—¡QUIERO EL DIVORCIO! Zahida pasó un trago pesado, cuando el aliento salió un poco débil de su cuerpo, y se mareó al ver que su sangre, aún seguía goteando en esa bolsa. Apretó su mano mirando alrededor de la sala, que era extravagantemente lujosa para ser un hospital, aunque era evidente que, para la casa real, esto no era nada… Así como ella. Apretó los ojos y luego se giró hacia su izquierda, para notar que Adilá, la primera esposa del príncipe de Omán, que a resumidas cuentas era también su esposo, estaba en una siesta, mientras su propia sangre la alimentaba a ella. Zahida apretó su boca y miró su brazo, tenía algunos moretones, porque ella literalmente era la bolsa de sangre de la primera esposa de Samir Al-Saif, y aunque en un principio pensó que tendría un futuro al lado del hombre con la que la casaron, ahora entendía que solo querían matarla al extraerle la última gota de sangre. La puerta de la sala abriéndose la hizo levantar los ojos, y fue Samir, quien entró con un
DÉJAME LIBRE… —¿Estás mejor? —Zahida negó mientras recibió una cucharada de sopa, que Laya, la criada, le estaba dando con paciencia. —Siento que incluso me cuesta respirar… —Laya miró hacia la puerta y negó un poco preocupada por su aspecto. Tenía grandes ojeras, y una piel muy pálida. —Están llevándote al límite, además de que la señora Adilá te pide hacer sus quehaceres también… no deberías… Zahida se recostó negándose a recibir más comida y miró al techo. Su habitación solo era un disfraz, para que en el palacio no supieran cómo era tratada. Además de que esta era un ala diferente del palacio, solo para el príncipe, y en las reuniones, siempre la disculpaban con decir que ella no estaba dispuesta. —El príncipe Samir, me pidió que no hicieras ningún oficio… y no me dijo por cuanto tiempo… —Zahida frunció el ceño, y su corazón se aceleró. Ni siquiera en su casa, antes de casarse, había hecho uno, porque siempre había tenido una criada. —¿Cuándo te dijo? —Esta mañana… me dij
AYÚDAME A ESCAPAR. Zahida notó el enorme silencio que se ejecutó en la terraza. ¿Qué iba a hacer si la dejaba libre? Ni siquiera lo sabía, pero ella sería la vergüenza de su familia de por vida, y aunque tenía muchas lágrimas retenidas en sus ojos, ella puso todo de ella por no desmoronarse frente a su esposo. Samir por fin resopló fríamente y mirándola con ojos serios, negó. —No pienses en cosas buenas… Porque eso nunca sucederá… ¿O cómo ves los divorcios en nuestra nación? Eso no existe para nosotros, Zahida. —Pero prefiero ser una deshonra en la vida del que me conozca, que seguir en este infierno… Samir quitó la mirada de su cara y bajó a sus brazos. —Se le dio a tu familia una dote jugosa, y tú nunca has pedido nada para ti… ¿Por qué quieres irte ahora? Además… Si te vas, ¿quién será la bolsa de sangre de Adilá? Zahida tuvo que poner todo de ella para no levantarse y tirar el mantel y la comida en su ropa, pero apretó los puños y tembló de ira. —Puedes encontrar a alguien
EL EMIR. Laya tuvo que pasar el trago. Y no es que no amara a su ama, ella haría cualquier cosa por sacarla de este palacio, pero sabía perfectamente que Zahida apenas era una niña con muchos miedos, y sin nada de ayuda. —Mi señora… —No… de todas formas, voy a morir, y prefiero hacerlo escapando de este lugar. Laya cerró la boca y la ayudó a levantarse para llevarla a la cama. La desvistió en silencio y puso una bata larga en su cuerpo, para finalizar cepillando su cabello. Podía ver que habían pasado unos días de cuidado, pero Zahida estaba realmente débil, y ella tenía razón. Si volvían a hacer otro de esos procedimientos, ella moriría sin duda alguna. —Mañana, durante el evento del rey, será el mejor momento. Todos estarán ocupados, y la atención estará centrada en la elección de la tercera esposa. Nadie notará mi ausencia hasta que sea demasiado tarde… —susurró Zahida con determinación, mientras miraba fijamente a Laya. Laya asintió con firmeza, mostrando su lealtad a la j
ACANTILADO. La atmósfera en el salón estaba cargada de anticipación mientras el Emir se encontraba en el centro de la atención de todos. Zahida, a pesar de sus propios temores y dilemas, no pudo evitar observar al hombre que cambiaría la vida de una de las mujeres allí presentes y su imponencia que no pasaba desapercibida. Zahida notó como el Emir detuvo la música, y se levantó al centro, pero ella rápidamente giró hacia otra mesa en el extremo, donde estaba la reina, la madre de Samir que observaba a todos con una cara bastante larga. Ella aún se mantenía muy cuidada y había muchas criadas a su alrededor. Zahida no escuchó mucho las palabras del rey, ahora sus ojos solo podían notar que la aguja, ya había llegado para marcar las nueve, y sus piernas temblaron. —Como Emir de Omán, es mi deber y honor elegir a una mujer digna para acompañarme en mi reinado y sobre todo, traer más herederos a mi trono… Tanto Samir como Adilá se observaron, y luego los aplausos inundaron el lugar,
RENACIENDO... Zahida aspiró el aire como si hubiese estado sin respirar por mucho tiempo, y luego un fuerte olor a sangre invadió sus fosas nasales como si fuese un golpe. Su pecho taladró en sus huesos con fuerzas y no supo por qué le ardían sus pulmones ante la agitación. Ella estaba concentrada en esto, cuando sintió que se retorcía en un dolor en su estómago, más exactamente en su pelvis, como si sus caderas se estuvieran abriendo, y luego sus ojos se abrieron al gritar. —¡Ahhhhhh…! —ella se encorvó y las lágrimas salieron de sus ojos, entretanto parpadeó varias veces, para ver esas imágenes en el techo. Pero había sentido un dolor inimaginable. Y no lo podía creer, estaba nuevamente en el palacio de Al—Alam… —No… —gimió con la boca temblorosa, pero otro golpe de impresión, la traspasó enseguida cuando un médico y muchas personas a su alrededor, desconocidas, la miraron, y una mujer mucho mayor, apretó su mano. Y ella pudo escuchar el llanto de un bebé. —¡Increíble…! Pensé
¿QUÉ CLASE DE PERSONA ERA? Zahida se encontraba inmóvil, con la mente en un torbellino, tratando de asimilar la impactante revelación que le había proporcionado el espejo. Rania, esa mujer que ahora veía en el reflejo, era el nombre que resonaba a su alrededor y en cómo todos la veían. Pero la pregunta que más martirizaba sus pensamientos, era ¿Cuánto tiempo había pasado desde el momento en que había saltado? El bebé en sus brazos era una manera de entender, al menos nueve meses y se agitó con los ojos nublados. Era como si esta mujer hubiese muerto dando a luz, y ella hubiese revivido en su cuerpo. Literalmente era algo como eso. Las criadas, aun temblando por la impresión, limpiaban apresuradamente la habitación, evitando mirar directamente a Zahida. Entre susurros y gestos rápidos, parecían haber decidido mantener distancia. Zahida apretó al bebé como si fuese lo único que la centrara en medio de tanta confusión, porque la imagen del espejo destrozado aún flotaba en su mente,
VISITA FAMILIAR. La habitación estaba impregnada de un silencio denso después de las palabras de la abuela. Zahida luchaba por comprender la magnitud de la situación en la que se encontraba y se preguntaba qué había sucedido en la vida de Rania para merecer tal desprecio y cuestionamiento. Para todo esto, necesitaba encontrar a Laya, ella podía ayudarla… La abuela, con una expresión seria, continuó examinando al bebé como si su presencia no tuviera importancia y después de una pausa, dijo algo que impactó profundamente a Zahida. —Omar… Mi nieto será el futuro rey… Zahida abrió la boca seca, y se aturdió ante esta confesión. —¿Futuro rey…? La abuela deslizó la mirada, como si la humillara con el gesto y negó. —El hecho de que Samir te mire con lujuria, no significa que pongas eso por encima de tu hijo… —Y Zahida quiso vomitar. —No sé a qué se refiere, señora… —Zahida respondió con cautela, tratando de ocultar su confusión. —Por supuesto, no eres tan tonta… tienes al rey, nunca