—¡Rosa, ya para con eso! —Nunca te miento, y tú no puedes casarte con ese conde; debes deshacer ese compromiso inmediatamente. —¿Cómo es posible que pueda creer en las supuestas barbaridades que dije cuando sabes que estoy desequilibrada desde que supe que Adrián es mi hermano? ¡No sé qué es real y qué es irreal! A menudo confundo los pensamientos en mi mente, como podrás ver, ya no puedo confiar en mí misma. Rosa, ahora comprendo lo que soy sin él; ya no puedo aferrarme al hecho de que él vendrá y me rescatará; ya no puedo seguir respirando a través de él, aunque siento que sin Adrián ya no soy real. Mi interior está vacío, sin sus caricias, sin su amor. He estado experimentando una mentira, no hay nada en mi interior que tenga calor; por lo tanto, si dije algo que ya no recuerdo, por favor olvídalo. —Es triste ver que no crees en tus facultades. ¡Esos dones te pueden liberar! Yo sí creo en ellos y ya coloqué en el centro de la mesa una flor de Jericó. Ella es una flor ben
—No lo veo desde esa perspectiva, pero créame, si lo ven como un descarrío, entonces sepa usted que lo hago con todo gusto. Me complace completamente embarcarme en esta travesía que es su hija. —No puedo negar que mi esposa es de naturaleza esclavista; de esta forma la criaron y sus celos desmedidos hacia la fallecida madre de Estefanía, unidos a la rabia de saber que Adrián amaba a la hija de la nativa que causó problemas en nuestro matrimonio, la hicieron cometer actos como esos. Quiero aclarar que no la justifico, simplemente le indico los motivos. —Dígame, Rodolfo, —lo interrumpí—. ¿Ha amado usted alguna vez? Y me refiero a ese amor que quema y que te convierte en otro hombre —por un instante él permaneció en silencio, incluso dudó en responder. —Sí. —¿A su esposa? —No, aquella mujer que amé con todas mis fuerzas fue la madre de Estefanía. —¿Se entregó por completo a ella? ¿No le importaba que fuera una India? —¡Por supuesto que no me importo! De no ser porque
Sentí de nuevo la seducción que producía su rostro irreal, sin embargo, el amor tan marcado que profesaba mi alma por mi hermano Adrián era la espada que cortaba aquel sortilegio, logrando que yo fuera inmune a sus encantos físicos. Continué descendiendo los escalones de la escalera con la mirada del conde fija en mí. Sus ojos retadores no dejaron lugar a dudas, mientras yo surcaba laberintos de autocontrol, jugando a ser el cordero que era cazado por aquel león. Mi hora llegó, pasaba de un estado a otro, del amor al desamor y de la fe a la decepción. —¡Qué bonita y radiante te ves, Estefanía! Ante mis ojos, eres la mujer más bella de las mujeres; soy un hombre afortunado —su voz era de absoluta sumisión y en su mirada había calidez—. Ya no estaba el hielo que una vez sentí en sus ojos. No estaba segura de cómo yo había logrado superar el frío azul de su mirada, hasta encontrar un sitio acogedor en su alma. Arturo siguió mirándome, mostrando su cambio de estación. Al igual que e
Al disparar por los aires, el corcho de la botella de champán sonó fuerte, dándole paso a la burbujeante bebida que brotaba como lava de un volcán. Arturo llenó las copas; el sombrío rostro de mi padre desapareció, dando indicios de que no se opondría más a que yo me casara con el conde. No pude evitar ver a Arturo mientras brindábamos por mi felicidad falsa. Yo debía eliminar de mí la sensación de que me quitaban mi otra mitad y Arturo era la única opción a la cual me aferraría en este momento para liberar mi dolor. El conde probaba la comida con cuidado. Su comportamiento en la mesa era de la más absoluta distinción. Confirmé que el conde era de poco comer. —¡Todo ha quedado exquisito! Me complace saber que te tomaste la molestia para satisfacer mi paladar. Estoy consciente de que serás una esposa devota. —Mi madre le gustaba cocinar y Estefanía heredó su amor por la cocina. Como puede observar, no solo ella quiso que aprendiera ciencias —sonrió Rodolfo. —No todo ha sid
Arturo. Los pensamientos hacia Estefanía estaban sujetos a mi espíritu, sin dar lugar a nada más. Al besarla de nuevo, comprobé que la esencia del maldito centinela estaba arraigada por completo en su alma; sus raíces estaban propagadas y afianzadas por todo su interior, luchando por seguir dando frutos. El silencio era ensordecedor y sepulcral, los centinelas parecían haberse evaporado, pero yo sabía que no era así. Nunca cierran los ojos, sus almas siempre están en vigilia. Por otro lado, Alyan ya no ocupaba el cuerpo del nuevo sacerdote, lo verifiqué cuando fui a hablar con él el día antes para finalizar mis planes. Deseaba que Alyan fuera el que me casara, pero era inocente de mi parte pensar que él todavía estaba ocupando el cuerpo de ese desdichado hombre y más aún cuando Adrián estaba sufriendo la infección que podía convertirlo en un oscuro. “Lo más probable es que todos los centinelas están unidos, creando un ritual que requiere muchos días para sacar al primogénito de
Estefanía. Era la Medianoche y aún no podía conciliar el sueño. Me acerqué a la ventana y me encontré con la más fría soledad. No había ni un sonido de los animales nocturnos, e incluso la luna parecía haber perdido los recuerdos. Cerré los ojos para percibir el aroma de la noche. La brisa empezó a gemir elevando consigo una estela de hojas secas que se levantaron y volaron frente a mi observación. Ya no salía una lágrima para recibir los viejos recuerdos, ahora era un llanto seco e interno y así dolía más; yo estaba sangrando, pero nadie podía verlo; lo cierto es que una lluvia eterna se había internado desde el día en que lo alejé de mí; ahora me ahogaba en la sangre. —No puedo ocultarlo Adrián… te amaré siempre. Mientras abrazaba los recuerdos, me cuestioné: ¿Cuándo volveré a la época en la que todo era dulce y afable? ¿Conseguirá Arturo devolvernos la felicidad? —. Las figuras que abandoné se volvieron ajenas, ahora eran partes de recuerdos de una vida diferente, donde re
Sus manos se aferraron a mi cuerpo, mientras aquella sangre entraba en mi garganta sin que pudiera evitarla. Poco a poco fui recuperando la movilidad y empecé a forcejear, aquella cosa me agarró de las manos y las inmovilizó a ambos lados. —¡Mira a través de mí! —me ordenó. Yo continué luchando; no obstante, lo que me dio de beber me sumió en un sueño más profundo en el que las imágenes cobraban vida. Uno de mis recuerdos fue de un sueño pasado: la visión del hombre que viajaba en un barco, a quien no pude ver el rostro; luego mi sueño me mostró los cafetales y a un hombre con un lunar en forma de luna menguante, al igual que el mío, brillándole sobre su cuello. —Yo soy tu destino y he estado buscándote durante un largo periodo de tiempo. Tú también me percibiste —al pronunciar aquellas palabras, el rostro del conde vino a mi mente. —Arturo —susurré y, al pronunciar ese nombre, pude percibir cómo una sensación abrazadora comenzaba a hervir por toda mi sangre. Parecía como s
Alyan. Nahethis tocó a Adrián que todavía estaba perdido en su sueño reparador. Sus manos recorrieron el rostro de su primogénito, a continuación cerró los ojos para elevar los conjuros de protección. Percibía su dolor: Era consciente de que mi hermano temía perderlo de la misma manera en que perdió a su madre, a la mujer que amaba y que amaría para siempre. —No inquiete, las energías de la tierra no pueden dañarlo, deja que las acepte de una manera adecuada. Adrián bebe de los poderes que el universo y la tierra le han dado. Él comprende los notables cambios que ocurrieron en su interior. Sus rabihats ya no son tan oscuros —le señalé, no obstante, y a pesar de mis palabras, Nahe siguió perdiendo en sus pensamientos. Mi hermano dejó caer sus brazos, la luz de su cuerpo creció. Era consciente de lo que haría: se detuvo frente al cuerpo de Adrián y abrió los brazos, luego tocó su amuleto. Su tercer ojo brotó como los símbolos de las palmas de sus manos y empezó a conjurar.