CAPÍTULO LXXVIII

Aden Kraft descargó su frustración en el saco de boxeo. Eran las tres de la mañana y no había nadie en el gimnasio en ese momento, así que se enfocó con especial atención en golpear y golpear, hasta que sus nudillos se despellejaron y la sangre manchó el tejido.

Solo entonces se detuvo.

Fue hasta su casillero, extrajo una toalla, se deshizo de la ropa y se encaminó hasta las duchas para sacarse el sudor y los rastros del infortunio que sentía que lo perseguía. Estaba cabreado, supremamente cabreado, hasta el punto que no faltaba casi nada para que se subiera a un tren hasta Sheva y se llegara a la casa de Fira Volk.

Así de cabreado estaba.

Comprendía que la situación de su colega era terrible, perder un compañero de ese modo, muriendo en tus brazos y sin el poder de hacer nada en absoluto… él la había vivido, de hecho ella hab&iacu

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