DESPEDIDAS DOLOROSAS.

Estefanía.

Nunca imaginé que me dolería tanto despedirme de Rodolfo y de Libia. En el momento en que los brazos de mi padre me envolvieron, deseé irme con él y dejar esta farsa que yo misma había propiciado.

—Muy pronto nos veremos, hija mía, que Dios te bendiga —dijo mientras continuaba ostentándome en su abrazo.

—Promete escribirnos —agregó Libia.

—Por supuesto que lo haré, nunca lo pongas en duda —les prometí.

—Cómo pasa el tiempo, tú inicias tu propia familia y nosotros nos volvemos más viejos —sonrío mi padre depositando un beso en mi frente, luego extendió su mano para dársela al conde y le dijo: —Cuídala bien, te llevas a mi niña, lo que me quedó del amor de mi vida.

—La protegeré con mi propia sangre. Más tarde, como a las dos de la tarde, partiremos a Londres; si desea visitar a mi esposa antes de partir, será bien recibido.

—Estaré aquí sin falta —luego de aquellas palabras, el cochero trajo el carruaje. Mi padre se despidió junto a Libia.

No pude a
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