Estefanía. «Bienvenida a Nasáu, condesa Dómine, el paraíso de los piratas», manifestó Istvan, esbozando una gran sonrisa de placer que me irritó, ya que lo tomé como una sátira hacia mí. Arturo llegó hasta donde estaba yo y tomó mi mano; junto a él venía el capitán Francisco. —Fue un placer viajar con ustedes —dijo Francisco, a continuación se refirió a mí. — Condesa, me hubiese gustado ayudarle más, pero tengo que marcharme; solo me queda desearle lo mejor —cuando iba a contestar para agradecerle, Arturo se metió en la conversación. —Has sido de mucho ayuda, amigo mío, sé que te has arriesgado por mí y debido a este gran favor te digo: que nuestra cuenta ha sido saldada —Francisco le extendió la mano a Arturo, luego se dieron un abrazo. —En el trayecto continuaremos encontrándonos; no obstante, no zarparé hasta que Salazar esté frente a ustedes. —Ya se encuentra aquí —dijo Istvan introduciéndose en la conversación. —Lo sé, vi su barco —afirmó Arturo—. El inconvenie
Momentos más tarde. A duras penas había logrado calmarme, el ir y venir del barco me hizo sentir mareado, Mariana me extendió un vaso con agua, lo tomé y me acerqué a cubierta; sentía que de un momento a otro iba a vomitar, me repuse rápidamente cuando sentí la presencia de Salazar. —¿Es la primera vez que viaja? —inquirió, ya cerca de mí. —Sí —respondí en voz baja. —No se preocupe, condesa —me dijo como si leyese mis pensamientos—. Su esposo es un hombre audaz que consigue todo lo que se propone; junto a él, usted no correrá ningún peligro. Lo he visto en acción y créame que ningún hombre en su sano juicio querría enfrentarse a Arturo en combate. —La opresión en mi pecho ya estaba presente nuevamente, no pude evitar pensar en Adrián, el miedo recorrió mis entrañas; si Arturo lo lastimara, yo me convertiría en una asesina mortal. Traté de no reflexionar sobre esas cosas y continué escuchando a mi acompañante que hacía todo lo posible por calmar mi ansiedad, esta vez lo vi
Otro país, otra cultura y yo: una extraña entre aquellas personas. Habíamos desembarcado en Londres a las 1:00 de la madrugada. Experimenté un estado de tranquilidad impresionante cuando sentí la tierra inmóvil, bajó mis pies, lo que me permitió expresar mi descontento con los barcos. Clemente Salazar aprovechó para despedirse de nosotros mientras sus hombres bajaban nuestras pertenencias, luego se alejó con Arturo; vi cuando mi esposo le entregaba una bolsa llena de monedas, Salazar la tomó, la besó y luego se persignó; seguidamente, se dieron la mano y un efusivo abrazo. Tres caballeros vestidos de negro aparecieron de la nada y se dirigieron hacia Arturo, lo saludaron respetuosamente y le indicaron una dirección. —Ven conmigo Estefanía —me dijo Arturo; después le dio instrucciones a dos de los hombres para que tomaran nuestras pertenencias. Dos elegantes carruajes nos aguardaban cerca del puerto. —¡Bienvenido, señor! —le saludó el cochero que conducía los caballos con fir
Al descender, quede más sorprendida. La propiedad estaba llena de grandes árboles de pinos, y en todo el centro, un lago artificial adornaba gran parte del jardín principal; todo era asombroso e imponente. La propiedad era tan grande que mi visión se perdía ante tanta inmensidad, y en realidad no sé dónde empezaba y dónde terminaba; tuve la sensación de que la riqueza de Arturo también procedía de su madre. —Un paraíso —susurré, entonces pensé que la mente creadora de ese jardín tenía que ser la madre de Arturo; ya Mariana me había contado de sus dones. El lacayo abrió la puerta de madera y hierro donde también se podía ver el emblema de los condes Dómines. En la habitación vi las escaleras que se desprendían del ala este y oeste de la gran sala, eran de madera pulida y mármol, dando una apariencia ovala a la habitación, y en su centro había una gran chimenea. Las paredes eran blancas e inmaculadas, adornadas por finas lámparas del mismo color negro del barandal de las escaler
—Arturo —la voz se le quebró, mientras continué con la melodía de mis palabras, lo cual resultó insuficiente para ser un momento difícil de comprender— «Arturo» —volvió a pronunciar mi nombre y fue sobre mí para abrazarme, me encontré arrodillado ante ella con la cabeza recostada en su vientre y mis brazos enlazados en su cintura. Ella me apretó de nuevo con fuerza. —Sí, eres mi hijo. El olor de tu sangre me lo confirma. —Me separé de su vientre para mirarla otra vez. —Tanto tiempo, madre, esperando este momento —mi voz era aturdida. —El momento de reencontrarnos ha llegado, hijo mío, y te aseguro que esta vez mi despertar será para siempre —luego de pronunciar aquellas palabras se tambaleó, estaba muy debilitado, y rápidamente le ofrecí mi muñeca. —Estás hambrienta madre, necesitas beber para que te fortalezcas —ella me miró claramente diciéndome que me lo agradecía, pero dudaba en hacerlo—. Por favor —le insistí, entonces accedió. Durante un instante, mientras bebía, l
Estefanía. El insomnio no me permitía dormir durante la medianoche; por más vueltas que diera en la cama, los recuerdos no me dejaban tranquila; entonces, como siempre, quise invocarlo a él, a Adrián. Mis pensamientos se esfumaron al oír que alguien abría la puerta; me petrifiqué y el miedo me hizo su esclava. Vi a una figura alta entrar; tenía que ser Arturo quien había decidido ponerle punto final al tiempo que me había otorgado… La hora de cumplirle había llegado. Intenté disimular que dormía. Con los ojos entrecerrados y respaldada por la oscuridad, pude percibir cómo Arturo se dirigió hacia una de las ventanas. La abrió para que entrara algo de la luz de la noche, pero advertí que algo era diferente en él; su presencia no me incomodó. Arturo se acercó a la cama, comprendí de manera perfecta que él no permitiría que nada me dopara; me lo advirtió aquella noche en el barco. Sentí el peso de su cuerpo cuando se hundió en la cama. Seguidamente, encendió la luz de una de las lá
Adrián. El eclipse se puso de manifiesto y parecía estar pactando con el señor de la oscuridad. Todo lo claro se teñía de negro, oscureciendo por completo el sol. Volví la vista al Este y ya no veía el amanecer, pero sabía que después de la oscuridad vendría la luz. El amanecer llegaría pronto. —¿Dónde se encuentra la esperanza que brillaba tan resplandeciente? —Me pregunté con el objetivo de comprender todo lo que me estaba ocurriendo. Me sorprendió esta vez que aún me mantuviera tranquilo, cuando en mis días pasados lo temperamental era parte de mis emociones. —Todos vamos a luchar —oí la voz de Cristian en mi cabeza. Giré la cabeza para verlo mientras extendía sus alas. Vi la luz de sus pupilas verdes en sus ojos de halcón, planeando suavemente entre el viento que lo elevaba y acariciaba sus alas plateadas, invitándome a relajarme. No podía, Rodolfo no salía de mi mente, podía experimentar su angustia en mi ser, afortunadamente otros centinelas estaban cerca protegiéndolo
Estefanía. Poco a poco fui abriendo los ojos y, una vez más, la molestia en todo mi cuerpo se hizo notar. Tenía otra vez la sensación de ser víctima de una golpiza. El simple intento de incorporarme me producía dolor. Respiré hondo para tomar fuerza y pararme; al hacerlo, otra vez se manifestó un fuerte dolor de cabeza. Recordé a Arturo dándome la sangre y mordiéndome; instintivamente y nerviosa pasé la mano por mi cuello, afortunadamente no percibí nada. —Buenos días, condesa —dijo Arturo, provocando que me exaltara. Su imponente figura se encontraba cerca de la ventana, observando a través de ella y dándole la espalda a nuestra cama. Se encontraba sin camisa, solo usaba la parte baja del pantalón; el dormitorio estaba muy claro. En una medida inmediata, me examiné y comprobé que estaba completamente desnuda. Me aferré a la sabana dejando de un lado mi molestia física en su lugar. Recordé lo sucedido la noche anterior. De soslayo pude ver la musculatura de Arturo; quise escap