INGLATERRA.

Otro país, otra cultura y yo: una extraña entre aquellas personas. Habíamos desembarcado en Londres a las 1:00 de la madrugada. Experimenté un estado de tranquilidad impresionante cuando sentí la tierra inmóvil, bajó mis pies, lo que me permitió expresar mi descontento con los barcos. Clemente Salazar aprovechó para despedirse de nosotros mientras sus hombres bajaban nuestras pertenencias, luego se alejó con Arturo; vi cuando mi esposo le entregaba una bolsa llena de monedas, Salazar la tomó, la besó y luego se persignó; seguidamente, se dieron la mano y un efusivo abrazo.

Tres caballeros vestidos de negro aparecieron de la nada y se dirigieron hacia Arturo, lo saludaron respetuosamente y le indicaron una dirección.

—Ven conmigo Estefanía —me dijo Arturo; después le dio instrucciones a dos de los hombres para que tomaran nuestras pertenencias. Dos elegantes carruajes nos aguardaban cerca del puerto.

—¡Bienvenido, señor! —le saludó el cochero que conducía los caballos con fir
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