—Se encuentra en frío, condesa, y puede pescar un resfriado, recuerde que no ha estado muy bien de salud —giré para encontrarme con el rostro de Istvan. —¡Nunca más se atreva a ponerme una mano encima! —Disculpe, no era mi intención molestarla, pero llevo rato buscándola y parecía que se había perdido. —No lo escuché —respondí seca. —Eso lo dejó meridianamente claro, por eso me atreví a hacer lo que hice. —No dije nada ante su explicación—. Mariana fue a buscarla a su camarote, pero ya no estaba. —Quería salir, como verá, tantos días inconscientes, ya me estaban volviendo una muerta viviente y quería estar a solas con mis pensamientos, conocer el barco… Algo que el láudano no me había permitido hacer —Istvan sonrió. —¡Vaya! ¿De verdad le caigo tan mal? —Debo reconocer que usted, Barón Pierre, no es de mi agrado —le expresé con toda la sinceridad posible—. —No obstante, condesa, seguiré intentando obtener su confianza y también quiero felicitarla por la forma
Momentos más tardes. El capitán nos esperaba con una botella de champán. Junto a él se encontraban Mariana e Istvan. —Cariño, conoce a Francisco Aragón, capitán del barco. —Es un placer condesa —seguidamente besó mi mano—. Espero que el camarote que le brindé a su esposo sea de gran calidad, ya que es uno de los más valiosos después del mío. —No se inquiete, el camarote ha sido de mi agrado, le estoy muy agradecido por su atención. —Se trata de lo menos que puedo hacer por ustedes. Su esposo, presente en este lugar, me ha hecho muchos favores, y créame, no me podría costear la vida entera para pagarle y mi deseo es que se sientan cómodos durante la travesía. —Como prueba, mi esposa se recuperó satisfactoriamente —manifestó Arturo, no opiné nada y detallé a Francisco Aragón; era un hombre elocuente, de buenos modales y buen vestir, llevaba una fragancia delicada, que era agradable al olfato. —Me complace oírlo —dijo Francisco con una sonrisa amable en sus labios, e
Se interrumpió el sonido de la música; Francisco les dio vino a los oficiales como muestra de agradecimiento, los hombres se marcharon sonrientes. —Ha sido una velada maravillosa —dijo Mariana agradeciendo a Francisco—, pero es hora de retirarnos, necesito descansar —Istvan hizo lo mismo. —¿Le gustó la velada a usted, condesa? —se dirigió a mí. —La experiencia fue muy agradable, pero al igual que Mariana deseo disfrutar del descanso. —Entonces quedó satisfecho, sigan disfrutando de la travesía, mi barco es suyo —seguidamente tomó mi mano y la besó, a Arturo le dio un apretón de mano. —¿No deseas que envíe a tu camarote alguna bebida? Tengo vinos de buena cosecha —Arturo permaneció un instante en silencio mientras Francisco le recomendaba algunos nombres de los vinos más finos. Me contempló y una sonrisa tierna se le escapó, una sonrisa que no creí que poseyera y que más tarde no volvió a aparecer. ——¿Tendrás una botella de Absenta? —Francisco enarcó una ceja ante la
Estefanía. «Bienvenida a Nasáu, condesa Dómine, el paraíso de los piratas», manifestó Istvan, esbozando una gran sonrisa de placer que me irritó, ya que lo tomé como una sátira hacia mí. Arturo llegó hasta donde estaba yo y tomó mi mano; junto a él venía el capitán Francisco. —Fue un placer viajar con ustedes —dijo Francisco, a continuación se refirió a mí. — Condesa, me hubiese gustado ayudarle más, pero tengo que marcharme; solo me queda desearle lo mejor —cuando iba a contestar para agradecerle, Arturo se metió en la conversación. —Has sido de mucho ayuda, amigo mío, sé que te has arriesgado por mí y debido a este gran favor te digo: que nuestra cuenta ha sido saldada —Francisco le extendió la mano a Arturo, luego se dieron un abrazo. —En el trayecto continuaremos encontrándonos; no obstante, no zarparé hasta que Salazar esté frente a ustedes. —Ya se encuentra aquí —dijo Istvan introduciéndose en la conversación. —Lo sé, vi su barco —afirmó Arturo—. El inconvenie
Momentos más tarde. A duras penas había logrado calmarme, el ir y venir del barco me hizo sentir mareado, Mariana me extendió un vaso con agua, lo tomé y me acerqué a cubierta; sentía que de un momento a otro iba a vomitar, me repuse rápidamente cuando sentí la presencia de Salazar. —¿Es la primera vez que viaja? —inquirió, ya cerca de mí. —Sí —respondí en voz baja. —No se preocupe, condesa —me dijo como si leyese mis pensamientos—. Su esposo es un hombre audaz que consigue todo lo que se propone; junto a él, usted no correrá ningún peligro. Lo he visto en acción y créame que ningún hombre en su sano juicio querría enfrentarse a Arturo en combate. —La opresión en mi pecho ya estaba presente nuevamente, no pude evitar pensar en Adrián, el miedo recorrió mis entrañas; si Arturo lo lastimara, yo me convertiría en una asesina mortal. Traté de no reflexionar sobre esas cosas y continué escuchando a mi acompañante que hacía todo lo posible por calmar mi ansiedad, esta vez lo vi
Otro país, otra cultura y yo: una extraña entre aquellas personas. Habíamos desembarcado en Londres a las 1:00 de la madrugada. Experimenté un estado de tranquilidad impresionante cuando sentí la tierra inmóvil, bajó mis pies, lo que me permitió expresar mi descontento con los barcos. Clemente Salazar aprovechó para despedirse de nosotros mientras sus hombres bajaban nuestras pertenencias, luego se alejó con Arturo; vi cuando mi esposo le entregaba una bolsa llena de monedas, Salazar la tomó, la besó y luego se persignó; seguidamente, se dieron la mano y un efusivo abrazo. Tres caballeros vestidos de negro aparecieron de la nada y se dirigieron hacia Arturo, lo saludaron respetuosamente y le indicaron una dirección. —Ven conmigo Estefanía —me dijo Arturo; después le dio instrucciones a dos de los hombres para que tomaran nuestras pertenencias. Dos elegantes carruajes nos aguardaban cerca del puerto. —¡Bienvenido, señor! —le saludó el cochero que conducía los caballos con fir
Al descender, quede más sorprendida. La propiedad estaba llena de grandes árboles de pinos, y en todo el centro, un lago artificial adornaba gran parte del jardín principal; todo era asombroso e imponente. La propiedad era tan grande que mi visión se perdía ante tanta inmensidad, y en realidad no sé dónde empezaba y dónde terminaba; tuve la sensación de que la riqueza de Arturo también procedía de su madre. —Un paraíso —susurré, entonces pensé que la mente creadora de ese jardín tenía que ser la madre de Arturo; ya Mariana me había contado de sus dones. El lacayo abrió la puerta de madera y hierro donde también se podía ver el emblema de los condes Dómines. En la habitación vi las escaleras que se desprendían del ala este y oeste de la gran sala, eran de madera pulida y mármol, dando una apariencia ovala a la habitación, y en su centro había una gran chimenea. Las paredes eran blancas e inmaculadas, adornadas por finas lámparas del mismo color negro del barandal de las escaler
—Arturo —la voz se le quebró, mientras continué con la melodía de mis palabras, lo cual resultó insuficiente para ser un momento difícil de comprender— «Arturo» —volvió a pronunciar mi nombre y fue sobre mí para abrazarme, me encontré arrodillado ante ella con la cabeza recostada en su vientre y mis brazos enlazados en su cintura. Ella me apretó de nuevo con fuerza. —Sí, eres mi hijo. El olor de tu sangre me lo confirma. —Me separé de su vientre para mirarla otra vez. —Tanto tiempo, madre, esperando este momento —mi voz era aturdida. —El momento de reencontrarnos ha llegado, hijo mío, y te aseguro que esta vez mi despertar será para siempre —luego de pronunciar aquellas palabras se tambaleó, estaba muy debilitado, y rápidamente le ofrecí mi muñeca. —Estás hambrienta madre, necesitas beber para que te fortalezcas —ella me miró claramente diciéndome que me lo agradecía, pero dudaba en hacerlo—. Por favor —le insistí, entonces accedió. Durante un instante, mientras bebía, l