—Rosa, no voy a beber nada, hablas como una demente. —¿Demente yo? ¡Bien bueno pues! Sí que los espectros infernales se alzaron para que la mal agradecida no viera más allá de sus sombras. Aquí existen numerosas realidades que deberían haber sido malos sueños y demasiados sueños que deberían haber sido realidades. —Al intentar proseguir con la discusión, a lo lejos comenzó a sonar el vals que había bailado con Adrián la noche del cumpleaños de mi abuela. Mi padre había contratado a los mismos músicos que aquella noche; al oír la melodía mi corazón se hizo pequeño, como si aquella composición trajera consigo cada astilla que conformaba parte de aquel recuerdo roto, clavándose una a una en mi alma sin piedad. Su rostro volvía claro y resplandeciente, lo que me permitía comprender que la reminiscencia era aún profunda y cada detalle, por más pequeño que fuera, se volvía en potentes fuentes para su evocación. Sus recuerdos eran como gotas de lluvia que no dejaban de caer. —Adrián —s
Continué pasando las hojas hasta que me encontré con el árbol genealógico, mi madrina explicaba cada detalle y las historias de cada uno de sus integrantes. Estefanía, ese nombre te lo di en honor a mi madre, tu bisabuela, que era una dama muy dulce y encantadora. Como la extraño, al igual que a mi padre. Creo que la vejez ha profundizado mi añoranza por ellos; la historia de mis padres fue hermosa, lucharon para estar juntos, ya que la ley prohibía el matrimonio entre un funcionario español peninsular y una criatura. En estos casos era habitual la convivencia y una vez terminado el período de servicio en la administración pública, contraían matrimonio y fue lo que ellos hicieron; después juntos se hicieron dueños de una de las más hermosas haciendas de tabaco y la volvieron próspera. De su unión surgieron cuatro niños, de los cuales dos murieron al nacer; Estela y yo fuimos las únicas sobrevivientes, dos niñas, y los varones que mi padre, tanto añoró, nunca vieron la luz del día.
Estefanía. Rosa permanecía en silencio mientras me ayudaba a ajustarme el corpiño. Sabía que aún seguía celosa y herida por haber defendido a Mariana. No lo había hecho adrede, pero me parecía una historia muy fantástica, el hecho de que ella me hablara de plantas mágicas que podrían causar amnesia o domar instintos. —Te ves muy hermosa Estefanía, realmente pareces una princesa —por fin había decidido quitarme la ley del silencio—. Es una pena que no ames a ese hombre —se había tardado en abandonar su sarcasmo. —Por favor Rosa, no empecemos otra vez con lo mismo. —¡Jum! —refunfuñó—. ¿Crees que esta negra ignorante te engaña? No soy instruida como tú o esa gente rica con la que te has rodeado últimamente; lo poco que sé de refinamiento me lo enseñó tu abuela; sin embargo, la vida me ha brindado mejores enseñanzas. —Rosa, nunca te he tachado de ignorante, es solo que no encuentro lógica lo que me dices —Rosa ignoró mis palabras, tomó la gargantilla que posaba en la cama y
—¡Rosa, ya para con eso! —Nunca te miento, y tú no puedes casarte con ese conde; debes deshacer ese compromiso inmediatamente. —¿Cómo es posible que pueda creer en las supuestas barbaridades que dije cuando sabes que estoy desequilibrada desde que supe que Adrián es mi hermano? ¡No sé qué es real y qué es irreal! A menudo confundo los pensamientos en mi mente, como podrás ver, ya no puedo confiar en mí misma. Rosa, ahora comprendo lo que soy sin él; ya no puedo aferrarme al hecho de que él vendrá y me rescatará; ya no puedo seguir respirando a través de él, aunque siento que sin Adrián ya no soy real. Mi interior está vacío, sin sus caricias, sin su amor. He estado experimentando una mentira, no hay nada en mi interior que tenga calor; por lo tanto, si dije algo que ya no recuerdo, por favor olvídalo. —Es triste ver que no crees en tus facultades. ¡Esos dones te pueden liberar! Yo sí creo en ellos y ya coloqué en el centro de la mesa una flor de Jericó. Ella es una flor ben
—No lo veo desde esa perspectiva, pero créame, si lo ven como un descarrío, entonces sepa usted que lo hago con todo gusto. Me complace completamente embarcarme en esta travesía que es su hija. —No puedo negar que mi esposa es de naturaleza esclavista; de esta forma la criaron y sus celos desmedidos hacia la fallecida madre de Estefanía, unidos a la rabia de saber que Adrián amaba a la hija de la nativa que causó problemas en nuestro matrimonio, la hicieron cometer actos como esos. Quiero aclarar que no la justifico, simplemente le indico los motivos. —Dígame, Rodolfo, —lo interrumpí—. ¿Ha amado usted alguna vez? Y me refiero a ese amor que quema y que te convierte en otro hombre —por un instante él permaneció en silencio, incluso dudó en responder. —Sí. —¿A su esposa? —No, aquella mujer que amé con todas mis fuerzas fue la madre de Estefanía. —¿Se entregó por completo a ella? ¿No le importaba que fuera una India? —¡Por supuesto que no me importo! De no ser porque
Sentí de nuevo la seducción que producía su rostro irreal, sin embargo, el amor tan marcado que profesaba mi alma por mi hermano Adrián era la espada que cortaba aquel sortilegio, logrando que yo fuera inmune a sus encantos físicos. Continué descendiendo los escalones de la escalera con la mirada del conde fija en mí. Sus ojos retadores no dejaron lugar a dudas, mientras yo surcaba laberintos de autocontrol, jugando a ser el cordero que era cazado por aquel león. Mi hora llegó, pasaba de un estado a otro, del amor al desamor y de la fe a la decepción. —¡Qué bonita y radiante te ves, Estefanía! Ante mis ojos, eres la mujer más bella de las mujeres; soy un hombre afortunado —su voz era de absoluta sumisión y en su mirada había calidez—. Ya no estaba el hielo que una vez sentí en sus ojos. No estaba segura de cómo yo había logrado superar el frío azul de su mirada, hasta encontrar un sitio acogedor en su alma. Arturo siguió mirándome, mostrando su cambio de estación. Al igual que e
Al disparar por los aires, el corcho de la botella de champán sonó fuerte, dándole paso a la burbujeante bebida que brotaba como lava de un volcán. Arturo llenó las copas; el sombrío rostro de mi padre desapareció, dando indicios de que no se opondría más a que yo me casara con el conde. No pude evitar ver a Arturo mientras brindábamos por mi felicidad falsa. Yo debía eliminar de mí la sensación de que me quitaban mi otra mitad y Arturo era la única opción a la cual me aferraría en este momento para liberar mi dolor. El conde probaba la comida con cuidado. Su comportamiento en la mesa era de la más absoluta distinción. Confirmé que el conde era de poco comer. —¡Todo ha quedado exquisito! Me complace saber que te tomaste la molestia para satisfacer mi paladar. Estoy consciente de que serás una esposa devota. —Mi madre le gustaba cocinar y Estefanía heredó su amor por la cocina. Como puede observar, no solo ella quiso que aprendiera ciencias —sonrió Rodolfo. —No todo ha sid
Arturo. Los pensamientos hacia Estefanía estaban sujetos a mi espíritu, sin dar lugar a nada más. Al besarla de nuevo, comprobé que la esencia del maldito centinela estaba arraigada por completo en su alma; sus raíces estaban propagadas y afianzadas por todo su interior, luchando por seguir dando frutos. El silencio era ensordecedor y sepulcral, los centinelas parecían haberse evaporado, pero yo sabía que no era así. Nunca cierran los ojos, sus almas siempre están en vigilia. Por otro lado, Alyan ya no ocupaba el cuerpo del nuevo sacerdote, lo verifiqué cuando fui a hablar con él el día antes para finalizar mis planes. Deseaba que Alyan fuera el que me casara, pero era inocente de mi parte pensar que él todavía estaba ocupando el cuerpo de ese desdichado hombre y más aún cuando Adrián estaba sufriendo la infección que podía convertirlo en un oscuro. “Lo más probable es que todos los centinelas están unidos, creando un ritual que requiere muchos días para sacar al primogénito de