisión de hacer algo que los dejará tranquilos. Me pongo de pie y aunque mi corazón está destrozado, sonrío por él, tal y como se lo prometí.
—Mamá, papá —me acerco a ellos con una actitud arrolladora y observo como se ponen de pie al escucharme—. Estoy bien, estaré bien.
—Cariño, hemos estado hablando y creemos que... —mi madre comienza a mover las manos con nerviosismo—. Te hará bien pasar unos días con mi mejor amiga, Jenny, tu tía.
—Escucha, hija, no queremos que te sientas obligada por nada, es solo una sugerencia —mi padre se acerca a mí y me pone ambas manos sobre mis hombros—. Serán unas cuantas semanas, en lo que termina el verano, después regresarás a casa.
Ver a mis padres debatirse me hizo sentir fatal, no tenía por qué arrastrarlos conmigo en mi mar de sufrimiento.
—Tranquilos, entiendo que es lo mejor para mí en estos momentos —suelto una carcajada al ver sus caras largas y sintiendo aquel dolor agobiante en mi pecho—. ¡Me haría bien unas vacaciones después de todo!
—¿Estás de acuerdo? —mi madre abre los ojos como platos.
—Claro que sí —le doy un beso en la mejilla a mi padre, después uno a mi madre y me dirijo a la cocina—. ¿Todavía queda algo de mi cereal favorito?
La mano me tiembla al agarrar un tazón de la alacena, aquel maldito nudo en la garganta me amenazaba, «no puedes llorar, no ahora, él se enfadaría» me doy una regañina mental, entonces abro los ojos de golpe y el recuerdo de su voz me inunda.
"Si algún día no estoy a tu lado, sonríe Candice, sonríe y canta, de ese modo siempre sabré que me amas"
Respiro profundamente y comienzo a cantar mostrando mi sonrisa más forzada, lo hago por él, solo porque él me lo pidió. Me sirvo cereal y veo que mis padres me ven como si estuviera loca, aquello si me causa gracia y la risilla que suelto enseguida, es real.
—¡Vamos, no me vean como si estuviera loca! —Me meto la cuchara llena de leche y cereal—. ¿En dónde vivía la tía Jenny? No recuerdo bien.
—En Arizona —responde mi padre tragando saliva.
—Solo serán unos días cariño, y... —comienza a decir mi madre pero decide guardar silencio cuando saco mi celular del bolsillo de mi pijama, y me tomo una foto sonriendo con mi cereal—. ¿Qué haces?
—Regreso a mi vida, mamá, ¡las redes sociales son la adicción de todos en esta época, ¿no lo sabían? —sonrío, no dejo de sonreír—. Creo que tengo que ponerme al corriente en mi cuenta de I*******m.
—Eso quiere decir que si estás completamente de acuerdo, es mejor que preparé todo y le haga una llamada a Jenny —las facciones del rostro de mi madre se relajan y mi padre ya no parece tenso.
Me llevo a la boca otra cucharada de cereal, el mismo que era el favorito de Edwin, giro sobre mis talones y subo las escaleras.
—¡Arizona, allá voy! —grito soltando una lágrima.
Cierro la puerta y sus palabras golpean mi pecho como martillo queriendo destrozar los pedazos que quedan de mi corazón:
"Observa el cielo nocturno, Candice, cuando no esté contigo, las estrellas te susurrarán que te amo"
No dejaba de asomarme por la ventanilla del avión, estaba a pocos minutos para llegar con Jenny, la mejor amiga de la infancia de mi madre, cuando era niña solía decirle tía porque se comportaba con amabilidad y me regalaba caramelos a escondidas de mis padres, así que siempre sería mi tía aunque solo fuera de palabra. Me quito los audífonos que estaban conectados a mi celular, y los guardo mientras escucho como una de las azafatas nos da las indicaciones, ya que estábamos por aterrizar. Este era un viaje que hacía por él, a Edwin le hubiera gustado la idea de que viajara a Arizona, observo el anillo en mi mano y sonrío, «esta va por ti, mi amor» suspiro decidida a dejarme llevar, me había prometido que este sería el mejor verano de mi vida, una oportunidad para sanar.Cuando aterrizamos, me dirijo al área de paquetería y después de unos
Nunca en mi vida había visto a un chico desnudo, ni siquiera tuve la dicha de ver a Edwin sin ropa. Le muerdo la mano provocando que aquel individuo soltara un grito de dolor y me dejara en libertad, pego carrera y bajo las escaleras pero al llegar a los últimos escalones termino chocando con la tía Jenny.—¡Santo dios, Candice! —Abre los ojos como platos mientras me regala una pequeña carcajada—. Me he levantado como alma que lleva el diablo en cuanto te he escuchado gritar.—¡Tía, arriba hay un ladrón con un enorme...! —me muerdo la lengua al darme cuenta de lo absurdo que sonaría contar los detalles y enseguida me sonrojo.—¿Un ladrón? —la tía Jenny enarca ambas cejas y se dirige a uno de los muebles en donde se veía con claridad que le gustaba coleccionar figurillas de porcelana, saca algo y cuando se gira me sorprende saber que
El chico que nos había interrumpido evitando que alguna otra catástrofe ocurriera, me daba un poco de miedo, su cuerpo estaba completamente lleno de tatuajes, incluso tenía algunos que le llegaban del cuello hasta una parte del rostro, debo admitir que a pesar de la tinta ocultando partes de su piel, era muy bien parecido. Las trillizas no dijeron nada más, solo guardaron silencio y comenzaron a ponerse nerviosas.—Será mejor que se vayan —les dice aquel chico con voz ronca, apretando los puños y mirándolas como si ellas fueran un asqueroso bicho que debía aplastar.—¿Quién se va a marchar? —Arturo llega acompañado de otros dos chicos que tenían pinta de ser unos niños mimados y ricos, en cuanto vieron al chico de los tatuajes se pusieron nerviosos—. No voy a permitir que le hables así a mi chica.—¿Ella es tú chica?
Cuando despierto me encuentro en una habitación que no reconozco, al principio mi visión es borrosa pero con el paso de los segundos se va aclarando y todo comienza a tomar forma, mi mente intenta unir las piezas sueltas del rompecabezas de lo sucedido, pero solo recuerdo la sonrisa de Edwin y la sensación del agua entrando a mis pulmones.—Por fin despiertas.Una voz que me parece melódica hace que gire, Damon está sentado en una silla mecedora observando cada uno de mis movimientos.—¿Qué ha pasado? —pregunto mientras respiro profundamente.—Lo que ha pasado es que nos has metido un susto de mierda —se pone de pie y se acerca a mí, lo observo mejor; sin camisa, con el pelo húmedo y las pupilas dilatadas, los nudillos de la mano rojos y una mejilla ligeramente moreteada—. Si no sabes nadar no es bueno que te metas a una piscina en medio de una pelea.
Después de que me hicieran miles de preguntas y de negar que lo que había en la sudadera no me pertenecía, me metieron a una especie de celda fría para que esperara a que alguien acudiera a mi ayuda. Estaba muy confundida con lo ocurrido, escuché de los policías que había explotado el tanque de gas de uno de los puestos que estaban en aquel festival, murieron tres personas incluyendo un niño y estaba en investigación la zona completa. No dejo de juguetear con el anillo de compromiso que nunca me quito y mentalmente hablo con Edwin. Cuando de pronto llegan dos oficiales acompañando a Damon y al entrar le quitan las esposas.—Lo siento mucho Candice —se disculpa con voz ronca mientras se sienta a mi lado.—Tal vez deberías explicarme qué es lo que pasó —lo miro fijamente a los ojos y veo la culpa en ellos.—Es complicado —se pasa una mano
Damon estaba tan tranquilo que me costó trabajo asimilar lo que me dijo, de hecho parecía como si el tiempo hubiera tomado un descanso colocándonos en las profundidades de un sueño eterno. En ese momento no supe cómo actuar, solo terminé por abrazarlo fuertemente mientras sentía que las palabras llenas de sentimientos se acumulaban en mi garganta pidiendo a gritos salir, y comencé a llorar. Damon me abrazó y poco a poco sentí el calor de su cuerpo recorrer el mío, apenas lo conocía pero no quería que muriera, no quería que se fuera con Edwin. —Candice —me dice con voz ronca—. No llores, no tienes por qué hacerlo, todo estará bien..., quiero decir..., todos moriremos algún día, solo que yo me adelantaré primero. —¡¿Cómo puedes decirlo así?! —Me aparto de él y lo miro fijamente a los ojos—. Como si fuera tan fácil. <
} Mi corazón da un brinco al escuchar eso, pero en esos instantes nos interrumpe su madre, quien entra con preocupación en los ojos. —Chicos, hay cambio de planes —la señora Melany se veía muy afligida—. Me temo que tendremos que ir a dar el pésame a la familia Robinson, el mejor amigo de tu padre ha fallecido. —Siento escuchar eso mamá, pero creo que lo mejor es que me quede en casa ya que Candice... —¡No digas estupideces Damon! La voz de un hombre que se encontraba en la puerta retumba por toda aquella habitación, cruza una mirada con la madre de Damon siguiendo con él y terminando en mí su recorrido visual. Se acerca con una actitud prepotente que me molesta y saca lo peor de mí para después mirarme de pies a cabeza.
Damon llevaba más de una hora encerrado en la sala de estar con sus padres, cuando me comentó por lo que estaba pasando imaginaba que no solo su madre lo sabía, pero estaba equivocada. El sueño me vencía poco a poco y justo cuando cerraba los ojos con toda la intención de dormirme en uno de los sillones caros de la familia, Damon sale; tiene los ojos rojos pero se le ve tranquilo. Enseguida salen sus padres y me sorprendo al ver a aquel señor que hace unas horas atrás me había insultado, con un rostro que demostraba su derrota y parecía que hubiera llorado al igual que su hijo. Observo la hora en el reloj en forma de barco que se encontraba colgado en una de las paredes de la estancia, rodeado de fotografías familiares; son las cuatro de la madrugada. —Candice —me llama aquel hombre—. Te pido una disculpa por la forma en la que te traté, estaba estresado, y me temo que cargué contra ti