Al descender, quede más sorprendida. La propiedad estaba llena de grandes árboles de pinos, y en todo el centro, un lago artificial adornaba gran parte del jardín principal; todo era asombroso e imponente. La propiedad era tan grande que mi visión se perdía ante tanta inmensidad, y en realidad no sé dónde empezaba y dónde terminaba; tuve la sensación de que la riqueza de Arturo también procedía de su madre. —Un paraíso —susurré, entonces pensé que la mente creadora de ese jardín tenía que ser la madre de Arturo; ya Mariana me había contado de sus dones. El lacayo abrió la puerta de madera y hierro donde también se podía ver el emblema de los condes Dómines. En la habitación vi las escaleras que se desprendían del ala este y oeste de la gran sala, eran de madera pulida y mármol, dando una apariencia ovala a la habitación, y en su centro había una gran chimenea. Las paredes eran blancas e inmaculadas, adornadas por finas lámparas del mismo color negro del barandal de las escaler
—Arturo —la voz se le quebró, mientras continué con la melodía de mis palabras, lo cual resultó insuficiente para ser un momento difícil de comprender— «Arturo» —volvió a pronunciar mi nombre y fue sobre mí para abrazarme, me encontré arrodillado ante ella con la cabeza recostada en su vientre y mis brazos enlazados en su cintura. Ella me apretó de nuevo con fuerza. —Sí, eres mi hijo. El olor de tu sangre me lo confirma. —Me separé de su vientre para mirarla otra vez. —Tanto tiempo, madre, esperando este momento —mi voz era aturdida. —El momento de reencontrarnos ha llegado, hijo mío, y te aseguro que esta vez mi despertar será para siempre —luego de pronunciar aquellas palabras se tambaleó, estaba muy debilitado, y rápidamente le ofrecí mi muñeca. —Estás hambrienta madre, necesitas beber para que te fortalezcas —ella me miró claramente diciéndome que me lo agradecía, pero dudaba en hacerlo—. Por favor —le insistí, entonces accedió. Durante un instante, mientras bebía, l
Estefanía. El insomnio no me permitía dormir durante la medianoche; por más vueltas que diera en la cama, los recuerdos no me dejaban tranquila; entonces, como siempre, quise invocarlo a él, a Adrián. Mis pensamientos se esfumaron al oír que alguien abría la puerta; me petrifiqué y el miedo me hizo su esclava. Vi a una figura alta entrar; tenía que ser Arturo quien había decidido ponerle punto final al tiempo que me había otorgado… La hora de cumplirle había llegado. Intenté disimular que dormía. Con los ojos entrecerrados y respaldada por la oscuridad, pude percibir cómo Arturo se dirigió hacia una de las ventanas. La abrió para que entrara algo de la luz de la noche, pero advertí que algo era diferente en él; su presencia no me incomodó. Arturo se acercó a la cama, comprendí de manera perfecta que él no permitiría que nada me dopara; me lo advirtió aquella noche en el barco. Sentí el peso de su cuerpo cuando se hundió en la cama. Seguidamente, encendió la luz de una de las lá
Adrián. El eclipse se puso de manifiesto y parecía estar pactando con el señor de la oscuridad. Todo lo claro se teñía de negro, oscureciendo por completo el sol. Volví la vista al Este y ya no veía el amanecer, pero sabía que después de la oscuridad vendría la luz. El amanecer llegaría pronto. —¿Dónde se encuentra la esperanza que brillaba tan resplandeciente? —Me pregunté con el objetivo de comprender todo lo que me estaba ocurriendo. Me sorprendió esta vez que aún me mantuviera tranquilo, cuando en mis días pasados lo temperamental era parte de mis emociones. —Todos vamos a luchar —oí la voz de Cristian en mi cabeza. Giré la cabeza para verlo mientras extendía sus alas. Vi la luz de sus pupilas verdes en sus ojos de halcón, planeando suavemente entre el viento que lo elevaba y acariciaba sus alas plateadas, invitándome a relajarme. No podía, Rodolfo no salía de mi mente, podía experimentar su angustia en mi ser, afortunadamente otros centinelas estaban cerca protegiéndolo
Estefanía. Poco a poco fui abriendo los ojos y, una vez más, la molestia en todo mi cuerpo se hizo notar. Tenía otra vez la sensación de ser víctima de una golpiza. El simple intento de incorporarme me producía dolor. Respiré hondo para tomar fuerza y pararme; al hacerlo, otra vez se manifestó un fuerte dolor de cabeza. Recordé a Arturo dándome la sangre y mordiéndome; instintivamente y nerviosa pasé la mano por mi cuello, afortunadamente no percibí nada. —Buenos días, condesa —dijo Arturo, provocando que me exaltara. Su imponente figura se encontraba cerca de la ventana, observando a través de ella y dándole la espalda a nuestra cama. Se encontraba sin camisa, solo usaba la parte baja del pantalón; el dormitorio estaba muy claro. En una medida inmediata, me examiné y comprobé que estaba completamente desnuda. Me aferré a la sabana dejando de un lado mi molestia física en su lugar. Recordé lo sucedido la noche anterior. De soslayo pude ver la musculatura de Arturo; quise escap
—Toma ese cuchillo a ver si eres capaz de cortarte las venas, obsérvalo bien y notarás que está muy afilado; espero que te sirva —luego de esas palabras salió del cuarto. No pude impedir que mi molestia y dolor se agudizaran. A pesar de sus excentricidades y gustos en la cama, él me había dado la oportunidad de elegir a pesar de las advertencias. ¡Dios mío!, no puedo cambiar. Traté, pero fracasé. Me envolví en la bata y caminé hacia la ventana; mi mente estaba confusa y mi alma adolorida. ¿Me dolía tanto estar con Arturo que mi espíritu herido lo manifestaba a través de mi cuerpo, creando esa sensación tan desagradable en mis extremidades?—¡Muerte, escúchame llamarte! El suicidio es solo un camino, ¿Aunque de qué sería útil para alguien que ya ha fallecido? —Giré sobre mi propio eje y vi el puñal que reposaba en la cama; un pensamiento negro se paseó por mi cabeza. Quise agarrarlo, tener el valor y acabar con mi pena. Me acerqué y observé la jarra de vidrio junto al vaso; la tomé y l
Adrián. Días después. Estamos cansados; el trayecto fue bastante agitado. Esta vez no seleccionamos las puertas entre dimensiones. Los atajos para llegar a diferentes destinos no eran sencillos, existía la posibilidad de llegar a otro sitio no deseado como, por ejemplo: al imperio de los Nacrofeles y ese era el último lugar a donde quería entrar un guardián o un oscuro. Los centinelas llegaron a la guarida de Londres en grupos. Todos estos seres sobrenaturales se inclinaban ante Nahethis y Alyan. Mientras yo contemplaba a cada guardián llegar con diferentes características. Cristian notó mi estupor y se me acercó. —Esto debe ser muy duro para ti; ver a la mujer que amas al lado de esos demonios es como morir un poco cada día. —Considero que es más difícil de comprender, ya que no existen palabras para expresarlo. Sientes como si estuvieras ardiendo desde dentro hacia fuera, tal como Samuel explicó lo de la combustión espontánea. —Adrián —me llamó mi padre—. Ven,
—Hijo, es tu turno —dijo mi padre. Al principio no entendí lo que quiso decir. —No ponga esa expresión, quiero que pelees con Romina —no pude evitar carcajear. —¡Padre, no voy a pelear con una mujer! —¿Estás al tanto de su capacidad y, a pesar de ello, no deseas verla como tu misma persona? —Esas cosas con las que se enfrentó no son reales, por lo que, por consiguiente, no son tan peligrosas al momento de practicar. Estoy completamente convencido de que un verdadero Nacrofel sería más despiadado y astuto, así me asegures lo contrario —luego giré hacia ella—. Sin intención de ofenderte, me complace enormemente tus técnicas, pero no tengo intención de enfrentarte. —Hijo de Nahethis, ciertamente estos no son Nacrofeles reales; estas réplicas las usamos para practicar, también es verdad que los reales son más letales, pues roban la fuerza, la luz y finalmente el alma a través de sus tres ojos, por eso hay que evitar el contacto visual, sin embargo, tú si eres real y podemos