Estefanía. El insomnio no me permitía dormir durante la medianoche; por más vueltas que diera en la cama, los recuerdos no me dejaban tranquila; entonces, como siempre, quise invocarlo a él, a Adrián. Mis pensamientos se esfumaron al oír que alguien abría la puerta; me petrifiqué y el miedo me hizo su esclava. Vi a una figura alta entrar; tenía que ser Arturo quien había decidido ponerle punto final al tiempo que me había otorgado… La hora de cumplirle había llegado. Intenté disimular que dormía. Con los ojos entrecerrados y respaldada por la oscuridad, pude percibir cómo Arturo se dirigió hacia una de las ventanas. La abrió para que entrara algo de la luz de la noche, pero advertí que algo era diferente en él; su presencia no me incomodó. Arturo se acercó a la cama, comprendí de manera perfecta que él no permitiría que nada me dopara; me lo advirtió aquella noche en el barco. Sentí el peso de su cuerpo cuando se hundió en la cama. Seguidamente, encendió la luz de una de las lá
Adrián. El eclipse se puso de manifiesto y parecía estar pactando con el señor de la oscuridad. Todo lo claro se teñía de negro, oscureciendo por completo el sol. Volví la vista al Este y ya no veía el amanecer, pero sabía que después de la oscuridad vendría la luz. El amanecer llegaría pronto. —¿Dónde se encuentra la esperanza que brillaba tan resplandeciente? —Me pregunté con el objetivo de comprender todo lo que me estaba ocurriendo. Me sorprendió esta vez que aún me mantuviera tranquilo, cuando en mis días pasados lo temperamental era parte de mis emociones. —Todos vamos a luchar —oí la voz de Cristian en mi cabeza. Giré la cabeza para verlo mientras extendía sus alas. Vi la luz de sus pupilas verdes en sus ojos de halcón, planeando suavemente entre el viento que lo elevaba y acariciaba sus alas plateadas, invitándome a relajarme. No podía, Rodolfo no salía de mi mente, podía experimentar su angustia en mi ser, afortunadamente otros centinelas estaban cerca protegiéndolo
Estefanía. Poco a poco fui abriendo los ojos y, una vez más, la molestia en todo mi cuerpo se hizo notar. Tenía otra vez la sensación de ser víctima de una golpiza. El simple intento de incorporarme me producía dolor. Respiré hondo para tomar fuerza y pararme; al hacerlo, otra vez se manifestó un fuerte dolor de cabeza. Recordé a Arturo dándome la sangre y mordiéndome; instintivamente y nerviosa pasé la mano por mi cuello, afortunadamente no percibí nada. —Buenos días, condesa —dijo Arturo, provocando que me exaltara. Su imponente figura se encontraba cerca de la ventana, observando a través de ella y dándole la espalda a nuestra cama. Se encontraba sin camisa, solo usaba la parte baja del pantalón; el dormitorio estaba muy claro. En una medida inmediata, me examiné y comprobé que estaba completamente desnuda. Me aferré a la sabana dejando de un lado mi molestia física en su lugar. Recordé lo sucedido la noche anterior. De soslayo pude ver la musculatura de Arturo; quise escap
—Toma ese cuchillo a ver si eres capaz de cortarte las venas, obsérvalo bien y notarás que está muy afilado; espero que te sirva —luego de esas palabras salió del cuarto. No pude impedir que mi molestia y dolor se agudizaran. A pesar de sus excentricidades y gustos en la cama, él me había dado la oportunidad de elegir a pesar de las advertencias. ¡Dios mío!, no puedo cambiar. Traté, pero fracasé. Me envolví en la bata y caminé hacia la ventana; mi mente estaba confusa y mi alma adolorida. ¿Me dolía tanto estar con Arturo que mi espíritu herido lo manifestaba a través de mi cuerpo, creando esa sensación tan desagradable en mis extremidades?—¡Muerte, escúchame llamarte! El suicidio es solo un camino, ¿Aunque de qué sería útil para alguien que ya ha fallecido? —Giré sobre mi propio eje y vi el puñal que reposaba en la cama; un pensamiento negro se paseó por mi cabeza. Quise agarrarlo, tener el valor y acabar con mi pena. Me acerqué y observé la jarra de vidrio junto al vaso; la tomé y l
Adrián. Días después. Estamos cansados; el trayecto fue bastante agitado. Esta vez no seleccionamos las puertas entre dimensiones. Los atajos para llegar a diferentes destinos no eran sencillos, existía la posibilidad de llegar a otro sitio no deseado como, por ejemplo: al imperio de los Nacrofeles y ese era el último lugar a donde quería entrar un guardián o un oscuro. Los centinelas llegaron a la guarida de Londres en grupos. Todos estos seres sobrenaturales se inclinaban ante Nahethis y Alyan. Mientras yo contemplaba a cada guardián llegar con diferentes características. Cristian notó mi estupor y se me acercó. —Esto debe ser muy duro para ti; ver a la mujer que amas al lado de esos demonios es como morir un poco cada día. —Considero que es más difícil de comprender, ya que no existen palabras para expresarlo. Sientes como si estuvieras ardiendo desde dentro hacia fuera, tal como Samuel explicó lo de la combustión espontánea. —Adrián —me llamó mi padre—. Ven,
—Hijo, es tu turno —dijo mi padre. Al principio no entendí lo que quiso decir. —No ponga esa expresión, quiero que pelees con Romina —no pude evitar carcajear. —¡Padre, no voy a pelear con una mujer! —¿Estás al tanto de su capacidad y, a pesar de ello, no deseas verla como tu misma persona? —Esas cosas con las que se enfrentó no son reales, por lo que, por consiguiente, no son tan peligrosas al momento de practicar. Estoy completamente convencido de que un verdadero Nacrofel sería más despiadado y astuto, así me asegures lo contrario —luego giré hacia ella—. Sin intención de ofenderte, me complace enormemente tus técnicas, pero no tengo intención de enfrentarte. —Hijo de Nahethis, ciertamente estos no son Nacrofeles reales; estas réplicas las usamos para practicar, también es verdad que los reales son más letales, pues roban la fuerza, la luz y finalmente el alma a través de sus tres ojos, por eso hay que evitar el contacto visual, sin embargo, tú si eres real y podemos
Estefanía. La frialdad de aquel día de noviembre persistió en mi interior. Se me clavaban en los huesos. La voz de Mery y la de Mariana no me sacaban de mi mundo. —¡Vendrá lo mejor de Londres! —le comentó Mariana a Mery—. ¡Todo está quedando hermoso y los antifaces que enviaron a confeccionar para los invitados, son simplemente magníficos! Cada detalle las convierte en una obra de arte singular, como la de Estefanía, inspirada en los carnavales de Venecia —manifestó Mariana mientras me sujetaba mi vestido. —¡Estefanía, cambia esa cara! Ya es hora de arreglarte, ya son las siete de la noche y no querrás que la condesa madre te vea con ese aspecto. Te advierto que ella, como toda madre, es protectora de su hijo y deberías disimular, aunque sea un poco ese desagrado que muestras —me advirtió, sacándome de mi dejadez. Al intentar decir algo, una voz procedente de los pasillos se oyó y la puerta se abrió. —¡Buenas noches! —Mariana y Mary guardaron silencio. —Arantxa —dijo Marian
El vestido fue cayendo sobre mí como si fuera una cascada roja que se ajustaba a mis formas. El escote trasero era un tanto atrevido, el corpiño se cernía sensualmente sobre mi cintura y la falda caía esbelta en movimientos oscilantes que arrancaban los destellos de los detalles del bordado. Era un hermoso vestido que revelaba lo mejor de mi cuerpo. Yo era toda belleza por fuera y desolación por dentro. —Ya falta poco para que mi trabajo quede terminado —dijo Arantxa con un brillo demoniaco en sus ojos —¡Oh querida! Arturo, mi caballero oscuro, me adorará aún más; saqué de su condesa el brillo más resplandeciente; te advierto que deberás aprender más sobre las artes amatorias porque las necesitarás. ¡Te espera fuego, querida! Y la sed de un hombre indomable qué te desea a muerte —aquellas palabras por parte de Arantxa quizás en un pasado me hubieran ruborizado, pero mi inocencia ya no existía. “Fuego insaciable” ¡Qué bien definió a Arturo! Aquella noche, cuando llegamos a «Sol Noctu