Estefanía. Era la Medianoche y aún no podía conciliar el sueño. Me acerqué a la ventana y me encontré con la más fría soledad. No había ni un sonido de los animales nocturnos, e incluso la luna parecía haber perdido los recuerdos. Cerré los ojos para percibir el aroma de la noche. La brisa empezó a gemir elevando consigo una estela de hojas secas que se levantaron y volaron frente a mi observación. Ya no salía una lágrima para recibir los viejos recuerdos, ahora era un llanto seco e interno y así dolía más; yo estaba sangrando, pero nadie podía verlo; lo cierto es que una lluvia eterna se había internado desde el día en que lo alejé de mí; ahora me ahogaba en la sangre. —No puedo ocultarlo Adrián… te amaré siempre. Mientras abrazaba los recuerdos, me cuestioné: ¿Cuándo volveré a la época en la que todo era dulce y afable? ¿Conseguirá Arturo devolvernos la felicidad? —. Las figuras que abandoné se volvieron ajenas, ahora eran partes de recuerdos de una vida diferente, donde re
Sus manos se aferraron a mi cuerpo, mientras aquella sangre entraba en mi garganta sin que pudiera evitarla. Poco a poco fui recuperando la movilidad y empecé a forcejear, aquella cosa me agarró de las manos y las inmovilizó a ambos lados. —¡Mira a través de mí! —me ordenó. Yo continué luchando; no obstante, lo que me dio de beber me sumió en un sueño más profundo en el que las imágenes cobraban vida. Uno de mis recuerdos fue de un sueño pasado: la visión del hombre que viajaba en un barco, a quien no pude ver el rostro; luego mi sueño me mostró los cafetales y a un hombre con un lunar en forma de luna menguante, al igual que el mío, brillándole sobre su cuello. —Yo soy tu destino y he estado buscándote durante un largo periodo de tiempo. Tú también me percibiste —al pronunciar aquellas palabras, el rostro del conde vino a mi mente. —Arturo —susurré y, al pronunciar ese nombre, pude percibir cómo una sensación abrazadora comenzaba a hervir por toda mi sangre. Parecía como s
Alyan. Nahethis tocó a Adrián que todavía estaba perdido en su sueño reparador. Sus manos recorrieron el rostro de su primogénito, a continuación cerró los ojos para elevar los conjuros de protección. Percibía su dolor: Era consciente de que mi hermano temía perderlo de la misma manera en que perdió a su madre, a la mujer que amaba y que amaría para siempre. —No inquiete, las energías de la tierra no pueden dañarlo, deja que las acepte de una manera adecuada. Adrián bebe de los poderes que el universo y la tierra le han dado. Él comprende los notables cambios que ocurrieron en su interior. Sus rabihats ya no son tan oscuros —le señalé, no obstante, y a pesar de mis palabras, Nahe siguió perdiendo en sus pensamientos. Mi hermano dejó caer sus brazos, la luz de su cuerpo creció. Era consciente de lo que haría: se detuvo frente al cuerpo de Adrián y abrió los brazos, luego tocó su amuleto. Su tercer ojo brotó como los símbolos de las palmas de sus manos y empezó a conjurar.
Con una inesperada rapidez, el día de la boda llegó. La noche anterior me la pasé rememorando los recuerdos, pensando en mi abuela y en Joaquina, pero también en Adrián. Si solo yo tuviera el hechizo ideal en el que los recuerdos se materializarán y así poder tocarlos una vez más; eso era ilógico. Únicamente podía inmortalizarlos en mi memoria, revivirlos ahí. No sé cuántas veces leí las páginas del diario que mi abuela me legó y no sé cuántas veces contemplé las letras en las que indicaba que Adrián era mi hermano. ¡Debía hacerlo! A pesar de estar más tranquila, tenía que revisar aquellas páginas para darme valor y no sentir que le fallaba. Era necesario asumir una y otra vez el riesgo de sentir todo lo que creía mío y que nunca lo fue. El día siguiente se convirtió en una tortura. La llegada de Mariana me llenó de alegría, pero con Rosa ocurrió lo contrario: aunque Mariana trató de ganársela, su comportamiento y respuesta fueron fríos y distantes. Todos los demás empleados sucum
Rosa y Mariana. —Ahora veo que me sigues, bruja del demonio —dijo Rosa, aunque estaba de espaldas y empuñando un escapulario en su mano derecha. —Si no tienes fe, de nada te servirá aferrarte a esas tonterías —Rosa sonrió mientras Mariana se mostraba fría. —Mírame a la cara esclava —Rosa volvió la mirada y sus ojos negros se clavaron en los de su interlocutora—. —En primer lugar, no me atreveré a difundir frases tan absurdas como «de que no sabes con quién te estás metiendo» o «es mejor que me temas»; en realidad, no voy a invertir mi tiempo en esos dramas, porque de antemano sé que puedes ver los anillos que decoran el contorno de los iris de mis ojos. No soy un demonio de palabras, sino de hechos. En realidad, me resulta sorprendente que alguien con una capacidad poco desarrollada como la tuya, lo haya percibido. —Tal vez es debido a que no soy tan poco desarrollada como usted dice. —¡Te falta mucho, esclava, para enfrentarme! Ya son 227 años que este cuerpo luchador
Estefanía. Las ruedas del carruaje comenzaron a moverse; la mano de mi padre sobre mi hombro me recordó que todo era real. Sus ojos brillaban, pero los míos brillaban más por lo que dejaba atrás. Miré por la ventana, necesitaba que el viento rozara mi cara. El olor de mi abuela llegó a mí y la congoja en mi pecho se hizo más profunda. «Te amo…» —musité. Su amor dejó en mí una herida abierta. Yo, vestida de novia, iba siendo llevada por la mano de mi padre hacia un destino que había aceptado, y que debió haber sido otro. “Adrián, dondequiera que estés, no te olvides de mí; con quienquiera que estés, no dejes de pensar en mí. Si todavía tienes en tu memoria algo de lo mucho que te amo, entonces no te olvides de mí. No consigo alejarte de mi vida… Por favor, perdóname…” —mi mente no podía dejar de hablar con mi corazón que por alguna razón extraña y a sabiendas de la verdad, insistía en pedirle perdón. —Hija, las lágrimas estropearán el maquillaje que Mariana creó con tanto amor
—El tiempo ha llegado para que el cuervo negro vuele lejos, tú eres un ángel destinado a caminar por aquí, en mi interior —agregó, pero esas palabras fueron dichas únicamente para mí. Nadie más las escuchó. Otra vez el miedo me invadió, la palabra “cuervo” me hizo recordar al ave negra que vi en mi cuarto. —Después de las profundas declaraciones de los esposos, seguimos —sonrió el sacerdote pasándose un pañuelo por la frente. Las bendiciones prosiguieron y llegó el momento final: —Puede besar a la novia, Arturo tocó mis mejillas y notó que había llorado. Su dedo se posó con rapidez para limpiar algunas lágrimas descarriadas; luego, tomó mi rostro para alzarlo contra él y, delante de todos, aferró sus labios a los míos. — Amada mía, te prometo que esas lágrimas serán de felicidad y placer, de ahora en adelante —susurró contra mi boca logrando que me ruborizara. Después de la bendición final, todos se pusieron en pie para felicitarnos. Rodolfo y Libia me abrazaron. Rosa aún se mante
Rosa. Señor, desde el fondo del abismo te clamo. ¡Escucha, señor, mi súplica! ¡Permitan tus oídos mis gritos suplicantes! ¡Acepto mi regalo! Solicito permiso, ponga tu espada arcángel Miguel para ayudar a esta alma inocente a escapar de las garras de esa bestia oscura. ¡Haz que se arrodille ante ti! Ayúdame a protegerla —comencé a levantar mis cánticos. No podía ni quería quedarme quieta, así se me fuera la vida; así desafiara a aquel demonio, yo usaría mis últimos hálitos de vida para conjurar una protección. Una fuerte luz rosada me cubrió la cabeza, sentí esa luz desprenderse de mi frente y pecho envolviendo a Estefanía. Al aceptar mi don, vi todo claro: un fantasma de mentira, maldad y mucha oscuridad cegaron los ojos de muchos, especialmente los de Estefanía. Un dolor en el pecho me impidió elevar mis oraciones de protección. En ese momento, Mariana apareció, sus ojos grises se fijaron en mí y pude percibir su voz con mucha claridad en mi cabeza, al igual que su oscuridad: