LA CENA.

—¡Rosa, ya para con eso!

—Nunca te miento, y tú no puedes casarte con ese conde; debes deshacer ese compromiso inmediatamente.

—¿Cómo es posible que pueda creer en las supuestas barbaridades que dije cuando sabes que estoy desequilibrada desde que supe que Adrián es mi hermano? ¡No sé qué es real y qué es irreal! A menudo confundo los pensamientos en mi mente, como podrás ver, ya no puedo confiar en mí misma. Rosa, ahora comprendo lo que soy sin él; ya no puedo aferrarme al hecho de que él vendrá y me rescatará; ya no puedo seguir respirando a través de él, aunque siento que sin Adrián ya no soy real. Mi interior está vacío, sin sus caricias, sin su amor. He estado experimentando una mentira, no hay nada en mi interior que tenga calor; por lo tanto, si dije algo que ya no recuerdo, por favor olvídalo.

—Es triste ver que no crees en tus facultades. ¡Esos dones te pueden liberar! Yo sí creo en ellos y ya coloqué en el centro de la mesa una flor de Jericó. Ella es una flor ben
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