Al disparar por los aires, el corcho de la botella de champán sonó fuerte, dándole paso a la burbujeante bebida que brotaba como lava de un volcán. Arturo llenó las copas; el sombrío rostro de mi padre desapareció, dando indicios de que no se opondría más a que yo me casara con el conde. No pude evitar ver a Arturo mientras brindábamos por mi felicidad falsa. Yo debía eliminar de mí la sensación de que me quitaban mi otra mitad y Arturo era la única opción a la cual me aferraría en este momento para liberar mi dolor. El conde probaba la comida con cuidado. Su comportamiento en la mesa era de la más absoluta distinción. Confirmé que el conde era de poco comer. —¡Todo ha quedado exquisito! Me complace saber que te tomaste la molestia para satisfacer mi paladar. Estoy consciente de que serás una esposa devota. —Mi madre le gustaba cocinar y Estefanía heredó su amor por la cocina. Como puede observar, no solo ella quiso que aprendiera ciencias —sonrió Rodolfo. —No todo ha sid
Arturo. Los pensamientos hacia Estefanía estaban sujetos a mi espíritu, sin dar lugar a nada más. Al besarla de nuevo, comprobé que la esencia del maldito centinela estaba arraigada por completo en su alma; sus raíces estaban propagadas y afianzadas por todo su interior, luchando por seguir dando frutos. El silencio era ensordecedor y sepulcral, los centinelas parecían haberse evaporado, pero yo sabía que no era así. Nunca cierran los ojos, sus almas siempre están en vigilia. Por otro lado, Alyan ya no ocupaba el cuerpo del nuevo sacerdote, lo verifiqué cuando fui a hablar con él el día antes para finalizar mis planes. Deseaba que Alyan fuera el que me casara, pero era inocente de mi parte pensar que él todavía estaba ocupando el cuerpo de ese desdichado hombre y más aún cuando Adrián estaba sufriendo la infección que podía convertirlo en un oscuro. “Lo más probable es que todos los centinelas están unidos, creando un ritual que requiere muchos días para sacar al primogénito de
Estefanía. Era la Medianoche y aún no podía conciliar el sueño. Me acerqué a la ventana y me encontré con la más fría soledad. No había ni un sonido de los animales nocturnos, e incluso la luna parecía haber perdido los recuerdos. Cerré los ojos para percibir el aroma de la noche. La brisa empezó a gemir elevando consigo una estela de hojas secas que se levantaron y volaron frente a mi observación. Ya no salía una lágrima para recibir los viejos recuerdos, ahora era un llanto seco e interno y así dolía más; yo estaba sangrando, pero nadie podía verlo; lo cierto es que una lluvia eterna se había internado desde el día en que lo alejé de mí; ahora me ahogaba en la sangre. —No puedo ocultarlo Adrián… te amaré siempre. Mientras abrazaba los recuerdos, me cuestioné: ¿Cuándo volveré a la época en la que todo era dulce y afable? ¿Conseguirá Arturo devolvernos la felicidad? —. Las figuras que abandoné se volvieron ajenas, ahora eran partes de recuerdos de una vida diferente, donde re
Sus manos se aferraron a mi cuerpo, mientras aquella sangre entraba en mi garganta sin que pudiera evitarla. Poco a poco fui recuperando la movilidad y empecé a forcejear, aquella cosa me agarró de las manos y las inmovilizó a ambos lados. —¡Mira a través de mí! —me ordenó. Yo continué luchando; no obstante, lo que me dio de beber me sumió en un sueño más profundo en el que las imágenes cobraban vida. Uno de mis recuerdos fue de un sueño pasado: la visión del hombre que viajaba en un barco, a quien no pude ver el rostro; luego mi sueño me mostró los cafetales y a un hombre con un lunar en forma de luna menguante, al igual que el mío, brillándole sobre su cuello. —Yo soy tu destino y he estado buscándote durante un largo periodo de tiempo. Tú también me percibiste —al pronunciar aquellas palabras, el rostro del conde vino a mi mente. —Arturo —susurré y, al pronunciar ese nombre, pude percibir cómo una sensación abrazadora comenzaba a hervir por toda mi sangre. Parecía como s
Alyan. Nahethis tocó a Adrián que todavía estaba perdido en su sueño reparador. Sus manos recorrieron el rostro de su primogénito, a continuación cerró los ojos para elevar los conjuros de protección. Percibía su dolor: Era consciente de que mi hermano temía perderlo de la misma manera en que perdió a su madre, a la mujer que amaba y que amaría para siempre. —No inquiete, las energías de la tierra no pueden dañarlo, deja que las acepte de una manera adecuada. Adrián bebe de los poderes que el universo y la tierra le han dado. Él comprende los notables cambios que ocurrieron en su interior. Sus rabihats ya no son tan oscuros —le señalé, no obstante, y a pesar de mis palabras, Nahe siguió perdiendo en sus pensamientos. Mi hermano dejó caer sus brazos, la luz de su cuerpo creció. Era consciente de lo que haría: se detuvo frente al cuerpo de Adrián y abrió los brazos, luego tocó su amuleto. Su tercer ojo brotó como los símbolos de las palmas de sus manos y empezó a conjurar.
Con una inesperada rapidez, el día de la boda llegó. La noche anterior me la pasé rememorando los recuerdos, pensando en mi abuela y en Joaquina, pero también en Adrián. Si solo yo tuviera el hechizo ideal en el que los recuerdos se materializarán y así poder tocarlos una vez más; eso era ilógico. Únicamente podía inmortalizarlos en mi memoria, revivirlos ahí. No sé cuántas veces leí las páginas del diario que mi abuela me legó y no sé cuántas veces contemplé las letras en las que indicaba que Adrián era mi hermano. ¡Debía hacerlo! A pesar de estar más tranquila, tenía que revisar aquellas páginas para darme valor y no sentir que le fallaba. Era necesario asumir una y otra vez el riesgo de sentir todo lo que creía mío y que nunca lo fue. El día siguiente se convirtió en una tortura. La llegada de Mariana me llenó de alegría, pero con Rosa ocurrió lo contrario: aunque Mariana trató de ganársela, su comportamiento y respuesta fueron fríos y distantes. Todos los demás empleados sucum
Rosa y Mariana. —Ahora veo que me sigues, bruja del demonio —dijo Rosa, aunque estaba de espaldas y empuñando un escapulario en su mano derecha. —Si no tienes fe, de nada te servirá aferrarte a esas tonterías —Rosa sonrió mientras Mariana se mostraba fría. —Mírame a la cara esclava —Rosa volvió la mirada y sus ojos negros se clavaron en los de su interlocutora—. —En primer lugar, no me atreveré a difundir frases tan absurdas como «de que no sabes con quién te estás metiendo» o «es mejor que me temas»; en realidad, no voy a invertir mi tiempo en esos dramas, porque de antemano sé que puedes ver los anillos que decoran el contorno de los iris de mis ojos. No soy un demonio de palabras, sino de hechos. En realidad, me resulta sorprendente que alguien con una capacidad poco desarrollada como la tuya, lo haya percibido. —Tal vez es debido a que no soy tan poco desarrollada como usted dice. —¡Te falta mucho, esclava, para enfrentarme! Ya son 227 años que este cuerpo luchador
Estefanía. Las ruedas del carruaje comenzaron a moverse; la mano de mi padre sobre mi hombro me recordó que todo era real. Sus ojos brillaban, pero los míos brillaban más por lo que dejaba atrás. Miré por la ventana, necesitaba que el viento rozara mi cara. El olor de mi abuela llegó a mí y la congoja en mi pecho se hizo más profunda. «Te amo…» —musité. Su amor dejó en mí una herida abierta. Yo, vestida de novia, iba siendo llevada por la mano de mi padre hacia un destino que había aceptado, y que debió haber sido otro. “Adrián, dondequiera que estés, no te olvides de mí; con quienquiera que estés, no dejes de pensar en mí. Si todavía tienes en tu memoria algo de lo mucho que te amo, entonces no te olvides de mí. No consigo alejarte de mi vida… Por favor, perdóname…” —mi mente no podía dejar de hablar con mi corazón que por alguna razón extraña y a sabiendas de la verdad, insistía en pedirle perdón. —Hija, las lágrimas estropearán el maquillaje que Mariana creó con tanto amor