Rosa y Mariana. —Ahora veo que me sigues, bruja del demonio —dijo Rosa, aunque estaba de espaldas y empuñando un escapulario en su mano derecha. —Si no tienes fe, de nada te servirá aferrarte a esas tonterías —Rosa sonrió mientras Mariana se mostraba fría. —Mírame a la cara esclava —Rosa volvió la mirada y sus ojos negros se clavaron en los de su interlocutora—. —En primer lugar, no me atreveré a difundir frases tan absurdas como «de que no sabes con quién te estás metiendo» o «es mejor que me temas»; en realidad, no voy a invertir mi tiempo en esos dramas, porque de antemano sé que puedes ver los anillos que decoran el contorno de los iris de mis ojos. No soy un demonio de palabras, sino de hechos. En realidad, me resulta sorprendente que alguien con una capacidad poco desarrollada como la tuya, lo haya percibido. —Tal vez es debido a que no soy tan poco desarrollada como usted dice. —¡Te falta mucho, esclava, para enfrentarme! Ya son 227 años que este cuerpo luchador
Estefanía. Las ruedas del carruaje comenzaron a moverse; la mano de mi padre sobre mi hombro me recordó que todo era real. Sus ojos brillaban, pero los míos brillaban más por lo que dejaba atrás. Miré por la ventana, necesitaba que el viento rozara mi cara. El olor de mi abuela llegó a mí y la congoja en mi pecho se hizo más profunda. «Te amo…» —musité. Su amor dejó en mí una herida abierta. Yo, vestida de novia, iba siendo llevada por la mano de mi padre hacia un destino que había aceptado, y que debió haber sido otro. “Adrián, dondequiera que estés, no te olvides de mí; con quienquiera que estés, no dejes de pensar en mí. Si todavía tienes en tu memoria algo de lo mucho que te amo, entonces no te olvides de mí. No consigo alejarte de mi vida… Por favor, perdóname…” —mi mente no podía dejar de hablar con mi corazón que por alguna razón extraña y a sabiendas de la verdad, insistía en pedirle perdón. —Hija, las lágrimas estropearán el maquillaje que Mariana creó con tanto amor
—El tiempo ha llegado para que el cuervo negro vuele lejos, tú eres un ángel destinado a caminar por aquí, en mi interior —agregó, pero esas palabras fueron dichas únicamente para mí. Nadie más las escuchó. Otra vez el miedo me invadió, la palabra “cuervo” me hizo recordar al ave negra que vi en mi cuarto. —Después de las profundas declaraciones de los esposos, seguimos —sonrió el sacerdote pasándose un pañuelo por la frente. Las bendiciones prosiguieron y llegó el momento final: —Puede besar a la novia, Arturo tocó mis mejillas y notó que había llorado. Su dedo se posó con rapidez para limpiar algunas lágrimas descarriadas; luego, tomó mi rostro para alzarlo contra él y, delante de todos, aferró sus labios a los míos. — Amada mía, te prometo que esas lágrimas serán de felicidad y placer, de ahora en adelante —susurró contra mi boca logrando que me ruborizara. Después de la bendición final, todos se pusieron en pie para felicitarnos. Rodolfo y Libia me abrazaron. Rosa aún se mante
Rosa. Señor, desde el fondo del abismo te clamo. ¡Escucha, señor, mi súplica! ¡Permitan tus oídos mis gritos suplicantes! ¡Acepto mi regalo! Solicito permiso, ponga tu espada arcángel Miguel para ayudar a esta alma inocente a escapar de las garras de esa bestia oscura. ¡Haz que se arrodille ante ti! Ayúdame a protegerla —comencé a levantar mis cánticos. No podía ni quería quedarme quieta, así se me fuera la vida; así desafiara a aquel demonio, yo usaría mis últimos hálitos de vida para conjurar una protección. Una fuerte luz rosada me cubrió la cabeza, sentí esa luz desprenderse de mi frente y pecho envolviendo a Estefanía. Al aceptar mi don, vi todo claro: un fantasma de mentira, maldad y mucha oscuridad cegaron los ojos de muchos, especialmente los de Estefanía. Un dolor en el pecho me impidió elevar mis oraciones de protección. En ese momento, Mariana apareció, sus ojos grises se fijaron en mí y pude percibir su voz con mucha claridad en mi cabeza, al igual que su oscuridad:
Giré y fui directo hacia la cocina. No podía percibir cómo la música comenzaba a sonar y los invitados retomaban la algarabía y la felicidad de la ocasión. La opulencia era como oro ante sus ojos, logrando que la tormenta se olvidara de sus mentes. Me tomé una copa y me alejé del bullicio. Necesitaba un trago con urgencia, aquella casa me parecía tan amplia. Bebí un trago largo mientras mis pensamientos se enfrentaban con mi corazón. Rosa no salía de mi cabeza y su mirada era luz. —Los que somos fuertes debemos superar las dificultades de los débiles y no agrandarnos a nosotros mismos. Los que somos fuertes en la fe, debemos aceptar las debilidades de aquellos que son menos fuertes y no buscar lo que a nosotros mismos nos agrada —esas palabras de Rosa aparecían una y otra vez en mi cabeza. Volví a tomarme otro trago, experimentando la sensación de que demasiado viví entre aquellos que odian la paz. Sentí mucha ganas de llorar y su presencia llegó. “A ti, Arturo, yo te contempla
—Me temo, querida, que deberá aprender a beber en abundancia —sus ojos brillaron de forma maligna y podía jurar que pude ver el mal en la profundidad de sus pupilas. —En su nueva familia, se añaden excesos en bebidas, especialmente si son de buena calidad. Estoy consciente de que no debo decirlo, pero habrá muchísimos más vinos y licores de diferentes variedades en la fiesta de bienvenida que la madre de Arturo les tiene preparada. En cuanto a celebraciones, la condesa madre es extravagante; créeme que la recepción que está organizando para vosotros será digna de reyes y, más, teniendo en cuenta que Arturo es su único hijo. Sinceramente, considero mi dulce dama, que deberá prepararse para la aristocracia, ya que ese será tu nuevo mundo; y a esa velada irá lo mejor de la sociedad de Londres. Sin embargo, le aclaro que no debe dejar que la intimiden; Arturo me comentó sobre la fluidez de su elocuencia y desenvolvimiento, al igual que el gran talento que posees para tocar el piano —quedé
Estefanía. Nunca imaginé que me dolería tanto despedirme de Rodolfo y de Libia. En el momento en que los brazos de mi padre me envolvieron, deseé irme con él y dejar esta farsa que yo misma había propiciado. —Muy pronto nos veremos, hija mía, que Dios te bendiga —dijo mientras continuaba ostentándome en su abrazo. —Promete escribirnos —agregó Libia. —Por supuesto que lo haré, nunca lo pongas en duda —les prometí. —Cómo pasa el tiempo, tú inicias tu propia familia y nosotros nos volvemos más viejos —sonrío mi padre depositando un beso en mi frente, luego extendió su mano para dársela al conde y le dijo: —Cuídala bien, te llevas a mi niña, lo que me quedó del amor de mi vida. —La protegeré con mi propia sangre. Más tarde, como a las dos de la tarde, partiremos a Londres; si desea visitar a mi esposa antes de partir, será bien recibido. —Estaré aquí sin falta —luego de aquellas palabras, el cochero trajo el carruaje. Mi padre se despidió junto a Libia. No pude a
—¿No crees que me precipité en casarme con Arturo, Mariana? —Estefanía, soy de aquellas personas que piensan que si las cosas ocurren es por algo, y odio tener que decirte esto, pero vas a tener que esforzarte. —Lo sé —manifesté con tristeza—, pero me está costando excesivamente. —Arturo es guapo y rico, pero eso no es suficiente, ¿verdad? —¡Supones que solo lo acepté por su atractivo físico y su riqueza! —No quise decir eso; sin embargo, sí considero que en parte lo hiciste. Te lo aceptaste debido a algo peor: para colocar un escudo y sentirte protegida, para no caer en tentación. Por lo que has pasado, es de comprender que te sientas vulnerable ante un mundo tan hostil. —Mira cómo comienzo mis primeras horas de casada, haciéndolo rabiar. —Todavía estás a tiempo de arreglarlo, ¡Ve a su habitación que ahora es tuya también! —permanecí en silencio ante su idea—. ¿Cómo es posible que tu esposo tuvo que venir a buscarte en la habitación de huéspedes? —siguió rep